(551) Evangelización de América (63). San Francisco Solano, alegría franciscana (II)

franciscanos en America

–Un santo franciscano muy atractivo, que canta y danza…

–Otros aspectos de su vida lo hacen aún mucho más admirable. Pero sí: canta, danza y es muy atractivo.

 

–4.000 kilómetros andando hasta Tucumán

Merece la pena evocar el viaje de Paita a Tucumán, de unos 4.000 kiló­metros de camino por llanos y selvas, atravesando los Andes, y cruzando valles y ríos. Cada jornada caminan unos 50 kilómetros, y el mundo in­diano, Huaca, Chira, Tangarará, Piura, Motupe, Jayanca, Trujillo… por ojos y oídos, se les va entrando en el corazón. En jornadas tan largas mu­cho tiempo hay, por otra parte, para la oración meditativa, la alabanza y la súplica.

Y también da tiempo este viaje inacabable para conocer la si­tuación del país, el florecimiento religioso de algunas partes, sobre todo de ciudades como Lima, pero también las graves deficiencias en el número y la calidad de los sacerdotes, el relajamiento de no pocos españoles y crio­llos, el mal trato que con frecuencia sufren los indios…

 

Santa

Así llegaron a Santa, a unos 650 kilómetros, donde Solano hubo de quedarse a pasar Cuaresma y Pascua. La amable hospedera, Isabel Hurtado, esposa del corregidor que le acogió, recordaba veinte años después que en una conversación surgió una murmuración bastante fea:

«Echó mano a la manga el padre Solano. Sin hablar palabra alguna, sacó de ella un Cristo y, fijados en él sus ojos, comenzó a cantar canciones de la Pasión». Salidas de éstas hubo muchas en la vida del santo monje andaluz. No había en tales gestos repro­ches directos ni correcciones, sino una superación patente de lo bajo por lo alto, de lo te­rreno por lo celeste, de la naturaleza por la gracia. Más lugar todavía habría para el canto en la alegría de la Pascua: «La mañana de la Resurrección, acompañando la procesión el padre Solano, con un súbito arrebatamiento, comenzó a cantar y sonar palmas y castañe­tas, y bailaba diciendo: Este día es de grande alegría, / huélgome, hermanos, por vida mía».

 

Lima, Ayacucho, Cuzco

Unos 350 kilómetros más, y Lima, la Ciudad de los Reyes, que ya hemos visitado y co­nocido en nuestra crónica. No poco desmedrado se le veía a San Francisco, y la gente «se compadecía de él, por verle el color pálido, como de hombre muy enfermo». En julio de 1590 llegan al este de Lima, al valle de Jauja, metido en los Andes, donde los franciscanos misionaban en sus doctrinas. Han de pasar por caminos abruptos y escarpados, a unos 4.000 metros de altitud.

Y llegan a Ayacucho, donde también pueden hacer escala en con­vento franciscano. Doce jornadas más, bordeando el sur del Salkantay, de más de 6.000 metros de altura, y el Cuzco, la ciudad sagrada de los incas. Allí predica el padre Solana en el convento franciscano a los novicios y coristas. Y siguen adelante, dejando atrás ahora lo más florido de la vida peruana del virreynato.

En la ruta de Charcas, el santuario mariano de Copacabana, Mamita de la Candelaria de los yupanquis, en agosto de 1590, le trae al padre Solano uno de tantos reflejos de la Virgen María en el mundo hispanoamericano. De allí a la Paz, también con casa fran­ciscana. Y más allá Potosí, con sus minas, riquezas y sufrimientos de indios, a más de 4.000 metros de altura, donde los frailes hermanos están presentes hace decenios.

Los frailes expedicionarios llegan a tiempo para celebrar en su convento la fiesta de San Francisco. Mucho tienen que contar, y es cosa de festejar por todo lo alto la festividad del santo Pa­trono. El superior, fray Jerónimo Manuel, pone en ello su mejor voluntad, y abre la cele­bración fraterna de la fiesta con una copla. Es entonces cuando nuestro Santo se agacha, pasa por debajo de la mesa del refectorio, y hace una de las suyas, como veinte años más tarde sería recordado todavía: «El padre Solano le tomó la copla y comenzó a cantar y a bailar juntamente delante de todos con tanto espíritu y fervor, y con tanta alegría, que traía el rostro tan abrasado en el fuego del amor de Dios, y de manera fue el regocijo que suspendió a los circunstantes y les hizo verter lágrimas». Para el padre Manuel la cosa estaba clara: «Desde aquel punto le tuvo por un gran siervo de Dios y un hombre santo».

 

Santiago del Estero

Ya sólo quedan 500 kilómetros más al sur: el valle de Humahuaca, Ju­juy, Salta, Tucumán y la meta final, Santiago del Estero. Llegan los mi­sioneros, por fin, a su destino, más de año y medio después de su salida de España, en marzo de 1589. Y puede entonces el jefe de la expedición fran­ciscana, fray Baltasar Navarro, informar al rey con sencillo laconismo: «A 15 de noviembre del año 90 llegué a esta Gobernación del Tucumán con ocho religiosos de la orden de mi Padre San Francisco, de los once que Su Majestad me mandó traer a dicha Gobernación; dos murieron en Panamá y uno se ahogó en un naufragio que padecimos en el Mar del Sur». Todo normal.

 

—El Tucumán, región naciente

La región de Tucumán en 1563 fue constituida Gobernación por Felipe II, bajo la Audiencia de Charcas. Y entre las principales poblaciones allí fundadas estaban Santiago del Estero, de 1553, San Miguel de Tucumán, 1565, Talavera del Esteco, 1567, y Córdoba, 1575. Los religiosos eran parte decisiva en el poblamiento de la zona, pues animaban a los españo­les a arraigarse, y ellos mismos fundaban sus conventos.

Cuatro francis­canos, conducidos por el gran misionero fray Juan Pascual de Ribade­neira, llegan en 1566. Y en la segunda expedición, de 1572, se añaden doce franciscanos andaluces, entre ellos el ya mencionado fray Luis de Bolaños y fray Andrés Vázquez, el taumaturgo del Tucumán. Y de estos primeros misioneros procedían los conventos de Santiago del Estero y San Miguel de Tucumán, 1566, de Esteco, 1567, de Córdoba, 1575 y de Salta, 1582. La custodia franciscana de San Jorge del Tucumán, se había constituido en 1565-1575, para fusionarse entonces con la de Paraguay.

Algunos conventos habían sido el origen de una ciudad. Así por ejemplo, Córdoba. En la Información Jurídica del 1600 se dice que «los religiosos hicieron un rancho en el sitio donde ahora está poblada esta ciudad, y con sus santas amonestaciones y asistencia, persuadieron a los vecinos que perseverasen en la fundación de esta ciudad, sin que jamás hayan faltado de ella, sirviendo, como dicho es, muchos años de curas vicarios, sin haber otros sacerdotes clérigos ni religiosos en más de diez años». Hoy es Córdoba la segunda ciudad más poblada de la Argentina, después de Buenos Aires, y la más extensa del país.

Así las cosas, a la llegada del padre Solano, los franciscanos de esta zona, unos quince, como también los jesuitas, eran en aquella región bien conocidos y estimados. Todavía no hay en la región tucumana más que unos pocos cientos de españoles y criollos, que vivían entre muchos miles de indios, apenas iniciados en la evangelización. Y por lo demás, la mezcla de indios era tan grande que apenas se distinguían los primitivos tocono­tés y sanaviros. Un gran número de lenguas hacía de aquella región una pequeña Babel.

En 1584, fray Francisco de Vitoria, el dominico portugués obispo de Tucumán, escribía: «En todo este distrito hay más de veinte lenguajes, más distintos que el griego y el latino; que sólo había de mover a que los deprendiesen los clérigos, o grande fervor y celo de la ley de Dios y ca­ridad del prójimo, o mucho premio temporal. Y el premio falta en esta tierra… Y las im­perfecciones con que viven acá los hombres no les da lugar a tomar empresas de tanto quilate y santidad, como es, sólo por Dios, tratar de cosas tan dificultosas». El jesuita Alonso de Barzana fue un gran conocedor de las lenguas indígenas, y de aquellos indios decía: «Lo cierto de esta gente es que no conocieron Dios verdadero ni falso, y ansí son fá­ciles de reducir a la fe, y no se tema su idolatría, sino su poco entendimiento para pene­trar las cosas y misterios de nuestra fe, o el poder ser engañados de algunos hechiceros».

 

–Doctrino en lengua indígena

En 1590, en el convento de Talavera de Esteco, se encarga el padre So­lano de una doctrina de indios, en la que se abarcaban varias poblaciones indígenas, como Cocosori y Socotonio. Su primer prodigio como misionero fue la rapidez con que se introdujo en aquel laberíntico mundo de idiomas diversos. Ayudado por el capitán Andrés García de Valdés, en quince días hablaba el toconoté. Son muchos los testigos que certifican la inexplicable facilidad idiomática de fray Francisco, que realmente se hacía entender por indios de muy diversas lenguas, como los lules.

Nuestro Santo atendía el culto y la doctrina de los lugares que de él de­pendían, pero no cesaba de ir también de aquí para allá, por los senderos apenas señalados de los bosques y los montes, acercándose a los escondri­jos de aquellos indios que se mantenían distantes, ejercitando con ellos sus habilidades de políglota y curandero, impartiendo los rudimentos más simples del Evangelio y la doctrina, llevando a todos los indios una decla­ración de amor de parte de Cristo. Y ellos, que para otros eran tan huidi­zos y recelosos, le acogían con mucha confianza.

 

–Alegría franciscana, que canta y danza

La alegría de fray Francisco Solano, tan cándida y sincera, pro­cedente del Espíritu Santo y de Andalucía, ganaba el corazón de los indios. Y es que el padre Solano, en aquel marco de vida tan inhóspito y confuso, «no sólo lo llevaba todo con paciencia, sino con demostraciones de grandes júbilos en el paraje y despoblados donde se hallaban. Lo solemni­zaba danzando y cantando cánticos en loor y alabanza de Cristo nuestro Señor y de la Santísima Virgen María». Así dice fray Diego de Córdoba y Salinas, resumiendo los testimonios del proceso de beatificación.

Danzando y cantando, a su estilo. Pero no se crea que esta alegría jubilosa es solamente una rareza simpática, peculiar de San Francisco Solano. El «entusiasmo», enthusiasmós (éxtasis, arrobamiento), ya en los griegos, derivado de enthusiázo (estoy inspirado por la divinidad, theós), tiene un sentido primario fundamentalmente religioso. Y en el cristia­nismo es el gozo en el Espíritu Santo (Gál 5,22), ese júbilo interior es muy propio de los hijos de Dios, y sobre todo se da en los cristianos más santos. Es un entusiasmo procedente del Corazón de Cristo, que en ocasiones «se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo» (Lc 10,21).

Por lo demás, esa alegría solanesca, además de genuinamente cristiana, era de la mejor tradición fran­ciscana. Las Florecillas  nos dicen que San Francisco de Asís también cantaba muchas veces con júbilo al Señor, especialmente cuando estaba de camino o en el bosque, y a veces en francés, cuando estaba más alegre.

La alegría espiritual de Solano se hacía particularmente exultante con ocasión de las grandes fiestas litúrgicas, como en las procesiones del San­tísimo Sacramento o en honor de la Virgen.

Por ejemplo, estando en Salta, «en cierta fiesta que se hizo a Nuestra Señora, yendo en la procesión, se encendió tanto en el divino amor de Dios y de su Santísima Madre, que, dejando aparte toda la autoridad de prelado y custodio que era, se puso a cantar diciendo coplas en alabanza de Nuestra Señora, en la forma que David, santo rey, lo hacía delante del Arca del Testamento», o sea bai­lando, para decirlo más claramente.

Algunos no vieron con agrado tales muestras, y un joven llegó a reirse de él abiertamente. San Francisco So­lano no pareció molestarse con ello en absoluto, sino que le dijo con tanta humildad como gracia: «Al fin, yo soy loco».

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

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