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29.04.24

(706) «Padre nuestro... líbranos del Maligno» (2)

Clamoroso entusiasmo suscitado en muchos por ciertas leyes irlandesas facilitadoras del aborto. Gran victoria del Demonio, «mentiroso y homicida» (Jn 8,44).

–La existencia y la acción maléfica de Satanás y de los demonios es de fe. Pablo VI dijo que «se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y de la Iglesia quien se niega a reconocer la existencia del [Demonio]» (15-11-1972). Y la fe fundamenta la vida espiritual de los cristianos y la acción misionera y apostólica.

En el A.T. no era clara la existencia de los demonios. De hecho, los fariseos la afirmaban y lo saduceos la negaban (Hch 23,8). Pero en el N.T. Cristo afirma esa existencia mala y maléfica en las tentaciones en el desierto, «Vete, Satanás» (Mt 4,10); diciendo a Pedro, «apártate de mí, Satanás» (Mt 16,23); a los Doce, «Yo estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,17). Pero sobre todo en su predicación y en sus exorcismos.

Cristo revela plenamente a Satanás, como ángel caído, como realidad personal mala y maléfica. Cristo, como Redentor de los hombres, nos libra por su gracia del influjo del Demonio, que procura llevarnos al pecado y al rechazo de Dios. Por todo ello San Juan evangelista resume la misión de Cristo diciendo: «El Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del Diablo» (1Jn 3,8).

 

–El combate de Cristo contra el Demonio comienza en el retiro temporal del desierto. Satanás lo tienta, quiere someterlo a sí mismo; pero Nuestro Señor Jesucristo, el único Salvador del mundo, lo rechaza con su irresistible poder divino-humano. «Retírate, Satanás» (Mt 4,10). Y se retiró inmediatamente… Pero, cuidado: «el Diablo se retiró de él temporalmente» (Lc 4,13).

Satanás es un «personaje» siniestro que en el Evangelio tiene una presencia y acción muy importantes. La revelación que Cristo hace de su infinito poder divino se manifiesta en el desierto, en las tentaciones de Satanás (Mt 4,1-11), en el endemoniado de Cafarnaúm (Mc 1,21-28), en la liberación del poseso de Gerasa y la piara de cerdos (Mt 8,28-34), en la curación de un mudo endemoniado (Mt 9,32-34), y muy especialmente en la Última Cena, cuando el Demonio «entra en Judas», para a través de él llevar a Jesús a la Cruz.

El asombroso poder exorcista de Jesús ocasiona en quienes lo rechazan el absurdo argumento: «Si tiene tanto poder sobre los demonios, se debe a que es uno de ellos». Pero Él les responde que el Demonio no echa a los demonios: es absurdo. «Si yo arrojo los demonios con el poder de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado [conmigo] a vosotros» (Lc 11,20). 

 

–Satanás es el principal asesino de Jesucristo. Así lo refieren los cuatro Evangelistas (Mt 26,21-25; Mc 14,18-21; Lc 22,21,23; Jn 13,21-29).

«Uno de vosotros me va a entregar». ¿Quién es?… «Aquel a quien diere el bocado que voy a mojar». Judas: «¿Soy yo, Maestro?». «Tú lo has dicho». «Y entonces, después del bocado, entró en él Satanás».

Entra Satanás en Judas, y éste entrega a Jesús a la muerte. Satanás se siente victorioso cuando Jesucristo, el que parecía invencible, es crucificado y muerto por su iniciativa y sugestión. Pero Cristo resucita, y son indecibles la decepción y el espanto del Diablo. Ataca entonces con rabia a la Madre de Cristo, y Ella lo resiste, según estaba ya anunciado desde el principio:  «Pongo hostilidad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; ella te aplastará la cabeza, cuando tú la hieras en el talón» (Gen 5,15)… Otro fracaso total del diablo.

Hundido en la impotencia y «enfurecido el Dragón contra la Mujer, se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Apoc 12,17-18). Y en ésas está desde entonces hasta hoy.

 

Cristo enseñó en su predicación, milagros y exorcismos, que él era el Enviado por Dios para la salvación de los hombres, sujetos al influjo del Demonio desde que consiguió el pecado original de Adán y Eva, que degradó la naturaleza humana, haciendo a la humanidad vulnerable a sus tentaciones. No sin causa, el mismo Cristo califica al Demonio de Príncipe de este mundo (Jn 12,31; 14,39), y San Pablo «dios de este mundo» (2Cor 4,4; +Heb 2,14; 2Pe, 2,19) Era, pues, necesario combatir contra Satanás y los suyos y vencerlos, liberando así a los hombres de su infernal Reinado, y confortándolos por Cristo, con su gracia redentora, como hijos de Dios.

Y estas verdades fundamentales, tan ignoradas o negadas hoy por muchos cristianos, las entendieron los Apóstoles perfectamente. Comprendieron que el combate contra Satanás iba a ser parte integrante necesaria para traer el Reino de Dios al mundo, liberándolo de la esclavitud diabólica.

–San Pedro. «Estad alerta y velad, que vuestro Adversario, el Diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar. Al cual habéis de resistir fuertes en la fe» (1Pe 5,8-9).

–San Juan, de parte de Cristo,escribe a las siete jóvenes Iglesias locales de Asia, alertándolas contra el Enemigo diabólico.

A la Iglesia de Pérgamo. «Conozco dónde moras, donde está el trono de Satán, y  que mantienes mi nombre… aún en los días de Antipas, mi testigo, mi fiel, que fue muerto entre vosotros, donde Satán habita» (Apoc 2,13). –A la Iglesia de Tiatira: La elogia primero, pero después le acusa de que algunos toleran a Jezabel, profetisa idólatra… Y alaba a los demás, a «los que no seguís semejante doctrina, y no conocéis las que dicen profundidades de Satán» (2,24). –A la Iglesia de Filadelfia: «He aquí que yo te entregaré algunos de la sinagoga de Satanás» (3,9).

San Pablo recibe del Señor esta misión: «Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los consagrados» (Hch 26,18).

Así Pablo recibe de Cristo la misión de predicar y combatir al Demonio. Por eso avisa a los cristianos de Éfeso, para que no se equivoquen, como si su combate fuera principalmente luchar contra los hombres que ciertamente habrían de perseguirles, sino combatiendo contra Satanás, contra los espíritus tenebrosos del infierno… ¿Y cómo, con qué armas podrá lucharse contra el Diablo?…

«Tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñida la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del Maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos» (Efes 6,13-18).

 

­–Jesucristo y sus Apóstoles nos revelan, pues, y nos enseñan la importancia máxima del Demonio en el combate de nuestra vida espiritual y del apostolado. Pero, como he dicho, son hoy muy pocos los Ministros de la Palabra que osan mencionar a Satanás como enemigo, cuando tratan de la vida cristiana o cuando elaboran tras numerosas reuniones nuevos planes pastorales, en los que normalmente se ignora, se ningunea al Demonio, y a sus cómplices permanentes, la carne y el mundo.

Esa omisión tan grave es cometida a veces por prudencia pastoral mal entendida, o simplemente porque, fallando a la fe, se imaginan que el diablo será una superstición, algo sin realidad verdadera. Y está claro que sólo se predica aquello que se cree firmemente: La fe de San Pablo, en referencia al Diablo y en todo, tenía la certeza propia de un Apóstol: «Creí y por eso hablé» (2Cor 4,13).

 

–«Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).

+Los Apóstoles, como ya he dicho, aunque eran hombres sin letras, enseñados y enviados por Cristo, sabían bien cuál y cómo era su misión. Ya ellos, antes de conocerlo, como judíos creyentes, por la revelación del A.T., conocían que el hombre, instigado por el Demonio, había degradado en Adán y Eva su primera inocencia (Gen 3), y que ese pecado original afectaba a todos –«pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7)–. Y sabían también que todos estaban necesitados de un Mesías Salvador, que ahora reconocían gozosos en Cristo, el único Salvador del mundo: por su Evangelio y su Cruz, por la locura de la predicación, podrían vencer al Demonio, a la carne y al mundo pecador.

Creyeron en Cristo Salvador, y siempre en su glorioso nombre, obraron la evangelización de las naciones del mundo (el que era entonces conocido), predicando y echando fuera al Demonio. Y ese mismo prodigio se prolongó durante siglos por el apostolado misionero en la historia de la Iglesia.

+Los misioneros que hoy siguen «nuevos paradigmas», aquellos que están afectados por otros misioneros o algunos teólogos que no admiten ni pecado original, ni necesidad de Cristo, ni salvación por gracia, ni condenación posible, ni Satanás, ni nada de nada, no consiguen con la sensatez de su predicación convertir paganos; más aún, tampoco lo intentan, y ni siquiera logran evitar la apostasía de tantos cristianos. Pero persisten en su comprobada esterilidad, profesando la miseria de sus insensatas ideologías… Algunos incluso, aun manteniendo el nombre de «misioneros», presumen de no predicar el Evangelio a los paganos: piensan que bastante hacen con ejercitar la beneficencia y el diálogo interreligioso.  Y que más o menos todas las religiones conducen a Dios y tienen sus propios valores… El distanciamiento de Cristo, Esteban, Pablo, Juan y de la Iglesia de todos los siglos solo puede medirse en años luz.

Si no fuera trágico, sería cómico.  

 

* * *

El combate de Cristo y su Iglesia contra Satanás, para liberar de él a los hombres, y para salvar al mundo por nuestro Señor y Salvador Jesucristo

 

Nuevo Testamento

+Oración ante todo: «Pater noster, libera nos a Malo» 

Cuando Jesús enseña a los discípulos a orar, les entrega el maravilloso Padrenuestro, cuya última petición es «líbranos del Maligno». Jesús mismo, en referencia a sus discípulos, hace suya esa misma petición: Padre, «no te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,11 y 15).

Los Catecismos, desde el principio, tuvieron al Padrenuestro como una de las principales enseñanzas del Evangelio, como se ve en la predicación de los Padres y en los primeros Catecismos escritos. Siempre enseñaban, pues, a los fieles la última petición de la oración de Jesús, para que al orar nunca olvidaran pedir a Dios la protección de los ataques del Diablo, Satanás, el Demonio, Lucifer, el Enemigo de la naturaleza humana.

El actual Catecismo de la Iglesia da la traducción genuina, Maligno. Y viene a enseñar que la fórmula habitual en los últimos tiempos, sed liberanos a Malo, es impropia. «En esta petición, el Mal no es una abstracción, sino que designa una persona, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El dia-bolos es aquel que se atraviesa contra el designio de Dios y su obra de salvación» cumplida en Cristo» (2851: + 2852-2854 ).

Por tanto, no son cristianas las oraciones que omiten sistemáticamente esta petición al Padre, y que lo hacen no por olvido o distracción, sino por decisión consciente. Tal oración no hace suya la oración de Cristo, quizá porque estima que el «Demonio» no existe realmente, sino que es una «personificación» meramente verbal, que viene a integrar el conjunto de todos los males: líbranos del Mal.

 

Nota bene importante antes de seguir. –La oración «de petición» está muy en baja. En general, no solo en referencia al Diablo. Y es un error extremadamente grave. Ella es el ejercicio mejor para unirse más con Dios. Pero además ¡ella es el arma fundamental frente al Demonio!… Los cristianos bíblicos y tradicionales, los católicos, modelados en la oración litúrgica y popular, mantienen la petición al orar sobre lo que sea. Pero los cristianos del nuevo «paradigma», no sólo desechan pedir a Dios que nos libre del Maligno, sino que vienen a ignorar prácticamente la oración de petición, sea cual sea lo que se pida, como si fuera una forma egoísta y rastrera de tratar con Dios.

Más bien se van por la oración casi única de glorificación de Dios, acción de gracias, paz…. «¡Gloria, gloria, alabemos al Señor… paz, paz!». Pero esta gente, por la soberbia propia del pelagianismo o semipelagianismo que le oscurece la fe, se fía del poder de su propia voluntad para hacer religiosamente lo debido, y considera la oración doxológica como la más alta y en la práctica la única. «Querer es poder. No pidas; haz el bien que pides».

Así se desobedece a Cristo, que nos ha dicho «Pedid y recibiréis» (Mt 7,7), y olvida que en la oración que nos enseñó como modelo, el Padrenuestro, reúne siete peticiones (siete), una detrás de otra. Santiago apóstol concluye: «No tenéis porque no pedís» (4,2).  Y así se olvida también que todas las oraciones litúrgicas, concretamente las tres variables de la Misa, tienen siempre el mismo esquema: -alabanza: Dios todopoderoso y eterno, tú que… -petición: te pedimos que nos concedas… -mediación suplicante: Por Jesucristo…

 

+San Juan apóstol afirma que «el mundo entero yace bajo el Maligno» (1Jn 5,19-20 + 2,16). «Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno» (1Jn 2,13). Y también exhorta, como ya vimos, a las Iglesias de Asia avisándoles que en ellas mismas se da –y no suficientemente discernidas y combatidas– la presencia y la acción del Maligno:

«Yo, Juan, oí cómo el Señor me decía:… “Al Ángel de la Iglesia de Esmirna escribe así:… No temas nada de lo que vas a sufrir, porque el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para poneros a prueba… Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida"» (Apoc 2,8-11).  

                                                                         

+El monacato

Los monjes formaron las primeras comunidades religiosas contemplativas, y retirándose a lugares apartados, «lo dejaban todo» (Lc 5,11), como los Apóstoles –familia, trabajos, posesiones, comodidades–, para unirse a Cristo más plena, segura y prontamente. Ellos cristalizaron también por vez primera en pequeños tratados, con orden y palabras apropiadas, la «espiritualidad cristiana».

Pues bien, desde el principio los monjes integraron en su espiritualidad el combate contra el Demonio en el desierto, como lo hizo Cristo. El monje García M. Colombás, en su gran obra El monacato primitivo (Madrid 1975, BAC, I-II) nos asegura que para los monjes «el Enemigo por antonomasia era Satanás y sus demonios, que «le gritaban furiosos a San Antonio abad: “¡Fuera de nuestros dominios! ¿Qué se te ha perdido en el desierto?"» (II,235; Vita Antonii 8).  

 

+La Liturgia 

Si Cristo quiere que pidamos al Padre que «nos libre del Maligno», y si es verdad que «lex orandi, lex credendi», es evidente que la Liturgia cristiana, suma expresión de la fe, en sus oraciones, textos y cantos, ha de integrar frecuentes súplicas que expresen esa petición del Padrenuestro: «libera nos a Malo». Y así lo hace con frecuencia, y concretamente en los dos momentos más importantes de la vida cristiana. –En el Bautismo, el padrino; –en la Vigilia pascual, todos: –¿Renuncias a Satanás? –Sí, renuncio. 

No tengo ahora a mano libros litúrgicos latinos para tomar otros ejemplos. Solo dispongo en la Liturgia de las Horas de un apéndice de Himnos latinos, en el que abundan los ecos fieles de esa petición.      

Defensor, aspice, insidiantes reprime–a devastante angelo sumus erepti imperio… –quem diabolus deceperat hostis humani generis… –; tu nos ab hoste liberat, ne valeat seducere… –inferni iam gemitibus solutis ed doloribus… – Quo Christo invictus leo, dracone surgens obruto… – tu nos ab hoste libera, ne valeat seducere,…

Al mostrar textos litúrgicos que piden a Dios defensa contra el Demonio, notemos que cuando la Iglesia los alude en sus oraciones, fuera de algunos momento muy especiales –la Vigilia pascual, por ejemplo: ¿Renunciáis a Satanás?–, normalmente evita ensuciar los textos sagrados con sus horrendos nombres propios (Satán, Lucifer, Diablo, etc.), y emplea para aludirlos ciertos eufemismos: enemigos, poder de las tinieblas, insidias de los espíritus del mal, etc., que los fieles entendemos como referencias claras a Satanás y a los suyos.

 

En la Nueva Liturgia, posterior al Concilio Vaticano II, han disminuido notablemente las oraciones que piden a Dios que nos defienda de Satanás, aunque persisten en las principales, el Bautismo y la Vigilia pascual. Pero también en otras oraciones e himnos.

La Hora de Completas, especialmente, incluye varias alusiones orantes contra el Diablo, pues por ser hora nocturna, próxima al sueño, viene a ser símbolo natural de la muerte. Y es en la hora de la muerte, cuando, inertes ya carne y mundo, ataca más fuertemente el Demonio en su última oportunidad, antes de que el moribundo muera y se le escape.

Así lo explica el concilio de Trento, tratando de la Extrema unción, sacramento que «conforta el fin de la vida con una firmísima fortaleza, porque si bien nuestro Adversario, durante toda la vida busca y capta ocasiones para poder de un modo u otro devorar nuestras almas (cf. 1Pe 5,8), ningún tiempo hay, sin embargo, en que con más vehemencia intensifique toda la fuerza de su astucia para perdernos totalmente, y derribarnos, si pudiera, de la confianza en la divina misericordia, como cuando es inminente el término de la vida» (Denz 1694).

En Completas de las solemnidades que no son domingo se reza: «Visita, Señor, esta habitación, aleja de ella las insidias del Enemigo… que tus santos ángeles nos guarden en paz». El martes recuerda la llamada de San Pedro: «Estad alertas y velad, porque vuestro Adversario, el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar» (1P 5,8). Los miércoles, en la lectura breve, se exhorta que al ir a dormir, esté el cristiano sin enojos, en paz con todos: «No dejéis resquicio al Diablo». Etc. Y todos los días se reza al final de esta Hora nocturna: «El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa».

Leí en un buen libro sobre la liturgia de las Horas, que «la oración de Completas viene a ser un ensayo diario de la propia muerte» (J.M. Iraburu, La oración cristiana, BAC, Madrid 1978, 30 p.).Es verdad. 

 

 +En las oraciones populares

Alma de Cristo, del maligno Enemigo defiéndeme. –Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. –En el Rosario, María, madre de gracia… defiéndenos del Enemigo ahora y en la hora de nuestra muerte. –En la oración de León XIII, popular por ser imperada para el final de todas las Misas: Arcángel San Miguel… sé nuestro amparo… lanza al infierno con el divino poder a Satanás…

* * *

¡Qué contraste!… Hemos comprobado la espiritualidad contra Satanás vivida por Cristo, y según su ejemplo y enseñanza, por los Apóstoles, los monjes, los Catecismos, las oraciones de la Liturgia, las devociones populares, Cantorales, enseñanzas de los santos, el uso del agua bendita, y sobre todo de los exorcismos. Y comprobamos que hoy prácticamente se silencia y se ignora al Demonio y no se tiene en cuenta su acción, impulsora de todos los males que afligen a la Iglesia y al mundo, como el aborto, la ideología del género, la eutanasia, y tantas otras perversidades que a veces incluso logra Satanás que se impongan por ley.

En los Cantorales y Oracionales modernos en lengua vernácula, al menos en los españoles, nunca o casi nunca se pide a Dios que «nos libre del Maligno», en unos u otros términos equivalentes. Y eso, por omisión, ayuda a Satanás para que pueda en el mundo obrar sus males oculto en las tinieblas; pero a los fieles cristianos nos perjudica mucho.

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Permítanme recordar

Hace unos años visité, como acostumbraba, a un anciano sacerdote jubilado, Don Eugenio, muy santo y muy sabio. Me santigüé con el agua bendita que había junto a su puerta, y le abracé por los hombros, sentado él en su silla con ruedas. Lo primero que me dijo esta vez, meneando la cabeza, es «no entiendo nada de lo que está pasando en la Iglesia». En realidad lo entendía y mucho, y así lo mostraba durante la hora que hablamos; pero le costaba aceptar su personal diagnóstico. Me dijo:

Apenas se predican las verdades principales de la fe, divinidad de Jesucristo, necesidad de su gracia, de su encarnación, su cruz, su Evangelio, la oración, los sacramentos, la Misa dominical especialmente, o de la confesión, que según me dicen, ya está desaparecida en muchas parroquias,… Cristo envió a los Apóstoles a predicar el Evangelio, a expulsar a los demonios, y apenas se predica el Evangelio, sino casi siempre sobre los «valores» de moda en el mundo, mientras que ya los exorcismos se eliminaron en muchas diócesis… No entiendo que la cuantía aterradora de quienes abandonan la Iglesia, en unas proporciones únicas en la historia, no parecen alertar gravemente a los Pastores, pues, por ejemplo, no suelen tomar las medidas fuertes que habría que tomar contra herejías extendidas… No entiendo cómo se ha podido producir este derrumbe progresivo sin hacer gran cosa en contra, afirmando en la fe con especial fuerza todo lo omitido, silenciado, contrariado, falsificado, negado, desviado… Vamos bien, paz, paz, esperanza, mucha esperanza…

–Así es, asentí. Y otras muchas calamidades se sufren en la Iglesia, sobre todo en Europa: no vocaciones, matrimonios anticonceptivos, no hijos, no culto a Dios, no religiosos y monjas, aceptación pasiva de horrores como el aborto, el divorcio, el afán de riquezas, la crueldad con los pobres, las perversiones del pudor y del sexo, la venta de iglesias y conventos… ¿Cómo ha sido posible?… Todo parece indicar que en el campo del Señor, «mientras su gente dormía, vino el enemigo y sembró cizaña… Eso es obra de un enemigo» [Mt 13, 24-28]. El Demonio. 

–Esa explicación no se les ocurrirá a muchos, porque muchos han suprimido al Demonio, así, sin más.

El Dragón infernal es ignorado normalmente por los fomentadores del «nuevo paradigma» teológico y pastoral. Y su ignorancia del Demonio se produce precisamente cuando gracias a la Bestia, el Demonio parece más potente, y se ve más que nunca según signos ciertos como Príncipe del Mundo, Y puestos a ignorar, ignoran sobre todo que tanto la Bestia, como Satanás, que le dio el poder, están cada vez más próximos a su ignominiosa ruina total y definitiva… Déjeme la Biblia, Don Eugenio, y le voy a leer unos pasajes del Apocalipsis, que usted me leyó hace años, viendo que estaba yo con pocos ánimos… Un momento. Voy al coche por las gafas.

Va, del capítulo 18 del Apocalipsis. Extractando, no se preocupe… «Un ángel que bajaba del cielo con gran poder, gritó con voz fuerte: «Cayó, cayó la gran Babilonia, y quedó convertida en morada de demonios y guarida de todo espíritu inmundo… porque del vino de la cólera de su fornicación bebieron las naciones, y con ella fornicaron los reyes de la tierra, y los comerciantes de toda la tierra con el poder de su lujo y se enriquecieron… ¡Ay de la ciudad grande, de Babilonia, la ciudad fuerte, porque en una hora ha venido su juicio!… ¡En una hora quedó devastada tanta riqueza!».

Y pasa a mostrar la alegría de los fieles a Jesucristo, el Señor de los señores: «Alégrate por ello, ¡oh cielo!, y los santos y los apóstoles y los profetas, porque Dios ha juzgado nuestra causa contra ella!… Tus comerciantes eran magnates de la tierra, porque con sus maleficios se han extraviado todas las naciones, y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los degollados sobre la tierra» (Ap 18).

«Después de esto, oí una fuerte voz, como de una muchedumbre en el cielo, que clamaba: Aleluya, salud, gloria, honor y poder a nuestro Dios, porque verdaderos y justos son sus juicios… Alabad al Señor todos sus siervos… Aleluya, porque ha establecido su Reino el Señor, Dios todopoderoso, alegrémonos y regocijémonos, démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa [la Iglesia] está dispuesta… Éstas son las palabras verdaderas de Dios» (Ap 19).

–Gracias, hijo, yo no puedo ya leer apenas. Tu lectura me ha ensanchado el alma, que a veces se me encoge un poco. Me has devuelto hoy el inmenso don que hace años, por gracia de Dios recibiste de mí.

–Amén, amén, amén.

 José María Iraburu, sacerdote

   Índice de Reforma o Apostasía

22.04.24

17.04.24

(546) Cristo glorioso (4)- Salvador del mundo y Sacerdote eterno

–¿Tanto citar textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, de dos mil o más años atrás, no será pecar de arcaísmo?

–Así piensan algunos discapacitados en la fe.

 

–Jesucristo, Salvador del mundo

El Evangelio presenta a Jesucristo con frecuencia como «Salvador del mundo». Al disminuir hoy notablemente en la predicación de la Iglesia la dimensión soteriológica (salvación / condenación), ha disminuido parejamente el uso de la palabra Salvador para designar a Jesús. Pero «al principio no fue así», ni tampoco durante casi veinte siglos de Tradición eclesial. Conviene, pues, que nos gocemos contemplando a Cristo como único y glorioso «Salvador del mundo».

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9.03.24

(365) Santidad-8. Conversión: propósito y expiación

Joven orante

–Total, uno lo intenta y no lo consigue… Casi no merece la pena ni intentarlo.

–Ándese con ojo, que Jesús nos avisó: «si no os convertís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3). Cada uno, pues, ha de decirse: sin Cristo no puedo nada (Jn 15,5), pero «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13).

Examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda y expiación de obra. Conversión completa.

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–Propósito de enmienda

El propósito penitencial es un acto de esperanza, que se hace mirando a Dios. El es quien te dice: «vete y no peques más» (Jn 8,11). Él es quien nos levanta de nuestra postración, y quien nos da su gracia para emprender una vida nueva con fuerza y esperanza.

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4.03.24

(364) Santidad-7. Conversión: dolor de corazón

Rembrandt

–«Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa».

–«Lávame: quedaré más blanco que la nieve… Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50). [Nota.-Por esta vez no hay discusión en este inicio; pero conste que no sienta precedente).

Examen de conciencia (fe), dolor de corazón (caridad), propósito de la enmienda (esperanza), expiación por el pecado (caridad/justicia), son los actos fundamentales que integran la virtud de la penitencia (conversión, metanoia). 

–El examen de conciencia, del que ya traté (363), realizado a la luz de la fe y con la ayuda de la gracia, nos da a conocer y a reconocer la realidad de nuestros pecados, tantas veces ignorada. Es el acto primero de la conversión, el que nos muestra con una lucidez sobrenatural, que «nos viene de arriba, desciende del Padre de las luces» (Sant 1,17), la verdad –la mentira– de nuestros pecados. Mientras una persona no conoce y reconoce sus culpas, no es posible que se duela del pecado y que procure la enmienda. No puede ni siquiera iniciar el proceso de la conversión.

Por eso uno de los principales términos griegos que en el NT expresan la conversión y la penitencia es precisamente la palabra metanoia (metanoéo, convertirse, hacer penitencia), que en primer lugar significa un primer cambio de mente: meta-nous, que hace posible en el hombre una verdadera conversión de la voluntad y de la vida personal.

Para esta transformación radical del pensamiento, tanto San Juan como San Pablo emplean simplemente el término fe: «el justo vive de la fe» (Rm 1,17). Es ella la que nos permite no «conformarnos a este siglo», y nos mueve en cambio  a «transformarnos por la renovación de la mente, procurando conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (12,2). La fe, pues, significa participar en modo nuevo del pensamiento de Dios, verlo todo por los ojos de Cristo, asimilar los pensamientos y caminos de Dios, que se elevan tan por encima de los pensamientos y caminos de los hombres «cuanto son los cielos más altos que la tierra» (Is 55,8-9). Ella es el principio absoluto de la conversión.

En este sentido conviene señalar que la conversión es en el sentido pelagiano o semipelagiano algo que se centra casi exclusivamente en la voluntad; y que, por el contrario, en la visón bíblica y católica se vincula en modo muy principal al entendimiento. Sólo si la persona cambia, bajo la acción de la gracia, su modo de pensar, podrá cambiar su modo de querer, de actuar y de vivir: es decir, podrá convertirse.

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