La primera Misa de Lamennais. Un sacerdote apóstata

En tiempos en que la Iglesia sufre a causa de algunos teologuillos de escritorio que, lejos de transmitir la Fe de la Iglesia intentan congraciarse con el mundo, recordé la lectura de dos opúsculos que el gran Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría) nos legó sobre el tema.

Se trata de una recreación literaria de la primera y la última Misa del apóstata francés, Felicité de Lamennais.

Porque muchos no deberían haberse ordenado de sacerdotes nunca. Y otros, deberían dar cuenta a Dios por haber forzado vocaciones.

Para reflexionar…

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

LA PRIMERA MISA DE LAMENNAIS(1) 

Hugo Wast 

 

En esta Pascua de 1933 se ha cumplido silenciosamente el primer centenario de un drama que fue en su tiempo famoso, y que el mundo ha olvidado ya: la última misa de Lamennais.

Drama espiritual, que tuvo por teatro una conciencia, por actor la voluntad de un hombre, y por único espectador a Dios.

¿Qué sentimientos sacudían las entrañas del infortunado sacerdote, cuando por última vez ascendió la grada de su pobre altarcito de la Chesnaie, revestido de los ornamentos de la Pascua? ¿Cómo latía su corazón cuando su mano marcada in aeternum por el sacerdocio consagró el pan y el vino, convirtiéndolos en el cuerpo de Cristo?

¿Había ya dejado de creer que la hostia, que luego alzaron sus manos trémulas, era la substancia de Dios, y que la copa contenía real y verdaderamente la sangre del Hijo de Dios?

¡No! Aquella alma grande y trágica nunca se habría rebajado a la comedia de celebrar una misa si no hubiese creído que detrás de las solemnes palabras latinas hoc est enim corpus meum, se realizaba el milagro que hace arrodillarse hasta a los ángeles en lo profundo de los cielos.

Lamennais creía ciertamente, pero su fe estaba ya herida en la raíz.

¿Quién la hirió?

El sacerdote, obligado por severa disciplina a una vida pura y apostólica, tiene que luchar constantemente con dos negros arcángeles: el orgullo y la carne.

Cuando acontece la apostasía de uno de esos hombres que han realizado en los altares el milagro de la consagración, no os fatiguéis preguntando contra qué dogma importante se rebela.

Buscad, mejor, la llaga del amor propio, oculta o visible.

O bien… cherchez la femme.

«Que siempre han de andar faldas en este negocio de herejías», dice Menéndez y Pelayo, hablando de la introducción del protestantismo en España.

¡No siempre! El caso Lamennais estuvo lejos de ser la comedia del padre Jacinto Loyson, que comenzó en el púlpito declamando contra la infalibilidad del Papa, y acabó en el Registro Civil.

Ciertos sabrosos riñones a la brochette que preparaba Mme. Merriman y que el pobre hombre, en su calidad de carmelita descalzo, no podía saborear sin faltar a las reglas, le quitaron la fe.

Ni durante el sacerdocio, ni después de su ruptura con Roma, hubo en la existencia de Lamennais epitalamios ni zarzuelas

A la edad de 18 años, es verdad, se enamoró románticamente de una muchacha que lo desdeñó o, lo que es muy probable, nunca supo que él la amaba. Tuvo un duelo a florete por causas fútiles, en que ese amor no entró para nada, y con esto concluye la porción novelesca de su vida.

Nacido en Saint Malo en 1782, huérfano de madre a los seis años, indócil y desaplicado, costóle trabajo aprender a leer.

Un día, en castigo de una escapada, lo encierran en la biblioteca de su tío. Todos los escritores del siglo XVIII estaban allí: Rousseau, Diderot, Voltaire.

El desaplicado escolar abre un libro y lo devora. Desde ese día aquel rincón es su refugio habitual; y allí absorbe, con el gran estilo, la incredulidad de los filósofos.

Su fe católica es reemplazada por la fe del vicario saboyano. Cree en una religión natural, superior a las religiones positivas, que se dicen reveladas.

A los 22 años, desencantado de la filosofía, vuelve a la fe y a las prácticas religiosas. Recibe su primera comunión y le viene la idea de hacerse sacerdote, como su hermano Juan, poco mayor que él.

Publica sus primeras páginas en defensa de la religión y, ante el aplauso de sus lectores, siente la amarga mordedura del amor propio.

«Tenéis razón – escribe a un amigo sacerdote –; una sola línea, una sola palabra de San Francisco de Sales o de la Imitación, está muy por encima de estos folletos belicosos y tristes… ¡Dios mío! ¿Quién me ha arrojado a esta vía peligrosa? El orgullo, sí, el orgullo, lo reconozco y lo siento cada día. Rezad, mi querido hermano, por este miserable que debería sentirse, lo digo con toda sinceridad, lleno de confusión de haber pensado hacer oír su voz en la iglesia, él, a quien la iglesia antigua hubiera apenas admitido entre los penitentes… ¿Dónde me detendré yo?»

Esta carta es de 1809, cuando tenía 27 años.

De la misma época aparece otra:

«¿Qué hay más miserable que esta rebelión de la naturaleza contra todo lo que la ata y la contradice? Me avergüenzo de ser tan erudito para hablar de la cruz, y tan cobarde para llevarla. Y me acuerdo de estas terribles palabras de Jesucristo: «No todos los que me dicen ¡Señor, Señor! entrarán en el reino de Dios.»

Tremenda interrogación la que nos formulamos aquí: ¿la vocación sacerdotal de Lamennais fue clara?

No hablamos de su sinceridad, que no se puede poner en duda. Pero si un hombre, en un ímpetu generoso o irreflexivo, echa sobre sus espaldas una carga superior a sus fuerzas, y sucumbe, no es sinceridad lo que le ha faltado, sino conocimiento exacto de su flaqueza.

«Si yo no escuchara más que mi gusto – escribe a su hermano en la época en que todos lo instaban a hacerse sacerdote –, huiría a los bosques. Allí, después de carreras fatigosas, me lleva siempre la imaginación como a un reposo. Que se haga la voluntad de Dios. Nada significa, después de todo, cómo pasaré lo poco de vida que me resta. Temo que se equivoquen mucho creyendo que seré muy útil. Mi alma está gastada, lo siento cada día… ¡Pero qué me importa! No me opongo a nada; en todo consiento; que hagan de este cadáver lo que quieran».

Expresión de desaliento y de fatalismo, en vísperas de una resolución irrevocable.

¿Cómo sus consejeros no adivinaron que al desventurado joven le sobraba generosidad, pero le faltaba vocación?

Eran tiempos tristes para la Iglesia de Francia.

Los sacerdotes, con laudable espíritu, trataban de aumentar sus filas. ¡Qué gloria para quien plegara la voluntad caprichosa de Feli de Lamennais y le arrancara la promesa irrevocable!

¡Qué magnífico soldado para las batallas de Dios, que pronto se librarían en aquel suelo todavía empapado por la impiedad y la sangre de la Revolución!

Feli de Lamennais se entregó a sus amigos con una docilidad generosa y desesperada.

Esquivo a la compañía de la gente, imaginativo y desequilibrado, soñaba con los árboles de la Chesnaie, con las severas costas de su Bretaña.

Romántico y sentimental, si en esa época, cuando se vio en la encrucijada de dos caminos, se le hubiera acercado un alma joven, «hermana de la suya, que uniese a la piedad la caridad, a la inteligencia, la ciencia, y poseyera ese atractivo indescriptible que añaden la gracia y la belleza, ¿habría resistido el encanto? Es permitido dudar. Un día tuvo un encuentro semejante, y sufrió cruelmente: era demasiado tarde…»

Es tan delicado ese punto, que he sentido la necesidad de no ser yo quien lo diga; y cito las palabras dolorosas de uno de los que mejor han escrito sobre el desventurado Lamennais, el abate Boutard.

Esa amable figura de mujer no apareció en la encrucijada del camino.

Lamennais, acosado por consejeros piadosos, pero imprudentes y faltos de mundo, sentía el bochorno de haber suscitado ilusiones que no era capaz de cumplir.

Nuestro orgullo es tan sutil que se disfraza a veces de humildad. Renunciamos a la propia voluntad, entregando a otros la dirección de nuestros asuntos, no porque tengamos confianza en que lo harán mejor, sino por no cargar con un posible fracaso nuestro y poder acusarlos después si se equivocan.

Preferimos entregarnos exteriormente, antes de confesar la desorientación interior.

En los momentos de lucidez y de humilde franqueza, confiaba sus escrúpulos al abate Teysseyre, al abate Carrón, sus dos consejeros, a su hermano Juan. Y ellos lo tranquilizaban: eran fantasmas de la imaginación y se disiparían una vez que diera el paso decisivo.

Recibió las órdenes menores y el sub-diaconado, a fines de 1815, y los fantasmas lo asediaron más.

El abate Teysseyre escribe a Juan:

«Vuestro excelente hermano vive sin gusto y sin consuelo. Ha recibido el sub-diaconado como víctima: tiene todo el mérito del amor, sin gustar sus dulzuras. Y así recibirá el diaconado y el sacerdocio, como un niño que se deja conducir, sacrificando todas las repugnancias de la naturaleza y los más espaciosos razonamientos de la imaginación».

¡Como un niño! El desventurado se dejaba conducir como un niño, y sus piadosos consejeros alababan su mansedumbre.

Desconfiemos de los que así se entregan exteriormente, para tener después el secreto desquite de enrostrar a otros el fracaso. Esa aparente humildad es orgullo refinado.

Después del subdiaconado, Lamennais se consideró – lo dice en sus cartas – «una víctima atada al poste del sacrificio».

Temporadas de exaltación mística mantenían la ilusión de sus consejeros.

Así llegó el día fatal. Cerró los ojos y se lanzó al abismo insondable.

¡Tu es sacerdos in aeternum! Eres sacerdote para toda la eternidad, y aun en el infierno tendrás las manos consagradas. Los demonios mismos no se te acercarán sin un estremecimiento de horror y de veneración ante la suprema dignidad impresa en tu alma y en tu carne.

Por larga que sea la vida de un sacerdote, el sol de su primera misa la sigue iluminando hasta el final. Día radiante, sin comparación con las otras delicias del mundo; día todo de fe, de esperanza y de caridad, fue para Lamennais el más amargo y sombrío.

La víspera de la ordenación, el abate Teysseyre le escribió:

«Vais a la ordenación como una víctima al sacrificio. El altar santo está desnudo de ornamentos; el cáliz embriagador ha perdido sus delicias… Nosotros hemos celebrado nuestra primera misa sobre el monte Tabor, y vos lo celebraréis sobre el Calvario».

Esto quiere decir que sus íntimos consejeros sabían la repugnancia que Lamennais sintió hasta la víspera misma por el sacerdocio.

¡Ciegos e imprudentes! ¿Por qué no se detuvieron allí? ¿Por qué se empeñaron en consumar aquel atroz sacrificio? Y él, la víctima, ¿por qué tentó a Dios desafiándolo para que enmendara el funesto error que otros cometían en su nombre?

Capilla de las Feuillantines. Impasse de la calle del faubourg Saint Jacques. Marzo de 1816. ¡Primera misa de Lamennais!

Asistido por sus dos consejeros Carrón y Teysseyre, subió al altar. En cierto momento su rostro se cubrió de un mortal sudor. Cuenta él mismo que oyó distintamente una palabra: «Te llamo a llevar mi cruz; nada más que mi cruz.»

¡Y qué cruz, Dios santo, fue la del infortunado sacerdote!

Como un animal indómito, a quien por sorpresa marcan a fuego, su primera intención fue de huir a los bosques solitarios. Ante lo irrevocable, se refugia en un silencio hostil, que rompe de tiempo en tiempo con una queja impresionante.

Vive en las Feuillantes, en casa del abate Carrón.

Este escribe a Juan:

«Vuestro hermano os habrá desgarrado el corazón con su carta… Está como el profeta suspendido por un cabello sobre el abismo de la desesperación… Lleva su obediencia hasta celebrar misa casi todos los días, “no obstante el horror que parece tener del sacerdocio”».

La carta a que alude aquí el buen abate es realmente un extraño y doloroso documento:

«Aunque el abate Carrón me manda callar acerca de mis sentimientos, yo creo poder y deber explicarme contigo una vez por todas. Soy y no puedo menos de ser extraordinariamente desgraciado… Tengo 34 años cumplidos, he visto la vida bajo todos sus aspectos, y no me dejaría engañar otra vez por las ilusiones que quieren infundirme. No pretendo hacer reproches a nadie; hay destinos inevitables; pero si yo hubiera sido menos débil y menos confiado, mi posición sería muy distinta. En fin, es lo que es, y lo mejor que puedo hacer es dormirme al pie del poste en que han remachado mi cadena, feliz si puedo lograr que nadie venga con fatigosos pretextos a despertarme».

Lamennais seglar, como debió permanecer, habría sido un genial apologista de la religión, a lo José de Maistre. Sus errores no hubieran tenido la trascendencia que les dio el sacerdocio.

Lamennais sacerdote comenzó en la exasperación de una vocación forzada, para acabar en la desesperación de la apostasía.

Antes de referir las etapas dolorosas que le condujeran allí, especialmente la escena de la última misa, cuyo centenario ha transcurrido en silencio,

Repitamos las palabras de Roussel:

«Lamennais es una de las víctimas más nobles y lamentables de las mejores intenciones del mundo».

 

Hugo Wast

Buenos Aires, mayo 31 de 1933.



(1) Hugo Wast, Obras Completas, Ediciones Fax, Madrid 1957, 1161-1164.

(2)Después de la Revolución Francesa (que se había cobrado varios miles de sacerdotes) la Iglesia bajó un poco la exigencia en la “elección” de sus miembros y varios llegaron al sacerdocio de los cuales no deberían haberlo hecho nunca: Lamennais es un ejemplo del error y el Cura de Ars, una excepción. Dios sabe sacar incluso de los males, bienes (nota mía).

19 comentarios

  
César Fuentes
De una actualidad enorme, por desgracia.
Recuerdo las palabras que me dijo una anciana sabia y buena, no hace mucho: "Ay, cuántos chavales seminaristas y ordenados recientes con muchos cacaos sicológicos...." Y desde luego que tenía constancia y experiencia de ello.
11/02/17 1:22 PM
  
Padre Federico
¡Ojo con los nuevos Teysseyres
y Carriones!
Quienes, con las más celestiales intenciones,
hoy fabrican vocaciones
y de estas forzadas ordenaciones
brotarán, quizás a borbotones,
las apostasías del mañana,
que, si estamos en la última hora,
serán las apostasías postreras,
que serán las peores,
las más pérfidas,
las más lastimeras.
11/02/17 1:25 PM
  
El gato con botas
No hace falta ir a los comienzos del siglo XIX. En nuestros días, y como otra nefasta consecuencia del Vaticano II ( y van...) millares de jóvenes ingresaron al sacerdocio llevados por "lo social" y lo abandonaron con una celeridad de espanto.
11/02/17 1:48 PM
  
Luis López
«Lamennais es una de las víctimas más nobles y lamentables de las mejores intenciones del mundo».

Las buenas intenciones nos llevan a veces a tremendos errores. Un dicho popular explica que el suelo del infierno está empedrado de buenos propósitos.


11/02/17 1:51 PM
  
María de las Nieves
El Sacerdote reproduce en su ser esencial a Jesucristo no sólo lo representa, por tanto lleva la muerte, el sufrimIento ,la pasión y resucita con Jesucristo es otro Cristo,es un proceso transformador y salvador definitivo.
.
Nadie puede ser sacerdote sino es llamado, es vocación y misión ,muerte y entrega constante.. Por eso nadie puede decir voy a ser sacerdote, la llamada viene de lo alto y lleva en si la victoria ,si se la sigue constantemente aún en las mayores adversidades para el sacerdote. Ser sacerdote es vivir a Jesucristo y no hay elección, muerte constante, sacrificio y anticipo de gloria, nadie puede ser sacerdote sin el Espíritu Santo.

La Eucaristía es el culmen de la vida cristiana es Jesucristo, toda su vida , sacrificio ,cruz, muerte resurrección. Es el Amor de Dios encarnado , nadie lo elige desde el voluntarismo ,sería una locura ,ni desde otra persona aunque te lo digan." Lamennais es una de las víctimas más nobles y lamentables de las mejores intenciones del mundo».
11/02/17 2:10 PM
  
Renée
Hay quienes están dentro y deberían estar fuera. Pero también hay DEMASIADOS que están fuera, debiendo estar dentro. Y como seglares -en especial si contrajeron matrimonio- SON UN DESASTRE.

Vocaciones no faltan, antes bien SOBRAN. Solo que están dando tumbos por ahí. ¿Cuándo se mencionará siquiera este drama, padre? Hay pastoral para enfermos, presos, prostitutas, adúlteros, enfermos mentales, pero a las VOCACIONES FRUSTRADAS O NO RESUELTAS la Iglesia no les da ni el saludo. La única tontería que suele decirse en estos casos es que "en todo estado de vida se puede servir a Dios". Me pregunto si esto se le dice al consagrado sin vocación que pide regresar al estado laical para casarse. ¡Felices ustedes los sacerdotes y religiosos! Porque si se equivocan, hay retorno. PERO DEL MATRIMONIO NO LO HAY: ES HASTA LA MUERTE. Al casado no se le concede el retorno al estado de soltería para ingresar al sacerdocio o a la vida consagrada -¡sería absurdo que se le concediera!- y por lo mismo hace un INFIERNO de vida al cónyuge y a los hijos, a quienes siente como el gran ESTORBO Y QUE LE ASFIXIAN. Y este rechazo llega a la exasperación cuando el cónyuge víctima solicita el débito. Pero lo peor es cuando ambos esposos son vocaciones frustradas o no resueltas, ya que es común que a los hijos se les induzca -e incluso se les obligue- a un "actividad pastoral" frenética ("serás lo que tus padres no pudieron ser") o simplemente se les abandone moral y hasta físicamente. Gran parte de los "laicos entrometidos" que están todo el día en la parroquia y grupos pastorales -ocupándose de todo, menos de sus hogares- pertenecen a este desdichado grupo.

Por desgracia conozco demasiados de estos casos. Yo misma soy una de ellos. No soy casada -no cometí esa tontería, pues bien sabía que el matrimonio no era para mí y que un hombre merece respeto, no el convertirlo en mi peor es nada-, pero igual vivo en un mundo secular PARA EL QUE NO NACÍ. Nosotros, las vocaciones frustradas, SUFRIMOS Y HACEMOS SUFRIR.

Necesitamos ayuda psicológica y espiritual. Pero han pasado dos milenios y NADIE se ocupa de nosotros. La Iglesia es Madre y nosotros HUÉRFANOS DE MADRE VIVA.

Le pido ponga en google la frase de abajo e ingrese al sitio de EWTN: Sabrá a qué me refiero. Y verá también el origen de buena parte de las infidelidades al celibato y al voto de castidad:

Vida Consagrada y Sacerdocio(Para José Monasterios y Javier)
11/02/17 2:30 PM
  
Leandro Bonnin
En este post es mucho más lo que queda bajo el frío mar que la pequeña y helada punta que asoma.

Desde hoy incluyo en mis oraciones a quienes hayan recibido la ordenación en tiempos recientes de un modo parecido.

Gracias Padre!
11/02/17 3:08 PM
  
Teologo
Sinceramente lo de Lamenais parece un chiste si no fuera por la tragedia de una consecuencia más de la devotio moderna acrecentada por el jesuitismo del agere contra. ¿Cómo se puede remotamente pensar que hay vocación a algo que repugna, o se siente un rechazo interno? San Pío X aclaró perfectamente que la vocación consiste en las cualidades y en la recta intención, no en no se sabe qué misteriosa llamada para cuya interpretación hacen falta ciertos mediums denominados directores espirituales que disciernen. Por eso, si hay cualidades y recta intención necesariamente debe darse un cierto agrado o gusto en las cosas del ministerio, aunque lógicamente, cuesten aquellos aspectos que son más gravosos, pero es la manía de querer separar la felicidad del fin. Y aquí da igual el jesuitismo, que el amor puro al modo de Fenelon o la ética kantiana: todos tienen la misma raíz.
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Coincidimos; coincidimos. En un par de semanas publicaré un par de post acerca del influjo de la Devotio moderna en el pensamiento mismo de... Lutero. Dios lo guarde. PJOR
11/02/17 5:33 PM
  
chico
Pues, analizando un poco, pienso: Lamennais era muy listo. Pienso que algo bueno había en él para abrazar el sacerdocio. Lo que pasa es que a continuación se dejó derrotar por lo que fuera. Pero si hubiera luchado habría salido adelante. Santo Tomás dice que aunque uno entre en la V. Religiosa, y por tanto sacerdotal sin vocación, si le pide a Dios fuerzas y vive la vocación Dios se la concederá. Esto mismo pasa también en los matrimonios y muchas veces. Yo no defiendo esta situación como lo normal. Pero es verdad lo que afirmo. De eso estoy seguro.
11/02/17 6:09 PM
  
Luis de Albornoz
Chico: me ha impactado la cita que Ud. hace de Santo Tomás sobre la vocación de aquellos que abrazaron, o que fueron seducidos a abrazar, la vida consagrada sin vocación, que para mí es una primicia. ¿Habla Ud. de oídas o con conocimiento de causa? Si es así, le agradecería que me facilitase la fuente de esta cita del Teólogo. Me interesa mucho la cuestión. Muchas gracias.
11/02/17 11:03 PM
  
Néstor
No tiene mucho que ver, pero ya que estamos. Una de las cosas que me parece que se plantean mal hoy día en el tema de las vocaciones y de la espiritualidad en general es que parece haberse como canonizado un cierto tipo psicológico: extrovertido, alegre, afectuoso, dinámico, etc.

Sin duda es muy bueno que haya cristianos y sacerdotes así, pero Dios es muy libre y dueño de llamar a los que Él quiera, y no hay tipologías psicológicas que sean más católicas que otras.

Saludos cordiales.
12/02/17 2:48 AM
  
Oscar
No entiendo bien el mensaje aquí. También hay muchos que no se casaron enamorados, ese matrimonio no era su vocación. O se recasaron y formaron familia feliz - su vocación? - pero a la que deben renunciar (a no ser que echen mano de la Amoris). Y quien tiene vocación de paralitico? Siempre se ha recomendado la dirección espiritual, pero a mi me parece que ahora tiene mucho más riesgo que en tiempos de Lamennais, porque la mayoría de los sacerdotes han sido mal formados en los seminarios.
Me queda la impresión de que el frustrar la vocación no tiene remedio, pero entonces nada tiene remedio, pero no es así, porque la Cruz se alza por encima de todos los errores no dejando nada sin sanar, todo lo sana.
12/02/17 8:24 AM
  
chico
Luis de Albornoz: Está en la Summa Teológica. Pero no recuerdo dónde. Debe ser cuando habla de la gracia de estado.
12/02/17 8:47 AM
  
chico
Abundo más en mi tema. Santa Teresa de Jesús dice en alguno de sus libros algo así: "hemos remediado a lagunas chicas admiténdolas a entrar.....". Es decir: No son gran cosa, pero parece que pueden valer para el convento y además son pobres.
Otra: El Papa Pío XI en su Encíclica "Divini illius Magistri" viene a decir que puede existir la vocación aun teniendo un aparente rechazo hacia ella.
Y conocemos a muchos Vocacionados, que son buenos, que al momento de Profesar y hacer Votos tuvieron muchas dudas y aun así fueron adelante y ahora no se arrepienten.
Y es que todo depende de dios. Pero también todo depende del hombre también. con la gracia de Dios, por supuesto.
Osea que no hay que ser demasiado exquisitos. Si uno falla, es porque él tiene la culpa. Y en los Matrimonios, igual.
12/02/17 12:51 PM
  
Xaberri
No recuerdo quien contó en nuestra aula de COU ((entre 16 y 17 años de edad los alumnos) de un colegio menesiano en Vizcaya, que, en una ocasión, Juan Francisco de Lammenais, profundamente abatido por la suerte de su hermano, ya muerto, quiso orar profundamente por él y sintió como que una mano le apretaba el hombro y la voz de su hermano le decía con cólera y e imperio que no quería que rezase por él.
El que nos lo contaba lo interpretó como que estaba condenado.
Pero yo, he leído en algún sitio que, aunque al principio algunas almas se resistan a que se rece por ellas, esa misma actitud es como un horrible purgatorio para ellas, porque posteriormente lo agradecen continúan en un purgatorio más tranquilo. Seguro que alguien puede saber en que lugar relacionado con las ánimas del purgatorio lo pude leer. Quizá alguna santa , quizá María Simma, no recuerdo.
12/02/17 1:24 PM
  
Daniel Riquelme
Sería bueno una respuesta para Renée.

Saludos.
12/02/17 8:55 PM
  
Luis de Albornoz
Chico: he repasado de arriba abajo la Cuestión 189 de las Segunda Parte de la Suma Teológica (Sobre la entrada en la vida religiosa), y Santo Tomás en ningún momento afirma lo que Ud. asevera que afirma en su aportación del 11/02 6:09PM. En el futuro, sea Usted más prudente en el uso de sus fuentes pues el tema de la vocación es muy delicado y un enfoque frívolo de esta cuestión puede derivar en un daño a muchas almas, a pesar de su buena voluntad. Por supuesto, gustoso retiraré mis palabras si Ud. aporta una fuente verídica de su aseveración. Rezo por Usted.
12/02/17 9:48 PM
  
Juan Pablo B.
Renée.

Explicame eso por favor ..

" La Iglesia es Madre y nosotros HUÉRFANOS DE MADRE VIVA. "
13/02/17 2:43 PM
  
Miguel
Para Reneé. La llamada es potestad de Dios. Si no hay llamada no hay vocación, por mucho que el hombre se empeñe, porque la vida religiosa es un don y una elección, primero de Dios, luego del hombre. Pero Dios también habla en las circunstancias de la vida: los signos de los tiempos. Es necesaria mucha humildad y una buena dosis de sentido común para leer en esos signos y aceptar la historia que Dios ha permitido para cada uno de nosotros. Eso implica no usar nuestra escala de valores, sino la de Dios. Si Dios ha permitido que nos consagren para Él, mucha oración y darnos del todo a Él a través de la Iglesia. Si ha permitido que vivamos el matrimonio, mucha oración y darnos del todo a Él a través de nuestra familia.
15/02/17 7:11 AM

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