El Holodomor de los ucranianos (3-3)
Los negacionistas del Holodomor lo tienen fácil porque no hay registros, ni fotos, ni documento alguno. Los soviéticos se ocuparon de borrar el rastro de tal manera que los historiadores actuales tienen que hacer cálculos a base de las estadísticas de años anteriores y posteriores al suceso, de ahí que las cifras bailen entre cuatro o seis millones de personas. Tampoco la desclasificación de la documentación después de la Caída de la URSS ha arrojado mucha más luz porque si Krushev -que fue uno de los enviados a Ucrania para sustituir a las depuestas autoridades- dice que no los contaron es que no lo hicieron, lo que podría tener relación con el famoso censo de 1937, que costó la vida a los integrantes del Instituto de Estadísticas, porque no salían las cuentas al gusto del Politburó. No lo pusieron fácil para que se supiera la verdad y es asombroso como desparecen millones de personas de un censo sin que nadie las eche en falta.

Esta cárcel y estos hierros, en que el alma está metida son a veces duros y crueles. Y no sólo por razón del cuerpo -con perdón del platonismo teresiano- sino también por la misma realidad que cruelmente se nos impone.
Nunca sabremos cuántos campesinos ucranianos murieron en las hambrunas de Stalin de principios del decenio de 1930. Como recordó Nikita Khrushchev más tarde “nadie llevó la cuenta”. En un escrito de mediados de los años 80, el historiador Robert Conquest nos da una tasa de mortalidad de alrededor de seis millones, un cálculo no tan incompatible con una investigación posterior (los escritores del Libro Negro del Comunismo (1999) estiman un total de cuatro millones solo en 1933).






