La oración por las almas del purgatorio en el contexto del año de la Misericordia y II

Imagen central del Santuario Notre Dame de Montligeon, Normandía, Francia

Imagen central del Santuario Notre Dame de Montligeon, Normandía, Francia

En el presente post terminamos con la segunda y última parte de la conferencia pronunciada por el R. P. Dom Jean Pateau, OSB, Abad de Fontgombault (Francia) en el Santuario de Montligeon.


María, la “Sabia Mujer” que nos acompaña en el pasaje de la muerte a la vida

La obra de María no se limita al sólo momento de la muerte . Su maternidad se extiende sobre las almas que han atravesado las puertas de la muerte, pero que no han podido alcanzar aún la beatitud del cielo: las almas del Purgatorio. Como lo muestra la estatua que domina esta basílica, María, que tiene a su Hijo, intercede por las almas, de suerte que su Hijo ofrece a aquellas la corona de los elegidos. La obra de Montligeon es entonces, una obra marial.

Como abad de Fontgombault, yo no puedo impedirme pensar en la antigua estatua del siglo XII llamada: Nuestra Señora del Bien Morir , y colocada hoy en la nave lateral de nuestra iglesia abacial.

Ella simboliza la Mediación universal de María. La Virgen y el Niño tienen, cada uno en la mano izquierda, un fruto, signo de los dones de Dios : todo lo que Cristo nos da, lo hace pasar por su Madre. Y con su mano derecha, la Virgen sostiene y acompaña el gesto de bendición de su Hijo. El primer nombre de la estatua era Nuestra Señora de todas las gracias. En la Revolución, un infeliz se lleva la estatua para decapitarla, pero él cae de su escalera; se le lleva al pueblo vecino, y él tiene el tiempo de arrepentirse antes de morir. Desde ese momento se invoca a esta Virgen con el título de Nuestra Señora del Bien Morir, y se le piden gracias de conversión.

María, Madre de Misericordia

A algunas decenas de kilómetros de Fontgombault, en Pelleviosin, María es también honrada bajo el título de Madre de Misericordia.

El 8 de diciembre de 1876, la Virgen se expresa así a Estella Faguette:

“Yo soy toda misericordia y toda señora de mi Hijo. Su Corazón tiene tanto amor por mí, que Él no puede rechazar mis peticiones. Por mí, Él tocará los corazones más endurecidos. Yo he venido particularmente por la conversión de los pecadores. Los tesoros de mi Hijo están disponibles para todos; si solamente ellos quisieran orar…”

Orar, ¿para qué?

Sí, si solamente quisiéramos orar…Dios quiere tener necesidad de nuestra oración. Esto es un gran misterio, porque Dios es Todo Poderoso, y por eso, Él no tendría, de por sí, esta necesidad . Pero a pesar de su omnipotencia, Él quiere asociarnos a sus obras, con el fin, por así decirlo, de hacernos crecer y elevarnos al rol de colaboradores de Dios. Y no es una pequeña cosa ayudar a las almas necesitadas a ganar el cielo. ¿Responderemos, nosotros, a esta demanda?

Son numerosos los que tienen necesidad de nuestra ayuda: los difuntos de nuestras familias sin ninguna duda. Las vidas acabadas brutalmente en las catástrofes, los accidentes… las almas dejadas, desconocidas, abandonadas, aquellas también que no han visto venir la muerte y que no han tenido tiempo de prepararse. Los grandes criminales, tanto hombres de Estado como bandidos: piensen en Santa Teresa del Niño Jesús, y su oración por la conversión del alma de Pranzini al momento de su ejecución. Todos imploran nuestra ayuda.

En fin, permítanme adjuntar una intención que tengo muy particularmente en el corazón: aquella de los niños muertos sin bautismo , cuyo número crece sin cesar, sobre todo a causa del aborto y la falta de consideración por parte de nuestra sociedad, del carácter sagrado del niño, uno de los seres más débiles, sobre todo cuando se encuentra en el seno materno.

El Catecismo enseña:

“En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia no puede más que confiarlos a la misericordia de Dios, como está establecido en el rito de los funerales para ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios que quiere que todos los hombres se salven (Cf. 1Tim 2,4), y la ternura de Jesús hacia los niños, que le llevó a decir: “dejad que los niños vengan a Mí, y no se lo impidáis” (Mc. 10, 14), nos permiten esperar que haya un camino de salvación para estos niños muertos sin bautismo. Tanto más urgente es también el llamado de la Iglesia a no impedir a los pequeños de venir a Cristo por el don del Bautismo” (CEC 1261).

Hoy la Iglesia no se ha pronunciado sobre su suerte de manera definitiva . Nos toca entonces dejarlo todo en manos de Dios y de su misericordia. El Bautismo permanece para la Iglesia y por los fieles, el único medio querido por Dios para la justificación de los hombres. Pero Dios no está ligado por el medio del sacramento…

Que Él acoja a un niño que no ha sido lavado por el agua del bautismo en el Cielo, sería una nueva prueba de su Misericordia hacia su creatura , en el estado más desprovisto, pero igualmente hacia los padres privados de un ser que ellos han deseado y amado. También lo sería de cara a los que hoy se arrepienten del acto insensato realizado un día, acto favorecido por los poderes públicos, acto que ha marcado profundamente su existencia, y aquella de su hijo.

Estos niños lanzan un llamado a nuestra caridad. Nosotros tenemos el deber de ejercer nuestro sacerdocio común, intercediendo por ellos ante el Padre de todas las misericordias.

San Juan Crisóstomo afirma:

“Imitad a Dios. Pues que Él quiere que todos (los hombres) sean salvados, vosotros debéis igualmente orar por todos: si Él ha deseado que todos lo fuesen, deseadlo vosotros también.” (Homilías sobre la primera epístola a Timoteo. Sobre 1 Tim. 2,4)

Permítanme formular un deseo, que nazca un verdadero movimiento de oración por los niños muertos sin bautismo , a la manera de la fraternidad de Montligeon por las almas más abandonadas del Purgatorio.

Además del bien de los niños, sería difícil de sobreestimar el bien que se desprendería para los cristianos : la revalorización del carácter sagrado de la vida humana y de la necesidad de respetarla; la revalorización, igualmente del sacramento del bautismo, la toma de consciencia del deber de la asistencia hacia los que han salido de la vida de la tierra, sobre todo hacia los más necesitados y olvidados.

¿Cuáles son nuestras armas?

El Rosario, la Oración, los Sacramentos.

Las Obras de Misericordia. Nosotros las hemos enumerado al comienzo:

- Dar de comer a los hambrientos

- Dar de beber a los sedientos

- Vestir a los que están desnudos

- Acoger a los extranjeros

- Asistir a los enfermos

- Visitar a los encarcelados

- Sepultar a los muertos

Pero también:

- Aconsejar a los que están en duda

- Enseñar a los ignorantes

- Advertir a los pecadores

- Consolar a los afligidos

- Perdonar las ofensas

- Soportar pacientemente a los que nos son molestos

- Orar a Dios por los vivos y por los difuntos.

En resumen, la santidad.

Todo esto, nosotros lo conocemos bastante bien… pero a menudo, sólo nos limitamos a eso, y no lo ponemos en práctica. Y lo que cuenta para aquellos a quienes debemos ayudar, son los actos que se derivan de nuestro conocimiento.

Tengamos entonces en el corazón, hacer más concreta nuestra caridad hacia el prójimo , el más próximo: nuestro cónyuge, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros cohermanos en la vida religiosa o en el sacerdocio. Sepamos hacer la limosna de la verdad en la dulzura de la caridad. Perdonemos como nosotros quisiéramos ser perdonados. Difundamos alrededor de nosotros el buen olor de Cristo, y el perfume de este olor se expandirá también en el valle de la muerte y al seno de las moradas del Purgatorio.

En el seno de las familias, amemos el orar por la salvación de las almas del Purgatorio. Nuestros hermanos en el Cielo, nos lo devolverán centuplicado.

Conclusión.

El monte donde hoy está construida la Basílica, sobre la ladera de una colina boscosa, presentaba un interés estratégico para los romanos. Instalados en este lugar, ellos habrían asegurado la guardia del valle, de allí su calificativo de “Monte de las Legiones” atribuido al sitio, transformado en adelante por “Montligeon”.

En latín la palabra Legio-Legion reenvía al verbo Lego , que quiere decir aquí: reunir, recoger, como lo es una tropa. Pero este verbo puede también ser entendido en el sentido de recorrer un lugar, arrasar, rozar.

Si los Romanos tuvieron sus ojos sobre el valle, me parece que en este mismo lugar hoy, nosotros podemos tender nuestros ojos hacia otra rivera, rozar otros lugares. El valle que se abre delante de nosotros es el pasaje a través del cual cada ser humano, y nosotros mismos, un día u otro, deberá caminar a la hora de su muerte. El lugar que nosotros bordearemos, es también la gran llanura del Purgatorio, donde tantas almas esperan con un gran deseo, la visión de Dios.

Todavía sobre la tierra, nosotros, que somos muy pequeños y pobres, pero colocados cerca de Jesús y de María sobre la montaña de Montligeon, podemos ayudarles . Que en este día, que en el año de la Misericordia que se va a abrir pronto, nuestra intercesión en actos y en palabras, suba sin cesar hacia el Dios de todas las misericordias, a fin de que nosotros seamos hechos según la divisa de este año jubilar, “misericordiosos como el Padre”.