(484) Evangelización de América –27 México. Hernán Cortés, pecador y apóstol

Hernán Cortés

–¿Por qué causó tanto espanto en México la llegada de los españoles, siendo éstos tan pocos?

–Porque eran blancos y barbudos, jinetes a caballo, vestidos de hierro, capaces de disparar rayos a distancia… Pero sobre todo porque ciertas profecías antiguas anunciaban el fin del imperio azteca.

–La vuelta de Quetzalcóatl

Fernando de Alva Ixtlilxochitl (+1650), noble mestizo, refiere antiguas tradiciones de México, que hablaban de Quetzalcóatl, «hombre justo, santo y bueno», que en tiempo inmemorial vino a los aztecas «enseñándoles por obras y palabras el camino de la virtud, y evi­tándoles los vicios y pecados, dando leyes y buena doctrina». Predicó especialmente en la zona de Cholula, al sur próximo de México capital, y «viendo el poco fruto que hacía con su doctrina, se volvió por la misma parte donde había venido, que fue por la de oriente», y aseguró antes de irse que «en un año que se llamaría ce ácatl volvería, y entonces su doc­trina sería recibida, y sus hijos serían señores y poseerían la tie­rra». Quetzalcóatl «era hombre bien dispuesto, de aspecto grave, blanco y barbado». Su nombre, literalmente, «significa sierpe de plumas preciosas; por sentido alegórico, varón sapientísimo». Más tarde, en Cholula «edificaron un templo a Quetzalcóatl, a quien colo­caron por dios del aire» (Historia de la nación chichimeca cp.1). El año aludido, ce ácatl, era el 1519.

Bernardino de Sahagún (+1590), por otra parte, recogiendo informes de los indios, cuenta que el año calli, es decir 1509, fue en México un año fatídico, en el que se produjeron extrañas señales, misteriosos y alarmantes presagios: se incendia el cu de Huitzilopochtli, sin que nadie sepa la causa; atraviesa los cielos un cometa desconocido; se levantan las aguas de México sin viento alguno; se oyen voces en el aire… «Moctezuma espantóse de esto, haciendo semblante de espantado», procura la soledad, interroga a adivinos y astrólogos (Historia VIII,6)…

Fernando de Alvarado Tezozómoc (1525-1610), historiador indígena, nieto de Moctezuma, refiere en su Crónica mexicana, que un día se presentó ante su abuelo materno un macehual, un hombre del pueblo, comunicando con el mayor respeto que en la ori­lla del mar de oriente «vide andar en medio de la mar una sierra o cerro grande, y esto jamás lo hemos visto». Verificada la increíble noticia, confirman al tlatoani que, efectivamente, «han venido no sé que gente, las carnes de ellos muy blancas,y todos los más tienen barba larga» (Miguel León-Portilla, 1926-, historiador mexicano: Crónicas indígenas cp.2).

 

Primera reacción de espanto

Una vez más los nigrománticos defraudan a Moctezuma, el tlatoani: «¿qué po­demos decir?», y éste, perdiendo ya los nervios, manda arrasar sus casas y matar sus familias. «Se juntaron luego, y fueron a las casas de ellos, y mataron a sus mujeres, que las iban ahogando con unas sogas, y a los niños iban dando con ellos en las paredes haciéndo­los pedazos, y hasta el cimiento de las casas arrancaron de raíz» (ib. cp.2).

Moctezuma, hombre profundamente religioso, como guardián del reino y del culto, «quedó lleno de terror, de miedo. Y todo el mundo estaba muy temoroso. Había gran espanto y había terror. Se discu­tían las cosas, se hablaba de lo sucedido… Los padres de familia dicen: ¡Ay, hijitos míos! ¿Qué pasará con vosotros?… ¿Cómo po­dréis vosotros ver con asombro lo que va a venir sobre vosotros?… Moctezuma estaba para huir, tenía deseos de huir; anhelaba escon­derse huyendo, estaba para huir. Intentaba esconderse»… Pero los blancos barbados se aproximan más y más a Tenochtitlán, y el tla­toani «no hizo más que esperarlos. No hizo más que resignarse; dominó finalmente su corazón, se recomió en su interior, lo dejó en disposición de ver y de admirar lo que habría de sucedir» (cp.4).

Ya toda resistencia a lo que fatalmente había de suceder era inú­til. «Había vuelto Quetzalcóatl. Ahora se llamaba Hernán Cortés» (Madariaga, Cortés 27). Era el año ce áctl de la era mexicana, el 1519.

 

–Hernán Cortés (1485-1547)

Extremeño, nacido en 1485 en Medellín, de padres hidalgos, inició Cortés sus estudios en Salamanca, los dejó pronto, dicen que bachi­ller, y en 1504 se embarcó para las Indias. Escribano en Santo Domingo, dado a sus negocios, fue siempre «algo travieso con las mujeres», como dice Bernal Díaz (cp.204). Refiere Francisco Cervantes de Salazar (1513-1575), que estando Cortés un día enfermo –digamos, de un cierto mal–, soñó «que había de comer con trompetas o mo­rir ahorcado», y así lo dijo a sus amigos (Crónica de la Nueva España 2,17: Madariaga 71). Presiente extrañamente la acción y la gloria.

A los 26 años está en Cuba, como secretario del gobernador Velázquez, al mismo tiempo que cría ganado y muestra sus dotes de empresa. Alcalde de Santiago a los 33 años, siendo uno de los hombres más prósperos y mejor relacionados de la isla, se hace con el mando de una expedición autorizada –más o menos– por Velázquez, y financiada en gran parte por el propio Cortés. Recala primero en Trinidad, y el 10 de febrero de 1519, se hace a la vela hacia México con once navíos, quinientos ochenta soldados y capi­tanes, cien marineros, dieciséis caballos y diez cañones.

Bernal, soldado y compañero, describe a Cortés como alto y bien proporcionado, dando en todo señales de gran señor, «de muy afa­ble condición en el trato con todos sus capitanes y compañeros», algo poeta, latino y elocuente, «buen jinete y diestro de todas las armas», «muy porfiado, en especial en las cosas de la guerra», algo jugador y «con demasía dado a las mujeres». Era, por otra parte, hombre muy religioso. «Rezaba por las mañanas en unas Horas e oía misa con devoción. Tenía por su muy abogada a la Virgen María Nuestra Señora», y era limosnero, sumamente sufrido, el primero en trabajos y batallas, sumamente alerta y previsor (cp. 204).

El historiador franciscano Mendieta (+1604), aunque bien conocía las flaquezas de este Capitán, señala sin embargo que él fue ciertamente elegido por la Providencia divina para «abrir la puerta y hacer camino a los predicadores de su Evangelio en este nuevo mundo», en aquellos años trágicos en que media Europa, conducida por Lutero, se alejaba de la Iglesia, «de suerte que lo que por una parte se perdía, se cobrase por otra». De hecho, Lutero emprendió en 1519 su predicación contra la Iglesia, y en ese año inició Cortés la conquista de la Nueva España. También señala Mendieta otra significativa correspondencia: «el año en que Cortés nació, que fue el de 1485, se hizo en la ciudad de México [en realidad en 1487] una solemnísima fiesta en dedicación del templo mayor [el de Huichilobos], en la cual se sacrificaron ochenta mil y cuatrocientas personas» (Historia III,1).

 

–Conductor de una altísima empresa

En las Instrucciones que el Gobernador Diego Velázquezdió en Cuba a Hernán Cortés, cuando éste partía en 1518 hacia México, la finalidad religiosa aparece muy acentuada entre los varios motivos de la expedición: «Pues sabéis, le dice, que la principal cosa [por la que] sus Altezas permiten que se descubran tierras nuevas es para que tanto número de ánimas como de innumerable tiempo han es­tado e están en estas partes perdidas fuera de nuestra santa fe, por falta de quien de ella les diese verdadero conocimiento; trabajaréis por todas las maneras del mundo… como conozcan, a lo menos, fa­ciéndoselo entender por la mejor orden e vía que pudiéredes, cómo hay un solo Dios criador del cielo e de la tierra… Y decirles heis todo lo demás que en este caso pudiéredes» (Gómez Canedo 27).

Este intento estaba realmente vivo en el corazón de Cortés, que en el cabo San Antonio, antes de echarse a la empresa, arengaba a sus soldados diciendo: «Yo acometo una grande y hermosa hazaña, que será después muy famosa, que el corazón me da que tenemos de ganar grandes y ricas tierras, mayores reinos que los de nues­tros reyes… Callo cuán agradable será a Dios nuestro Señor, por cuyo amor he de muy buena gana puesto el trabajo y los dineros…, que los buenos más quieren honra que riqueza. Comenzamos gue­rra justa y buena y de gran fama. Dios poderoso, en cuyo nombre y fe se hace, nos dará victoria» (López de Gómara, Conquista p.301).

También el franciscano Motolinía considera la conquista como guerra justa y buena, sin que por ello apruebe los excesos que en ella se hubieran dado. Así, en su carta a Carlos I, en 1555, defen­diendo contra las acusaciones de Las Casas el conjunto de lo he­cho, recuerda al Emperador que los mexicanos «para solenizar sus fiestas y honrar sus templos andaban por muchas partes haciendo guerra y salteando hombres para sacrificar a los demonios y ofrecer corazones y sangre humana; por la cual causa padecían muchos inocentes, y no parece ser pequeña causa de hacer guerra a los que ansí oprimen y matan los inocentes; y éstos con gemidos y clamo­res clamaban a Dios y a los hombres ser socorridos, pues padecían muerte tan injustamente, y esto es una de las causas, como V. M. sabe, por la cual se puede hacer guerra».

Es ésta una doctrina del padre Vitoria, como ya vimos en este blog (469), formu­lada en 1539. En nuestra opinión, es hoy ésta la razón que se es­tima más válida para justificar la conquista de América. Actualmente las naciones, según el llamado deber de injerencia, se saben le­gitimadas para entrar y sujetar a un pueblo que hiciera guerras pe­riódicas para someter a sus vecinos y procurarse víctimas rituales, y que sacrificara anualmente a sus dioses decenas de miles de prisione­ros, esclavos, mujeres y niños.

 

–Primera misa en Cozumel

Cortés y los suyos, llegados a la isla de Cozumel, en la punta de Yucatán, en su primer contacto con lo que sería Nueva España, visi­taron un templo en el que estaban muchos indios quemando resina, a modo de incienso, y escuchando la predicación de un viejo sacer­dote. Allá estuvieron mirándolo, cuenta Bernal Díaz, a ver en qué paraba «aquel negro sermón»…

Melchorejo le iba traduciendo a Cortés, que así supo que «predicaba cosas malas». Se reunió entonces el Capitán con los principales y por el intérprete les dijo «que si habían de ser nues­tros hermanos que quitasen de aquella casa aquellos sus ídolos, que eran muy malos y les hacían errar, y que no eran dioses, sino cosas malas, y que les llevarían al infierno sus ánimas. Y que pu­siesen una imagen de Nuestra Señora que les dio, y una cruz. Y se les dijo otras cosas acerca de nuestra santa fe, bien dichas».

El papa, sacerdote, y los caciques respondieron que adoraban «aquellos dioses porque eran buenos, y que no se atrevían ellos hacer otra cosa, y que se los quitásemos nosotros, y veríamos cuánto mal nos iba de ello, porque nos iríamos a perder en la mar». No conocían a Cortés, al decir esto. «Luego [inmediatamente] Cortés mandó que los despedazásemos y echásemos a rodar unas gradas abajo, y así se hizo. Y luego mandó traer mucha cal, y se hizo un altar muy limpio» donde pusieron una cruz y una imagen de la Virgen, «y dijo misa el Padre que se decía Juan Díaz, y el papa y cacique y todos los in­dios estaban mirando con atención» (Historia cp.27).

Métodos apostólicos tan expeditivos –¡y tan arriesgados!– se mostraron sumamente eficaces para manifestar a los naturales la absoluta vanidad de sus ídolos. Recuerdan los procedimientos mi­sioneros empleados en las Galias por San Martín de Tours (+397), o en la Germania pagana por San Wilibrordo (+739) y sus compañeros, cuando, con el mismo fin, destruyeron santuarios paganos, talaron árboles sagrados y se atrevieron a bautizar en manantiales que los peganos tenían por lugares santos. Tiene razón Madariaga cuando dice que «no hay quien lea este episodio sin sentir la fragancia de la nueva fe: la madre y el niño, símbolos de ternura y debilidad, en vez de los sangrientos y espantosos dioses» (133). En Cozumel se inició la evangelización de México. Gracias a Hernán Cortés.

 

–Tabasco y la victoria de la Virgen

El 12 de marzo de 1519 Cortés y los suyos fondean en Tabasco, al oeste de Yucatán, y a los requerimientos y teologías de los españoles, los indios res­ponden esta vez con una lluvia de flechas. Los estampidos de las armas españolas y sus caballos les hicieron cambiar de opinión, y también, según López de Gómara, la intervención de Santiago após­tol a caballo, que el bueno de Bernal Díaz pone en duda con ironía (cp.34).

Ya en tratos de paz, Cortés les pide a los indios dos cosas: la primera, que vuelvan a las casas los que huyeron, como así se hizo; y «lo otro, que dejasen sus ídolos y sacrificios, y respondieron que así lo harían». En seguida, Cortés les habló del Dios verdadero, de la santa fe, de la Virgen, «lo mejor que pudo». Los de Tabasco se declararon dispuestos a ser vasallos de Carlos I, y ofrecieron pre­sentes de oro y veinte mujeres, entre ellas Doña Marina, que, con otros, se bautizó. Ella conocía la lengua de Tabasco y la de México. Finalmente, se hizo un altar, y los indios, muy atentos, vieron cómo aque­llos guerreros barbudos vestidos de hierro adoraban una cruz de madera, hacían procesión con ramos festivos, y se arrodillaban ante «una imagen muy devota de Nuestra Señora con su hijo pre­cioso en los brazos; y se les declaró que en aquella santa imagen reverenciamos, porque así está en el cielo y es Madre de Nuestro Señor Dios». Al lugar se le puso el nombre de Santa María de la Victoria (Bernal, cp.36).

Todo esto llegaba a oídos de Moctezuma, el cual «despachó gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era el que venía», y a sus mensajeros les instruyó con cuidado: «veis aquí es­tas joyas que le presentaréis de mi parte, que son todos los atavíos sacerdotales que a él le convienen» (Sahagún 12,3-4). El tlatoani az­teca «no podía comer ni dormir», y envió hechiceros que probaran con los españoles sus poderes y sortilegios, pero todo fue inútil. Entonces «comenzó a temer y a desmayarse y a sentir gran angustia» (12,6-7). Poco después, los españoles se hacen a la mar, siempre hacia México, llegan a San Juan de Ulúa, fundan Villa Rica de la Vera Cruz. Nombre definitivo: Veracruz, puerto y puerta de entrada en la Nueva España.

 

–Cempoala y los calpixques aztecas

Llega un día a los españoles una embajada de totonacas, con ofrendas florales y obsequios, enviada por el cacique gordo de Cempoala –así llamado en las crónicas–. El cacique en seguida, «dando suspiros, se queja reciamente del gran Moctezuma y de sus gobernadores», y Cortés le responde que tenga confianza: «el em­perador don Carlos, que manda muchos reinos, nos envía para des­hacer agravios y castigar a los malos, y mandar que no sacrifiquen más ánimas; y se les dio a entender otros muchas cosas tocantes a nuestra santa fe» (Bernal cp. 45). (Seguimos comprobando lo que dije en: (477) Capitanes y soldados, primeros evangelizadores). 

Pero el cacique gordo y los suyos estaban aterrorizados por los aztecas, y «con lágrimas y suspiros» contaban cómo «cada año les demandaban muchos hijos e hijas para sacrificar, y otros para ser­vir en sus casas y sementeras; y que los recaudadores [calpixques] de Moctezuma les tomaban sus mujeres e hijas si eran hermosas, y las forzaban; y que otro tanto hacían en toda aquella tierra de la lengua totonaque, que eran más de treinta pueblos».

En estas conversaciones estaban cuando llegaron cinco calpix­ques de Moctezuma, y a los totonacas «desde que lo oyeron, se les perdió la color y temblaban de miedo». Pasaron, majestuosos, ante los españoles aparentando no verlos, comieron bien servidos, y exigieron «veinte indios e indias para sacrificar a Huichilobos, por­que les dé victoria contra nosotros» (cp.46). Cortés, ante el espanto de los totonacas, mandó que no les pagaran ningún tributo, más aún, que los apresaran inmediatamente.

Cuando lo hicieron, en se­guida se difundió la noticia por la región, y «viendo cosas tan mara­villosas y de tanto peso para ellos, de allí en adelante nos llamaron teúles, que es dioses, o demonios» (cp.47). Entonces los totonacas, con el mayor entusiasmo, resolvieron sacrificar a los recaudadores; pero Cortés lo impidió, poniendo a éstos bajo la guardia de sus sol­dados. Y por la noche, secretamente, liberó a dos de ellos, para que contasen lo sucedido a Moctezuma, y le asegurasen que él era su amigo y que cuidaría de los tres calpixques restantes…

El terror que los guerreros y recaudadores aztecas suscitaban en todos los pueblos sujetos al imperio de Moctezuma era muy grande. De ahí que la acción de Cortés, sujetando a los calpixques en humillantes colleras que los totonacas tenían para sus esclavos, fue la revelación de una verdadera libertad posible.

 

–Murmuraciones y temores

Acercándose ya a Tlaxcala, algunos soldados que en Cuba ha­bían dejado haciendas, metidos más y más en el corazón de México, temiendo por sus propias vidas, comenzaron a murmurar en corrillos, recordando que habían ya perdido 55 compañeros desde que iniciaron la expedición. Aunque reconocían que Dios hasta ahora les había ayudado, pensaban «que no le debían tentar tantas veces», sino que convenía regresar a Veracruz y replegarse en el territorio totonaca, al menos hasta que Velázquez les enviara refuerzos. Finalmente, todo esto se lo dijeron a Cortés abiertamente.

«Y viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, les res­pondió muy mansamente», y después de recordar las grandes ha­zañas cumplidas entre todos, con él siempre en la vanguardia –lo que era innegable–, les añadió: «He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues Nuestro Señor fue servido guardarnos, tu­viésemos esperanza que así había de ser adelante; pues desde que entramos en la tierra en todos los pueblos les predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos de deshacer sus ídolos. Encaminemos siempre todas las cosas a Dios y seguirlas en su santo servicio será mejor… [Él ] nos sostendrá, que vamos de bien en mejor». Por otra parte, si retrocedieran, Moctezuma «enviaría sus poderes mexicanos contra ellos [contra los totonacas], para que le tornasen a tributar, y sobre ellos darles guerra, y aun les mandara que nos la den a nosotros» (ib. cp.69).

No había otra, sino seguir adelante.

 

–Tlaxcala

Extrañamente los tlaxcaltecas, deponiendo su primera actitud be­licosa, pronto vinieron a paz con los españoles, y se hicieron sus mejores aliados, en buena parte porque ya no querían soportar más el yugo de los aztecas. Los caciques principales le dijeron a Cortés que, de cien años a esta parte, ellos estaban empobrecidos, arruinados y aplastados por el poder mexicano, sin sal siquiera para comer, pues Moctezuma no les daba opción para salir a con­seguir nada (Bernal cp.73). Y así estaban todas las provincias, tributándole «oro y plata, y plumas y piedras, y ropa de mantas y algodón, e in­dios e indias para sacrificar y otras para servir; y que es tan gran señor que todo lo que quiere tiene, y que en las casas que vive tiene llenas de riquezas y piedras y chalchiuis [piedras verdes], que ha robado y tomado por fuerza, y todas las riquezas de la tierra es­tán en su poder» (cp.78).

También allí Cortés, después de tranquilizarles, realizó sus acos­tumbradas misiones populares: exposición de la fe, derribo de los ídolos, instalación de la cruz y de la Virgen Madre «con su pre­cioso hijo», misa, bautismos, y prohibición absoluta de sacrificios ri­tuales y comer carne humana.  Y sigue Bernal Díaz:

«Hallamos en este pueblo de Tlaxcala ca­sas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que te­nían dentro encarcelados y a cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar: las cuales cárceles las quebramos y deshi­cimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban ir a cabo ninguno, sino estarse allí con no­sotros, y así escaparon las vidas; y de allí en adelante en todos los pueblos que entrábamos lo primero que mandaba nuestro capitán eran quebrarles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras los tenían» (cp.78).

Eran estas cárceles de dos clases: el cuauhcalli, jaula o casa de palo, y el pe­tlacalli o casa de esteras. Con estas acciones Cortés hacía efectivas aquellas palabras que había dicho al cacique de Cempoala: que los españoles habían venido a las Indias «a desfacer agravios, favore­cer a los presos, ayudar a los mezquinos y quitar tiranías» (López de Gómara, Conquista 318).

 Cholula, México

–Guerra en Cholula

Diecisiete días llevaban en Tlaxcala, y había que ir pensando en continuar hacia México. Pero de nuevo comenzaron las murmura­ciones entre algunos soldados, pues les parecía, dice Bernal Díaz, «que era cosa muy temerosa irnos a meter en tan fuerte ciudad siendo nosotros tan pocos». Los más fieles de Cortés «le ayudamos de buena voluntad con decir “¡adelante en buena hora!”. Y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenían en Cuba haciendas, que yo y otros pobres soldados ofrecido teníamos siem­pre nuestras ánimas a Dios, que las crió, y los cuerpos a heridas y trabajos hasta morir en servicio de Nuestro Señor Dios y de Su Majestad» (Bernal cp.79). Y emprendieron la marcha.

Los tlaxcaltecas, cuando vieron a los españoles decididos a se­guir hasta México, les pusieron muy sobre aviso contra las corte­sías y traiciones de Moctezuma, que no se fiaran en nada, y tam­bién intentaron persuadirles de que no fueran por Cholula, porque allí «siempre tiene Moctezuma sus tratos dobles encubiertos» (cp.79). Sin embargo, el 13 de octubre de 1519 la pequeña armada de Cortés se encaminó hacia Cholula, acompañados por unos 500 cempoaleses y unos 6.000 tlaxcaltecas, que hubieran querido ir muchos más, pues eran enemigos feroces de los cholultecas.

Cholula, con sus centenares de teocalis, venía a ser un centro re­ligioso de suma importancia, y allí estaba precisamente el gran teo­cali dedicado a Quetzalcóatl. También allí Cortés y los suyos hicie­ron a su modo las misiones populares acostumbradas. Reunidos todos los caciques y papas, «se les dio a entender muy claramente todas las cosas tocantes a nuestra sante fe, y que dejasen de ado­rar ídolos y no sacrificasen ni comiesen carne humana, ni usasen las torpedades que solían usar, y que mirasen que sus ídolos los traen engañados y que son malos y que no dicen verdad, y que tu­viesen memoria que cinco días había las mentiras que les prometió, que les daría victoria cuando le sacrificaron las siete personas, y que les rogaba que luego les derrocasen e hiciesen pedazos» (cp.83).

Como otras veces, el mercedario padre Olmedo hubo de moderar los ímpetus de Cortés contra los ídolos, haciéndole ver que «al presente bastaban las amonestaciones que se les ha hecho y ponerles la cruz». Y ahí quedó la cosa, pero no sin antes quebrar y abrir las casas-jaula, «que hallamos que estaban llenas de indios y muchachos en cebo, para sacrificar y comer sus carnes. Les mandó Cortés que se fuesen adonde eran naturales», y amenazó duramente a los chololtecas que no hicieran más sacrificios ni co­mieran carne humana.

Así las cosas, pronto supieron los españoles que los chololtecas, por mandato de Moctezuma, tramaban una celada para matarles. Reunió entonces Cortés a los caciques, y les mostró que sabía lo que preparaban: «Tales traiciones, mandan las leyes reales que no queden sin castigo». En efecto, el castigo fue una gran matanza.

«Estas fueron –escribe Bernal– las grandes crueldades que es­cribe y nunca acaba de decir el obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, porque afirma [en la Brevísima Relación] que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo, y porque se nos an­tojó, se hizo aquel castigo… siendo todo al revés, y no pasó como lo escribe». Y añade: «Unos buenos religiosos franciscanos fueron a Cholula para saber e inquirir cómo y de qué manera pasó aquel castigo…, y hallaron ser ni más ni menos que en esta relación es­cribo, y no como lo dice el obispo. Y si por ventura no se hiciera aquel castigo, nuestras vidas estaban en mucho peligro…, y que si allí por nuestra desdicha nos mataran, esta Nueva España no se ganara tan presto» (cp.83; +J. L. Martínez, mexicano, Cortés 232-236).

El mestizo mexicano Diego Muñoz Camargo (1528-1600), en su Historia de Tlaxcala, al comen­tar estos sucesos, señala que «tenían tanta confianza los cholulte­cas en su ídolo Quetzalcohualtl que entendieron que no había poder humano que los pudiese conquistar ni ofender, antes [querían] acabar a los nuestros en breve tiempo, lo uno porque eran pocos, y lo otro porque los tlaxcaltecas los habían traído allí por engaño [dato erróneo] a que ellos los acabaran».

La matanza y la destrucción de aquellos ídolos teni­dos por invencibles hizo «correr la fama por toda la tierra hasta México, donde puso horrible espanto». En tal ocasión todos «quedaron muy enterados del valor de nuestros españoles. Y desde allí en adelante no estimaban acometer mayores cosas, todo guiado por orden divina, que era Nuestro Señor servido que esta tierra se ganase y rescatase y saliese del poder del demonio» (II,5).

En el artículo próximo llegamos ya a Tenochtitlán – México capital.

Con el favor de Dios.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

 

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