8.12.16

Hacia la meseta tibetana…

Hace varios años leí por primera vez la hermosa carta que mi patrono, San Francisco Javier, nos legara para la posteridad y que la Iglesia lee cada año en su fiesta:

 

“En estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa (…)  y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!». ¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India»[1].

 

Confieso que más de una vez llegué a emocionarme y hasta me sentí “culpable” de mi vocación intelectual, de profesor, de predicador, etc… Pero en fin: cada alma tiene un “secreto” con el Señor, y como Dios no es comunista, a todos da dones e inclinaciones distintas.

Pues bien; desde hace un tiempo, uno de mis mejores amigos, el Padre Federico, un “loco lindo”, me viene insistiendo para que lo acompañe un tiempo en la misión que la Iglesia le ha encomendado en los remotos lugares de la meseta tibetana, en el norte de la India, junto a Nepal y a un par de horas del Himalaya y del Tíbet histórico. ¿Qué hace allí? Basta con ver su blog o descargar este powerpoint.

Aprovechando mis vacaciones estivales (en Sudamérica) y gracias a la gran generosidad de un donante, hacia allí he decidido dirigirme hace un par de días como si me encaminara a una aventura; no serán días de descanso (¿existen realmente para un sacerdote?) sino de intenso trabajo apostólico para ayudar durante al menos un mes a sembrar la semilla del Evangelio en estos pueblos paganos.

Chino no sé; nepalí tampoco, pero en inglés podré arreglármelas, si Dios quiere.

Ya estoy en viaje.

Si se dan las condiciones (son más que precarias), trataré de escribir alguna crónica.

Voy contento; contentísimo, recordando aquello que decía mi santo patrono: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India».

Pido oraciones por esta aventura.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

 

 



[1] De las cartas de san Francisco Javier, presbítero, a san Ignacio. (De la Vida de Francisco Javier, escrita por H. Tursellini, Roma 1956, libro 4, cartas 4 [1542] y 5 [1544])

3.12.16

1.12.16

Fidel Castro y la conferencia de la Dra. Hilda Molina

Hace un par de años, tuve la gracia de conocer a la Dra. Hilda Molina, médica cubana exiliada en Argentina y gran defensora -en sus orígenes- de Fidel Castro.

Fue en el marco de una conferencia dictada en San Rafael, Mendoza.

En su momento ofrecí en este portal el audio de una conferencia maravillosa (y larga, para los impacientes).

Vale la pena ahora, que se dice de todo un poco sobre el difunto tirano, oírla con atención. No tiene desperdicio para, 

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

30.11.16

Murió Castro: la batalla continúa

Murió Castro: la batalla continúa

Dr. Mario Caponnetto

 

 

 

Fidel Castro ha muerto. Rezamos por su alma. Pedimos que la infinita misericordia de Dios, a quien negó, del que abominó y cuyo Santo Nombre procuró, en vano, desterrar del alma y de la tierra de los hombres que padecieron el yugo de su tiranía, le haya finalmente alcanzado. Pedimos, fervientemente, que esa absolución que con tanta arrogancia exigió a la historia -y que ésta le negará para siempre- le haya sido otorgada por el Señor de la Historia.

En estos días de su muerte se han dicho y escrito multitud de cosas, casi todas disparatadas e insensatas, salvo escasas excepciones. Reléveme el lector de intentar cualquier antología de tales dichos; convengo, por cierto, en que esa antología resultaría, a la postre, un acabado muestrario de la estupidez, la hipocresía y la perversidad del mundo contemporáneo. Pero quede el intento en otras manos y en otros ánimos. El mío, mi ánimo, va por otro lado. Personalmente la muerte de Castro ha reavivado recuerdos, ya muy lejanos en el tiempo, pero siempre presentes con una presencia a flor de piel como la de un dolor o la de un amor que no pasa.

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29.11.16