12.11.10

Ausente (y III)

–Yo había entendido que usted viajaba estas semanas a un seminario y a dos monasterios.
–Y ésa es la verdad y la realidad: un seminario y dos monasterios. Sin embargo, como tengo experimentado en otros viajes apostólicos, no es raro que alguna persona o familia me inviten, aprovechando la ocasión de mi presencia pasajera en un lugar. El que me invita puede ser un antiguo compañero de Seminario, que no llegó a ordenarse y que formó una familia. Puede ser un matrimonio tan amigo de uno de mis sobrinos, que es como si fuera de la familia. O bien un lector de mis escritos, que desea conocerme personalmente. Se dan casos muy diversos, y normalmente la invitación es a cenar, al fin del día, terminadas mis actividades.

Unas veces se trata de gente modesta, otras de personas ricas. Yo suelo aceptar la invitación, si me es posible, y por supuesto no la rechazo por el hecho de que proceda de una familia rica. Zaqueo era «jefe de publicanos y rico» (Lc 19,2), y Jesús no sólo aceptó su invitación, sino que se hizo invitar por él. Es muy probable que la mansión del rico Zaqueo estuviera en un lugar hermoso y apacible de Jericó, y que su finca fuera de lujo, con jardines y palmeras, piscina y estatua con chorrito de agua. Y allí fue Jesús, a fin de ganarlo con su presencia para el Evangelio de la salvación: «hoy ha venido la salvación a tu casa».

–Bueno, bueno: así será, si usted lo dice.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

5.11.10

Ausente (II)

–Por lo que veo, continúan sus vacaciones…
–¿Y qué es lo que usted ve realmente? No ve sino unas imágenes buscadas en Internet, para adornar un poco mis avisos. Pero ya le dije bien claro que estos días no son para mí de vacaciones, sino de santo y santificante trabajo apostólico.

Es cierto que, por apretado que sea el horario de actividades, suele ser posible buscar y hallar cada día, al menos normalmente, algunos tiempos de descanso. Y no hay mejor descanso que el sagrario eucarístico de Cristo, en el silencio de la iglesia, y la naturaleza, el templo de la creación de Dios.

Santa Teresa de Jesús declaraba que en su vida espiritual se aprovechaba a veces viendo «campo o agua, flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, y me despertaban y recogían y servían de libro» (Vida 9,5). Así es, ciertamente.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

30.10.10

Ausente (I)

–¿O sea que se toma unas vacaciones? Le vendrán muy bien y a sus lectores también.
–No. Está usted mal informado. No se trata de vacaciones, sino de unas semanas de trabajo apostólico en un seminario y en dos monasterios, más los días de viaje. En ese tiempo no podré normalmente conectarme a Internet, ni tampoco tendré tiempo para redactar nuevos artículos. Estaré esos días muy ocupado. Interrumpo, pues, unas semanas la serie de artículos en Reforma o apostasía.

Pero incluso en estas próximas semanas, Dios mediante, podré también hallar tiempo para el descanso, la lectura y la oración. Es evidente que el ministerio de la predicación, al que me dedicaré especialmente en estos días, tiene precisamente su fuente en la contemplación: «contemplata aliis tradere», la fórmula de Santo Tomás de Aquino (STh II-II, 188, 6). Dicho lo mismo con palabras del Maestro: «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).

Pido, pues, a mis lectores que me acompañen con sus oraciones.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

24.10.10

(113) Católicos y política –XVIII. ¿Qué debemos hacer?. 5

–¿Terminamos con la oración en la política o no? Ya está bien.
–Terminamos. Pero me temo que aunque escribiera diez artículos más sobre el tema, tal como está el patio, no sería bastante.

La oración de la Iglesia es, por el favor de Dios, la causa principal de la salud política de un pueblo. Consiguientemente, la causa principal de las enfermedades sociales públicas es la falta de oración. Como hemos comprobado con varios ejemplos, la oración de la Iglesia no sólo abre a los dones espirituales de Dios, sino también a sus bendiciones temporales. «Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor» (Sal 143,15). «Dichoso el pueblo que sabe aclamarte [y clamar a ti]: caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro» (88,16).

Quiso Dios que los Sacramentarios fundamentales de la Liturgia latina se formaran precisamente cuando los Concilios declararon la doctrina católica de la gracia; por ejemplo, en el concilio de Orange (529). Por eso las oraciones litúrgicas tienen hasta hoy la humildad y la confianza, la audacia y la alegría que nacen de la verdadera teología de la gracia. Transcribo del Liber Ordinum –el que se usaba en la España visigótica, en tiempos de San Leandro (+600), San Isidoro (+636) o San Ildefonso (+667)–, la oración de una misa sobre los enemigos (Missa de hostibus):

«Oh Señor, Dios del cielo y de la tierra, observa, te lo pedimos, la soberbia de nuestros enemigos y mira nuestra humildad. Contempla el rostro de tus santos y muestra que Tú no abandonas a los que en ti confían y que humillas en cambio a los que presumen de sí mismos y se glorían de su propia fuerza. Tú eres el Señor Dios nuestro, que desde el principio disipas las guerras, y el Señor es tu nombre. Extiende tu brazo, como en otro tiempo, y destruye con tu fuerza la fuerza de nuestros enemigos. Que en tu cólera se desvanezca la fuerza de ellos, para que tu casa permanezca en la santidad y todos los pueblos reconozcan que Tú eres Dios y que no hay otros dioses fuera de ti. Amén».

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19.10.10

(112) Católicos y política –XVII. ¿Qué debemos hacer?. 4

–Digo yo: ha explicado ya muy bien la necesidad de la oración en la acción política. Quizá sea bastante.
–No. Hay que insistir en ello mucho más, hasta que llegue a tratar de las manifestaciones enormes con globitos.

La oración del pueblo cristiano y la de los mismos políticos ha de potenciar siempre la acción política. Sigo reforzando este convencimiento de la fe con más ejemplos de la historia de la Iglesia.

San Gregorio Magno (540-604), papa, ha de oficiar, por designio de Dios providente, los funerales solemnes por la grandeza de la antigua Roma, y ha de abrir el mundo a una nueva época, mucho más grandiosa, la Edad Media cristiana. Pero esa transición va a realizarse con dolores de parto, a través de las crueles invasiones de los bárbaros, vándalos, ostrogodos, lombardos.

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