Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto

Esta semana fui a Misa con unos amigos y nos encontramos con que se estaba celebrando un funeral. El funeral fue católico en los textos litúrgicos. Pero solo en eso. Lo demás era un funeral protestante con tufo herético universalista-origenista. O sea, se dio por hecho no solo la salvación del finado por el mero hecho de ser cristiano -tesis calvinista- sino que todos se salvan. Y el concepto de presencia de Cristo en medio del “culto” era también protestante.

Ahora bien, esa forma de celebrar el funeral la he visto en la práctica totalidad de funerales a los que he asistido desde mi regreso a la Iglesia Católica. O he tenido muy mala suerte o es la pura realidad a la que se enfrentan los fieles, al menos en España.

No tiene el menor sentido rezar por los muertos si se da por hecho que los muertos están en el cielo. No tiene el menor sentido predicar el evangelio -de hecho, no se hace- si se da por hecho que todo el mundo se salva. Del purgatorio, mejor ni hablamos. No existe. Tampoco el juicio por nuestras obras.

De hecho, es mucho más probable encontrarse algo de catolicismo en un funeral celebrado por protestantes evangélicos -no liberales-, que en uno católico. Es casi seguro que se oirá la idea de que debemos tener que rendir cuentas a Dios después de la muerte y que la posibilidad de la condenación es real.

Mucha gente, cada vez más, solo asoma por las iglesias en bautizos, bodas, primeras comuniones y funerales. En vez de aprovechar la oportunidad para predicarles la fe católica, en infiniidad de ocasiones se les suelta un discurso buenista, edulcorado, pelagiano o semipelagiano, que no sirve absolutamente para nada. 

Da igual que los textos litúrgicos sean magníficos. Es como el músico que tiene una partitura delante pero él toca lo que de la real gana. Es como tener un esqueleto firme pero sin músculos, sin órganos internos, sin vida. Es la Iglesia de Sardis: “Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto” (Ap 3,1).

Esto es lo que hay, señores. Tiene nombre de catolicismo. No lo es.

Luis Fernando Pérez Bustamante