InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Archivos para: Noviembre 2018

27.11.18

(317) Catolicismo de tercer grado

1.- Para la sola criatura, es imposible.— En su muy sustancioso prólogo al magnífico libro del P. Alfredo Sáenz S.I., La Cristiandad. Una realidad histórica, el P. Carlos Biestro explica de qué manera la historia confirma la enseñanza de la Tradición, en cuanto que al margen de Cristo la sociedad corre hacia su desastre, porque «es imposible para la sola creatura detener el avance inexorable de la culpa y la muerte que reinan desde la Caída Original». Es un pasaje potente, que corona cabalmente así: «Sólo en el Señor las personas y las sociedades pueden alcanzar la salvación.»

 

2.- Pero es posible, para el Señor de toda criatura.— Comenzaba su prólogo el P. Biestro con una proclamación: «Es sabido que Dios salva al mundo suscitando hombres e inspirando obras que contradicen al mundo con la defensa de aquellas causas que cada época particular tiene por perdidas.» Con esta alabanza, entiendo, se nos anima a defender, como católicos, las causas perdidas que contradicen el mundo moderno, que parecen imposibles para nosotros en cuanto solas criaturas, pero posibles para Dios que «actúa en las obras de sus criaturas», porque «es la causa primera que opera en y por las causas segundas» (Catecismo 308).

 

3.- Lo mejor imposible es posible para Dios.— Tal cosa sucede con la doctrina tradicional, sobre todo en su traditio local hispánica. Me refiero a la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, que es doctrina que contradice al mundo, al catolicismo de tercer grado y al positivismo idólatra del Leviatán moderno. Como dice el P. Biestro, Dios suscita obras que contradicen el mundo con causas que el mundo tiene por perdidas. No las tenga por lo mismo el católico, no desconozca la providencia de Dios, que opera lo imposible en y por sus criaturas. ¡Cuánta necesidad tenemos de políticos católicos que contradigan al mundo, y cual verdaderas causas segundas movidas por Dios, operen lo imposible para el mundo moderno!

 

4.- Meliora secuenti, quien sigue lo mejor, se lleva la palma. Reza el emblema de Don Juan de Borja, en la bellísima edición de 1680 de sus Empresas morales. Dando por supuesto el estado de gracia, ¿no será altamente meritoria la defensa de tal causa? ¿No habrá para tal empresa imposible, posible palma? Sintetizamos su tesis, clásica y perenne,  citando Libertas praestantissimum, 14:  «es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de las leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga». Pensar lo contrario, promoviendo al mismo tiempo un catolicismo espiritualista y privado, es política “católica” de tercer grado. No es lo mejor, sino lo peor.

 

y 5.- Lo mejor, siempre que se pueda.— Es lo peor, decíamos, porque tal separación impide, artificialmente, que el orden del bien común, (es decir, el orden político), se encuentre con el orden de la gracia que lo hace plenamente posible, (es decir, el orden divino). Sí, sé que es aparente causa perdida defender, en la atmósfera personalista que nos envuelve, la ilicitud de tal separación artificial y abusiva. Pero debemos contradecirla, porque como explica León XIII: «el poder político y el poder religioso, aunque tienen fines y medios específicamente distintos, deben, sin embargo, necesariamente, en el ejercicio de sus respectivas funciones, encontrarse algunas veces.» Se admite por tanto distinción pero no separación. 

Piense el político católico, supuesto el estado de gracia, que le espera la palma (del martirio) si defiende lo mejor, que contra el Leviatán de tercer grado se resume y aquilata en esta máxima:

no es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada.

 
David Glez.- Alonso Gracián
 

21.11.18

(316) Malentendidos y soflamas

1.- La decadencia del derecho público cristiano da alas a la tecnocracia, motiva al Maelstrom positivista, renueva el ocaso de la ley natural en las almas y en las sociedades. Hay que combatirla.

Los sueños progresistas del iluminismo renuevan sus fuerzas, y vienen a morar a la Ciudad del Hombre.

Alberto Caturelli asocia, sabiamente, la pujanza del mundo moderno con la crisis del cristianismo:

«Si el Cristianismo “toca a su fin y Cristo baja de su Cruz", como decía Cioran, entonces la tierra se constituye en el definitivo mundo del hombre y la ciencia y la técnica son los medios eficaces para someterla. Adquieren renovado vigor las ideas fundamentales del “iluminismo” que, hoy, cree, como Turgot, en el progreso material indefinido que supone la realidad como cambio acelerado inmanente al tiempo de la historia.» (Alberto CATURELLI, Los derechos del hombre y el futuro de la humanidad, Verbo, n. 383-384, Madrid, p. 248)

 

2.- Asimismo Ernst Jünger, en los diversos volúmenes de Radiaciones, recalca el titanismo del espíritu de esta época.  La batalla contra los dioses, en la mitología griega, nos muestra de qué manera el mundo temporal del hombre pretende autonomía. Y en crescendo, sin detenerse. Porque nunca se sacia el hambre de autodeterminación. Por eso Calderón Bouchet, en Los enemigos del progreso, remite con acierto el concepto al mito de los titanes, «y a su acción positiva en la transformación de la situación terrena del hombre.»

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17.11.18

(315) La vía moderna de la ética: normas generales en lugar de preceptos universales

1.- El nominalismo es la raíz de la Modernidad.

 

2.- El nominalismo niega el fundamento real de los universales.

 

3.- Negar la realidad de los universales supone negar la realidad de lo común.

 

4.- La negación de una realidad común a todos constituye la raíz de la vía moderna de la ética.

 

5.- La ética moderna no será nunca una ética universal porque se basa en la negación de los universales.

Hablando con propiedad, es un remedo agnóstico de catolicidad, esto es, una ética general, global o mundial. Lo general (mudable) sustituye a lo universal (inmutable).

* * *

 

6.- La negación de una realidad común a todos supone, como contrapeso ideológico, la afirmación de una experiencia personal de la ética; no común a todos, sino autodeterminada por los propios sujetos; y con pretensión de poder ser reclamada y contrarreclamada como derecho. Lo universal se reduce a suma de individualidades. El bien común es degradado a suma de bienes particulares incomunicables.

 

7.- La vía nominalista implica, por tanto, una ética de pretensiones subjetivistas, que no es capaz de vencer el individualismo por más comunitarismo que pretenda. Y dado que individualidades hay muchas, será una ética que englobe a esas muchas, sin que lo común influya en ellas. Es decir, una ética global o mundial de tipo cuantitativo.

 
* * *
 

8.- Tenemos, pues, como resultado, una ética global blindada por un concepto no moral, sino axiologico de la dignidad humana. Concepto que, en clave roussoniana, considera un valor inviolable el estado de naturaleza (sin tener en cuenta la Caída). Concepto que, por tanto, pone entre paréntesis el estado de enemistad producido por el pecado. 

 

9.- La ética global consistirá entonces en una regulación de alcance mundial, mediante la promulgación de normas generales, de reclamaciones y contrarreclamaciones particulares (Turgot). Es una ética, en definitiva, ilustrada.

 

10.- Por el contrario, la ética universal, es decir, el ethos católico, se basa en lo que los sujetos tienen en común, una ley natural universal inscrita en sus naturalezas. También en lo que tienen de comunión sobrenatural, por la gracia, que es la Iglesia.

La universalidad católica, por tanto, es doble: la de la ley natural, que implica una dignidad moral, además de la ontológica; y la de la ley de la gracia, que implica una dignidad sobrenatural.

 

La enorme influencia de la modernidad ilustrada de corte humanista, esto es del personalismo, ha hecho creer que la ética global es equivalente a una ética universal. Y que los derechos individuales, regulados mediantes normas generales de alcance mundial, pueden sustituir al Decálogo en las legislaciones.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Siendo un hecho que, entre ambas éticas, hay una distancia infranqueable.

 

David Glez. Alonso Gracián

 

14.11.18

(314) Dar coces contra el aguijón

Negar que es necesaria una constitución cristiana de los estados es dar coces contra el aguijón. 

En los ambientes católicos, desde hace más de medio siglo, el personalismo-constitucionalista es la teoría política que lo niega.

Curiosamente, la mente católica de hoy, influenciada por esta escuela, acepta en general esta negación sin cargo alguno de conciencia, como si fuera la doctrina católica original, y no un plagio del pensamiento liberal de tercer grado. (Ya sabemos, con Eugenio y Álvaro D´Ors, que todo lo que no es tradición es plagio).

* * *

Dar coces contra el aguijón es de poca discreción, dice nuestro refranero. La sabiduría popular, con esta paremia, no sólo fulmina la obstinación, sino remite a la vara de guiar labores y animar bueyes, llamada aguijada o aguijón. Así se alude a quien porfía, de coz en coz, contra una autoridad mayor, y se lastima en ello por inútil; tal le sucede a la bestia que se empecina en propinarle patadas a la aijada, con lo que se hiere más pronta e inevitablemente.

Adversum stimulum calces iactare, lanzar coces contra el aguijón, es máxima clásica, como no podía ser menos siendo clásico nuestro romancero, y siendo clásica nuestra doctrina política tradicional (la hispánica, no la francesa de Maritain).

El aguijón de arar, con su corona, es figura del buen gobierno, que nuestra traditio local del Siglo de Oro remite a la ley natural y divina, contra la que es en vano darse de bruces.

Lo representa Hernando de Soto, en su cuarto Emblema de 1599, con la aguijada de arar del rey Wamba, clavada en tierra y florida, con una corona real sobre su extremo superior. El milagro de la floración de su cetro indica cuán fecundo es el gobierno si está fundamentado en Dios.

Como dice el epigrama:

El florecer su aguijada,

sin lengua a voces pregona,

que no es buena la corona,

si de Dios no es enviada.

Dijérase: Dios ha de ser el fundamento de la ley, de todo estado, de toda vida social. Dios es el principio rector de toda obra buena, de todo gobernante, de toda institución. Y cosa absurda es oponérsele, empresa suicida es darle patadas a esta evidencia.

La cuestión que plantea el salmista:

«Quare tumultuantur gentes

et populi meditantur inania

(¿por qué se amotinan las gentes

y trazan los pueblos planes inicuos?» (Sal 2, 1)

Se responde así: porque, debido al pecado, las sociedades yacen en estado de enemistad. Y siendo esto de tal manera, ¿con qué derecho excluir de la vida social el estado de amistad? ¿Hay cosa mejor para el bien común que ser amigos de Dios?

Como explica el emblema epigramático de Hernando de Soto, no es buena la autoridad si de Dios no es enviada. Y una vez enviada y florecida en leyes justas, pregónese la voz (la ley) de Dios en toda autoridad, y así no hay vara (potestad) que no florezca. 

Samaniego, tomándolo de Esopo, lo rima con salero:

«Quien pretenda sin razón,

al más fuerte derribar,

no consigue sino dar

coces contra el aguijón»

 

El más fuerte es Dios. ¿No es insensato promover en las iglesias locales el pensamiento liberal de tercer grado? ¿No es insensato plagiar el ethos revolucionario? ¿No es insensato dar por bueno un sistema que separa el orden de la gracia del orden político-social? 

«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa es dar coces contra el aguijón.» (Hch 26, 14), advierte la Escritura. No sea modelo, por eso, para la Urbe Católica, la Ciudad del Hombre, que persigue al Rey para que no reine.

Dura cosa es ir contra el fundamento de toda autoridad. ¿Acaso la Ciudad del Hombre no se revuelve contra la aguijada de la ley de Dios, dando coces contra la realeza de su Salvador? ¿Con qué falsa prudencia política afirmar el tercer grado, con qué blandas o duras laicidades justificar su positivismo? Con la falsa ciencia del Leviatán, cuya mirada de Gorgona petrifica toda acción política catolica.

Pidamos su Reino, porque su Reino es para hacer posible la Ciudad, y la Ciudad es para Dios.

San Agustín, en Confesiones III, 8, 16, afirma:

«También se hacen reos del mismo crimen quienes de pensamiento y de palabra se enfurecen contra Ti y dan coces contra el aguijón, o cuando rotos los frenos de la humana sociedad, se alegran, audaces, con privadas conciliaciones o desuniones, según que fuere de su agrado o su disgusto. Y todo esto se hace cuando eres abandonado tú, fuente de vida, único y verdadero Criador y rector del universo.

Y es que de la mano de Dios el buen imperio. Es lema capital de nuestro catolicismo hispánico. Se diferencia, radicalmente, del lema moderno personalista, que separando individuo y persona descentra de Dios la vida social, y la reorienta hacia la fragmentación, privatizando la vida cristiana y reduciéndola al ámbito doméstico.

Porque de la mano de Dios el buen imperio significa: no hay buen gobierno de tercer grado, porque no es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada

 

David Glez. Alonso Gracián

 

10.11.18

(313) La mirada de la Gorgona

Inest periculo gloria, la gloria está en el peligro.— Así traduce Hernando de Soto, en sus Emblemas Moralizadas de 1599, el mote primero. Y nos remite a Perseo, cubierto con el casco de Hades, armado de acero y alado de sandalias, mostrando la cabeza de la Gorgona a Policletes petrificado.

Hernando de Soto, contador y veedor de la casa de Castilla,  al declarar su mote y pictura, escribe además este epigrama:

Enviado fue Perseo

de quien le pudo enviar,

a deshacer y acabar

el encanto medúseo.

Alcanzó rara victoria,

y fama de valeroso,

que en todo lo peligroso

hallamos que está la gloria.

* * *

Se preguntará el lector quién o qué personifica, en nuestra analogía, a la Gorgona. Y fácil es adivinarlo, si es lector de este blog.

Enseña con insistencia Danilo Castellano que la Modernidad no es divisible, sino de una pieza, y que no es posible al pensamiento católico incorporarse elementos conceptuales esenciales suyos sin grave daño. Este daño, que hemos definido como parálisis o petrificación, es tan evidente, que no admite discusión: no sólo el espíritu misionero, sino la misma función docente de la Iglesia ha sufrido un proceso de anquilosamiento. Se ha entumecido en conceptos inmovilizantes, que de tan espesos, han bloqueado la mente católica hasta hacerla incapaz de salir del atolladero, cediendo en exceso al ethos del nuevo orden mundial.

—Tales son un concepto reducido de dignidad humana, disminuida hasta el estado de naturaleza roussoniano; la libertad religiosa como sinónimo de autodeterminación; o el método fenomenológico experiencialista como sustituto del conocimiento por tradición, etc.

El principio fenomenológico, por ejemplo, que el personalismo ha aplicado sistemáticamente a la vida cristiana, puede resumirse así: poner entre paréntesis la tradición para poder tener una experiencia personal y actual de lo cristiano.

Esta aplicación es una proyección: la de la cosmovisión moderna. Y sobre un objetivo: la doctrina tradicional. Los resultados son una idiosincrasia, la personalista; una ideosincrasia: la nominalista; una política, el liberalismo constitucionalista de tercer grado. Y una teología: la Nueva Teología. También, aunque secundariamente, una psicología, la logoterapia.

Se trata, pues, de toda una cosmovisión importada desde dentro de la ortodoxia. No pretende explícitamente heterodoxia, sino hibridarse con el numen católico para adaptarlo a los tiempos y, sobre todo, a la centralidad moderna de la persona, con objeto de producir una actualización.

Utilizando un lenguaje de imágenes, como al principio de este post, podríamos decir que esta cosmo-visión actúa como Gorgona: su punto de vista, por muy bienintencionado que esté, petrifica. Lo hemos visto con la misiones, en general paralizadas. Lo hemos visto con la acción política católica, desactivada. Lo hemos visto con la teología moral, cosificada por el situacionismo, en un estado de sometimiento a la conciencia y de intoxicación kantiana. 

Urge, por tanto, una cambio de mirada; una vuelta a la traditio. Dejar de mirar a la Gorgona para mirar hacia atrás con agradecimiento, temor y temblor, en busca del clasicismo perdido.

* * *

La cuestión se ciñe a estos parámetros: existe un principio tradicional de subordinación cuya puesta entre parántesis (que no otra cosa es el método fenomenológico) conduce irremisiblemente al liberalismo de tercer grado y a la maximización de la conciencia.

Esta puesta entre paréntesis, esta epojé liberal, paralizante e infructuosa, podemos sintetizarla así:

la autoridad temporal debe poner entre paréntesis la ley de Dios para poder gobernar neutralmente, respetando la libertad negativa de cada parte, sujeto o comunidad. Para ello necesita de un principio autárquico, por el cual el Estado se declara exento de obligaciones respecto a la religión revelada y sus tradiciones. La autoridad, para ello, deberá estar separada del orden de la redención.

Frente a esto, enunciamos el principio católico, tal y como lo expone, con meridiana claridad, la tradición política hispánica, a través de Alberto Caturelli:

«es obligatorio para todo sujeto de la autoridad temporal, someter su potestad a la ley de Dios. En la economía de la salvación, la autoridad no puede ser auto-suficiente y quienes son sus depositarios tienen la capacidad y la obligación de rendirla al único Dios verdadero y a la única Iglesia verdadera. Desde el punto de vista cristiano, la autoridad está asociada a la redención del hombre y ningún cristiano católico puede, sin pecado, renunciar a esta misión de la autoridad. El ejercicio de la autoridad debe ser santificadora desde el padre de familia al gobernante político porque en todos sus grados, debe ser ejercida según el Modelo de todo gobernante que es Cristo, Rey de Reyes.» (Liberalismo y Apostasía, Gratis Date, Pamplona 2008, p.28)

 

Retire su mirada, el católico de hoy, del rostro de la Gorgona, no caiga petrificado. No escudriñe sus principios, no congenie con sus nociones, no se incorpore sus paradigmas. Vuelva los ojos al Cristo Total, y sin mirar al Monstruo, vénzalo con las armas de la traditio, cual Perseo.

Otros cayeron, de confiados. Se dejaron seducir, y miraron. Creyeron posible la amistad con ella, bajaron el puente de la Ciudadela y la dejaron entrar, con su mirada de muerte. Cuando quisieron levantarse ya eran de piedra, ya pensaban como ella, ya fueron dados a la Apostasía por ella, y casi sin darse cuenta. 

Convertimini ad me, et salvi eritis, volveos a mí y os salvaréis. (Is 45, 22).— No ha de volverse el cristiano a la Gorgona, sino a Cristo, «puestos los ojos en el autor y perfeccionador de nuestra fe, Jesús; el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios.» (Hb 12, 2)

Sea el cristiano, en esta Hora global del Hombre, católico Perseo. Se quedará solo, sufrirá marginación, tal vez martirio a fuego lento. Le tacharán de profeta de calamidades, de mal católico, de retrógrado reaccionario, y tendrá, quizá, que pasar por el Mundo del Dolor, hacia un refugio en que emboscarse. Pero será una ganancia, porque podrá vivir escondido con Cristo en Dios (Col 3, 3).

Inest periculo gloria, la gloria está en afrontar el peligro. Y el peligro se llama Modernismo, esa mala copia “a lo católico” de la Modernidad. Por eso hacemos un llamamiento al heroísmo, sobre todo de los pastores. Ignore el católico, del pensamiento moderno, sus encantos medúseos, y afronte una eficaz depuración de conceptos. Nos viene la vida en ello. No es imposible porque hay gracia. Sea el yelmo de Hades la doctrina clásica, invulnerable a la visión del topos moderno. Sea el acero la Palabra de Dios, en su interpretación tradicional. Sean las alas, en nuestros pies, los pasos que heredamos de nuestros ancestros.

Hemos de hacerlo, desde nuestra identidad. Porque todo lo que no es tradición es plagio, y quien plagia el ser de otros, tarde o temprano, dejará de ser lo que es. 

 

David Glez. Alonso Gracián