Ausente (y III)
–Yo había entendido que usted viajaba estas semanas a un seminario y a dos monasterios.
–Y ésa es la verdad y la realidad: un seminario y dos monasterios. Sin embargo, como tengo experimentado en otros viajes apostólicos, no es raro que alguna persona o familia me inviten, aprovechando la ocasión de mi presencia pasajera en un lugar. El que me invita puede ser un antiguo compañero de Seminario, que no llegó a ordenarse y que formó una familia. Puede ser un matrimonio tan amigo de uno de mis sobrinos, que es como si fuera de la familia. O bien un lector de mis escritos, que desea conocerme personalmente. Se dan casos muy diversos, y normalmente la invitación es a cenar, al fin del día, terminadas mis actividades.
Unas veces se trata de gente modesta, otras de personas ricas. Yo suelo aceptar la invitación, si me es posible, y por supuesto no la rechazo por el hecho de que proceda de una familia rica. Zaqueo era «jefe de publicanos y rico» (Lc 19,2), y Jesús no sólo aceptó su invitación, sino que se hizo invitar por él. Es muy probable que la mansión del rico Zaqueo estuviera en un lugar hermoso y apacible de Jericó, y que su finca fuera de lujo, con jardines y palmeras, piscina y estatua con chorrito de agua. Y allí fue Jesús, a fin de ganarlo con su presencia para el Evangelio de la salvación: «hoy ha venido la salvación a tu casa».
–Bueno, bueno: así será, si usted lo dice.
José María Iraburu, sacerdote
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