Ladran Benedicto, luego cabalgamos
Si alguien tenía alguna duda sobre las bondades del perdón que Benedicto XVI ha concedido a los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, no tiene nada más que leer las reacciones que la medida ha provocado en diversos sectores de la Iglesia. La práctica totalidad de la misma ha acogido con alegría este gran paso hacia la reconciliación final y completa con estos hijos de nuestra Madre y Maestra. ¿Quiénes son los que protestan? Pues precisamente aquellos que son el ejemplo vivo de que muchos, incluidos los lefebvristas, tenemos razón en nuestro juicio sobre el estado de la Iglesia después del Concilio Vaticano II.
Si Küng y Boff, ambos herejes sin que haya caído sobre ellos la pena canónica prescrita para la herejía, están molestos con lo que ha hecho el Papa, alegrémonos y gocémonos en el Señor, pues entonces es seguro que el Papa ha hecho bien. Si Boff amenaza con el cisma, riámonos con ganas pues nadie, ni el mismo Boff harto vino, se puede creer a estas alturas de la película que el sector progre y heterodoxo de la Iglesia va a tener el valor y el coraje de romper sus vínculos externos con la comunión eclesial. De momento, a menos que convenzan al anciano Casaldáliga, no tienen obispo que les garantice un cisma “serio” que pueda perdurar en el tiempo. Küng y Boff no tienen ni la entidad ni la fuerza ni la determinación de Lutero y Calvino, aunque en muchos aspectos son menos católicos que los reformadores del siglo XVI. Además, ellos viven mucho mejor jorobando a la Iglesia desde dentro. Fuera hace mucho frío.