La mirada del monje medieval al misterio de Cristo Redentor
Auróra lucis rútilat,
Cælum láudibus íntonat,
Mundus exsúltans iúbilat,
Gemens inférnus úlulat:
La aurora embellece al cielo,
y en alabanzas resuena:
triunfante se alegra el mundo,
pávido el infierno tiembla.
(Himno de Laudes del Tiempo Pascual)
La Abadía de Lérins es un monasterio cisterciense en la isla de San Honorato, una de las islas Lerins, en la Costa Azul. Aunque la construcción de los edificios actuales del monasterio empezó alrededor de 1073, en este lugar hay monjes desde el Siglo V.
En la Iglesia de la Abadía, encontramos una escultura cisterciense del Siglo XII, el “Crucificado sonriente”. Esta imagen nos recuerda al tan conocido “Cristo de Xavier”, talla en madera de nogal del Siglo XIII (imagen que sudó sangre de manera milagrosa en el Siglo XVI).
El Cristo de Lérins ofrecen una bellísima síntesis del misterio pascual: Jesús está en la cruz, con los ojos cerrados; en su frente está dibujado el triángulo trinitario, signo de su divinidad. Jesucristo, triunfador de la muerte, expresa en una sonrisa apacible y misteriosa la brecha abierta hacia la eternidad bienaventurada.
Siendo el arte monástico y la iconografía medieval el fruto de una mirada contemplativa propia, podemos recurrir a otro autor cisterciense del Siglo XII, el beato Guerrico de Igni (+1157), para asomarnos a dicha “mirada contemplativa medieval” en torno al misterio de Cristo Redentor. Dice Guerrico, al final de su tercer sermón para el domingo de Ramos:
Que brille siempre sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro (Salm 4,7). Tanto en las tristezas como en las alegrías, este rostro, en sí mismo, está apacible, sereno y plenamente consumado en el secreto de la luz interior; a los justos, se muestra sonriente e incitante: a los pecadores, clemente y benévolo. Fijad, pues, vuestras miradas, hermanos míos, en el rostro sereno de este rey. “En el rostro sonriente del rey es donde está la vida, dice la Escritura, y su clemencia es como lluvia tardía” (Pr 16, 15). Su mirada se posó sobre el primer hombre, y enseguida se animó y respiró un aliento de vida” (Gen 2,7), se volvió hacia Pedro y enseguida se sintió éste afligido y volvió a respirar con la esperanza del perdón (Lc 22, 61-62). En efecto, en cuanto el Señor se hubo vuelto hacia Pedro, este recibió de su mirada tan benévola y clemente “una lluvia tardía”, la de las lágrimas tras el pecado.
¡Oh Luz eterna! Job atestigua que la luz de tu rostro no cae hasta la tierra (Jb 29, 24). En efecto, ¿qué hay de común entre la luz y las tinieblas? (2 Co 6, 14). Corresponde más bien a las almas fieles captar sus rayos. Que ella inspire la alegría a las conciencias en paz; que ella sugiera el remedio a las conciencias heridas. En verdad, el rostro de Jesús triunfante, tal como es preciso contemplarlo en esta procesión [de Ramos] es alegría y jubilo; el rostro de Jesús moribundo, tal como lo meditamos en su pasión, es remedio y salvación. “los que te temen me verán, dice, y se alegrarán” (Sal 118, 74), los que se lamentan de sí mismos, me verán y curarán: como miraban hacia la serpiente colgada en una estaca de madera, tras la mordedura de las serpientes venenosas. Es, pues, a ti, alegría y salvación de todos, a quien todos bendicen con sus votos, a quién ven montado en el borrico o colgado del madero. Así te verán sentado en tu trono real y te alabarán por los siglos de los siglos. ¡A ti alabanza y honor por todos los siglos de los siglos!
Para terminar, citamos a otro cisterciense del siglo XII, Isaac de Stella:
¡Crezca en ti el Hijo de Dios, formado ya en ti, para que llegue a ser, para ti y en ti, ilimitado; entonces será la risa, la exultación y la alegría total, que nadie te arrebatará!
Para profundizar en estos temas, recomendamos la lectura del libro “Consideraciones monásticas sobre Cristo en la Edad Media”, de Jean Leclercq, OSB.