Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -1B

 (La primera parte de este capítulo fue publicada como 1A).

LA HUMILDAD DE LA SUMISIÓN

Para los académicos católicos, su protección infalible, como sabemos, es la obediencia a la autoridad docente de la Iglesia y la disposición a someter sus conclusiones a su juicio. Siempre que estén dispuestos a hacer esto y que reconozcan que, a pesar de su inteligencia y cultura, ellos no son las autoridades finales en materia de fe, o para decidir hasta dónde y de qué manera una rama particular de investigación que entra en contacto con la fe y la moral debe ser llevada a cabo, ellos están seguros.

Una parte del misterio de la Iglesia es que Dios, al diseñarla y al arreglar cómo Su verdad debe ser transmitida, hizo que los filósofos griegos, o cualquiera que se les pareciera, se subordinaran a pescadores galileos. Los tres Sabios [los Reyes Magos] inclinándose ante la Divina Sabiduría que se hizo visible como un bebé proporcionaron un prototipo. Un Papa o un obispo pueden ser eruditos personalmente, pero su conocimiento no añade nada a su autoridad. Su autoridad para juzgar las ideas de incluso el pensador más brillante proviene únicamente del hecho de que él es un sucesor de uno de los apóstoles de clase trabajadora y poco instruidos de Nuestro Señor. (San Pablo, el “graduado universitario", fue traído más tarde, pero sólo después de una gran dosis de humillación).

El propósito detrás de este plan no es difícil de ver. Todo en los designios de Dios está dirigido a mantenernos pequeños en nuestra propia estima, ya que éste es el único camino hacia el Reino de los Cielos, y nadie necesita más ayuda en este asunto que los hombres y mujeres con dotes intelectuales. (Sobre la entrada de cada universidad católica bien podrían estar grabadas las palabras de Santa Teresa de Lisieux: “Dios no necesita ningún instrumento humano, y mucho menos a mí"). Pero es un plan que los inteligentes no encuentran fácil de aceptar naturalmente. Con fe lo hacen: pero a medida que la fe declina, comienza a pegarse en la garganta. Entonces, en lugar de verse a sí mismos como servidores de Cristo y de Su Cuerpo Místico, sin darse cuenta se convierten en servidores de los poderes de este mundo —como lo hizo Occam cuando huyó de Aviñón a la corte de Luis de Baviera— o de sus propias carreras.

Uno de los aspectos menos atractivos de los teólogos que se han hecho famosos desde el Concilio es, creo, su monstruosa vanidad y egoísmo. Su infidelidad es, por supuesto, peor, pero no es tan instantáneamente repulsiva. La confusión y el desconcierto en los que han sumido a los humildes y simples, y el gran número de personas a las que han hecho abandonar la fe por completo, los dejan claramente fríos: mientras puedan escribir lo que quieran y hacerse una reputación para sí mismos, aparentemente nada les preocupa. Si unos médicos se hubieran comportado así, dejando atrás un rastro de cadáveres y de inválidos, no se habrían ganado una reputación sino infamia.

Pero es que los teólogos revolucionarios no aceptan el plan de Dios para la Iglesia. Habiendo entrado el mundo en la era del experto, ellos creen que el académico o teólogo debe ocupar en la Iglesia el mismo lugar que el científico espera ocupar eventualmente en la sociedad secular: dirigirla. Éste es el gran sueño y el engaño de los teólogos revolucionarios: también, dicho sea de paso, de los científicos y los intelectuales seculares. Los verdaderos intelectuales casi nunca gobiernan, excepto brevemente en períodos de desastre y caos. La propia naturaleza de sus dones los incapacita para ello. Los pensadores que también son gobernantes naturales, como Calvino y Lenin, son rarezas (gracias a Dios) y el mundo suele suspirar de alivio cuando se marchan.

LAS VERDADES DEBEN PERMANECER INTACTAS

Un segundo hecho que los eruditos en la Iglesia están tentados a perder de vista es que la Revelación es diferente a otros tipos de conocimiento; que siendo un cuerpo de verdad que viene directamente de Dios, completo y absolutamente cierto, tiene que mantenerse intacto. No es una mole de información adquirida de forma natural, a la que continuamente se le agregan cosas y que tiene que ser revisada repetidamente para que cualquier error que se haya infiltrado pueda ser descartado. (El significado del desarrollo de la doctrina y las renovaciones periódicas de la teología —esos temas de los que tanto se abusa—​- no se puede discutir aquí, pero no altera lo que acabo de decir). Ésta es la razón por la que los teólogos y académicos católicos, por mucho que lo anhelen, no pueden disfrutar de la libertad académica reivindicada por los académicos que se ocupan de cosas puramente naturales.

En este punto, el académico católico está expuesto a otra tentación; esta vez no de orgullo o egoísmo, sino de temor a sus colegas no católicos: a la ceja levantada, a la risita divertida en la reunión de expertos o en la sala de profesores de la universidad. “Oh. Le pido disculpas, Padre, me olvidaba de que tiene que pedirle permiso al Papa antes de aceptar eso…” El Padre, en lugar de responder que está feliz de someter sus ideas sobre cualquier tema relacionado con la fe y la moral al Papa, ya que si Dios ha hecho una Revelación, obviamente ésta tiene que ser protegida de los vaivenes de la opinión humana, se marchita interiormente. ¿Por qué él debería tener en cuenta a un montón de italianos en Roma que no saben nada de ciencia? Qué agobio es tener que cargar la fe sobre uno mismo en estos ambientes académicos civilizados, como un baúl viejo y destartalado lleno de ropa gastada.

Si los académicos católicos van a permanecer fieles hoy, van a necesitar una formación extra-fuerte en el desapego del respeto humano.

La Revelación se diferencia de otros tipos de conocimiento también de otra manera. En los estudios seculares, la inteligencia y el trabajo duro son mayormente suficientes. Los defectos de carácter y la falta de fe ciertamente no están exentos de consecuencias. El ateísmo y la imperiosidad de Freud, por ejemplo, evidentemente lo cegaron a muchas cosas que le habrían parecido obvias a un tipo diferente de hombre. Sin embargo, los dones y cualidades naturales por sí solos pueden lograr resultados sorprendentes. Pero para el estudio y la comprensión adecuada de la teología católica, la Sagrada Escritura y la historia de la Iglesia son necesarias otras cosas.

(ESTE CAPÍTULO CONTINUARÁ).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-1.htm (versión del 05/03/2019).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.


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2 comentarios

  
Cos
Muy bueno.
28/11/21 8:29 PM
  
Norberto E.
"...apóstoles de clase trabajadora y poco instruidos", poco, según se mire, porque los Apóstoles fueron instruidos en la Torah, como todos los hebreos/as, desde su más tierna infancia, repitiendo de memoria pasajes enteros, aprendiendo a leer y escribir con la Torah: "Shemá Israel ,IHVH Eloeinu, IHVH Ejad", los Salmos, los Profetas, etc., etc.
Poco instruidos, académicamente, sí, no eran escribas ni doctores de la Ley, pero ignorantes y analfabetos, no.
29/11/21 7:29 PM

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