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6.12.09

La perfecta soledad del que defiende y predica la verdad

En un mundo bajo el poder del padre de las mentiras (Jn 8,44), en medio una generación adúltera y pecadora (Mc 8,38), aquellos que defienden y predican la verdad están encaminados a la soledad experimentada por el profeta Elías, que tras mostrar el poder del Dios verdadero sobre los falsos dioses del paganismo (1 Rey 18,18 y ss), sufrió sin embargo una crisis personal que le llevó a querer morir: “…siguió él por el desierto un día de camino y sentóse bajo una mata de retama; deseó morirse, y dijo: “¡Basta, Yahvé! Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres” (1 Rey 19,4). Sin embargo, en medio de la depresión, en medio de la desesperación, Dios le confortó y le exhortó a seguir con su misión profética:

Cuando lo oyó Elías, cubrióse el rostro con su manto, y, saliendo, se puso de piec a la entrada de la caverna y oyó una voz que le dirigía estas palabras: “¿Qué haces aquí, Elías?” Y él respondió: “He sentido vivo celo por Yahvé Sebaot, porque los hijos de Israel han roto tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a cuchillo a tus profetas, de los que sólo quedo yo, y me buscan para quitarme la vida.” Díjole entonces Yahvé: “Vete; vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco…. Voy a dejar con vida en Israel a siete mil cuyas rodillas no se han doblado ante Baal y cuyos labios no le han besado.” (1 Rey 19, 13-18)

También hoy necesitamos hombres y mujeres de Dios que no teman enfrentarse a los baales de nuestra generación. Esos ante los que se arrodilla gran parte de nuestra sociedad. La Iglesia no debe, no puede y yo diría que hasta no sabe callar. Puede que muchos de sus miembros, pastores y fieles, prefieran vivir en la comodidad de los falsos profetas que no molestan a los gobernantes, que dicen aquello que la “massa damnata” quiere oír, que desvirtúan el mensaje de Cristo convirtiéndolo en una especie de buenismo barato, cual marca blanca de supermercado espiritual. Pero Dios nunca se queda sin testigos en los tiempos donde el pecado y la apostasía parecen triunfar. El Antiguo Testamento es testigo de ello. Y la Historia de la Iglesia también.

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