(417) La muerte cristiana, 5. –en la Biblia (N. T.)

Resurrección de Lázaro - Léon Bonnat (+1922)

–Yo creí que ya había dado cristiana sepultura a la serie sobre la muerte.

–Pues ya ve lo que valen sus «creíques» y sus «penséques».

La serie de artículos sobre «La muerte cristiana» la inicié en noviembre de 2016, en el mes de los difuntos. Quedaron publicados cuatro artículos: (403) La muerte cristiana, 1hoy silenciada; (404) 2.doctrina católica, I; (406) 3. –doctrina católica, y II; y (408) 4. –en la Biblia (A.T.). Y ahora, vueltos ya al Tiempo ordinario, sigo y prosigo con el (417) 5. –en la Biblia (N. T.).

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Bajo el imperio de la muerte

Por el pecado de Adán, entra el pecado en toda su descendencia, pues recibe una naturaleza humana herida, inclinada al mal, débil para el bien. Con el pecado, queda el hombre sujeto a una muerte inexorable (Rm 5,12.17; 1Cor 15,21). Ya lo avisó previamente el Creador a Adán y Eva en el Paraíso: «no comáis de él [del árbol prohibido], ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir» (Gen 3,3).

Y por el pecado, con la muerte, entra también en la humanidad «el espíritu que actúa en los hijos rebeldes» (Ef 3,2), el influjo del demonio. Él viene a hacerse el «príncipe del mundo» (Jn 16,11), y es «homicida» desde el principio (8,44). El pecado es, pues, «el aguijón de la muerte» (1Cor 15,56); es su «salario» propio (Rm 6,16.21.23); es «la carne», cuyo fruto es el pecado y la muerte (Rm 7,5; 8,6). «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (7,24)…. «Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos dió vida por Cristo –de gracia habéis sido salvados–, y nos resucitó y no sentó en los cielos por Cristo Jesús» (Ef 2,4-5).

Hoy el pueblo que ha apostatado de la fe cristiana pretende vencer el horror a la muerte con argumentos que ya los estoicos, los cínicos y otros filósofos antiguos enseñaban. El otro día leía yo un reportaje amplio sobre los voluntarios de un Hospital especializado en tratamientos paliativos para enfermos próximos a la muerte. En él se transcribían consideraciones de médicos, asistentes sociales, familiares de moribundos, enfermos terminales… En ningún caso salía la visión de la fe: Dios-vida, la vida eterna, la victoria de Cristo sobre la muerte… Todo se reducía a medicinas sedantes y ansiolíticas, y a fórmulas verbales vacías: «hay que recibir la muerte con naturalidad serena», «la muerte es parte de la vida humana y hay que asumirla», etc. Patético. Y más perteneciendo ese Hospital a religiosos católicos…

El hombre, sin Cristo, es esclavo de la muerte. Sin Cristo resucitado el hombre no es más que un «condenado a muerte» (Ap 6,8; 8,9; 18,8). Por eso Él bajó del cielo como Salvador, para «luminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte» (Lc 1,79).

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–«Muriendo, destruyó nuestra muerte» (pref. I Pascua)

El inmortal Hijo de Dios se hizo hombre mortal. Para librarnos del pecado y de la muerte, el Unigénito divino entró en este mundo de muerte; haciéndose «en todo semejante a nosotros, menos en el pecado» (Heb 4,15). Quiso así solidarizarse de tal modo con la raza humana, incapaz de vencer por sí sola al pecado y a la muerte, haciéndose Él un deudor más de la muerte. Y pagando con su sangre para librarnos de ella.

Su muerte no fue un accidente –como afirman heréticamente algunos escrituristas y teólogos–. Él mismo la había anunciado repetidas veces a sus discípulos (Mc 8,31; 9,31; 10,34 y parall.). Y antes que Él, muchos siglos antes, ya había sido anunciada su muerte por «todos los profetas», como reprocha Jesús a los de Emaús (Lc 24,25-27). Especialmente las profecías de Isaías sobre «el Siervo de Yavé» (Is 53) son impresionantes en su descripción de la Pasión de Cristo: parecen un Vº Evangelio.

Inmenso misterio. «Dios lo hizo pecado por nosotros» (2Cor 5,21), para que el Inocente, sufriendo la muerte, nos librara de ella a los pecadores. «El castigo salvador pesó sobre Él, y en sus llagas hemos sido curados… Yavé cargó sobre Él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,5-6). «Y Él se anonadó, tomando la forma de siervo, y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,7-8). Cristo, «muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive para Dios» (Rm 6,10).

Cristo «murió por el pueblo». El sumo sacerdote Caifás, sin saberlo, «profetizó que Jesús había de morir por el pueblo, y no sólo por el pueblo [de Israel], sino para congregar en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,51-52). Muere como «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29), inmolándose para salvarlo en la Cruz, donde se ofrece en «un sacrificio expiatorio» (Heb 9; Is 53,10). Su muerte es fecunda, como la del «grano de trigo que cae en el surco y produce mucho fruto» (Jn 12, 24). Más aún, «siendo nosotros pecadores» (Rm 5,6), «Cristo murió una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1Pe3,18), reconciliándonos así con Dios (Rm 5,10).

 

–«Y resucitando, restauró la vida» (pref. I Pascua)

«Yo soy la resurrección y la vida», dice Jesús. Y estas palabra son el centro del relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44). Esas palabras «increíbles» –Yo soy la resurrección y la vida– se hacen «creíbles» cuando Cristo hace pasar a Lázaro de la muerte a la vida, de las tinieblas absolutas a la luz de la vida. Lázaro llevaba cuatro días muerto y ya «olía mal» (11,39). Pero la voz de Cristo, la voz del Verbo divino encarnado, «Lázaro, sal fuera», produce una obediencia inmediata. Es la misma voz que en la Creación del mundo dijo: «Hágase la luz. Y hubo luz» (Gen 1,3).

La resurrección de Cristo es para Él y para nosotros la victoria sobre la muerte. Él es «la resurrección y la vida», y así vino a ser «el primogénito de entre los muertos» (Col 1,18). «Él destruyó por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Heb 2,14). Muriendo y resucitando, Cristo nos liberó «de la ley del pecado y de la muerte» (Rm 8,2).

Y su victoria sobre la muerte tendrá en la Parusía una manifestación suprema. Cuando Él vuelva en el último día, será el día de la resurrección de los muertos. Quedará entonces la muerte definitivamente vencida: el mismo Dios secará nuestras lágrimas, «ya no habrá muerte, ni habrá duelo» (Ap 21,3-4). «Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados» (1Cor 15,21-22). «El último enemigo reducido a la nada será la muerte» (15,26).

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–«Si morimos con Jesucristo, también viviremos con Él» (2Tim 2,11).Siendo Cristo «el nuevo Adán», nuestra cabeza, en su muerte «murieron todos» (1Cor 15,45; Rm 5,14; 2Cor 5,14). Y uniéndonos a Él los hombres por la fe y el bautismo, somos «sepultados con Él en la muerte» (Rm 6,3ss). Con Él morimos al pecado (Rm 6,11), morimos al hombre viejo (6,6), a la carne (1Pe 3,18), a todos los elementos del mundo pecador (Col 2,20). «Cada día muero», dice San Pablo (1Cor 15,31). La vida de la gracia nos mortifica y nos vivifica al mismo tiempo: «si vivís según la carne [el hombre viejo, carnal, adámico], moriréis; pero si con el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis» (Rm 8,13).

Con Cristo Jesús «hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva… Consideráos, pues, muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6,4.11; cf. Col 2,9-15). «Mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Gal 2,19-20). «Quien escucha mi palabra y cree en el que me envió tiene ya la vida eterna y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la vida» (Jn 5,24).

En el tiempo presente, sin embargo, nuestra vida «está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Pero ya «ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando [Cristo] aparezca [en la Parusía], seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2). Se cumplirá entonces plenamente la palabra del salmista antiguo: «Contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (33,6).

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–Ya ha cambiado en el cristiano totalmente el sentido de la muerte corporal. «Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor» (Rm 14,8). Si somos discípulos de Cristo, morimos al pecado, al mundo, a la esclavitud del diablo, y vivimos en Cristo, por Cristo y para Cristo. Él mismo lo dice a todos claramente: «Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a si mísmo, tome su cruz cada día (muerte), y sígame (vida)» (Lc 9,23). Si vivimos en Cristo, la hermana muerte será para nosotros nacimiento y vida (dies natalis). «Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida» (Ap 2,10). «¡Bienaventurados los que mueren en el Señor! ¡Descansen ya de sus fatigas!» (14,13). Requiem aeterna dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis!

La esperanza de la inmortalidad, de una vida nueva y feliz, santa y eterna, que tan oscura estaba en el Antiguo Testamento, en Cristo es ahora una absoluta certeza de fe, que nos llena de esperanza y de gozo. «El que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a nuestros cuerpos mortales» (Rm 8,11). No sobrevivirá únicamente el alma; también el cuerpo resucitará glorioso. Cristo salva al hombre entero, resucitándolo en alma y cuerpo.

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–El deseo cristiano de morir

Aquí en la tierra somos como «peregrinos advenedizos, extranjeros (1Pe 2,11), porque en realidad «nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que reformará el cuerpo de nuestra miseria conforme a su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí mismo todas las cosas» (Flp 3,20-21).

De esa fe nace el deseo de morir, propio de los santos, como San Pablo: «Mientras moramos en este cuerpo estamos ausentes del Señor, porque caminamos en fe y no en visión. Pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y estar presentes al Señor» (2Cor 5,6-8)… «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia. Y aunque el vivir en la carne es para mí fruto de apostolado, todavía no sé qué elegir. Por ambas partes me siento apretado, pues de un lado deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros» (Flp 1,21-24).

Como San Ignacio de Antioquía (+107), rogando por carta a los romanos que no impidan su muerte. «Ahora os escribo vivo con ansias de morir. Mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de materia. Sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo más íntimo me está diciendo: “Ven al Padre”» (Rom VII,2).

O como Santa Teresa de Jesús en una de sus poesías: «Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero».

José María Iraburu, sacerdote

 

Post post.– Algunos predicadores silencian el tema de la muerte [cuestión tabú] porque temen asustar y alejar a los hombres… Al «predicar el Evangelio» –es un decir– prefieren tratar siempre de «temas positivos»… ¿Ustedes lo entienden?… Yo no.

¿No es la muerte de Cristo supremamente positiva? Ella nos declaró el amor que el Señor nos tiene: –«Dios probó [demostró] su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8). «El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí» (Gal 2.20). Ella nos reveló y prometió la vida eterna celestial: –«Si morimos con Cristo, también viviremos con Él» (2Tim 2,11). «Cuando yo me haya ido y os haya preparado un lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también conmigo» (Jn 14,3) . 

Índice de Reforma o apostasía

 

9 comentarios

  
Feri del Carpio Marek
Muy buen post, padre. Como que este es el núcleo de la fe cristiana, ¿no?

Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo.
Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que procede de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe.
Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos.
(Fil 3)
31/01/17 3:08 PM
  
Luis Piqué Muñoz
¡Un Valle de Lágrimas! ¡Este es un Lugar de destierro, nuestra Patria es el Cielo! ¡El Sacrificio por Amor, la Cruz, Jesús, el Inocente ¡el Unico Inocente! ¡el Amor apasionado de Cristo, Dios al Hombre, al que Ama más que a Si Mismo, en lo que lleva del Espíritu Santo! La Cruz ¡el Amor, el Amor de Dios! da Sentido a la Muerte y al Sufrimiento ¡era Necesaria, no Gratuita ni incomprensible! ¡Ahora todos somos Dios, Cristo, si Amamos a Dios y al Prójimo, si damos nuestra Vida por Amor, nuestra Muerte es Vida, Vida eterna, Felicidad, Gozo, Resurrección! Y que todo esto lo oculten hoy los Médicos ¡la misma Iglesia ¡Ay! cuando es la ¡Gloriosa! Respuesta a la Agonía y la Muerte ¡es abominable! ¡La Bestia! ¡tanta dulzura y suavidad, tanta delicia en el Triunfo de la amable Muerte, y hoy está escondida la Verdad ¡Gran y Unica Verdad! la Infinita y Eterna Belleza da la Muerte ¡Vida Eterna en el Paraíso junto a Jesús, Dios! Nada más.
31/01/17 4:51 PM
  
carmelo
Gracias Padre José María Iraburu, sacerdote de Jesus.
Conocer a Cristo, vivir por Cristo, vivir para Cristo...cuanto extrañamos palabras de esas..que nos trasciendan nuestras pequeñas miradas..
"Ven Señor Jesus"
31/01/17 6:19 PM
  
susi
Con la gracia de Dios, la muerte, para nosotros, es la puerta del Cielo; ¿cómo no querer ir a ver a Nuestro Señor, con el que hemos estado viviendo según sus mandamientos en la tierra?
A mí no me da miedo la muerte, sé que está ahi, y llegará en el mejor momento porque mi Padre Dios busca solo lo mejor para cada uno.
Dios lo bendiga, don José María, por decirnos estas cosas que, antes, cualquier católico con los rudimentos de la fe, sabía de memoria.
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JMI.-Bendición +
31/01/17 7:55 PM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
Muchísimas gracias por este hermoso post, Padre Iraburu. Hace casi tres años el médico me hizo saber que tenía cáncer. Lo único que pude sentir en ese momento fue un gran dolor por no haber aprovechado la vida que Dios me había regalado en amarlo cada día más, a pesar de todas las gracias que de Él había recibido.
Le pedí que, si era Su voluntad, me regalara un poco más de vida terrena para dedicar todas las fuerzas de mi ser a conocerlo, amarlo y servirlo. Hasta ahora Él está cumpliendo su parte, pero yo no mi parte como realmente quisiera. Espero me tenga un poquito más de paciencia, aunque ya me la ha tenido en demasía. Para que el Señor me conceda esta gracia, le pido a Ud. una oración por mí

Que el Espíritu Santo lo siga iluminando y nuestra Madre Santísima y nuestro Padre San José lo protejan siempre. Sigo rezando por Ud. y por todos los que hacen InfoCatólica. Muchísimas gracias por todo lo que nos brindan.

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JMI.-Rezaré (rezaremos, espero, los lectores también) por su salud de alma y cuerpo.
Dios nos la guarde muchos años.

"Servid al Señor con alegría", es uno de los lemas infocatólicos.
Pero aunque el espíritu esté pronto, la carne es flaca... y a veces...
Por eso nos vienen muy bien comentarios como el suyo. Dios se lo pague.
Gran bendición santa y santificante +
01/02/17 7:16 PM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
Muchísimas gracias, Padre, por sus oraciones y por sus hermosas palabras, que me han llenado el espíritu. Que Dios lo bendiga siempre.
01/02/17 9:28 PM
  
Tomás Bertrán
El 23 de noviembre murió mi esposa, confesada, comuniones y unción de los enfermos. Vivimos mi esposa y yo un preludio del amor que nos tendremos en el cielo (agapé), ya que de mi interior salía con gran fuerzas palabras hacia ella de que no temiera, que no la dejaba, que estaba a su lado día y noche, que la encontraba cada vez más guapa. Me mandó un beso con la mano el día antes de morir, y le dije que en 42 años de casados nos habíamos querido, a lo que me contestó "mucho", con unos ojos de ternura y de paz que nunca los ví en todo mi matrimonio, con una cara de agradecimiento, de amor y de dulzura, guapísima estaba a pesar de estar calva y con facies hipocrática por el cáncer, que en ella era todo poesía. Y todo ello sin pizca de eros. Por eso digo que vivimos un pequeño preludio del amor de agapé.
Hace unos días, al pasar delante de su foto, le dije que le sería fiel hasta mi muerte, y sigo llevando el anillo de boda en mi mano. Sigo casado con ella a pesar de la muerte física, que no espìritual. Y en el cielo espero ir cogido de su mano eternamente, con un trato especial, en presencia de Dios y de la Virgen.
¡Bendita la enfermedad de mi esposa que nos ha hecho vivir tan hermosos momentos y acrecentar muchísimo nuestro amor, purificándolo más! Su muerte me hace ir a Misa diariamente y rezar Salves a la Virgen, para que si está todavía en el purgatorio salga lo antes posible.
El 27 de enero, santo de S. Enrique de Ossó (tío de mi padre) y al día siguiente mi santo, Sto. Tomás de Aquino, les recé para que a empujones la sacaran del purgatorio. Estoy convencido que si no está en el cielo, está en el purgatorio, y por tanto salvada ya que no puede pecar. Que Dios, la Virgen y mi esposa me ayuden a no pecar y poderme reunir con ella en presencia de Dios y la Virgen por toda una eternidad.
Quisiera irme ya de este mundo, pero mi hijo Manuel me pide que le pague un máster de climatología, que son 2 años. Una vez tenga a todos mis hijos colocados, que Dios me lleve con Rosa María.
De joven una persona me dijo que yo era de un solo Dios y de una sola mujer. Rosa María es mi sola mujer.
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JMI.-Bendigamos al Señor y démosle gracias,
pues todo eso es obra de su gracia. Bendito sea.
02/02/17 8:05 AM
  
Jordi
Personal y privado

La decisión de los obispos alemanes de optar por la hermenéutica de la ruptura que posibilita Amoris laetitia en relación con la comunión de los adúlteros sin continencia, van contra las dos verdades divinamente reveladas y definidas por San Juan Pablo II en Veritatis splendor:

1. Los actos morales intrinsece malum semper et pro semper

2. Las normas morales prohibitivas negativas universales, generales y absolutas

En mi opinión, ya tenemos el cisma y la herejía dentro de la Iglesia, pues los obispos alemanes, al rechazar dichas verdades con su decisión, están excomulgados automáticamente, sin necesidad de declaración, han dejado de ser católicos.

Dice la normativa que la excomunión "declarada" de los obispos corresponde a la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero la gravedad del hecho es tan transcendente, que ya están excomulgados automáticamente.
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JMI.-Excomunión y herejía no son lo mismo. Tampoco excomunión y perder la condición de católico. Aunque la excomunión sea late sententiae no significa eso la calificación formal de hereje.
02/02/17 12:13 PM
  
Oscar Garjón Zamborán
Lo que está claro es que el Santo Sacramento instituido por Cristo está siendo menospreciado y vulgarizado. La gente se casa por lo civil porque lo ve un compromiso rompible, pues, es un compromiso adquirido ante un hombre (sea juez, concejal e incluso mujer quien les casa) que no garantiza la finalidad del matrimonio, que es el auténtico amor. Claro que eso ante Dios es diferente, porque Dios estará con ellos durante toda su vida en ese camino de casados. Sin olvidar que el cura no los "casa" sino que éste es la vía por el cual El Todopoderoso actúa a través de él y es, precisamente el mismo Dios quien los casa se debe de entender que la unión que hace Dios con ellos es sagrada e irrompible. Cristo ya lo dijo: "Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre" "...y los dos se harán una sola carne". Cualquier persona que se preste a ejercer el divorcio dando lugar y a creer que éste, porque loo diga un juez o unas leyes de hombre, es válido pudiendo así volverse a casar está cometiendo grave pecado. Si Dios los unió en matrimonio en un recinto Sagrado, con unos ritos Sagrados y con la Bendición y beneplácito de Dios no puede aceptarse que un hombre cualquiera, llámese juez, pueda disolver con leyes efímeras dicho matrimonio. El hombre o mujer, que se preste a divorciarse por medio de vías judiciales una vez que se había casado por la Iglesia y poniendo en práctica el Sacramento del Matrimonio, si es creyente, no debe de volverse a casarse, es grave pecado y, más si contraviniendo la Ley de Dios vuelva a comulgar. Sacerdote que se preste a dar de comulgar a un divorciado o divorciada es responsable de la perdición de esa alma. Si es un divorciado por lo civil...no pasa nada, porque lo carácter civil no tiene valía, es decir, un matrimonio por lo civil es nulo.
21/02/17 6:12 PM

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