La Santa Misa como principio formal de la restauración de la fe, la cultura y la civilización cristiana

Llama la atención que en los diversos análisis que se efectúan de la situación actual por la que atraviesa la Iglesia, realizados por personas de vida espiritual profunda y con amplia formación intelectual, muchas veces se nota la carencia de que, en su diagnóstico, no se hable del elemento que es esencial en toda esta crisis: esto es, el problema central de la Santa Misa, de la Liturgia. Pues es ahí donde se decide el destino de la fe y de la Iglesia. Precisamente, cuando el corazón de la vida de la Iglesia se enferma, se sigue el desmoronamiento de la fe, de la moral, de la oración y de la dimensión social y política del cristianismo, dado que la Santa Misa es la misma fe vivida, mediante la cual se rinde culto a Dios y se opera la salvación de las almas. Esta carencia es tanto más grave en el momento actual, cuanto que, en opinión de muchos, estamos viviendo la mayor crisis de toda la historia de la Iglesia, quizás incluso por delante de la crisis arriana y la crisis protestante.

Es como si un médico, analizando a un paciente gravemente enfermo, le describiera sus síntomas, las ramificaciones, incluso las consecuencias de su enfermedad, pero sin llegar a la causa, por ejemplo, cáncer. Y, por tanto, no llegando a la raíz del problema, el tratamiento será puramente paliativo, ineficaz a la larga, incapaz de traer la curación esperada.

La ausencia de un análisis en esta perspectiva causal —de lo que representa la Santa Misa dentro de la crisis actual de la Iglesia se da más claramente en el ámbito hispano (España e Hispanoamérica), pues en otros países como Francia y Estados Unidos, por ejemplo, se tienen más conciencia de este problema. Esto se explica, en parte, porque la Iglesia en España está muy marcada por grandísimos santos como San Ignacio, San Juan de Ávila, Santa Teresa de Jesús, todos del tiempo de la «contra-reforma» y que han vivido de la devotio moderna —sin que esta expresión diga nada peyorativo. Ninguno de ellos ha tenido una espiritualidad propiamente litúrgica. Ya sabemos que los hijos de San Ignacio, por citar un caso, no destacan por su vivencia de la Sagrada Liturgia, pues su fundador precisamente terminó con el Oficio coral (por inspiración divina —que, de mi parte, no me atrevo a cuestionar). Se suma a ésta otra razón: la Misa tradicional, antes del Vaticano II, en términos generales no se valoraba suficientemente pues su misma celebración adolecía de ciertos problemas. Esto lo constatan personas que vivieron en esa época: una celebración rápida, sin comprensión suficiente de parte de los laicos, de manera que cuando llegó la reforma litúrgica y el Novus Ordo, personas de honda vida espiritual (y que sí vivían de la Liturgia), como por ejemplo don José Rivera

(https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=24977), la acogieron de muy buen grado por la situación antes descrita sin darse del todo cuenta de lo que habían perdido y de las consecuencias desastrosas que esto tendría, como lo vemos hoy. Es importante destacar que ninguna de estas deficiencias antes mencionadas pertenecía al Rito de la Misa en cuanto tal, sino únicamente a una falta de formación que habría sido posible solucionar por otras vías.

Hoy la situación es diferente: cada vez más, salvo excepciones (algunas diócesis, algunas parroquias), la Santa Misa se celebra mal de forma generalizada, también rápido (casi siempre el Canon II), con graves abusos litúrgicos, donde parece que «si no se inventa algo, no se está a tono», reducida a una asamblea con un carácter protestante, en medio de cantos que apelan al sentimentalismo y con ausencia del sentido sacrificial y sagrado. Esto lo constata reiteradamente Joseph Ratzinger en sus libros sobre Liturgia. La caída de la asistencia a la Misa dominical con la entrada en vigor del Novus Ordo, hace más de 50 años, cuando precisamente se estaba seguro que estos cambios traerían la «primavera de la Iglesia» …, es patente para quien quiera reconocerlo y no taparse los ojos. Por el contrario, es sobre todo la juventud, la que, cuando asiste a la Misa tradicional, se da cuenta de la diferencia —aunque no sepa nada de latín. De manera tal que hoy se siguen operando conversiones profundas a través de la celebración de la Santa Misa tradicional, como siempre ha sido en la historia de la Iglesia, dada su belleza, su sacralidad, su marcado sentido sacrificial, el papel secundario del sacerdote, la centralidad de Cristo y su obra salvífica.

En este sentido, es notable la descripción que hace Monseñor Joseph Strickland, obispo de Tyler, Texas, USA, cuando celebró por primera vez la Misa tradicional, sobre todo porque es un obispo que celebra habitualmente la Misa según el Novus Ordo:

 «Comprendí cada vez más que la misa en latín, y el atractivo que ejerce sobre la gente, no es algo negativo ni anticuado que deba permanecer enterrado…

 «Orar delante de Cristo en el Santísimo Sacramento fue lo que me atrajo a este rito. (…) Descubrí cuánto se centra este rito en Él…

 «Al principio se necesita concentración y esfuerzo, pero hay muchas gracias involucradas. Definitivamente vale la pena aprenderlo…

 «Esta liturgia está enteramente consagrada a Él, a la adoración de Dios. Es el Hijo de Dios que desciende del cielo".

 «Debo confesar que apenas pude pronunciar las palabras de la consagración. Estaba demasiado conmovido y profundamente impresionado por estas palabras. Gracias a Dios, solo tenemos que susurrarlas en este rito, porque no estoy seguro de poder haberlas dicho de otra forma, por la impresión tan profunda que sentía. Es indescriptible, verdaderamente indescriptible».

El prelado finaliza su entrevista con estas palabras: «Después de lo que experimenté, como obispo, no puedo evitar animar a todos a encontrar a Jesús en la maravilla, en la belleza del rito extraordinario de la Misa». (https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=38218)

En el caso nuestro, hemos nacido y vivido en el Novus Ordo. Y lo hemos celebrado con una humilde sumisión a las indicaciones de la Iglesia en sus rúbricas (cf. Vat. II, SC 22). Pero el conocimiento del Rito tradicional, la llamada «Misa de siempre», que tiene más de 1.000 años en su forma actual, sobre todo después de Summorum Pontificum, nos ha llevado a un estudio profundo y acabado del tema, leyendo muchos libros, pudiendo ahora sí ver elementos del nuevo Rito que antes no veíamos. En este sentido vale la pena repasar los pasajes que Monseñor Athanasius Schneider dedica a este tema en su magnífico libro Christus vincit (Ed Parresía 2020), capitulo IV titulado Las estrellas caerán del cielo, el nº 14, La Eucaristía y la Sagrada Comunión, y el nº 15 La “Reforma de la Reforma”. También es muy bueno el libro El drama litúrgico, de Pablo Marini (Ed Santiago Apóstol 2018). Por último, es impactante ver la serie de películas Mass of the ages, sobre todo el Episodio 2 https://youtu.be/8y1cABhLc2o

Todo esto tiene que ver con lo que dice John Senior en su libro La Restauración de la cultura cristiana:

 «¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Ésta no es mi opinión personal o de alguna otra persona, o una teoría o un deseo, sino el hecho central de dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa.

 Para celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve. Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor de rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María -Rosa mystica, Turris Davidica, Turris búrnea, Domus aurea-, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la Iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en este tabernáculo de música y palabra que es el Oficio divino. Y en torno a ellos se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan el resto de los trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por El, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos.

 «Debemos grabar en nuestro corazón la primera ley fundamental de la economía cristiana: el fin del trabajo no es la ganancia sino la oración; y la primera ley de la ética cristiana: vivir para Cristo, no para nosotros mismos» (John Senior, “La restauración de la cultura cristiana”, Ed Vortice 2016, p.32 ).

 Si, como dice John Senior, la cultura cristiana es esencialmente la Misa y todo lo que se ha generado a su alrededor para enriquecerla y protegerla (a modo de elementos ordenados hacia un fin), es evidente que la restauración de dicha cultura y del orden social cristiano que iba unido a ella, pasa por la restauración de su corazón: el culto litúrgico. Este corazón es el que está hoy enfermo. No habrá restauración de la cultura sin restauración litúrgica:

 «La restauración nunca comienza en las cimas que se desmoronan, sino que siempre comienza en las profundidades oscuras de los corazones simples. No nace en los rugidos de los huracanes sino en el soplo de la brisa ligera» (Ibid, p.181 )

 John Senior termina su libro La restauración de la cultura cristiana con estas palabras:

 «El amor de María envuelve, en primer lugar, a sus sacerdotes, cuyo rol es primordial porque la Eucaristía es en cierto sentido la misma Iglesia, y el sacerdote es el instrumento indispensable, pero abraza también y al mismo tiempo a los sacerdotes y laicos que asisten al Sacrificio. Si verdaderamente la amamos, veremos en algún lugar y en algún momento, en algún recodo del camino, a un maravilloso Niño bajar del cielo, y la Santísima Virgen hará de nosotros sus súbditos, nos someterá a Él, a su voluntad, a pesar de las tinieblas de Egipto y de las tinieblas de nuestros corazones».

 Que Ella, vencedora de todas las herejías, terrible como un ejército en orden de batalla, interceda por nosotros en esta hora.