Pascua, anticipo de eternidad

Resurrección

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

Iº Domingo del Tiempo Pascual

La Pascua en la Liturgia, un anticipo de la eternidad

Hemos terminado hace poco el tiempo de Cuaresma que la Liturgia nos hace vivir tan intensamente. La Cuaresma es como una mala noche en una mala posada – que diría Santa Teresa-, como la vida humana, pero con esperanza…, mirando una luz lejana que ha de venir al final de esos 40 días.

Y luego viene la Semana Santa que es muy intensa, muy fuerte, donde la Sagrada Liturgia nos lleva a vivir, como en carne propia, la pasión, la muerte, la negación de los discípulos, el significado de nuestro propio pecado en la crucifixión del Señor y, finalmente, su Resurrección. Luego, la Sagrada Liturgia nos ha hecho vibrar con la Octava de Pascua. Y actualmente entramos en este tiempo Pascual de 40 días, los cuales son como haber traspasado el umbral de esta vida -luego de la noche del Viernes Santo- para vivir en la eternidad, estando aún en este mundo.

Mirar la vida de los discípulos nos ayuda a nosotros a entender cómo vivir mejor esta etapa en que estamos, el tiempo Pascual. Mirar a San Pedro, a Santa María Magdalena y a los demás, atemorizados después de la Pasión del Señor, pero felices después de la Resurrección…, después de la venida del Espíritu Santo…, con una certeza, una valentía y una fortaleza interior que realmente nos admiran, pues no nos debemos olvidar que ellos negaron y apostataron de Cristo prácticamente todos.

En la primera lectura, San Juan Evangelista, el discípulo que es el contemplativo de los apóstoles, aquel que los orientales llaman Juan el teólogo, nos da una clave para vivir el tiempo Pascual y para vivir en la vida humana. Dice: Omne quod natum est ex Deo vincit mundum et hæc est victoria quæ vincit mundum: fides nostra: Todo aquel que ha nacido de Dios vence el mundo y esta es nuestra victoria que vence el mundo: nuestra fe (1 Jn 5,4).

Es la visión de fe la que nos da una solidez interior basada en la gran certeza de la verdad conocida en el orden sobrenatural. La única certeza que realmente puede constituir el fundamento de la paz del corazón humano es la Resurrección de Cristo. Cristo es Dios, nos ha redimido, ha derramado su sangre por amor a nosotros… y ¡ha resucitado! La Resurrección de Cristo ilumina toda nuestra existencia. Pero esa Resurrección y esta realidad solo se pueden captar y asumir en nuestra vida desde esta visión de fe. Y como nosotros tenemos una fe débil, las vicisitudes de este mundo tantas veces nos hacen tambalear. Porque también tenemos una mirada naturalista que no es capaz de asomarse al orden sobrenatural; es una mirada mundana, que incluso puede ser verdadera en este orden natural, pero al no estar iluminada por la fe es insuficiente y no nos lleva a la estabilidad interior, a la paz interior, la cual solamente se tiene en la presencia de la inhabitación Trinitaria.

Tenemos que pedir esta mirada de fe. La tenía la Santísima Virgen; es la propia de los monjes que viven en el desierto; es la propia de los contemplativos y de los santos. Mirar todo sub specie aeternitatis, bajo una especie de eternidad, mirarlo todo desde la fe y, desde la fe, nada tenemos que temer.

Si Cristo ha derramado su sangre por cada uno de nosotros…, es que Él nos tiene un amor infinito y no se olvida de nosotros, aun en los detalles de nuestra existencia cotidiana, y lo que permite en su Providencia está siempre ordenado a nuestro bien eterno.

Que la Santísima Virgen nos alcance del Espíritu Santo está virtud teologal de la fe en un grado heroico. Así vamos a poder vivir en esta vida, como es este tiempo Pascual, con una serenidad interior, con una visión y con un hambre muy grande de la eternidad, pregustada ya aquí a través de la Sagrada Liturgia, especialmente en la Santa Misa y en la recepción de la santa Eucaristía. Que así sea.