(746) La unidad de la Iglesia exige la unidad en la doctrina verdadera. Papa León XIV
La ambigüedad doctrinal y disciplinar en la Iglesia produce necesariamente graves lesiones en su unidad, trae tristeza, divisiones inconciliables, errores y dudas. El Papa León nos ha dado ya signos, desde sus inicios, de que pondrá su mayor empeño en cumplir la voluntad de Cristo: «que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti… y el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21-22). Ése es el ideal declarado en su escudo pontificio. Y se dio prisa en aplicarlo, como podemos apreciarlo en dos ejemplos:
+En su primera Misa con 132 Cardenales, en la Sixtina, predicó que la Iglesia en todas sus acciones ha de mantenerse claramente centrada en Jesucristo. «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el único Salvador»… «y nosotros estamos llamados [y enviados] a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador». Denunció así, en positivo, lamentables tendencias modernas de silenciar a Dios y a su enviado Jesucristo… sujetos a la horizontalidad de lo social, sin levantar el vuelo a lo espiritual.
+Poco después, con ocasión de la 40º Asamblea General del CELAM (26-30.VI.25) telegrafía una carta a su Presidente, llena de afecto y de ánimo. Y en su primer párrafo exhorta a que acuerden «iniciativas pastorales que lleven a soluciones según los criterios de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio».
La confesión sincera de esas dos coordenadas mentales de la fe, que por gracia de Dios están firmes en el papa León, confortan hoy el corazón de la Iglesia y acrecientan la esperanza de que sea sanada de sus patentes dolencias. Deus vult.
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Sed contra. En este primer tiempo de su pontificado, el fondo claro de su mente y doctrina se ha visto oscurecido con algún contraste con la verdad de su espíritu. ¿Cómo se entiende?… Se comprenden esas fallas, pensamos, teniendo en cuenta que en estos primeros meses de su pontificado, nada tiene de extraño que se produzcan ciertos lapsus, extraños y aún contrarios al pensamiento y voluntad del nuevo Papa. No están todavía establecidos los grandes Dicasterios cardenalicios, ni tampoco aquellos departamentos vaticanos, que ayudan directamente al Papa en sus innumerables trabajos, lógicamente multiplicados en sus principios –reuniones, nombramientos, cartas, documentos, visitas, peticiones, sugerencias, llamadas, celebraciones, avisos, etc.–. Expondremos a modo de ejemplo un caso de contradicción reciente.
El Mensaje a la XLIV Conferencia de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la Agricultura, 20-VI-25). La carta va dirigida a una gran Institución no cristiana en su mayoría.
En el segundo párrafo, el único explícitamente religioso, expresa unos pensamientos ajenos y aún contrarios a la mente del Papa León. Alude en términos escépticos a la milagrosa «multiplicación de los panes» realizada por Cristo, lo que no es admisible en quien con firme claridad confiesa su adhesión total a la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Dice así:
«La Iglesia alienta todas las iniciativas para poner fin al escándalo del hambre en el mundo, haciendo suyos los sentimientos de su Señor, Jesús, quien, como narran los Evangelios, al ver que una gran multitud se acercaba a Él para escuchar su palabra, se preocupó ante todo de darles de comer y para ello pidió a los discípulos que se hicieran cargo del problema, bendiciendo con abundancia los esfuerzos realizados (cf. Jn 6,1-13). Sin embargo, cuando leemos la narración de lo que comúnmente se denomina la «multiplicación de los panes» (cf. Mt 14,13-21; Mc 6,30-44; Lc 9,12-17; Jn 6,1-13), nos damos cuenta de que el verdadero milagro realizado por Cristo consistió en poner de manifiesto que la clave para derrotar el hambre estriba más en el compartir que en el acumular codiciosamente».
–Cristo «se preocupó ante todo de darles de comer»…
No fue así. Sucedió otra cosa distinta, y es la que relata Marcos (6,13-35), el único de los cuatro evangelistas que describe con detalle el curso del acontecimiento. Primero fue la acogida de la multitud, continuada en una larga predicación, y finalmente se produjo la alimentación milagrosa.
Refiere Marcos (6,32-44): «Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; y de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas. Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos para decirle: “Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos; que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor”», etc. Jesús prefirió que buscaran alimentos entre los presentes. Fueron y hallaron a alguien que tenía «cinco panes y dos peces… Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los se los iba dando a los discípulos, para que se los sirvieran… Comieron todos y se saciaron»…
Ésa fue la sucesión real de los hechos. Los discípulos hubieron de avisar a Jesús de la situación, cuando se hizo urgente. Él no la solucionó como le sugerían, sino como lo describen los cuatro evangelistas, con el milagro. Con el milagro real, no fabulado.
Fascinada la multitud por la palabra de Cristo, por su imagen, por su voz, por las verdades que enseñaba, permanecía absorta, sin sentir el paso del tiempo, sin acordarse siquiera de comer –que ya es decir–. Y es que la inmensa muchedumbre que le seguía estaba convencida de que «jamás hombre alguno habló como éste» (Jn 7,46), que les «enseñaba como quien tiene autoridad propia, y no como los escribas» (Mt 7,28-29; + Lc 7,24).
El milagro, que tantos hoy niegan en la Iglesia o ponen en duda, se realizó por una voluntad sobrehumana de Cristo, que con la multiplicación de panes y peces –1.quiso revelarse, respondiendo al «¿quién es éste que hace tantos milagros?» (multiplica los panes, perdona a los pecadores, calma la tempestad del mar y del viento, expulsa a los demonios sin resistencia, resucita a muertos, sana a leprosos…); –2. quiso premiar la buena voluntad de aquella muchedumbre que le siguió entusiasmada, hasta entrar en situación apurada, sin alimentos ni cobijo; –y 3. quiso preparar sus mentes y corazones para que en su día creyeran en la transformación y multiplicación eucarística del pan y el vino en su cuerpo y su sangre… Ésa es la exégesis predicada siempre por los Padres y por toda la Tradición católica. Esa es la fe de nuestro Papa, que declara su adhesión total a la Escritura, la Tradición y el Magisterio.
–El Mensaje pone en duda la historicidad de «lo que se denomina la multiplicación de los panes… El verdadero milagro realizado por Cristo consistió en manifestar que la clave de la derrota del hambre estriba más en el compartir que en el acumular»… ¿El verdadero milagro?, ¿Compartir?… El verdadero milagro fue la multiplicación de los panes. Y no hubo un compartir generoso de bienes entre aquellos 5.000 hombres. Solo uno compartió sus bienes, pues solo uno tenía 5 panes y 2 peces. Y por otro lado, es difícil creer que la verdadera solución al gran problema del hambre esté simplemente en compartir los bienes.
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+En las cosas de la fe las dudas consentidas equivalen a la negación de la fe. Quien duda de la virginidad de María o de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no tiene fe ni en la Virgen ni en la Eucaristía. Quien pone en duda la historicidad objetiva de la multiplicación de panes y peces, no tiene fe en el milagro de Cristo.
La profanación del Evangelio y de las Escrituras comenzó ya con Lutero. Ya con él no son verdadera Palabra de Dios soberana, pues quedan sometidos a la interpretación subjetiva de cada uno. Pero más tarde, a partir sobre todo del siglo XVII, la Ilustración, la masonería, las filosofías idealistas cerradas al sobrenatural (dixit Kant), el protestantismo liberal, las exégesis desmitificadoras de la crítica histórica, hasta llegar en el XIX al modernismo, fueron erosionando el Evangelio, negando la historicidad de los milagros de Cristo, hasta lograr una actitud generalizada en el Occidente descristianizado. Pero el Evangelio da doctrinas y milagros de Cristo, lo que Él enseñó e hizo. Si se arrancan de él las páginas que traen milagros o doctrinas relacionadas con ellos, se llega fácilmente a dejarlo en las tapas.
La Iglesia ha combatido siempre esos errores y horrores. Bien consciente de que esos múltiples ataques contra el Evangelio atacan el fundamento mismo de su edificio, multiplicó en esos siglos la defensa de su veracidad y la historicidad de sus enseñanzas y milagros. Destacan en ese combate + León XIII, Providentissimus Deus (1893), + San Pío X, Pascendi (1907), + Pablo VI, La verdad histórica de los Evangelios (1964), + Benedicto XVI, Verbum Domini (2010). Éstos y otros documentos pontificios fueron preparación o confirmación de la gran potencia docente del Vaticano II en su Constitución dogmática Dei Verbum (1965. Especialmente los tres primeros Capítulos, 1-20):
«La santa Madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos, hasta el día de la Ascensión… Los autores sagrados… nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús” (1965, Dei Verbum 19). Hizo y enseñó realmente.
La Iglesia siempre ha creído con firme fe que los hechos y dichos de Jesús dados por los Evangelios son Palabra de Dios. Son escritos que nos dan la misma predicación oral de los Apóstoles… San Pedro declara: “nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch 4,10). Y lo mismo San Juan: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros” (1Jn 1, 3). Enviados por Cristo, ellos no inventaron nada. Ni la multiplicación de los panes, ni ninguna otra palabra o acción testificados por el sagrado Evangelio.
Muchos son, incluso en la Iglesia católica, quienes ni siquiera creen en la historicidad de aquellos milagros que, como la multiplicación de los panes (Mt 14,13-21; Mc 6, 30-44; Lc 9,12-17; Jn 6,1-13) o como el caminar de Jesús sobre el mar (Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Jn 6,16-21), son hechos de Cristo testificados por varios sinópticos e incluso por el evangelio de San Juan. A pesar de ello, al no ser corregidos y sancionados, al generalizarse el convencimiento de su no-historicidad, al venderse sus obras en las mismas Librerías Diocesanas, son también muchos los que estiman discutibles numerosos pasajes evangélicos, por no decir todos.
Pareciera que la enseñanza milenaria del Concilio Ecuménico Vaticano II, tan fuerte y argumentada, tan fiel a la Escritura, a la Tradición y al Magisterio, iba a frenar decisivamente en la Iglesia los ataques de la exégesis modernista. Pero, por el contrario, en el tiempo post-conciliar, ávido de renovaciones, esas exégesis más bien se fueron extendiendo y reafirmando. Y hoy normalmente son toleradas… En no pocas Iglesias locales, los docentes y escritores, predicadores y catequistas, enseñan la no historicidad de ciertos milagros de Cristo, o de todos, sin temor alguno a ser reprobados y sancionados.
Pues bien, Dios providente ha dispuesto que nuestro nuevo Papa, León XIV, procure con su enseñanza y su ejemplo acrecentar la unidad de la Iglesia, necesariamente precaria habiendo sueltos tantos errores. Y él quiere que doctrinas y proyectos pastorales «lleven a soluciones según los criterios de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio».
Como hemos visto en un ejemplo concreto, hasta en la propia enseñanza del Papa puede colarse algún error que obviamente no nace de él. Los primeros meses de su Pontificado es muy posible que no pocos de sus colaboradores inmediatos, todavía no renovados, no se adapten inmediatamente a su forma de pensar, y que, por otra parte, él no los conozca bien del todo. No es, pues, apropiado atribuir al Papa la responsabilidad de errores nacidos de la falta de conocimiento suficiente entre él y sus asistentes…
Por eso precisamente es hoy necesario señalar esos errores, para que se eviten en el futuro y den paso a ciertas verdades importantes, hoy muy silenciadas o contrariadas. Y quede claro que este aviso al Obispo o al Papa es un acto de caridad (Santo Tomás de Aquino, STh II-IIae, 33, art.4) y una obligación de justicia (Derecho Canónico, can 212,3), para el bien de la Iglesia. Deus vult.
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Oración colecta de la Misa por el Papa
Oh Dios, que por designio de tu providencia quisiste edificar tu Iglesia sobre el bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, mira con amor a nuestro papa León XIV, y tú, que lo has constituido sucesor de Pedro, concédele la gracia de ser principio y fundamento visible de la unidad de la fe y de comunión de tu pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o Apostasía
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