España no escapará al juicio de Dios a menos que se arrepienta
Los que somos acusados de ser profetas de calamidades, aunque en realidad sólo nos dedicamos a analizar lo que nos ojos ven y nuestros oídos oyen, “estamos de suerte”. No hay nada que no hayamos anunciado con anterioridad que no se esté cumpliendo, aunque maldita la gracia que nos hace tener razón. Estamos en un país con más abortos, más divorcios, menos bodas, más violencia familiar (o de género), más delitos cometidos por menores que luego quedan impunes, etc.
Pero eso, y no otra cosa, es lo que se obtiene de una nación cuya legislación favorece la destrucción de la familia, el aborto, la falta de autoridad paterna y en la escuela, la casi total impunidad ante delitos horrendos cometidos por personajes que no son adultos para votar pero sí para violar y matar.
Algo huele muy mal en una sociedad cuando a unos padres se les puede retirar la custodia de sus hijos por un guantazo y sin embargo un miserable de 13 años que ha violado a una chica de su edad puede dormir a pierna suelta en su casa esa misma noche. Algo está podrido en este país cuando la casta política que recibe el apoyo de las urnas –y por tanto de una mayoría de la sociedad- cree que una menor de 16 años es lo suficientemente madura como para abortar pero no para ir a la cárcel si asesina, por el mero interés de saber qué se siente a matar, a una compañera de clase.
Retomo un texto que fue escrito por un buen amigo hace ya unos cuantos años. Tras dar algunas citas patrísticas sobre la actitud de los cristianos ante el Imperio, decía esto:
Tertuliano no era, desde luego, original. En su obra, resuena el Pablo que en los primeros capítulos de la carta a los romanos indica que conductas como la injusticia, la fornicación, la avaricia, la homosexualidad, la murmuración, la insolencia, la desobediencia a los padres o la falta de piedad son frontalmente opuestas a Dios y que además están insertas en un proceso perverso de degeneración. Se trata de un proceso en el que, primero, se perpetra el mal; luego se justifica el mal y, finalmente, se persigue a los que no se prestan a defender ese mal como si fuera un bien indiscutible. Desde luego, cuando se observa cómo nuestra sociedad ha ido, en mayor o menor medida, aceptando los presupuestos de los grupos de presión homosexuales o los principios antifamiliares de algunas utopías educativas hay que concluir que Pablo no describía sólo la realidad de mediados del s. I, sino un proceso de deterioro moral con manifestaciones en todos los tiempos.
El ejemplo paulino tiene claros paralelos en otras partes de la Biblia. Pedro, por ejemplo, indica cómo la falta de arrepentimiento acarrea el juicio de Dios (2 Pedro 3, 1 ss) y no otro fue el mensaje de Jesús cuando lloraba ante Jerusalén. Todos ellos amaban a sus contemporáneos y, precisamente por eso, les habían comunicado el Evangelio. Sin embargo, también precisamente por ello, les resultaba obvio que debían anunciar a la vez el juicio profético. Una sociedad que no se arrepiente, a fin de cuentas, como cualquier individuo sólo se está colocando en el camino del juicio de Dios y, como señaló Ezequiel, aquel creyente que, debiendo hablar, calla, se coloca en una situación de responsabilidad. El principio es obvio:
“Convertios y volveos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina” (Ezequiel 18, 30)
Me consta que la idea de que Dios ejecuta juicios no está en los primeros lugares en la escala de popularidad de la gente. El que así sea, sin embargo, no debería afectar a nuestro cumplimiento del deber. Seguramente, a Joel no le gustó anunciar una plaga de langostas por la falta de arrepentimiento, pero lo hizo. Seguramente a Ezequiel no le agradó señalar el final del sistema político judío, pero lo hizo. Seguramente a Elías no le entusiasmó anunciar una sequía terrible, pero lo hizo. Creo sinceramente que esa situación sigue estando vigente en el día de hoy.Una sociedad en la que, de manera legal, se decide el asesinato de decenas de miles de criaturas en clínicas abortistas no escapará del juicio de Dios.
Una sociedad en la que, de manera legal, se ataca a la familia como institución de manera sistemática y programada no escapará del juicio de Dios.
Una sociedad en la que, de manera legal, se decide institucionalizar el matrimonio de homosexuales – una práctica que ni siquiera se dio en las encanalladas sociedades paganas – no escapará del juicio de Dios.
Una sociedad en la que, de manera legal, se permite la adopción de niños por parejas homosexuales no escapará del juicio de Dios.
Una sociedad en la que, de manera legal, la eutanasia puede convertirse en una realidad mañana no escapará del juicio de Dios.
A decir verdad – y si juzgamos por los no escasos precedentes que presentan la Biblia y la Historia – en una sociedad así lo lógico sería esperar que a la sequía siga la crisis económica y a ésta, el colapso político a menos… a menos que se vuelva hacia Dios.
Anunciar, pues, el Evangelio, las consecuencias de rechazarlo y el juicio futuro constituyen, por lo tanto, una parte esencial e irrenunciable de lo que el Señor espera de un cristiano.
Pues dicho queda, señores míos. Que nadie venga dentro de 5-10 años quejándose de que no hubo voces que advirtieran de lo que iba a ocurrir.
Luis Fernando Pérez Bustamante