La curación del leproso samaritano pero agradecido
En el domingo de hoy (según la “forma extraordinaria” o “tradicional” del rito romano), se lee el texto de San Lucas (Lc 17,11-19).
“Siguiendo su camino hacia Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, diez hombres leprosos vinieron a su encuentro, los cuales se detuvieron a la distancia, y, levantando la voz, clamaron: “Maestro Jesús, ten misericordia de nosotros”. Viéndolos, les dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes”. Y mientras iban quedaron limpios. Uno de ellos, al ver que había sido sanado, se volvió glorificando a Dios en alta voz, y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús dándole gracias, y éste era samaritano. Entonces Jesús dijo: ¿No fueron limpiados los diez? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese a dar gloria a Dios sino este extranjero?”. Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado”.
Durante la misa que estamos celebrando, luego de la Epístola, el pueblo fiel y el sacerdote dicen:
- “Deo gratias”
- Es decir: demos gracias a Dios
Y lo mismo decimos en el prefacio:
- “Gratias agamus Domino Deo Nostro”.
- “Dignum et iustum est”
El latín es madre de muchas lenguas: español, italiano, francés, portugués, etc. Pero sólo en español y en italiano se mantiene la palabra “gracia/s”, para mencionar tanto el don gratuito infundido por Dios en el alma para nuestra santificación y el agradecimiento por un bien recibido.
Por ejemplo: en inglés, para agradecer decimos “thanks”, pero para hablar acerca de la gracia de Dios, decimos “grace”.
En francés, “merci” se dice para agradecer, pero “grace” para hablar de la gracia de Dios.
En alemán, “Danke” pero, para hablar de la gracia divina, “die Gnade” (voll der Gnade).
En español simplemente respondemos con la palabra “gracias” cuando recibimos un favor de alguien, es decir, deseándole a esa personas, justamente, que Dios le conceda las gracias que necesita. Y a esto lo hacen hasta los ateos que hablan nuestra lengua sin saber que están usando una palabra completamente católica al decir simplemente “gracias”, je!
Pues de esto trata el evangelio de hoy. De los dones recibidos y de dar gracias a Dios.
¿Cuál es el contexto?
El contexto está en el mismo capítulo que leímos; en el Cap 17 de San Lucas, versículo 7.
Jesús narra una parábola:
«¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: “Pasa y ponte a la mesa?¿No le dirá más bien: “Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado?”.
E inmediatamente después de esto, sucede lo de los diez leprosos.
Diez leprosos…, en medio de Samaría; entre Galilea y Judea. Entre Nazaret y Jerusalén.
Los leprosos gritan desde lejos al Señor.
¿Por qué? Pues porque estaban avergonzados por su impureza.
En tiempos de Cristo muchos creían que esa tremenda enfermedad era consecuencia de sus pecados y pensaban que también Jesús los rechazaría.
De hecho, ni se acercan; de lejos gritan:
“¡Jesús, maestro, ten misericordia de nosotros!”.
Quizás, recordando el salmo 145 que dice: “El Señor está cerca de los que le invocan sinceramente”.
Porque Dios siempre está cerca del que pide con humildad, como el publicano del templo, pero lejos, lejísimos de un corazón arrogante…
Y los leprosos lo invocan como a un Dios, no como a un hombre o a un mero “gurú” o “sanador”.
Saben que Cristo tiene el poder de sanar y de hacer milagros; porque sólo Dios puede hacer nuevas todas las cosas; sólo Dios puede sanar de un momento a otro no sólo nuestros cuerpos sino, sobre todo, nuestras almas.
Sólo Dios puede sanar al resentido, al que tiene bronca, al que no puede perdonar, al que no puede perdonarse. “Basta con que uno abra un poco la puerta, que al resto lo hace Él”, decía el santo cura de Ars.
Y por eso Jesús los sana. Porque lo invocan sinceramente.
Pero inmediatamente les dice que vayan a presentarse a los sacerdotes.
¿Por qué?
Porque así lo prescribía la Ley de Moisés, en acción de gracias, como se lee en el libro del Levítico, capítulo 14
“El Señor habló a Moisés, diciendo: Esta será la ley del leproso en los días de su purificación. Será llevado al sacerdote, y el sacerdote saldrá fuera del campamento. El sacerdote lo examinará, y si la infección ha sido sanada el sacerdote mandará tomar dos aves vivas y las sacrificará”.
Los diez leprosos quedaron sanos; sí. Pero sólo uno regresó a agradecerle al Señor; uno que ni siquiera era judío, sino samaritano, es decir, alguien extranjero y hasta con una Fe herética para los judíos.
Por eso dice Cristo:
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?. Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»
Cristo había sanado el cuerpo de los otros leprosos, pero ahora a este samaritano le salva también el alma, porque creyó y agradeció a Dios.
Eso hace Dios con un corazón agradecido: no sólo lo sana en el cuerpo, sino en el alma.
Por eso, hoy podemos preguntarnos: ¿cuántos beneficios hemos recibido que no agradecemos? ¿cuánto debemos dar gracias a Dios por los dones recibidos y que a veces olvidamos?
Demos gracias a Dios entonces, siendo conscientes, de:
- El don de la redención: Dios nos ha creado, nos ha redimido, nos ha hecho cristianos. No somos musulmanes, no somos budistas, no somos ateos, no somos protestantes. Somos pecadores, pero pecadores católicos.
Estamos, por pura gracia de Dios, en la Fe que él nos ha enseñado, en la única Iglesia verdadera, la católica. Y eso es, por un lado, un don enorme pero, por otro, una responsabilidad tremenda. Y debemos dar gracias a Dios cada día por ello.
- En segundo lugar, Dios nos ha dado la vida y, por ende, hay que no sólo cuidarla sino aprovecharla para llegar al cielo. Si pasamos por esta vida y no intentamos con todas nuestras fuerzas ser santos, hemos perdido todo y seremos los más infelices de los hombres.
Recordémoslo: estamos en esta vida para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y, por medio de esto, salvar el alma, que es lo único que importa. El resto se acaba pronto…
- Debemos también dar gracias a Dios porque nos permite, cuando estamos en gracia de Dios, alimentarnos con Su Cuerpo y con Su Sangre, verdadera comida y verdadera bebida. ¡y jamás debemos acostumbrarnos a la comunión sin tener conciencia de lo que estamos recibiendo!
- Agradecer también por el bien que nos permite hacer y por el bien que recibimos a diario.
Es decir, vivir agradecidos, como el leproso samaritano.
Dice San Pablo: “Dad gracias en todo momento, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” 1 Tes 5,18.
Desde hoy entonces, intentemos usar esta expresión, consciente o inconscientemente: “demos gracias a Dios”, para que todo el mundo no sólo vea que intentamos ser hijos agradecidos sino que también, para quienes nos oigan, tengan la posibilidad de alabar, bendecir y adorar al Dios que vino a sanar nuestras heridas y sólo quiere nuestros pecados para perdonarlos y llevarnos al Cielo, si es que nosotros lo ayudamos en la empresa.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
San Francisco, 7 de Septiembre de 2025
3 comentarios
¡¡Gracias a Dios por crearnos y sostenernos!!
Las reacciones más frecuentes suelen ser:
-Nada.
-Incomodidad.
Es decir se beneficia uno sin preguntarse por el benefactor o se siente uno incómodo porque no puede pagar, es decir no hay reciprocidad.
El refrán "El que no es agradecido no es bien nacido" refleja muy bien esto.
Yo he visto llegar a dos personas, a las que no se les avisó y no sé si se enteraron por las necrológicas de los periódicos, al entierro de mi padre. Nadie las esperaba porque llevabámos muchos años sin verlas y vivían en otras ciudades, pero, cuando las vi, entendí por qué estaban allí a pesar de los años transcurridos y rompí a llorar.
Parece asombroso que tras una curación de lepra se vaya uno sin volver la vista atrás y sin preguntarse quién era la persona que les curó, cuando, en realidad, el descubrimiento de esa Persona (y aquí ya hablo de Jesucristo) fue más importante que la curación misma.
Generalmente el que hace una buena acción espera agradecimiento, pero puede esperar en balde si el beneficiado no es bien nacido y allí solo el samaritano lo era.
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