La oración por las almas del purgatorio en el contexto del año de la Misercordia

Notre Dame du Bien Mourir, Abbaye Notre-Dame de Fontgombault

A continuación presentamos la alocución pronunciada por el R. Padre Abad de Fontgombault, Dom Jean Pateau, en el Santuario Notre Dame de Montligeon antes de la apertura del año de la Misericordia. Este santuario, ubicado en la comarca de Le Perche, Normandía, Francia, es un centro mundial de oración por las almas del purgatorio. Fundado por el sacerdote Paul Buguet (1843-1918), el Santuario es dirigido en estos momentos por sacerdotes de la Comunidad de San Martín (recientemente surgida en Francia).

Debido a su extensión, esta alocución será dividida en dos post. La traducción del original francés es nuestra, así como los destacados en cursiva y negrita.

 Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

Introducción

 En preparación al jubileo de la misericordia que comenzará el próximo 8 de diciembre, con ocasión de la fiesta de la Inmaculada Concepción, finalizando en la fiesta de Cristo Rey, el 20 de noviembre del 2016, el papa Francisco ha dirigido una carta al Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Damos aquí algunas líneas: “la indulgencia jubilar puede ser obtenida igualmente para los difuntos. Estamos ligados a ellos por el testimonio de fe y caridad que nos han dejado. De la misma manera que los recordamos en la celebración eucarística, ahí podemos, en el gran misterio de las comunión de los santos, rezar por ellos a fin de que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de falta y pueda acogerlos en sus brazos, en la bienaventuranza que no tiene fin.” (Papa Franisco, carta al presidente del consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, 1 diciembre de 2015).

 Si estamos, hoy, aquí, miembros más o menos ligados a la obra de Montligeon, es porque tenemos conciencia de que se nos impone un deber: rezar, cumplir buenas obras y hacer penitencia por todos aquellos que han muerto sin poder todavía lanzarse en los brazos del Padre. En el marco del año jubilar, esta oración toma una dimensión nueva. Ella los asocia al gran perdón que la Iglesia quiere hacer brotar sobre sus hijos.

 En la bula de indicción del jubileo, el Santo Padre indicaba los medios para poner en práctica durante este año: “tengo un gran deseo de que el pueblo cristiano reflexione durante el jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Esta será una forma de despertar nuestra conciencia con frecuencia dormida de cara al drama de la pobreza, y de penetrar cada vez más el corazón del evangelio, donde los pobres son los destinatarios privilegiados de la misericordia divina.

 La predicación de Jesús nos muestra el cuadro de estas obras de misericordia, para que podamos comprender si es que vivimos o no como sus discípulos.

 Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al extranjero, asistir a los enfermos, visitar los prisioneros, enterrar los muertos.

 Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: aconsejar a los que tienen dudas, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar a Dios por los vivos y por los difuntos. (Papa Francisco, Misericordiae Vultus no 15)

 Juana Jugan, fundadora de las hermanitas de los pobres decía: “Golpead, golpead a las puertas del cielo por las almas. Es muy hermoso ser pobres, no tener nada, esperarlo todo del buen Dios.”

 Hoy día, queremos golpear a la puerta de corazón de Dios, y esto no sólo hoy, sino todos los días, y muy particularmente durante el año jubilar de la Misericordia.La oración por las almas de los difuntos

 La oración por los difuntos es tan antigua como los difuntos. Los Libros Sagrados y toda la tradición testimonian que nuestras oraciones pueden aportar alivio real a las almas que sufren.

 ¿Quiénes son estas almas?

 El catecismo de la Iglesia Católica enseña que cada hombre recibe su retribución eterna desde su muerte en un juicio particular. Tres caminos se abren entonces: o el alma está en amistad con Dios, pero se le impone una purificación, o el alma puede entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, o puede condenarse eternamente.

 Las almas que tienen necesidad de nuestra oración no son las que están en el paraíso, ni las que están en el infierno.

 Las almas que imploran nuestro auxilio, son las que mueren en gracia y amistad con Dios, pero que están imperfectamente purificadas. Aún cuando tienen asegurada su salvación eterna, ellas sienten de forma viva, el hecho de estar todavía separadas de Dios. “La iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es sustancialmente distinta del castigo de los condenados.” (CEC 1031)

 La carta a los hebreos nos invita: “Tengamos atención unos con otros para estimularnos en la caridad y las obras buenas.” (Hebreos 10, 24).

 Y Dom Dellatte comenta: “En una sociedad ordenada, donde la caridad ha expulsado el egoísmo, ninguno piense ni obre ni rece, como si estuviera solo en el mundo, sino con la conciencia del medio vivo al cual pertenece… tengamos preocupación unos por otros.”

 El autor de la carta a los hebreos hablaba de los cristianos, pero nos está permitido extender su invitación hacia la sociedad humana toda entera, englobando también a aquellos que hoy están en el sufrimiento de la espera en la unión con Dios en el purgatorio.

 San Odilón, y la oración por los difuntos

 Puede ser que ustedes estén sorprendidos de que los capellanes de Montligeon hayan recordado a un Abad benedictino, aunque también es verdad que estamos aún en el año de la vida consagrada… La orden monástica ha tenido siempre un gran respeto por la memoria de los que han sido llamados al cielo.

 San Odilón, nacido hacia el 962, quinto abad del monasterio de Cluny, ha unido su nombre a la Conmemoración de los Fieles Difuntos, el 2 de Noviembre.

Aún antes que él los necrologios, listas o registros donde son inscritos los nombres de los difuntos de un monasterio, circulaban entre las comunidades, testimoniando una comunión de oraciones alrededor de los fallecidos. Estas cartas, transcritas en una larga banda de pergamino que se enrollaba en un cilindro, llevaba el nombre de rollo de los muertos. Desde el siglo IX, o poco después, nacen los oficios aniversarios por todos los hermanos fallecidos de un monasterio.

 Además de la oración por los difuntos de la comunidad, los monasterios tenían la obligación de orar por sus benefactores. Aquellos les habían ayudado a construir los Monasterios, y los habían sostenido materialmente, a fin de procurarse la salvación de sus almas, y asegurarse sufragios para después de su muerte. Aún hoy, en los monasterios, se ora cada día por los monjes, los familiares y benefactores de la comunidad, que han vuelto hacia Dios.

¿A partir de qué circunstancias un día solemne fue instituido por la Iglesia para todos los fieles difuntos?

 San Odilón habría sido incitado a ocuparse más especialmente de las almas del Purgatorio por una visión, o más bien, por una comunicación sobrenatural, que le revelaría la importancia de la oración de los monjes por los fieles fallecidos. Siguiendo esto, San Odilón ordena para todos los monasterios, que, como el 1 de noviembre se celebra la fiesta de todos los santos, el día siguiente, se haría la conmemoración de todos los fieles difuntos. A este fin, se celebrarían Misas, se multiplicarían las oraciones, se distribuirían limosnas más abundantes a los pobres…

De hecho, los agonizantes y las almas del Purgatorio tienen necesidad de nuestra ayuda, y es algo muy bueno que el día de los difuntos, u obras como ésta de Montligeon, nos recuerden este deber. Sólo nosotros podemos acompañar a las almas en sus sufrimientos.

 En el “Ave María”, pedimos a María que ruegue “por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

 La hora de la muerte es la hora durante la cual nosotros tendremos particularmente más necesidad de la presencia de la Santísima Virgen y de la Misericordia de Dios, porque la hora de la muerte, es la hora de los últimos combates. Es el último momento donde el demonio puede aún capturar a un alma entre sus redes.

La muerte, un nuevo nacimiento

 Si la muerte marca el término de nuestra vida sobre la tierra, la muerte es también el nacimiento a otra vida. Entonces, ¿Término, o comienzo de una vida? Todo está en escoger el punto de vista donde uno quiere apreciarlo. La hora de la muerte es temible, y sin embargo, ¿no hemos vivido nosotros, una prueba análoga a ésta?

El niño, a partir de su concepción, vive, en el seno maternal, momentos que él descubre como más y más agradables. Sin saberlo, él es acogido en un lugar donde todo ha sido preparado para recibirle. Es, podría decirse, un “palacio biológico”, adaptado para él y para su vida tan frágil. Por el desarrollo de sus sentidos, él va descubriendo un lugar que se le hace cada vez más familiar. Él percibe sonidos, vive cálidamente, mecido por los movimientos de aquella que lo lleva.

Pero esto no dura. Viene, al fin de nueve meses, un momento donde este universo se le hace bruscamente hostil, y aún, lo expulsa. Todo se derrumba, y he aquí que se ve proyectado hacia otro mundo. Este mundo comienza por hacerle sufrir, entonces que los pulmones se llenan de aire por primera vez. Sin embargo, los puntos comunes permanecen. Están los sonidos familiares. El mundo nuevo es diferente del precedente, pero no sin relación al anterior. Poco a poco, el niño se va adaptando a la nueva vida, y se va hallando bien. A la soledad del seno maternal, sucede la familia humana.

Sin embargo al correr de los años, se va desarrollando en el niño, que ahora es un adulto, la viva consciencia que otro pasaje, otro nacimiento le espera...

Algunos quieren convencerse de que la vida se acaba como una frase: por un punto final. Que ella es un camino sin salida: hoy soy, y mañana no seré más… pero el espíritu rechaza un tal aniquilamiento… Si ellos fueran sinceros consigo mismos, podrían imaginarse sus funerales: su cuerpo extendido sin vida… y, sin embargo, cuando ellos contemplan esa escena… ¡están bien vivos!

La muerte es entonces, un pasaje, un nuevo nacimiento. Este mundo, en adelante tan agradable, debe derrumbarse para abrirse a la vida, a través de la muerte, a un mundo que debería ser más bello que éste: aquel del reencuentro con Dios; un mundo hoy desconocido y difícil de imaginar, como lo fue antes para el niño, en el seno materno, la vida a la cual él era llamado.

Pero, ¿Cómo se realiza un tal nacimiento?

El cuerpo usado, enfermo, destruido, no puede servir más al alma. Él se hará para ella como una prisión, una tumba. Al llamado de Dios, por su misericordia, el alma sale del cuerpo para otra manera de vivir.

En el momento de este nacimiento, María está presente como una sabia mujer que viene a acompañar al alma, y conducirla hacia Dios.