No hay salvación en ningún otro
Primera lectura del viernes de la Octava de Pascua
Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes.
Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Hech 4,1-12
Dios ha querido que los hombres se salven sólo por Jesucristo. Por nadie más. Quedan pues, descartadas, el resto de religiones y/o de líderes espirituales como instrumentos de salvación.
La primera consecuencia lógica a sacar de las palabras de San Pedro es que el judaísmo dejaba de ser una religión salvífica, a menos que incluyera el reconocimiento de Cristo como Mesías y Salvador. Cristo, efectivamente, era esa piedra angular desechada por los líderes religiosos de Israel.
Ahora bien, hay muchas formas de rechazar esa piedra angular. Una de ellas es acomodar su mensaje, el evangelio, a los valores de un mundo que se le opone. De poco vale hablar de la muerte y resurrección de Cristo si no se hace caso a su Madre, que dijo “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,4). O como Él dijo: “¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?” (Luc 6,46).
Cuando el ángel se apareció a San José para hacerle entender el motivo de la Encarnación del Señor, le dijo:
“Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados“
Mat 1,21
Y de ello dio también testimonio San Juan Bautista:
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo“.
Jn 1,29
Por tanto, no son muy diferentes de Anás, Caifás y Alejandro aquellos líderes religiosos del pueblo cristiano que hoy pretenden que se puede ser de Cristo y vivir consciente y culpablemente en pecado, sin arrepentimiento, sin conversión, sin confesión y penitencia. Pues como enseña San Pablo:
Pues si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ver si tampoco te perdona a ti. En fin, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron; contigo, bondad de Dios, si permaneces en la bondad; de otro modo, también tú serás desgajado.
Rom 11,21-22
Señor, concede a tu Iglesia ser fiel a tu Palabra y libra a tus fieles de aquellos que quieren conducirles por caminos de perdición.
Luis Fernando