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23.03.16

(135) Que para combatir el semipelagianismo no es preciso expulsar las virtudes del orden de la gratuidad

La gracia de la justificación, que hace pasar al hombre adámico del estado de pecado al estado de gracia, introduce, junto con la misma gracia santificante, las virtudes infusas. Con ellas, el hombre justificado puede habitualmente hacer el bien meritorio y saludable.

Es oportuno mostrar que el orden de las virtudes infusas pertenece también al orden de la gratuidad, instaurado por la misma gracia que hace grato al hombre a ojos de Dios.

En este artículo me dedico a ello, (ilustrándolo de paso con algunos dibujos que realicé con bolígrafo negro y unos lápices).

Es importante mostrar la necesidad orgánica de las virtudes en este complejo sistema de perfeccionamiento ideado por Dios para la deificación participada de sus hijos adoptivos.

Como explica el P. José María Iraburu, en “Por obra del Espíritu Santo”, Gratis date, cap 3, 2, pág.18 (resaltado mío):

«Podría quizá pensarse que, una vez que la gracia santificante sana al hombre pecador y le eleva a una vida sobrenatural, sería bastante para el desenvolvimiento normal de esta nueva vida que sus potencias, entendimiento y voluntad sobre todo, recibieran el auxilio continuo de las gracias actuales. En este sentido, no sería necesaria la infusión en sus potencias de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo.

Santo Tomás contesta bien esta dificultad: «No es conveniente que Dios provea en menor grado a los que ama para comunicarles el bien sobrenatural, que a las criaturas a las que sólo comunica el bien natural. Ahora bien, a las criaturas naturales las provee de tal manera que no se limita a moverlas a los actos naturales, sino que también les facilita ciertas formas y virtudes, que son principios de actos, para que por ellas se inclinen a aquel movimiento; y de esta forma, los actos a que son movidas por Dios se hacen connaturales y fáciles a esas criaturas. Con mucha mayor razón, pues, infunde a aquellos que mueve a conseguir el bien sobrenatural y eterno ciertas formas o cualidades sobrenaturales [virtudes y dones] para que, según ellas, sean movidos por él suave y prontamente a la consecución de ese bien eterno» (STh III,110,2).

Comencemos pues.

 

I.- LAS VIRTUDES INFUSAS Y LA GRACIA

En el combate contra el semipelagianismo, no se debe contraponer el orden de las virtudes al orden de los dones, como si el primero fuera ajeno a la gratuidad y el segundo fuera su modelo. Hay diferencias entre virtudes y dones, que estudiaremos, pero no contradicción. Ambos sirven, en sincronía y consonancia, al proceso de perfeccionamiento del hombre nuevo.

Es fundamental comprender que la existencia de las virtudes infusas se desprende de la propia naturaleza de la gracia santificante. Que pertenecen también al misterio de la gratuidad, por el cual Dios perfecciona gratuitamente a sus hijos haciéndoles participar de las perfecciones de su Primogénito.

Es fundamental comprender que el estado de gracia introduce en el justificado una tensión perfectiva por la cual

«es un germen divino que pide, de suyo, crecimiento y desarrollo hasta alcanzar su perfección» (Royo Marín, “Teología de la perfección cristiana, 45)

Esta tensión positiva generada por la gracia habitual produce su movimiento perfectivo a través de unos principios operativos que lo convierten en habitual a través de acciones saludables y meritorias.

Estos principios de operación perfeccionante que surgen de la misma gracia de la justificación, pero no identificables con ella, son las virtudes.

 

II.- LA GRACIA DE LAS VIRTUDES Y LA GRACIA DE LOS SACRAMENTOS

De este modo, el efecto santificador de las virtudes no es, como el de los sacramentos, ex opere operato, por la obra misma obrada por Cristo; sino ex opere operantis, diríamos en función del obrar del obrante, disponiendo para ello adecuadamente al que obra.

Por eso tradicionalmente se definen las virtudes infusas como hábitos que causan disposiciones adecuadas en el alma:

«hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar según el dictamen de la razón iluminada por la fe» (Royo Marín, TPC, 46)

Recordemos que la disposición adecuada producida por las virtudes es importante para el aprovechamiento de la gracia sacramental, por ejemplo la producida por la Santa Eucaristía.

Pues aunque los sacramentos son eficaces por sí mismos, (ex opere operato, por la obra obrada) dado que son acción de Cristo mismo, su grado de aprovechamiento es influido por la buena disposición del sujeto (ex opere operantis). De esta forma hay una relación estrechísima entre la gracia de las virtudes y la gracia de los sacramentos.

Esta relación procede de la cualificación interna totalizadora que la gracia habitual produce en la naturaleza humana. La tensión perfectiva que introduce en el sujeto interrelaciona las gracias de los principios operativos con la gracia de los sacramentos. De este modo, la santificación del ser humano es un todo, tanto en lo ordinario y común, como en lo concreto y especial. Y así es posible vencer de hecho al pecado, en una acción de combate espiritual contra el mal que es efectiva a todos los niveles. Como lo explica de forma maravillosa el Angélico en la Suma, IIIae, q62, a2:

« 1. La gracia de las virtudes y de los dones perfecciona suficientemente la esencia y las potencias del alma en lo que se refiere a la actuación ordinaria, pero en lo que se refiere a algunos efectos especiales, requeridos en la vida cristiana, se necesita la gracia sacramental.

2. Las virtudes y los dones bastan para impedir los vicios y los pecados en el presente y en el futuro en cuanto que evitan que el hombre peque. Pero para los pecados pasados, cuyo acto ya pasó, permaneciendo el reato, se ofrecen al hombre, mediante los sacramentos, remedios especiales

 

III.- LAS VIRTUDES SOBRENATURALES INFUSAS Y LAS VIRTUDES NATURALES ADQUIRIDAS

Tanto las virtudes naturales como las virtudes sobenaturales son hábitos operativos, es decir, modos especiales de obrar, proceder o conducirse, para los cuales el Señor agracia al ser humano con auxilios de diversa clase, mociones creaturales y socorros actuales. La diferencia reside en lo siguiente:

Las virtudes morales naturales son modos de obrar adquiridos por repetición de actos iguales o semejantes. Las virtudes morales sobrenaturales, sin embargo, son infundidas por Dios, y por eso se llaman infusas.

Como explican el P. Iraburu y el P. Rivera:

3.–Las virtudes naturales no dan la potencia para obrar –que ya la facultad la posee por sí misma–, sino la facilidad; en tanto que las virtudes sobrenaturales dan la potencia para obrar, y normalmente la facilidad, aunque, como veremos después, no siempre. (“Síntesis de espiritualidad católica”, de J.M. Iraburu y J. Rivera, Gratis date, 2ªP, 1)

Por eso, dado que las virtudes infusas no siempre dan la facilidad para obrar, para combatir el semipelagianismo no hemos de confrontar un orden del esfuerzo con un orden de la gratuidad. Porque las virtudes infusas requieren en ocasiones un esfuerzo suscitado por la gracia; esfuerzo que es otorgado gratuitamente al hombre por Dios, y que, por ello mismo, es propia y verdaderamente humano.

El nacimiento del hombre nuevo no se produce sin violencia contra el propio mal. El cristianismo no es un pacifismo contra uno mismo, sino una guerra contra la propia maldad en que las armas son dadas gratuitamente por Dios. Luego el esfuerzo de las virtudes es esfuerzo de gracias de combate, sin que ello tenga nada que ver con el semipelagianismo.

(No olvidemos, no obstante, que el mérito de la obra no procede de la dificultad de la misma, sino de la caridad con que se hace, vínculo de perfección. Mejor es una obra fácil con ardiente caridad, que una muy esforzada con poca.)

Su misión, por tanto, no podía ser otra que sobrenaturalizar las potencias del alma elevándolas al orden de la gratuidad.

Veamos algunas diferencias que las distinguen:

Las virtudes adquiridas naturales disponen las potencias del alma humana para seguir los dictámenes de la razón natural. Las infusas, para seguir las disposiciones de la razón iluminada por la fe y vivificada por la gracia.

Las virtudes adquiridas naturales son hábitos propiamente dichos que dan facilidad a la realización de la obra. Las infusas dan potencia para obrar sobrenaturalmente, pero no siempre la facilidad para el acto.

Las virtudes naturales conducen al ser humano a obrar conforme a su naturaleza racional. Las infusas conducen al ser humano a cobrar conforme a la naturaleza divina participada por la gracia.

 

IV.- LAS VIRTUDES INFUSAS Y EL ESTADO DE GRACIA

Las virtudes infusas, como hemos dicho, se infunden junto con la gracia de la justificación, van unidas al estado de gracia. Son principios operativos de mérito. Su operatividad sobrenatural es, pues, salvífica.

Las virtudes sobrenaturales son como si dijéramos la musculatura sobrenatural del estado de gracia. Perdido éste por el pecado mortal, el alma queda en off, sin vida para actos sobrenaturales. Las virtudes infusas, de esta forma, por su estrechísima vinculación con el estado de gracia, desaparecen del sujeto con el pecado mortal, a excepción de la fe y la esperanza, que quedan informes.

Veamos cómo lo explica Royo Marín:

«Desaparecen todas, excepto la fe y la esperanza, por el pecado mortal. la razón es porque estas virtudes son como propiedades fundadas en la gracia santificante; de donde, al destruirse o desaparecer la gracia, trienen que desaparecer ellas también. Solamente permanecen, aunque estado informe a imperfecto, la fe y la esperanza, como un ultimo esfuerzo de la misericordia infinita de Dios para que el pecador pueda más fácilmente convertirse. pero, si se peca directamente contra ellas, desaparecen también, quedando el alma totalmente desprovista de todo rastro de vida sobrenatural» (TPC, 51)

 

V.- EL ORDEN DE LAS VIRTUDES INFUSAS Y SU MODO HUMANO

La tensión perfectiva que introduce la gracia abarca, como dijimos, la totalidad del ser humano, por lo que las virtudes infusas abarcan todo el proceso de perfeccionamiento:

Del ordenamiento de las potencias del alma a su objetivo sobrenatural, que es la santidad, brotan las virtudes infusas teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad.

Del ordenamiento de las potencias del alma a los medios para lograr dicho objetivo, surgen las virtudes infusas morales, que son prudencia, justicia, fortaleza y templanza infusas, que perfeccionan y cuentan con el apoyo de sus análogas adquiridas, del mismo nombre.

Veremos en próximo post la clasificación que enseña el Angélico y sus dones correspondientes.

Por el momento, es importante retener que el orden de las virtudes pertenece al modo humano de obrar la obra sobrenatural meritoria en estado de gracia.

El modo divino de obrar, característico de los dones del Espíritu Santo, lo estudiaremos en próximo post, si Dios nos lo concede.

Pero anticipamos una distinción, que no contradicción, sino complementariedad, que explican profundamente el P. Iraburu y el P. Rivera en la obra citada:

«La diferencia psicológica en la vivencia de virtudes y dones es muy notable. Ejercitando las virtudes el alma se sabe «activa», esto es, se conoce a sí misma como causa motora principal de sus propios actos –orar, trabajar, perdonar–, que puede prolongar, intensificar o suprimir. Por el contrario, en la actividad de los dones el alma se experimenta como «pasiva», tiene conciencia de que su acción –orar, trabajar, perdonar– tiene a Dios como causa principal única, siendo solamente el alma causa instrumental de la misma. El alma no puede por sus propias fuerzas o industrias lograr actividad tan perfecta: no puede adquirirla, no está en su poder prolongarla, sólo puede recibirla de Dios cuando Dios la da, y a veces puede, eso sí, resistirla o cesarla.

«Adviértase bien en esto, sin embargo, que esa pasividad radical del alma bajo el Espíritu en los dones es pasividad únicamente en relación a la iniciativa del acto, que es de Dios; pero una vez que el hombre recibe ese impulso divino, se asocia libre e intensamente a su moción activando sus correspondientes virtudes. Se trata, pues, de una pasividad activísima o, si vale la expresión, de una pasividad pasivo-activa, en la que el cristiano obra con más fuerza, frecuencia y perfección que nunca.» (“Síntesis de espiritualidad católica”, 2ª P, 1, p.50)

Por todo ello, al combatir el semipelagianismo, nunca hemos de dar a entender que la pasividad activa o receptividad del alma en el modo divino de los dones es un tipo de quietismo al modo luterano o de pasividad entendida como no colaboración con los auxilios divinos o no combate contra el pecado.

 

Mientras tanto, movidos por el socorro divino, trabajemos arduamente en la muerte del hombre viejo y declaremos la guerra al mal que habita dentro de nosotros, amando a Dios y al prójimo con la caridad que es vínculo de perfección. Por eso:

«procurad vuestra salvación con temor y temblor, por medio de trabajos, vigilias, limosnas, oraciones, oblaciones, ayunos y castidad: pues debéis estar poseídos de temor, sabiendo que habéis renacido a la esperanza de la gloria, mas todavía no habéis llegado a su posesión saliendo de los combates que les restan contra la carne, contra el mundo y contra el demonio; en los que no pueden quedar vencedores sino obedeciendo con la gracia de Dios » (Concilio de Trento, ses. VI, cap. XIII)

Santidad o muerte

 

20.03.16

(134) Microartículo sobre la gracia

 
«Es Dios quien obra en vosotros vuestro querer y vuestro obrar según su beneplácito” (Fil 2, 13)
 
1.- La gracia es la sal que da sabor.
 

2.- La gracia te da el esforzarte al máximo.

 

3.- La gracia es el abrigo para la intemperie.

 

4.- La gracia no es libro que lees o no lees a tu antojo, según te plazca o no te plazca.

 

5.- La gracia no es tarjeta de invitación para un acto protocolario de Dios, en el que no eres más que un invitado.

 

6.- La gracia no actúa sobre la voluntad como el taco de billar sobre la bola, a la manera de una fuerza que empuja pero no transforma.

 

7.- La gracia te da el preferir libremente a Cristo.

 

8.- La gracia no es como una camisa que te queda grande.

 

17.03.16

(133) Que ha de entenderse rectamente qué cosa es el don de Dios

En algunos contextos en que se habla contra el pelagianismo o el semipelagianismo se emplea a menudo muy confusamente el concepto de don, como opuesto al de virtud, por ejemplo. Así, se habla de un orden del don compatible con el estado de pecado, o del concepto genérico de don sin distinguirlo de los llamados Dones del Espíritu Santo. En este post vamos a precisar algunas cosas al respecto.

 

I.- DON EN GENERAL Y GRATUIDAD

¿Qué es un don?

—En general, don es aquello que alguien da a otro por pura liberalidad.

¿Qué significa por pura liberalidad?

Según la RAE, liberalidad significa

«1. f. Virtud moral que consiste en distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar recompensa.

2. f. Generosidad, desprendimiento.

3. f. Der. Disposición de bienes a favor de alguien sin ninguna prestación suya.»

Es decir, por pura liberalidad significa que el donante da al donado algo que no le debe en modo alguno, y se lo da sin cobrarle lo que estrictamente vale; se lo da aun sabiendo que el donado no podrá jamás pagarle en estricta justicia lo que el don dado vale.

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10.03.16

(132) Una gran impiedad (Micropost V)

Gran impiedad comete quien se creyó ya salvado por su mucha piedad y sus muchos afectos superreligiosos, pero hace lo que Dios aborrece y cree que castigo no merece, sino agasajo y caricias de Dios.

 

Gran impiedad comete quien quiere mandar dentistas al infierno, para anestesiar contra la voluntad de Dios todo justo rechinar de dientes. Que una cosa es implorar misericordia y otra muy diferente es impugnar Su justicia.

 

Gran impiedad comete el pastor que asegura a los fieles no hay peligro de condenación por muchos pecados que se cometan sin arrepentirse. Más le valiera abandonar el sacerdocio y dedicarse a otros menesteres, tal vez montar una papelería o un almacén de ultramarinos, quizá un restaurante vegano o un puesto de chimichangas….  ¡cualquier OTRA cosa!

6.03.16

(131) Breve post contra la retorsión buenista, esta vez en una reflexión de Pagola

El buenismo teológico utiliza a menudo un arma muy sutil: la retorsión del significado. Mediante sutilezas casi inadvertidas, diluye lo bueno en tópicos y lugares comunes de intención deconstructiva, para que lo eterno e inmutable del bien, en este caso la Ley Natural, sea visto como algo meramente arbitrario y legalista, convencional y antievangélico.

De esta manera, el bien es arrojado contra sí mismo y queda anulado, disuelto en bondadismo.

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