InfoCatólica / Schola Veritatis / Archivos para: Julio 2023

24.07.23

La Santa Misa como principio formal de la restauración de la fe, la cultura y la civilización cristiana

Llama la atención que en los diversos análisis que se efectúan de la situación actual por la que atraviesa la Iglesia, realizados por personas de vida espiritual profunda y con amplia formación intelectual, muchas veces se nota la carencia de que, en su diagnóstico, no se hable del elemento que es esencial en toda esta crisis: esto es, el problema central de la Santa Misa, de la Liturgia. Pues es ahí donde se decide el destino de la fe y de la Iglesia. Precisamente, cuando el corazón de la vida de la Iglesia se enferma, se sigue el desmoronamiento de la fe, de la moral, de la oración y de la dimensión social y política del cristianismo, dado que la Santa Misa es la misma fe vivida, mediante la cual se rinde culto a Dios y se opera la salvación de las almas. Esta carencia es tanto más grave en el momento actual, cuanto que, en opinión de muchos, estamos viviendo la mayor crisis de toda la historia de la Iglesia, quizás incluso por delante de la crisis arriana y la crisis protestante.

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13.07.23

Acerca de la fuerza de las ideas en la historia

1.- La fuerza de las ideas en Los demonios de Dostoyevski:

Fiódor Dostoyevski (1821-1881), fue uno de los principales escritores rusos del siglo XIX, cuya creación literaria explora la profundidad de la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de su tiempo.

Una de sus obras de mayor madurez, «Los demonios» o «Los endemoniados» (según se traduzca), desarrolla los acontecimientos ocurridos en una apacible ciudad de provincia rusa, cuyos habitantes, como poseídos por un espíritu maligno, caen de forma «aparentemente incomprensible» —para quien no comprenda la fuerza de las ideas…— en la autodestrucción: muerte, locura o suicidio.

El libro comienza con el pasaje del Evangelio de San Lucas, donde después de que Nuestro Señor realiza el exorcismo de un hombre poseso, los demonios solicitan su permiso (se ve cómo el demonio está sujeto y humillado bajo el poder divino) para entrar en una piara de cerdos, la cual no tarda en lanzarse a un acantilado y morir (cf. Lc 8, 33).

Dostoyevski, desvelando la fuerza destructora de las ideologías de su tiempo, ha «vislumbrado» lo que sería la revolución bolchevique más de 40 años antes. Por eso su obra tiene un carácter profético. Sus libros, y muy especialmente éste del cual hablamos, manifiestan cómo las «ideas» que asumimos nos dirigen, gobiernan nuestras acciones y se propagan al modo de una epidemia. Él mismo decía a este respecto:

«En nuestro país las ideas caen sobre los hombres como piedras enormes, aplastándolos a medias; (ellos) se debaten bajo su peso, pero son incapaces de liberarse. Unos aceptan vivir incluso aplastados, otros no se contentan y se matan».

Entre las ideas que «preocupan» a Dostoyevski —de manera especial por su alto nivel de contagio en las jóvenes generaciones de su época— destaca el «nihilismo», cuyo desenvolvimiento natural empuja ¡a la demencia, al suicidio y a la destrucción universal!

Es notable la vinculación que él establece entre dichas ideas con los principios del liberalismo ilustrado occidentalista, el cual penetró en la burguesía rusa hasta el punto de que en las mismas reuniones sociales, el idioma francés era tenido por un excelente indicio de buena educación (también en Chile el francés se hablaba en los salones de la alta burguesía y aristocracia (cf. La novela Martín Rivas)). En Los Demonios, no son ellos, los de la generación de 1840, los que llevan dichas ideas hasta sus últimas consecuencias: son sus hijos, para espanto y horror de sus mismos padres. Como decía Donoso Cortés: “Abonáis los principios y abomináis las consecuencias". Esto ha sido siempre así, etiam Ecclesia.

Para Dostoyevski, un nihilista es una persona que no se doblega ante ninguna autoridad, y que cree que la civilización, antes de reformarse, debe ser destruida hasta sus últimos cimientos. Es enemigo no solo del orden burgués sino de todo el mundo civilizado, con sus leyes, tradiciones, moral y costumbres. Como consecuencia de la aceptación de la máxima «Dios ha muerto», el nihilismo, movido por el vacío existencial, es la antesala del terrorismo, capaz de despertar los impulsos más violentos del ser humano. Es la «anomía» (a=sin; nomos= ley) llevado a su más temible desarrollo.

En el centro de la novela se encuentra un personaje inolvidable para el lector: Stavroguin, figura oscura y enigmática, cuya deslumbrante belleza y distinción contrasta con su maldad fría, tranquila, racional, y por lo mismo, la más repulsiva y peligrosa que puede existir. Suave, modesto, refinadamente orgulloso y brutalmente cruel, es el destinatario de la adoración del resto de los personajes que caen subyugados a su magnetismo… En ellos, Stavroguin —para huir del terrible hastío vital que lo sume en un aburrimiento continuo—, inocula las perversas ideas que él mismo no llega sino a mirar con desprecio e incredulidad, pero que en sus «hijos espirituales» se transformará en ¡un fuego y una obsesión!, desembocando en la destrucción de sus vidas, la muerte o la locura… El ateísmo filosófico racionalista en Kirillov, el nacionalismo mesiánico en Shatov, el nihilismo revolucionario en Verjovenski: ideas al parecer incompatibles entre sí pero remontadas a un único origen, perverso y diabólico.

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9.07.23

El teocentrismo de San Benito y su paternidad sobre una nueva civilización cristiana

«Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano».Así comienza el Libro II de los Diálogos donde el Papa San Gregorio Magno relata la vida de Nuestro Padre San Benito. Llama la atención que un hombre que por un llamado de Dios se apartó del mundo y de los asuntos temporales tanto como él, dejándose guiar por el Espíritu Santo, en los caminos de la Providencia amorosa de Dios, se haya sido convertido, por acción de la gracia, ni más ni menos, que en Padre de toda una civilización y una cultura cristiana, esto es de la Europa medieval.

En esta preciosa vida de San Benito, escrita por el Papa San Gregorio Magno, dice lo siguiente:

«Al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible precipicio. Se retiró, pues, sabiamente ignorante y prudentemente indocto».

Si uno reflexiona, por ejemplo, en otras figuras decisivas de la época, como San Agustín o el mismo San Gregorio Magno, se puede ver que ellos sí, en cuanto obispo, apologeta y Papa, tuvieron una labor mucho más directa desde el punto de vista temporal y político en relación al mundo nuevo que se iba gestando desde las ruinas del Imperio Romano. Pero San Benito, apenas se asoma a un mundo corrompido, huye literalmente a una cueva a buscar a Dios, sin tener en la mira otro fin que encontrarlo y unirse a Él. Nada hace pensar que él tuviera como objetivo la fundación de un Monasterio, mucho menos de una Orden, y ni pensar el ser Padre que engendraría una multitud de hijos santos que evangelizarían toda la futura Europa. Su vida estuvo centrada en buscar sólo a Dios.

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