(364) Santidad-7. Conversión: dolor de corazón

Rembrandt

–«Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa».

–«Lávame: quedaré más blanco que la nieve… Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50). [Nota.-Por esta vez no hay discusión en este inicio; pero conste que no sienta precedente).

Examen de conciencia (fe), dolor de corazón (caridad), propósito de la enmienda (esperanza), expiación por el pecado (caridad/justicia), son los actos fundamentales que integran la virtud de la penitencia (conversión, metanoia). 

–El examen de conciencia, del que ya traté (363), realizado a la luz de la fe y con la ayuda de la gracia, nos da a conocer y a reconocer la realidad de nuestros pecados, tantas veces ignorada. Es el acto primero de la conversión, el que nos muestra con una lucidez sobrenatural, que «nos viene de arriba, desciende del Padre de las luces» (Sant 1,17), la verdad –la mentira– de nuestros pecados. Mientras una persona no conoce y reconoce sus culpas, no es posible que se duela del pecado y que procure la enmienda. No puede ni siquiera iniciar el proceso de la conversión.

Por eso uno de los principales términos griegos que en el NT expresan la conversión y la penitencia es precisamente la palabra metanoia (metanoéo, convertirse, hacer penitencia), que en primer lugar significa un primer cambio de mente: meta-nous, que hace posible en el hombre una verdadera conversión de la voluntad y de la vida personal.

Para esta transformación radical del pensamiento, tanto San Juan como San Pablo emplean simplemente el término fe: «el justo vive de la fe» (Rm 1,17). Es ella la que nos permite no «conformarnos a este siglo», y nos mueve en cambio  a «transformarnos por la renovación de la mente, procurando conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (12,2). La fe, pues, significa participar en modo nuevo del pensamiento de Dios, verlo todo por los ojos de Cristo, asimilar los pensamientos y caminos de Dios, que se elevan tan por encima de los pensamientos y caminos de los hombres «cuanto son los cielos más altos que la tierra» (Is 55,8-9). Ella es el principio absoluto de la conversión.

En este sentido conviene señalar que la conversión es en el sentido pelagiano o semipelagiano algo que se centra casi exclusivamente en la voluntad; y que, por el contrario, en la visón bíblica y católica se vincula en modo muy principal al entendimiento. Sólo si la persona cambia, bajo la acción de la gracia, su modo de pensar, podrá cambiar su modo de querer, de actuar y de vivir: es decir, podrá convertirse.

 

–Contrición

La contrición hay que procurarla en la caridad, mirando a Dios. Cuanto más encendido el amor a Dios, más profundo el dolor de ofenderle. Pedro, que tanto amaba a Jesús, después de ofenderle tres veces, «lloró amargamente» (Lc 22,61-62). Es voluntad clara de Dios que los pecadores lloremos nuestras culpas: «Convertíos a mí –nos dice–, en ayuno, en llanto y en gemido; rasgad vuestros corazones» (Joel 2,12-13). Es el dolor de corazón, el arrepentimiento, el que lleva a la conversión del pecador. Si Cristo llora por el pecado de Jerusalén (Lc 19,41-44), ¿cómo no habremos de llorar los pecadores nuestros propios pecados?

Decía el papa Francisco recientemente: «Son las lágrimas las que pueden dar el paso a la transformación, son las lágrimas lassque pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo del pecado en el que muchas veces se está sumergido… Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión. Así le pasó a Pedro después de haber renegado de Jesús. Lloró y las lágrimas le abrieron el corazón… Pidamos a nuestro Dios el don de la conversión, el don de las lágrimas… “Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de nosotros… purifícanos de nuestros pecados y crea en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo” (Sal 50)» (Ciudad Juárez, México, 18-II-2016).

 El corazón de la penitencia es la contrición, y con ella la atrición. El concilio de Trento las define así:

«La contrición ocupa el primer lugar entre los actos del penitente, y es un dolor del alma y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. Esta contrición no sólo contiene en sí el cese del pecado y el propósito e iniciación de una nueva vida, sino también el aborrecimiento de la vieja. Y aun cuando alguna vez suceda que esta contrición sea perfecta y reconcilie al hombre con Dios antes de que de hecho se reciba este sacramento [de la penitencia], no debe, sin embargo, atribuirse la reconciliación a la misma contrición sin deseo del sacramento, que en ella se incluye».

La atrición, por su parte,

«se concibe comúnmente por la consideración de la fealdad del pecado y por el temor del infierno y de sus penas, y si excluye la voluntad de pecar y va junto con la esperanza del perdón, no sólo no hace al hombre más hipócrita y más pecador [como decía Lutero], sino que es un don de Dios e impulso del Espíritu Santo, que todavía no inhabita, sino que solamente mueve, y con cuya ayuda se prepara el peniten­te el camino para la justicia. Y aunque sin el sacramento de la penitencia no pueda por sí misma llevar al pecador a la justificación, sin embargo, le dispone para impetrar la gracia de Dios en el sacramento de la penitencia» (Trento 1551: Dz 1676-1678).

Es un gran error considerar inútil la formación del dolor espiritual por el pecado, o darlo por supuesto. Por ejemplo, en la preparación de la penitencia sacramental, no debe centrarse la atención del penitente casi exclusivamente en el examen de conciencia, ocupado quizá muy principalmente en hacer sólo el recuento de sus pecados, y discurriendo el modo y las palabras con que habrá de acusarlos. ¿De qué nos vale en orden a la conversión una lista de pecados bien hecha [?] si cada uno de ellos no nos duele profundamente como ofensa a Dios?… El dolor de corazón es sin duda lo más precioso que el penitente trae al sacramento, y en modo alguno debe omitir su actualización intensa, como si no fuera necesaria o como si pudiera darse por supuesto.

Pero el mayor error es que no duela el pecado como ofensa contra Dios, sino simplemente como falla personal, como fracaso so­cial, como ocasión de perjuicios y complicaciones que pueda causar. Esto es lo que más falsea la verdad del arrepentimiento. «Contra ti, contra ti  solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (Sal 50,6).

La contrición es el acto más importante de la penitencia, y por eso debemos pedirla. Con la liturgia de la Iglesia, pidamos «la gracia de llorar nuestros pecados» (orac. Santa Mónica 27-VIII)–, y procuremos esa pena del alma mirando a Dios. Mirando al Padre, comprendemos que por el pecado le abandonamos, como el hijo pródigo, y buscamos la felicidad alejándonos de él (Lc 15,11s). Mirando a Cristo, contemplándole sobre todo en la cruz, destrozado por nuestras culpas, conocemos qué hacemos al pecar. Mirando al Espíritu Santo vemos que pecar es resistirle y despreciarle. El verdadero dolor nace de ver nuestro pecado mirando a Dios.

Conviene señalar que en los buenos cristianos la contrición es mayor que el pecado. El pecado fue un momento demoníaco, apasionado, oscuro, falso. Pero, en cambio, el arrepentimiento es tiempo largo y consciente, personal y profundo, donde más auténticamente se expresa la verdad íntima de la persona. Y cuando la contrición es muy intensa, no sólamente destruye totalmente el pecado, sino que deja acrecentada la unión con Dios. Como en una pelea entre novios: tras la ofensa, si en la reconciliación hubo un gran dolor y una amor sincero, quedan más unidos que antes.

 

La intensidad del dolor por el pecado es tan grande en el cristiano como grande sea su amor a Dios. Por eso nos ayuda tanto leer en la vida de los santos y conocer cómo se duelen cuando en algo han ofendido a Dios. Se duelen muchísimo, porque su amor al Señor es inmenso, casi incomprensible para los cristianos que somos mediocres. Recordaré dos ejemplos que nos ayudan a conocer, siquiere sea de oídas, lo que es el dolor de corazón, la contrición, el arrepentimiento en los santos; es decir, lo que es su amor al Señor. Aunque las citas sean un poco largas, creo que merece la pena hacerlas.

Santa Catalina de Siena (1347-1380), la penúltima de 24 hermanos, Doctora de la Iglesia, analfabeta, hasta que al final de su vida Cristo mismo le enseñó a leer (Carta 212), terciaria dominica, vivió siempre en su casa familiar. El Beato Raimundo de Capua, dominico, fue algunos años su director espiritual y escribió muy detalladamente su biografía (Santa Catalina de Siena, Ed. La Hormiga de Horo, Barcelona 1993). El dolor que Catalina sentía cuando en algo, aunque fuera mínimo, había ofendido al Señor, puede conocerse en esta escena que narra el Beato Raimundo. Es un suceso que ella se lo contó y que él guardó en un escrito. Estando Catalina al anochecer en la iglesia, entró en ella fray Bartolomeo di Domenico, con quien ella tenía mucha confianza:

«Se sentaron y ella comenzó a contarle las cosas que en aquel momento el Señor le estaba mostrando de Santo Domingo. “Veo ahora a Santo Domingo más claramente y más perfectamente que a usted y lo tengo más cerca de mí que usted”. Y comenzó a narrarle las glorias del Santo… Mientras tanto, un hermano de la santa virgen, pasó por allí. Distraída por la sombra o por el ruido de pasos de quien pasaba, Catalina volvió un poco la cabeza y los ojos hacia él, lo suficiente para reconocer a su hermano, y volvió de inmediato a la posición de antes; pero allí rompió a llorar, sin poder decir una palabra (202). El fraile esperó que acabase de llorar. Por fin, después de mucho rato, la pudo invitar a que siguiese con su relato, pero ella todavía sollozaba y no pudo obtener ninguna respuesta. Cuando la virgen pudo hablar, dijo entre sollozos: “¡Infeliz de mí, mísera de mí! ¿Quién castigará un pecado tan grande?”. Fray Bartolomeo le preguntó de qué pecado hablaba, y ella le respondió: “¿No ha visto a esta mujer desventurada que se ha vuelto a mirar a uno que pasaba, mientras el Señor le estaba mostrando sus grandezas?” Y él le dijo: “No has vueto los ojos ni un momento, hasta el punto que yo no me he dado cuenta”. Y ella continuó: “Si supiera el reproche que por ello me ha hecho la beata Virgen, también usted lloraría por mi pecado”. No dijo nada más de la visión, continuó llorando y quiso confesarse». Ya regresada a su casa, según le contó más tarde a su confesor, el Beato Raimundo, «se le apareció San Pablo para hacerle ásperos reproches por haber perdido aquel poco de tiempo girando la cabeza», distrayéndose de lo que el Señor le estaba mostrando: «San Pablo la reprendió más duramente por la distracción que por la pérdida de tiempo… A partir de entonces se volvió más cauta y recogida» (203).

Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), religiosa de la Visitación, que recibió altísimas revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús, y vino a ser la promotora principal de esta gran devoción católica, por expresa voluntad del Señor escribió su propia vida (Autobiografía, Primer Monasterio de la Visitación, Madrid s/f., 141 pgs.). «Mi soberano Señor continuaba recreándome con su presencia actual y sensible, seún me había prometido hacerlo siempre; y en efecto, jamás me privó de ella por culpas que yo cometiese. Pero como su santidad no puede sufrir la más pequeña mancha, y me hace notar la más ligera imperfección, no podía yo soportar ninguna en que hubiera algo, aunque poco, de voluntad propia o de negligencia. Como, por otra parte, soy tan imperfecta y miserable que cometo muchas faltas, si bien involuntarias, confieso serme un tormento insoportable el comparece delante de esta santidad, cuando he sido infiel en alguna cosa, y no hay suplicio al cual no me entregase antes que sufrir la presencia de este Dios santo, cuando está manchada mi alma con alguna culpa. Me sería mil veces más grato arrojarme en un horno ardiendo» (61).

«En cierta ocasión me dejé llevar de algún movimiento de vanidad hablando de mí misma. ¡Oh Dios mío! ¡Cuántas lágrimas y gemidos me costó esta falta! Porque, en cuanto nos hallamos solos Él y yo, con semblante severo me reprendió, diciéndome: “¿Qué tienes tú, polvo y ceniza, para poder gloriarte, pues de ti no tienes sino la nada y la miseria, la cual nunca debes perder de vista, ni salir del abismo de tu nada? Y para que la grandeza de mis dones no te haga desconocer y olvidar lo que eres, voy a poner ese cuadro ante tus ojos”. Y descubriéndome súbitamente el horrible cuadro, me presentó un esbozo de todo lo que soy. Me causó tan fuerte sorpresa y tal horror de mí misma, que a no haberme Él sostenido, hubiera quedado pasmada de dolor. No podía comprender el exceso de su grande bondad y misericordia en no haberme arrojado ya en los abismos del infierno, y en soportarme aún, viendo que no podía yo sufrime a mí misma. Tal era el suplicio que me imponía por los menores impulsos de vana complacencia; así es que me obligaba a veces a decirle: “¡Ay de mí! Dios mío, o haced que muera, u ocultadme ese cuadro, pues no puedo vivir mirándole» (62). 

A mayor amor de Dios, más dolor de haberle ofendido. Hay en esto una lógica psicológica evidente. Pero esta verdad puede considerarse también en otra perspectiva, enseñada por el mismo Cristo: «a quien mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, mucho se le pedirá» (Lc 12,48). El pecado en los santos es más grave porque ellos han recibido de Dios una inmensidad de gracias. Eso les hace deudores –y al mismo tiempo capaces– de una fidelidad especial e incondicional a la voluntad del Señor, sin resistirla en nada, ni en lo mínimo. Por eso se duelen tanto cuando aprecian en su conciencia algo de ofensa a Dios.

* * *

Las «vidas de santos» son las exégesis más fidedignas del Evangelio, sobre todo cuando son autobiográficas (San Agustín, Santa Teresa de Jesús, Santa Margarita María, Santa Teresa del Niño Jesús, San Antonio María Claret, etc.) o cuando están escritas por otros santos (vida de San Antonio, por San Atanasio; vida de San Benito, por San Gregorio Magno; vida de Santa Catalina, por el Beato Raimundo, etc.) . En sus «vidas» los santos nos transparentan al mismo Cristo verdadero. Nos revelan lo que es la vida cristiana vivida en plenitud; y hasta qué punto puede y quiere el Espíritu Santo acrecentar por su gracia en nosotros el amor a Dios y al prójimo, configurándonos a Cristo en pensamientos, sentimientos, palabras y obras. Es muy difícil, por ejemplo, que lleguemos a conocer qué es, como debe ser, el dolor de corazón por el pecado, si no conocemos cómo lo viven los santos. Et sic de caeteris.

Consejo anexo: no pierdan el tiempo leyendo libros de espiritualidad en los que la referencia a los santos –a su enseñanza, al ejemplo de sus vidas– está ausente. Es muy probable que de la vida cristiana den una visión aminorada y falsa.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

13 comentarios

  
O. V.
Verdaderamente oportuna y necesaria esta reflexión.
Muchísimas gracias, padre Iraburu
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JMI.-A mandar.
22/02/16 10:40 PM
  
king crimson
Los ejemplos de los santos no son representativos ni aplicables a la realidad de la mayoría de las personas. Esa es su experiencia personal y punto.
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JMI.-La Iglesia canoniza a los santos para ponerlos como ejemplo e intercesores ante Dios. Claro que son ejemplares que deben conocerse, al menos algunos. Otra cosa es que en la aplicación concreta tenga el cristiano que hacer lo que ellos hicieron: meterse en una cueva, irse a una leprosería, etc. Pero en el espíritu, siempre son ejemplares. En los casos que he citado, el grandísimo dolor por el pecado, por haber ofendido a Dios, es ejemplo para nosotros, que tan poco nos dolemos de pecar, ejemplarísimo. Luego, en la práctica, tendremos en concreto aquel dolor de corazón que la gracia de Dios nos conceda tener por nuestras culpas. Pidamos al Señor que nos conceda amarle mucho más, de tal modo que los pecados (contra Ti solo pequé) nos duelan mucho más.
23/02/16 1:26 AM
  
Luiscar73
Es una maravilla leer articulos tan bien hilados, tan veraces y tan edificantes. Comunican Gracia de Dios.
Muchas gracias, P.Iraburu.
Es dificil contener el halago, asi pues,halaguemos a la Santisima Trinidad que le inspira.
Aqui van algunas Palabra(s)(Verbo de Dios) apropiadas referentes a la profunda conversion(con grandes rios de lagrimas) del alma y que el Espiritu Santo vivifica en ella;

(Zacarias;12;10-11)
"Entonces derramaré un espíritu[a] de gracia y oración sobre la familia de David y sobre los habitantes de Jerusalén. Me mirarán a mí, a quien atravesaron, y harán duelo por él como por un hijo único. Se lamentarán amargamente como quien llora la muerte de un primer hijo varón. 11 El dolor y el luto en Jerusalén serán tan grandes como el duelo por Hadad-rimón en el valle de Meguido."

(Zacarias;13;1)
"En aquel dia brotara un manantial par la casa de David y los habitantes de Jerusalem, para lavar los pecados e impurezas"
( Isaias;57;18-19)
"Yo he visto sus caminos, pero le curare y le aliviare; le colmare de consuelos a el y a los que lloran; hare brotar la alabanza de sus labios. Paz al que esta lejos, paz al que esta cerca-dice el Señor-; Yo le curare"
La Paz de Cristo.

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JMI.-Bendigamos al Señor, que no se cansa de per-donarnos, o sea, de donarnos de nuevo. Y pidámosle la gracia de dolernos MUCHO de nuestros pecados. Que nos dé un amor mayor, para que tengamos un dolor mayor por nuestras culpas.
23/02/16 2:10 AM
  
Francisco
Su respuesta a king crisson la debia haber puesto al final de su articulo y con mayusculas.Cuando lei su articulo lo primero que pense fue: si la cosa es asi apaga y vámonos
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JMI.-Lo que le digo a King crisson... es de cultura general: obvio, la primera con b y la segunda con v.
23/02/16 8:32 AM
  
JUAN NADIE
KING CRISOM

¿Porque Y PUNTO?. ¿Porque lo digas tu?. ¿Porque lo niegas? ¿Porque generalizas? Puedes decir que a ti no te sirve, pero si eso fuese así, ¿Porque generalizas y afirmas que no le sirve a nadie?
Puede que a ti no te sirva, pero eso no invalida que nos sirva a otros.
Yo te dirira algo, si a ti no te sirve, es que algo te falla, yo no se el que. Pero deberías mirarlo.

FRANCISCO

Vale que si nos comparamos con los santos la cosa se pone dificil, pero no olvides la misericordia de Dios, a nadie le va a pedir algo que no pueda hacer. Y El que lo ve todo, sabe lo que nos ha dado a cada uno.
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JMI.-Tranquilo, JUAN NADIE, tranquilo. Ya le dije a King que todos los santos son ejemplares en "el espíritu" que manifiestan con sus palabras, obras y vidas. No, por supuesto, en sus "modos concretos" de vivir según ese espíritu. Por ejemplo, tenemos que imitar a la Virgen María en su fidelidad a la voluntad de Dios, en su abandono en la Providencia divina, en su amor a Jesús... pero en sus "modos concretos" de vivir ese espíritu por supuesto que no. Lo mismo cuando San Pablo dice: "sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (1Cor 11), nos exhorta a vivir según su espíritu, no a que nos vayamos como él a predicar por distintas naciones. Obvio: la primera con b y la segunda co v.
24/02/16 2:38 PM
  
Viandante
Está claro que la relación de Dios con cada hijo suyo es única, pero, además de los casos expuestos, tampoco estaría mal poner ejemplos más afables de Dios corrigiendo a santos. Leyendo el artículo pensaba que si a mí me ocurriera lo que a Santa Catalina o a Santa Margarita María entraría en estado de pánico.
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JMI.-Cuando se cuenta "un caso" de la vida de un santo no se cuentan "todos". Si usted leyera las vidas de Sta. Catalina de Siena o de Sta. Margarita María de Alacoque podría comprobar que tuvieron innumerables manifestaciones del excelso amor de Cristo y de su bondad. Y que tuvieron en Dios, Padre-Hijo-ESanto, MUCHÍSIMO más alegría y gozo que penas y correcciones severas. Ya quisiéramos nosotros...
25/02/16 1:04 AM
  
antonio
Dios mío...aumenta mi fe, y ayúdame también a corresponder al incremento
de fidelidad que este deseo supone.
Gloria y ayuda de la Iglesia Triunfante, y que la I. Militante nos siga marcando camino de santidad con el tesoro espiritual de sus Blogs.
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JMI.-Oremos, oremos, oremos.
25/02/16 10:02 AM
  
Viandante
Gracias por la aclaración, padre. No sé mucho de la vida de Santa Catalina y Santa Margarita, simplemente me llamó la atención que se pusieran dos ejemplos del mismo y acusado tenor. Modestamente creo que en la variedad está el gusto y la inabarcable cantidad de santos da para poner dos o tres ejemplos diferentes que correspondan al mismo dolor de amor por los pecados y faltas cometidos.
25/02/16 12:27 PM
  
Juan Sebastián
Querido padre Iraburu, buenos días:

En otra entrada de este blog, en la sección de comentarios, leí una breve opinión suya sobre la conveniencia de acudir al psicólogo o al psiquiatra para tratar ciertos padecimientos. Decía al final: «Los psicólogos y psiquiatras pueden hacer mucho bien a las personas, tanto en la terapia oral como en la farmacológica, si ésta es precisa. Pero para eso, claro, tienen que ser buenos profesionales y buenos católicos. Y ésta es una especie de bípedos muy muy muy infrecuente. Pero haberlos, haylos. // Si no hay seguridad de que el psiquiatra sea muy bueno, tanto en su profesión como en la visión cristiana del ser humano, es mejor no acudir a él. Y apañarse como buenamente se pueda: director espiritual, ayuda familiar, amigos, etc. Porque si no son muy buenos, pueden hacer mucho daño. También de esto me ha tocado conocer casos».

En mi caso, con el paso del tiempo y con ayuda de las medicinas que nos ofrece la Iglesia (sacramentos, oración, lectura espiritual, etc.), he logrado controlar relativamente bien ciertos ataques de angustia muy intensa y dolora que van acompañados de una sensación de ausencia total de Dios en mi vida y de un montón de pensamientos que, básicamente, me inducen a no creer en las enseñanzas de la fe (algo del tipo: «la fe no es real, lo sobrenatural no existe, no hay vida eterna) o a ver aquello con temor (cuando estoy en ese estado, pensar en la vida eterna me causa temor) y me tratan de llevar a la desesperanza.

Trato de afrontar aquello a partir del misterio pascual de Cristo, y la verdad, haciéndolo así, todo ha sido más llevadero (antes de vivir en fe más o menos formada, todo ello fue muy terrible, demasiado terrible). Sin embargo, padre, no es fácil. Sufro mucho cuando estoy así (pasa solo de vez en cuando y me dura unos días o semanas), y sufren mucho (tal vez más que yo) los que me quieren. La ayuda de psicólogo o psiquiatra, de momento, la descarto, porque me sucede lo que usted menciona en el fragmento que transcribí atrás y comparto su apreciación sobre que es arreglárselas sin ellos.

Padre, quisiera saber si, por favor, puede darme una orientación un poco más detallada para afrontar esto que me sucede.

Un abrazo padre, que Dios lo bendiga y la Virgen lo ampare.

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JMI.-Se me ocurre que si sus crisis de angustia son muy fuertes, podría ser conveniente la ayuda de medicinas, prescritas, claro, por un psiquiatra. Pero si no es católico convencido, le aconsejo que no reciba de él terapia oral sino sólo farmacológica. O bien también oral, pero muy por encimita, por las razones ya señaladas.
Pido al Señor por usted.
25/02/16 6:50 PM
  
O. V.
Si se me permite un comentario acerca de lo relatado por Juan Sebastián. A mí me parece un ataque del,demonio en sus pensamientos . Esos pensamientos no son casuales, ni los tiene porque quiere, sino que buscan desesperarle. Es una estrategia. Parece algo psicológico, pero no lo es. Es un camuflaje.
Cuando se le reconoce, lo,primero pedir ayuda al,Señor. Lo segundo es no tener miedo a ese sufrimiento, el Señor lo permite para crecimiento de la fe de la persona. Lo tercero es rechazar continuamente esos pensamientos desde la voluntad de resistir, y contarlos al confesor sin demora o duda.
Es como cuando uno se enfrenta a un enemigo de carne y hueso. Si hace falta se cierran los puños, se enseñan los dientes, y se le dice que no va a triunfar, porque el Espíritu Santo esta sosteniendo la vida y la fe de uno que se fía de El. Así que ¡FUERA, inmundo! Cuanta mayor decisión en la resistencia, antes se pasa.
A mí me sirve.
Usted verá la conveniencia de publicarlo, padre.
Gracias de nuevo.
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JMI.-Además de enseñar los dientes, en estos combates lo más importante es la oración de súplica: "Cristo, ten piedad", "Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios"...etc.
Pero sí, lo que dice, es verdad.
En todo caso, sin conocer a la persona, como es su caso, no es posible discernir qué hay de psicológico enfermo o de agresión diabólica.
Y conociéndola... también es difícil.
Oremos, oremos, oremos.
25/02/16 11:43 PM
  
antonio
Muchas Gracias Estimado Padre,le he escrito recién, después de leer este post, tuve que leer el anterior, son joyas, de espiritualidad, para anotar y poner en practica.

Es como lo dije anteriormente el unico camino, el verdadero camino.


Que Nuestro Señor a Travéz de su Santisima Madre, de San José, de todos, los Santos, Ma´rtires, lo bendiga, leer lo verdadero tiene una gran belleza,es la verdad, redundante, pero cierto la verdadera alegria, está en sus escritos, se aprende caminando también a discernir lo malo.

Lo Suyo da mucha Luz, el Diablo se debe poner furioso.

Nuevamente Muchas Gracias.
28/02/16 5:27 PM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
Estimado Padre Iraburu: Vengo atrasada con los post, pero no quería dejar de agradecerle éste muy especialmente. Aunque la verdad aún me persiste el dolor de panza que me produjo el leer las citas sobre la intensidad del dolor de Santa Catalina de Siena y Santa Margarita María de Alacoque por haber ofendido a Dios. ¡¡¡Quién tuviera un amor a Dios tan grande!!!

La lectura de este post trajo a mi memoria una poesía que supe escribir hace muchos años:
Sentir gran alegría ¡oh Dios! quisiera,
gran alegría por quererte tanto,
la alegría que inunda nuestro llanto,
la alegría que ríe nuestro canto.

Llorar de amor por Ti, ¡oh qué sublime!
sentir la risa cobijar el llanto,
estallar en el gozo de quererte,
refugiarme en Tu Amor inmaculado.

Y al mirarte en la cruz sentir profundo,
en mi ser el dolor de haber pecado,
pero también sentir que en esa muerte,
una vida de luz me has regalado.

Que en el pan y en el vino de la ofrenda,
tu Cuerpo y Sangre de la cruz bajaron,
y que es Cristo esta vez el Cireneo,
que cargará la cruz de mis pecados.

Que Dios le pague con creces todo el bien que nos brinda a nosotros. Muchísimas gracias y que la Santísima Virgen María y San José lo protejan siempre. Aunque venga atrasada con los post no pasa lo mismo con mis oraciones por la santificación de Ud y de todos los que hacen InfoCatólica. Eso es en cada momento de oración.
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JMI.-Cuando obramos o escribimos algo bueno,
siempre sabemos (y a veces también sentimos) que es Dios el que obra en nosotros, y que son muchos los que en el cielo y en la tierra, movidos por Dios, oran por nosotros.
Dios se lo pague. Bendición +
11/03/16 11:08 PM
  
Marta de Jesús
Sus escritos, dada mi pésima formación, me siguen siendo muy útiles. Gracias. Bautizada, ""colegio católico"", Primera Comunión, Confirmación... A pesar de eso, nunca-nadie me habló de estas cosas. Increíble.

Hace unos años viví a través de una experiencia tremenda la corrección de Dios. Una de tantas necesitadas por mí. De ahí surgió un rechazo al pecado como nunca antes lo había sentido, aunque se materializó con el tiempo, no inmediatamente. Lo vivido fue parte de una auténtica conversión (la bíblica, no la pelagiana, aunque el pelagianismo me persigue desde siempre, está muy instalado en nuestro/mi entorno y tiempo). Al leerle se me ha hecho más patente la realidad de lo que viví. Como si al estar un poco más alejada del cuadro, a la distancia correcta, ya no viera solo un amasijo de colores, y pudiera percibir la belleza de la obra.
Gracias de nuevo.
05/03/24 9:59 AM

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