(148) La Cruz gloriosa –XII. La devoción a la Cruz. 8

–Dos Doctoras de la Iglesia y un casi Doctor, que ya era hora.

–Son cristianos que saben lo que dicen: por experiencia y por fidelidad a la doctrina de la Iglesia. No como otros.

Con la gracia de Dios, atrevámonos a creer lo que dicen los santos y a vivirlo.

Santa Catalina de Siena (+1380)

Penúltima de veinticinco hermanos, terciaria dominica, analfabeta hasta los 30 años, cuando le enseña a leer y escribir Jesucristo. Muere a los treinta y tres años. Altísima mística, Doctora de la Iglesia. Su director espiritual, el dominico Beato Raimundo de Capua (+1399), con gran cuidado de ser exacto, escribió su vida, la «Legenda maior» (Santa Catalina de Siena, Ed. Hormiga de Oro, Barcelona 1993).

Cruz y gozo. Escribe el Beato Raimundo que un día nuestro Señor Jesucristo le dijo a Catalina: «“Hija mía,…si quieres el poder de vencer a todas las potencias enemigas, toma para tu alivio la cruz, como lo hice yo”… Catalina no fue sorda a esta enseñanza, y se convenció de que había que encontrar tanto placer en las tribulaciones que, como una vez me confesó, nada la consolaba tanto como las aflicciones y los dolores, sin los cuales, decía, se hubiera quedado con desazón en el cuerpo. Y dejaba pasar a gusto el tiempo mientras pudiera soportarlas, pues sabía que por medio de aquello se engalanaba cada vez más su corona en el cielo» (Legenda maior 104).

Esa misma verdad es afirmada por Catalina en una ocasión, cuando «un demonio la atacaba diciéndole: “¿qué pretendes, desgraciada? ¿Quieres vivir toda la vida en ese estado miserable?” Y ella, dispuesta y segura, le contestó: “por mi alegría he elegido los dolores. No me es difícil soportar ésta y otras persecuciones en nombre del Salvador, mientras así lo quiera su Majestad. Más todavía, ¡son mi gozo!”» (109). Huyó el demonio y la habitación quedó toda iluminada: «en medio de la luz estaba el mismo Jesucristo clavado en la cruz, sangrando como lo estuvo en el tiempo de su crucifixión. Sin bajar de la cruz, llamó a la santa virgen diciéndole: “hija mía, Catalina, ¿ves cuánto he sufrido por ti? No te disguste, por tanto, sufrir por mí”» (110).

Las dos coronas. Una vez estaba Catalina rezando y llorando en su habitación porque había sufrido una grave calumnia, y le pedía a Cristo, su Esposo, que defendiera su inocencia. «Entonces se le apareció el Salvador del mundo sosteniendo en la mano derecha una corona de oro adornada con perlas y piedras preciosas y en la izquierda una corona de espinas y le dijo: “querida hija, has de saber que es necesario que tú, en ocasiones diferentes y en tiempos distintos, seas coronada primero con una y luego con otra de estas dos coronas. Elige la que prefieras”…

«Ella respondió: “Señor, desde hace mucho tiempo he renunciado a mi voluntad y he preferido seguir sólamente la tuya; por lo tanto, la elección no la he de hacer yo. Pero ya que quieres que responda, te digo ahora mismo que en esta vida elijo conformarme siempre según tu santísima pasión y abrazar por tu amor las penas como refrigerio”. Dicho esto, con ambas manos tomó fervorosamente de la mano del Salvador la corona de espinas y se la metió tan fuertemente en la cabeza que las espinas se la perforaron por todas partes» (158).

La estigmatización. Estando Catalina de viaje en Pisa, cuenta el Beato Raimundo, «la virgen me hizo llamar y, con voz queda, me dijo: “sabed, padre, que por la misericordia del Señor llevo ya en mi cuerpo sus estigmas… He visto al Señor clavado en la cruz viniendo hacia mí en medio de una gran luz… Entonces, de las cicatrices de sus sacratísimas llagas he visto bajar hacia mí cinco rayos sangrientos, dirigidos a las manos, a los pies y al corazón… Es tal el dolor que siento en estos cinco puntos, en especial en el corazón, que si el Señor no hace otro milagro, no me parece posible que pueda seguir adelante y que he de morir en pocos días» (195). Le fue concedido que sus estigmas no fueran visibles.

Muerte de amor. Escribe el Beato Raimundo: «me contó lo que he escrito un poco más arriba acerca de la pasión del Salvador. Y luego me dijo: “por las enseñanzas de su pasión comprendí más clara y perfectamente cuánto me había amado mi Creador, y por acrecentamiento de amor languidecí hasta el punto de que mi alma no deseaba sino salir de mi cuerpo. Encendiendo Él cada día más el fuego que había puesto en mi corazón, mi corazón no pudo soportarlo, y aquel amor llegó a ser fuerte como la muerte [Cant 8,6]; el corazón se quebró en dos partes y mi alma fue desligada de esta carne”. Entonces yo le pregunté: “¿por cuánto tiempo, madre, tu alma estuvo fuera del cuerpo?” Y ella me respondió: “quienes asistieron a mi muerte, dicen que pasaron cuatro horas desde el momento en que expiré hasta el momento en que renací. Fueron muchas las personas del vecindario que corrieron a consolar a mi madre y a mis parientes. Pero para mi alma, que creía haber entrado en la eternidad, no contaba el tiempo”» (214).

San Juan de Ávila (+1569)

Por medio de muchos trabajos y no pocas persecuciones el Señor le enseñó al Maestro Ávila la necesidad y el valor inmenso de la Cruz. En su habitación de Montilla tenía una gran cruz de palo. Y en la Cruz centraba sin duda, como San Pablo, su espiritualidad y su predicación.

–Del misterio de la Cruz escribe en el Tratado del Amor de Dios: «“El ánima –dice San Ambrosio– que está desposada con Cristo y voluntariamente se junta con Él en la cruz, ninguna cosa tiene por más gloriosa que traer consigo las injurias del Crucificado”. Pues ¿cómo te pagaré, Amado mío, este amor? Ésta es digna recompensa, que la sangre se recompense con sangre… Dulcísimo Señor, yo conozco esta obligación: no permitas que me salga fuera de ella, y véame yo con esa sangre teñido y con esa cruz enclavado. ¡Oh cruz! hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate corona, para que pueda yo poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor!» (384-401).

«No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes [Señor], nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz… los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón» (454-464).

–También su gran obra Audi, filia contiene preciosas enseñanzas sobre «el misterio y valor de la pasión y muerte de nuestro redentor Jesucristo, que con extrema deshonra había sido crucificado… En aquel madero, tan deshonrado según la apariencia exterior, estuvo colgada la vida divina, y allí, en medio de la tierra, obró Dios con su muerte la salud y remedio del mundo» (II,44, 4510-16).

«Así quien sintiere desmayo mirando sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará esfuerzo» (II,68, 6871-72). Señor, «si menester fuera para nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de lo que pasaste, y te estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara, con determinación firme subiste a ella para hacer y sufrir todo lo que para nuestro remedio fuese necesario» (69, 7050-54).

San Juan de Ávila predica a Cristo, y a Cristo crucificado (1Cor 2,2).«¿Quieres, hermano, que tu corazón arda en viva llama de amor de Dios? Toma una rajica de la cruz de Jesucristo. Unos piensan en la creación del mundo, otros en el cielo, otros en diversas cosas buenas; todo es bueno; pero es frío en comparación de la cruz. La cruz de Jesucristo hace hervir el corazón, arder el ánima en devoción» (Sermón 38, 313-18).

Nosotros somos nuestra cruz principal. «–¿Y qué es cruz, padre? –El vecino que te persigue, hambre, pobreza, desnudez, necesidad, sufrir la mala condición de las personas con quien no puedes dejar de tratar, deshonra, enfermedades, trabajos, cualesquiere que sean; y todo esto no es nada: tú mismo te eres cruz, tú mismo te persigues. Tú mismo te haces mal; nadie te enoja; nadie te persigue; no te quejes de nadie, sino de ti mismo; tú eres tu perdición… ¿Dices que te quieres bien y daste tú a ti mismo de puñaladas? Cada vez que ofendes a Dios, un puñal es que te atraviesas por la triste de tu ánima ¿y dices que no te aborreces, sino que te amas?…“¡Oh, si yo estuviese solo, luego sería bueno! ¡Oh, si no conversase con fulano, luego podría servir bien a Dios! ¡Oh, si no pasase por tal calle, no ofendería yo tanto a Dios! ¡Oh, si dejase yo la compañía de fulana, luego podría recogerme a vivir bien! Pero grande estorbo me es esto”…

–«Vete a un yermo, y tápiate y retápiate, y métete entre cuatro pareces donde nadie llegue a ti por parte ninguna, donde no veas, no oigas ni trates con nadie, y verás que no te aprovecha nada, porque contigo está lo que te hace mal. Dentro de ti está lo que te echa a perder Porque no tenéis amor con Cristo [crucificado], por eso os derriban las persecuciones. Porque no tenéis paciencia, se os hacen muy de mal sufrir las enfermedades y otros cualesquier trabajos. Porque no queréis dar un poquito de trabajo a vuestra carne, se os hace de mal el ser casto. Porque queréis que todos os honren, se os hace mal ser humildes. Porque tenéis mala condición, no cabéis con todos. Porque sois hechos a vuestra voluntad y querríades que todo se hiciese como vosotros querríades y a vuestro sabor, andáis tan descontentos que ninguna cosa os parece bien.

–«Pues, Señor, ¿qué haré? –Humíllate, deja tu parecer, no quieras que se haga tu voluntad, conténtate con lo que sucediere, aunque sea muy adverso, pensando que todo te viene de la mano de Dios. No podéis seguir a Jesucristo con descanso; trabajos habéis de pasar de cuerpo y de ánima… Todo esto, pues, habéis de hacer. El que hubiere de seguirme a mí, sufrir tiene a sí y a los otros, y guiar tras mí… Entremos en cuenta: ¿a quién has de seguir, si a Cristo no sigues? ¿Adónde has de ir, miserable de ti?» (Sermón 78, 399-468).

«En cruz conviene estar hasta que demos el espíritu al Padre; y vivos, no hemos de bajar de ella, por mucho que letrados y fariseos nos digan que descendamos y que seguirá provecho de la descendida, como decían al Señor» (Carta 97, 53-62).

Santa Teresa de Jesús (+1582)

Nacida en Avila, reformadora del Carmelo, Doctora de la Iglesia, gran maestra espiritual, sobre todo acerca de los caminos de la oración. Ella entiende muy bien el Evangelio del Crucificado cuando escribe: «en la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es camino para el cielo».

La pasión continua de Cristo en la tierra: «¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre [teniendo] delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas como se perdían?» (Camino Esc. 72,3). «Por ese camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder; y bienaventurados trabajos que aun acá en la vida tan sobradamente se pagan» (Vida 11,5). «Venga lo que viniere, abrazado con la cruz, es gran cosa» (Vida 22,10). «Abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó sobre sí, y entended que ésta ha de ser vuestra empresa» (2Moradas 1,7).

«Los contemplativos han de llevar levantada la bandera de la humildad y sufrir cuantos golpes les dieren, sin dar ninguno; porque su oficio es padecer como Cristo, llevar en alto la cruz, y no dejarla caer de las manos por peligros en que se vean; para eso les dan tan honroso oficio» (Camino Vall., 18,6).

«Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas, algunas veces en la cruz y en el huerto y con la corona de espinas pocas, y llevando la cruz también algunas veces, para, como digo, necesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne glorificada» (Vida 29,3).

Prefiere la oración dolorosa que la gozosa. «Es ya lo más ordinario este tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio que ya le quiere más que todos los regalos que [en la oración] solía tener. Parécele más seguro, porque es camino de cruz y en sí tiene un gusto muy de valor a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena, y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer» (Vida 20,15). «¡Oh, gran cosa es adonde el Señor da esta luz de entender lo mucho que se gana en padecer por Él!» (34,16). «Poned los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco» (7Moradas 4,9).

O morir o padecer. Así lo declara en el último capítulo de su Vida. «Estaba una vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores y había de tener el vómito ordinario [!]. Como me vi tan atada de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan fatigada que comencé a llorar mucho y a afligirme… Estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de Él y lo pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir con todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío Y así ahora no me parece que hay para qué vivir sino para esto, y [es] lo que más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella: “Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí”. Dame consuelo oír el reloj, porque me parece que me allego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida» (Vida 40,20).

–Todos los discernimientos han de hacerse mirando a la Cruz, pues como solamente en ella mueren nuestros juicios y voluntades carnales, solo en ella podemos encontrar la verdad de Cristo. En una ocasión, por ejemplo, queriendo Santa Teresa fundar conventos sin renta, hallaba muchos pareceres contrarios, y sin embargo, confiesa, «no podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicávale con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre como Él» (Vida 35,3). Quiso Dios confirmarla en su intento por medio de «el santo fray Pedro de Alcántara… que como era bien amador de la pobreza… mandó que en ningun manera dejase de llevarlo muy adelante». Y el mismo Señor le aseguró en su propósito (35,5).

«En la cruz está la vida y el consuelo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«En la cruz está el Señor de cielo y tierra - y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra. / Todos los males destierra en este suelo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«De la cruz dice la Esposa a su Querido - que es una palma preciosa donde ha subido, / y su fruto le ha sabido a Dios del cielo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«Es una oliva preciosa la santa cruz, - que con su aceite nos unta y nos da luz. / Toma, alma mía, la cruz con gran consuelo, - que ella sola es el camino para el cielo.

«Es la cruz el árbol verde y deseado - de la Esposa, que a su sombra se ha sentado / para gozar de su amado, el Rey del cielo, - y ella sola es el camino para el cielo.

«El alma que a Dios está toda rendida, - y muy de veras del mundo desasida, / la cruz le es árbol de vida y de consuelo, - y un camino deleitoso para el cielo.

«Después que se puso en cruz el Salvador, - en la cruz está la gloria y el honor, / y en el padecer dolor, vida y consuelo, - y el camino más seguro para el cielo».

Los santos son los únicos que piensan y caminan según «los pensamientos y caminos de Dios» (Is 55,8-9).

Merece la pena que les creamos y les imitemos.


José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

2 comentarios

  
María a
+
Gracias a Dios,a sus santos y a ud padre por estas enseñanzas.
Estos artículos son para meditar, rezar y convertirse, no deje la pluma por falta de comentarios.
Rece por nosotros.
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JMI.- No se preocupe, es normal que textos tan formidables no den lugar a comentarios, sino más bien a oración, silencio, conversión, acción de gracias, más encendimiento gozoso del amor a Cristo bendito.
Oración y bendición por uds. +
13/08/11 8:29 PM
  
Myriam avendaño
Son de una gran riqueza estos textos sobre la cruz, una verdadera catequesis que nos abren las puertas al conocimiento del Hijo de Dios.
23/09/15 1:54 AM

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