Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios

Primera lectura del sábado de la Octava de Pascua:

Al ver la libertad con que hablaban Pedro y Juan, como sabían que eran hombres sin letras y sin cultura, estaban admirados, puesto que los reconocían como los que habían estado con Jesús; y viendo de pie con ellos al hombre que había sido curado, nada podían oponer.
Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y deliberaban entre sí: -¿Qué vamos a hacer con estos hombres? Porque es público entre todos los habitantes de Jerusalén que por medio de ellos se ha realizado un signo evidente, y no podemos negarlo. Pero para que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a intimidarles a que no hablen más a nadie en este nombre.
Y les hicieron llamar y les ordenaron que de ningún modo hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.
Pedro y Juan, sin embargo, les respondieron: -Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios; porque nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
Ellos, después de amenazarles de nuevo, los soltaron, sin saber cómo castigarlos a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo ocurrido.
Hech 4,13-21

“No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído". Esa es la consecuencia de la acción del Espíritu Santo en los apóstoles. Se convierten en testigos fiables, de palabra y de obra, de nuestro Salvador. Y no hay voluntad humana que pueda resistir a Dios cuando Él interviene decisivamente.

Obedecemos primero a Dios. No hay autoridad de hombres que merezca ser obedecida si se opone a la voluntad divina. Quien recibe poder de lo alto para predicar el evangelio no teme prisiones, persecuciones y martirios. De hecho, cuenta con ello si las circunstancias así lo producen. Todo es pura gracia.

El único temor que debemos tener es a nuestros pecados, pues ellos pueden convertirse en obstáculo para que seamos fieles instrumentos en manos del Señor. Por eso es tan importante implorar de Dios la conversión continua, de manera que aunque caigamos podamos levantarnos mediante el arrepentimiento y la confesión. Estemos confiados en que Aquél que comenzó en nosotros la obra buena la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús (Fil 1,6).

No todos somos apóstoles o profetas. No a todos se nos da hacer milagros (1ª Cor 2,2). Pero todos estamos llamados a la santidad, que es prueba inequívoca del poder de Dios obrando en nuestras vidas. Y en cuanto tal, fuerza evangelizadora de primer orden.

Envía, Señor, obreros a tu mies. Santifícalos y obra mediante ellos el fruto de la conversión de muchos.

Luis Fernando