Louise Félicie Gimet: ¿un caso perdido?

Acaban de cumplirse 150 años de la sangrienta insurrección de 1871, más conocida como la “Comuna de París”. Con este motivo un grupo de católicos franceses organizó una procesión pública el pasado 30 de mayo, para recordar a las víctimas asesinadas por los revolucionarios. Sorpresivamente un grupo de activistas de extrema izquierda interrumpió con violencia la manifestación, casi con el mismo odio a la fe de sus ideólogos antecesores… pero al menos por esta vez, no pudieron pasar a mayores, gracias a la protección policial (https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=40693). Vaya este artículo para dar a conocer la vida y muerte de un personaje totalmente ignorado de la Comuna: Louise Félicie Gimet: ¿un caso perdido?

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE


Louise Félicie Gimet: ¿un caso perdido?

Por la Hna. Marie de la Sagesse Sequeiros

En cuarenta años…

Durante la noche del 19 de julio de 1830, la Santísima Virgen se apareció por primera vez a una joven novicia, Catalina Labouré, en la capilla de las Hijas de la Caridad de la rue du Bac, en el corazón de París. En aquella ocasión, Nuestra Señora le profetizó grandes castigos para la nación, a corto y mediano plazo: “Los tiempos son muy malos. Las desgracias caerán sobre Francia. El trono será derrocado (en efecto, diez días después, se produjo la abdicación del rey Carlos X), el mundo entero será perturbado por desgracias de todo tipo (…) Entre el clero de París habrá víctimas, Monseñor el arzobispo morirá. La cruz será despreciada, arrojada por tierra, abrirán de nuevo el costado de Nuestro Señor; las calles estarán llenas de sangre, el mundo entero estará sumido en la tristeza…” Estremecida sor Catalina pensó: “¿Cuándo llegará esto?” y escuchó: “En cuarenta años”.

Efectivamente, no pasaría esa generación sin ver las calamidades desatadas contra “la Hija Mayor de la Iglesia”. Ni un día más, ni un día menos, el 19 de julio de 1870, estallaba la guerra Franco-Prusiana, a la cual se sumaría, el año siguiente, la revuelta de la Comuna, terminando de hundir a la capital en una sangrienta guerra civil.

Ese fue el terrible contexto en el cual actuó Louise Félicie Gimet; adentrémosnos ahora un poco en su ajetreada vida.

 “Harás mucho mal…”

Nacida en 1835 en el pueblo de Roanne (Loire), lo poco que conocemos de la infancia quizás sea lo más importante: sus padres Luis Gimet y Marie Vincent, luego de establecerse en Lyon, le dieron desde muy pequeña una educación católica, con una especial devoción a la Virgen Santísima. Tan sellada le quedó en su corazón este amor a la Inmaculada que una vez, estando cerca de la basílica de Nuestra Señora de Fourvière, Louise escuchó a un joven burlarse groseramente de la Madre de Dios; sin darle tiempo a continuar, ella lo cacheteó en público como para reacomodarle sus ideas.

Lamentablemente, la muerte temprana de su mamá, junto a la crisis de la adolescencia, hicieron que esta joven con un temperamento de fuego y espíritu fuerte, se alejara poco a poco de la Fe, llevando una vida bohemia y desordenada. A pesar de ello, una amiga le propuso ir a conocer al famoso “Cura de Ars”, que tenía fama de leer las conciencias y se encontraba muy cerquita de Lyon… Por curiosidad aceptó de mala gana el desafío, visitando la parroquia del P. Jean-Marie Vianney en 1858.

Parada como estatua en el fondo de la iglesia, observó de lejos al anciano sacerdote de 73 años que terminaba de celebrar la Misa. Como ella seguía inmóvil, fue el santo cura quien se le acercó para profetizarle: “¡Infeliz de ti! (Malheur a vous!) Tu hora todavía no ha llegado. Harás mucho mal, pero el Buen Dios en su misericordia se apiadará de ti. Gracias a la devoción que todavía conservas a la divina Madre, terminarás por convertirte…” Pese a semejante anuncio, Louise no se conmovió en absoluto; su única respuesta fue una risa burlona y hostil. Se marchó sin contestarle una palabra y comentando por lo bajo con su amiga: “¿Convertirme? ¡Se nota que el tipo no me conoce…!

Poco después consiguió trabajo en Marsella, donde se hizo socialista y luego anarquista, iniciándose en una logia francmasona ligada a los garibaldinos[1] que acababan de desembarcar en el puerto foceo. Su odio a la Iglesia y a los sacerdotes jesuitas se acrecentó más aún, considerándolos el principal obstáculo a destruir en pos de la Revolución. Terminó haciendo un pacto secreto, escrito de su puño y letra, con el Diablo… a quien le entregó su alma.

La anti Juana de Arco

Cuando en marzo de 1871, estalló la Comuna de París, instaurando el primer ensayo de socialismo en suelo francés con el terror de la bayoneta y las barricadas, Louise Gimet, pasó a primer plano en la revuelta, junto a su pareja de aventuras, un obrero ebanista de Pleyel[2], Élie Pigerre, conocido como “el capitán” por ser cabecilla de los federados o revolucionarios.

El capitán Pigerre

Vestida de hombre, la ardiente anarquista participó en los combates llevando el apellido de su amante, la “capitana Pigerre”. Armada de fusil y uniformada con un sombrero quepis, tres galones, cinturón rojo, botas altas, sable y, como si fuera poco, a caballo… esta parodia de Juana de Arco, se mostró dispuesta a realizar las peores atrocidades contra la Iglesia, tales que ni los revolucionarios más osados se atrevieron a ejecutar; no por nada algunos le decían “la posesa”. Ella sola estuvo a cargo de un batallón de mujeres armadas que pelearon al grito de ¡Viva la Comuna! quemando la catedral de Notre-Dame y reduciendo a cenizas el palacio de las Tullerías. De ahí también su tercer apodo: “la petrolera” (“la pétroleuse”) por el petróleo que rociaban para incendiarlo todo.

El 4 de abril las hordas rojas asaltaron el arzobispado de París. Monseñor George Darboy fue el primero en ser arrestado. Apenas llevó consigo su breviario y dos insignias premonitorias de sus antecesores en el cargo: la cruz pectoral que Mons. Affre llevaba el día de su violenta muerte[3] y el anillo pastoral del martirizado Mons. Sibour[4]. Lo encerraron en “la cárcel del pueblo” junto con su vicario, otros sacerdotes, y varios religiosos y laicos; todos acusados de “complicidad” con el gobierno oficial de Adolphe Thiers que se había recluido en Versalles.

Mons. Darboy en la celda 23 de la cárcel del pueblo “La Roquette”.

Tres por uno

Teniendo cautivos a personalidades de diferente peso político, los revolucionarios se sintieron fuertes para proclamar la “ley de rehenes”, con el fin de negociar un intercambio de prisioneros, ya que en tan solo unas semanas habían apresado más de 120 sacerdotes: “Todas las personas sospechosas de complicidad con el gobierno de Versalles serán rehenes del pueblo de París. Toda ejecución de un prisionero de guerra o de un partidario del gobierno de la Comuna de París será seguida de la ejecución de un numero triple de rehenes elegidos al azar”.

En realidad los eclesiásticos no representaban ninguna moneda de cambio para el gobierno interino de Thiers, tan anticlerical como los comuneros. La prueba está que no se hizo nada por rescatarlos y que una vez en el poder, la Tercera República continuó con el mismo programa anticristiano de los revolucionarios. De hecho, cuando la Comuna propuso intercambiar al arzobispo parisino por el líder revolucionario Louis Blanqui, Thiers les contestó fríamente: “¿Los rehenes? ¡Lo lamento por ellos!”.

A decir verdad, Mons. Darboy, a pesar de sus posiciones galicanas, en esto no  se engañaba: sabía perfectamente que en breve subiría al calvario. Ya en prisión, le dijo a un sacerdote que intentaba consolarlo con la vana esperanza de salvar la vida: “No, no es así… yo seré fusilado. Hace largo tiempo la Virgen María me lo advirtió”. ¿Aludía el arzobispo a las palabras premonitorias de Nuestra Señora 40 años atrás? o más bien, a la advertencia personal que el 4 de diciembre de 1868 le hiciera el vidente de la Salette, Maximin Giraud: “Es verdad que hemos visto a la Santísima Virgen, como también es cierto que usted terminará fusilado por la canalla”. Para el caso, lo mismo da.

También tenía en claro por qué lo matarían, pues el odium fidei de sus enemigos era un hecho evidente. Así se lo explicó a sus cofrades de prisión: “No nos van a matar porque soy el ‘Sr. Darboy’ y usted fulano o mengano, sino porque yo soy el arzobispo de París y ustedes mis sacerdotes. Es a causa de nuestro carácter religioso que vamos a ser inmolados. Por lo tanto nuestra muerte es un martirio” (¡Sic!). Y no se equivocaba puesto que su proceso de canonización, junto con el de 30 compañeros, ya está iniciado.

A prueba de balas…

A mediados de mayo, el ejército de los federados entró en París avanzando de barricada en barricada y logrando un control de casi todo el centro de la ciudad. Sin perder tiempo, para escarmiento de la burguesía y del clero, el 24 de mayo se decidió fusilar públicamente a los principales rehenes de la prisión de La Roquette: el Sr. Bonjean, presidente de la corte de Casación y único laico de esta partida, y cinco clérigos: Mons. Darboy, el P. Duguerry, párroco de La Madeleine y el P. Allard, recién ordenado de tan solo 26 años, y dos jesuitas, el P. Clerc y el P. Ducoudray. Durante su arresto este último había escrito tres palabras en latín: “Et gaudentes ibant” (Hch., V, 41), versículo referido a la flagelación de san Pedro y de san Juan: “Iban gozosos de haber sido encontrado dignos de sufrir por Cristo…”  y con esta misma actitud, las seis víctimas se dispusieron a morir esa misma tarde.

Fue en ese momento crucial, ya alineados frente al muro, que hizo su aparición “la capitana Pigerre” pidiendo comandar el pelotón de ejecución, gracia que le fue concedida. Luego de la primera descarga, el arzobispo fue el único en quedar todavía en pie… alcanzando a esbozar un gesto de bendición, antes de desplomarse lentamente. “¡Ese está blindado!”, vociferó Louise, al tiempo que se precipitaba como un león sobre su presa: “¡Tomá, te voy a dar mi bendición!”. Y con otro disparo en el pecho, finiquitó al arzobispo.

Fusilamiento de los seis rehenes el 24 de mayo de 1871 a las 20 horas.

Sin embargo, para “la posesa”, no fue suficiente, pues el gesto de perdón final la había sacado de sus casillas. Se encarnizó con el cadáver del pobre Darboy de una manera brutal, desfigurándole todo el rostro con la culata del fusil. Sólo cuando lo dejó irreconocible, recién ahí dio la orden de tirarlo en una fosa común junto con las otras víctimas.

Volveré…”

Aun no satisfecha, Louise Félicie, continuó con la matanza de curas durante la bien llamada “Semana Sangrienta”, del 22 al 28 de mayo, cumpliendo un papel importante en la famosa masacre de la calle Haxo, donde se ejecutaron a 52 rehenes de un saque, la mitad eclesiásticos. Ella sola fusiló una decena de sacerdotes, entre los cuales se encontraba el famoso predicador de los barrios pobres de Paris, el jesuita Pierre Olivaint, de 55 años, quien, al ser conducido atado al paredón, no dudó en caminar con un aire triunfante que desconcertó a los verdugos. En efecto, días antes había comentado: “No saldré de la celda más que para ir al cielo”.

Masacre de rehenes en la calle Haxo el 26 de mayo de 1871.

Cara a cara con su asesina, no tardó mucho en percibir a la mujer que había detrás del uniforme y que se vanagloriaba de haber “bajado al arzobispo”. Cuando lo estaba colocando frente al muro, el jesuita le susurró con un dejo de ironía: “Señora, esta vestimenta no le queda para nada bien”… Fuera de sí por el comentario inoportuno, la capitana le contestó con más violencia, golpeándolo mientras lo increpaba: “¿Está seguro de ir al cielo? Cuando llegue allá, ¿volverá a buscarme?” Bañado en sangre, el P. Olivaint le confirmó: “¡Volveré para ocuparme de usted!”. Fueron sus últimas palabras antes de que ella lo finiquitase con el fusil… sin imaginar que la víctima cumpliría su promesa.

Estuve en prisión…”

A Dios gracias, los comuneros duraron poco tiempo, luego de tres meses de revolución sangrienta, el gobierno de Versalles recuperó el control de París y pasó a fusilar a los antiguos fusiladores. Las cifras varían entre 20.000 y 30.000 federados abatidos… Aunque no se rindieron fácilmente; en el cementerio de Père-Lachaise, por ejemplo, se terminó combatiendo con armas blancas en medio de las tumbas; Louise fue sorprendida con el fusil en la mano en una barricada, al igual que su pareja, el capitán Pigerre, que terminó deportado a Nueva Caledonia.

Arresto de mujeres durante la Comuna, en el centro una de ellas está vestida de soldado federado. Ilustración de 1871.

Vanagloriándose de haber asesinado a más de 13 sacerdotes con sus propias manos, la capitana fue condenada a muerte. Hasta tanto, la enviaron a la cárcel femenina de Saint-Lazare, que regenteaban las hermanas de María-José, conocidas como las “Soeurs des Prisions. Era una orden femenina que asistía a las presidiarias, sea en el momento de la muerte o por medio de la reinserción social, haciendo carne la divisa evangélica: “Estuve en prisión y me visitasteis” (Mt. XXV, 36).

Teología de la (verdadera) liberación

Esperando su ejecución, Louise conoció a la madre Marie-Éléonore, superiora de la comunidad, a quien le confió todas sus miserias, incluido el odio visceral a los sacerdotes y el pacto con Satán, advirtiéndole: “Solo cambiaré de conducta, si salgo sana y salva de las manos de la justicia”. De inmediato la religiosa percibió el pez gordo que Dios le había puesto delante, mientras le hacía hincapié en el perdón divino y y en Su misericordia infinita. Pero la condenada la cortó en seco: “No vale la pena. Soy demasiado culpable, estoy cubierta de crímenes”. Agarrándose de su propia confesión, la madre Éléonore se quedó con la última palabra, antes de dejarla sola: “¡Justo! unas palabras del humildad, ¡casi de arrepentimiento! Y pensar que una gota de sangre de Jesús puede lavar la sangre de mil mundos…”

Días después, la superiora le acercó un libro que acababa de publicarse: el diario espiritual con las notas personales de los retiros ignacianos y algunos sermones del P. Pierre Olivaint… Así, en diálogo interior con una de sus víctimas, leyendo y releyendo sus homilías, la reclusa terminó cayéndose del caballo. No sólo se convirtió, sino que pidió visitar la tumba del jesuita en la rue de Sèvres. Fue allí donde confirmó la promesa del sacerdote, quedando curada milagrosamente de una enfermedad irreversible en sus rodillas. Libre de las ataduras del demonio luego de una larga confesión, puso en manos de la superiora el pacto firmado con el diablo que aún llevaba consigo.

Notre-Dame des Otages, de los rehenes, erigida en la calle Haxo en 1938, donde se ejecutaron las 52 víctimas de la Comuna el 28 de mayo de 1871.

Mientras tanto, la Madre Éléonore, que intercedía por ella ante el cielo y la tierra, le obtuvo una conmutación de la pena de muerte. Luego de dos años, Louise fue confiada bajo vigilancia a las Hermanas de María-José y trasladada a un hogar penitenciario de Doullens (Somme), donde su conducta fue ejemplar. Comenzó una nueva vida de oración y penitencia, haciendo trabajos manuales de bordado y lavandería como forma de redimir sus penas.

Libertad, libertad, ¿Libertad?

Gracias a la amnistía general que el gobierno decretó para los comuneros en 1880, Louise quedó en libertad mucho antes de lo esperado. Y para sorpresa de muchas, eligió encerrarse para siempre, pidiendo entrar como religiosa en la orden de María-José y consagrándose por entero al servicio de Dios y de las presidiarias.

            Así, la antigua anarquista intransigente se convirtió en esposa de Cristo, con el nombre de “Sœur Marie-Éléonore”, en homenaje a sus dos protectoras, La del cielo y la de la tierra, vistiendo un hábito azul y blanco. Diez años después, hizo sus votos perpetuos como “Hija de María”, un 15 de agosto de 1890, llevando ostensiblemente en su pecho la medalla de la Virgen Inmaculada. Salvo la superiora, nadie en el convento conocía su pasado pisado… ni tampoco podría imaginarlo. Solo vieron en ella una religiosa abnegada que se destacó en el apostolado por la asistencia a los agonizantes y a las condenadas a muerte, hablándoles hasta el último momento del perdón divino y de la confianza marial.  

No todo fue color de rosas; las cicatrices de su pasado se abrían de vez en cuando. Un día, leyendo en comunidad la crónica de la muerte de Mons. Darboy, cayó casi desmayada. Durante años, el mes de mayo, tan festivo por estar consagrado a la Santísima Virgen, implicaba para ella un tiempo de profunda tristeza: “Si usted supiera todo, le daría horror y tendría miedo de mí”, le comentó una vez a otra religiosa que se acercó a consolarla al verla tan afligida.

¡Nada de miedo!

Hasta que le llegó su turno en el convento de Montpellier, al sur de Francia. Estando postrada en cama con una importante parálisis, el demonio no la dejó tranquila acosándola con incesantes ataques nocturnos que esta hija de María supo contrarrestar con su medalla al cuello pronunciando una y otra vez Ave Marías al cielo… Ya en su lecho de muerte, la superiora le preguntó si tenía miedo del juicio de Dios. Totalmente lúcida, le replicó: “¡Nada de miedo! Me he arrojado toda entera en los brazos del Buen Dios y en el corazón de la Madre de Misericordia. ¿Qué puedo temer?…”

Y tenía razón, murió el 12 de septiembre de 1893, fiesta del Dulce Nombre de María, con una confianza sin límites y un ardiente deseo ver a Dios. El día de su funeral, el cielo se oscureció repentinamente y una terrible tormenta de una violencia inaudita se abatió sobre la ciudad. Sin embargo, en ese mismo instante, un rayo de luz iluminó el claustro con el cuerpo de Marie-Éléonore que salía para ser enterrado en el cementerio de Saint-Lazare. Sin duda que el Mandinga había querido manifestar su enojo por la presa perdida, y la Virgen confirmar su victoria, aplastando una vez más la cabeza del Dragón.

¡A no desesperar de los casos perdidos! Para Dios nada es imposible, ni siquiera que una comunera asesina de sacerdotes sea vencida en su odio por la caridad cristiana, se consagre como hija de la Iglesia y acabe sus días pronunciando el Dulce Nombre de “María”.

Para que no te la cuenten,

Hna. Marie de la Sagesse, S.J.M.

Artículos consultados:

[1] En octubre de 1870 el revolucionario Giuseppe Garibaldi desembarcó con banderas rojas en Marsella junto a un grupo de activistas que apoyaron a los franceses en la guerra contra los prusianos. Los argentinos recordamos el asalto y saqueo a la pequeña ciudad de Gualeguaychú (Entre Ríos) en 1845 realizado por el mismo sujeto de infeliz memoria.

[2] La casa fabricante de los famosos pianos Pleyel.

[3] Durante la insurrección de 1848, el arzobispo de París, Mons. Denys Affre fue herido mortalmente en una barricada, cuando intentaba mediar con los beligerantes.

[4] El 3 de enero de 1857, Mons. Marie Dominique Sibour, arzobispo de Paris, fue asesinado a cuchillazos por un ex sacerdote en la iglesia de Saint-Étienne du Mont al grito de: “¡Abajo la divinidad!”, en protesta contra la reciente declaración del dogma de la Inmaculada Concepción.

10 comentarios

  
Percival
Impresionante testimonio del poder y la misericordia de Dios. Gracias, Padre.
26/06/21 10:37 PM
  
c
Muchas gracias por su magnífico artículo que permite descubrir a Louise Félicie Gimet. Verdadera “pasionaria de la Commune”, no me parece que hoy en Francia hay mucha gente que conoce su historia, en particular su odio contra el pobre Monseñor Georges Darboy. En cuanto a la segunda parte de su vida, más desconocida todavía …
26/06/21 10:59 PM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
A mayor gloria de Dios y de su infinita Misericordia!
Muchas gracias padre!
26/06/21 11:57 PM
  
PEDRO
Impresionante historia, que sirve abundantemente para la evangelización, Y que demuestra la MISERICORDIA de DIOS. ¡ Enhorabuena Padre ¡.

Quien reza el Rosario debe hallarse en estado degracia o estar al menos resuelto a salir del pecado. Efectivamente, la teología nos enseña que las buenas obras y plegarias realizadas en pecado mortal, son obras muertas que no logran agradar a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido dice la Escritura: No corresponde a los pecadores alabar (BenS 15,9).Ni la alabanza ni la salutación angélica, ni la misma oración de Jesucristo pueden agradar a Dios cuando salen de la boca de un pecador impenitente: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí (Mc 7,6).

Aconsejamos el Rosario a todo el mundo: a los justos, a fin de que perseveren y crezcan engracia de Dios; a los pecadores, para que salgan de sus pecados.
27/06/21 1:32 PM
  
Daniel Iglesias
Maravilloso. Demos gracias a Dios, porque es eterno su amor.
27/06/21 3:36 PM
  
jaume
Dios se lo pague.
27/06/21 8:15 PM
  
Néstor
Qué grande es el amor de Dios.

Saludos cordiales.
28/06/21 12:18 AM
  
maru
Impresionante y escalofriante historia!!! Gracias Padre, por este testimonio
29/06/21 10:01 AM
  
Maria M.
Gracias!!! Absolutamente maravilloso!!!

Me ha encantado su certera reflexión que es muestra inequívoca de como aplasta La Santísima Virgen las cabezas de las serpientes y de que Nada de Nada es Imposible para Dios!!!
29/06/21 7:37 PM
  
Jorge Cantu
Bien podríamos invocarla como santa patrona e intercesora por la conversión de tantas 'feministas' anticristianas, desubicadas y violentas que pululan hoy.
01/07/21 10:09 PM

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