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12.12.21

Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -3B

(Véanse en este blog los dos capítulos anteriores y la primera parte del Capítulo 3).

DE CHARDIN, HÉROE Y MÁRTIR

No pretendo demorarme en Teilhard de Chardin. Se ha escrito más que suficiente sobre él, y quiero evitar dar una imagen desequilibrada de su lugar dentro del modernismo. Su fama ha dado a mucha gente la impresión de que él y el modernismo son más o menos sinónimos —que sin él el modernismo no habría sobrevivido—, lo que ciertamente no es así. Por devastadoras que hayan sido sus ideas, ellas sólo representan una vertiente —la vertiente evolutiva— del modernismo.

Esta vertiente puede ser considerada la más importante, pero el modernismo en su totalidad, como hemos visto, es algo mucho mayor: el intento de sustituir la fe católica, no sólo por la selección natural y el surgimiento [espontáneo: Nota del Traductor] del hombre a partir del simio, sino por todo un espectro de teorías inaceptables.

Sin embargo, al escribir un esbozo histórico del modernismo y de su desarrollo, no puedo dejarlo afuera por completo. Me limitaré, por lo tanto, a lo que me parecen algunos puntos destacados sobre él como persona, sin entrar en un análisis de sus ideas.

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11.12.21

Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -3A

(Véanse en este blog los dos capítulos anteriores).

Capítulo III. El neomodernismo: una plaga subterránea

Hacia 1900 las ideas modernistas se estaban extendiendo en el clero más culto y estaban penetrando en los seminarios. En todas partes los sacerdotes empezaron a tener crisis de fe. (La hija de Von Hugel había tenido antes, en 1897, una crisis de fe cuando su padre le había revelado sus dudas espirituales y sus esperanzas de un cambio de doctrina. El Padre Tyrrel había sido llamado para restaurar su mente). Se pusieron libros en el Índice [de libros prohibidos], se emitieron advertencias y se prohibieron revistas. Loisy, Tyrrel y algunos otros fueron excomulgados. Loisy, quien durante años había declarado su catolicismo, más tarde admitió que había comenzado a perder su fe alrededor de 1885.

Sin embargo, los que no fueron excomulgados continuaron impulsando sus ideas, a pesar de las censuras. En 1907 el Papa emitió el decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi. Estos [documentos] enumeraron, analizaron y condenaron los errores modernistas. Después de 1910 se requirió que los sacerdotes hicieran un juramento anti-modernista especial. Se instruyó a los obispos para que se aseguraran de que nadie que enseñara en sus seminarios sostuviera puntos de vista modernistas.

San Pío X fue, y sigue siendo, atacado amargamente por estas medidas. Pero los pasos que tomó fueron proporcionales al peligro. Se hicieron necesarios en parte por lo que me temo que debemos llamar el carácter taimado de los modernistas, por su determinación de continuar haciéndose pasar por católicos cuando ya no lo eran, pero principalmente porque sus creencias golpeaban el corazón de la religión cristiana. ¿Quién puede culpar a un Papa por condenar ideas que llevaban a un sacerdote a negar que Cristo es Dios, que la Iglesia tiene autoridad para enseñar y gobernar en Su lugar, y que sus doctrinas son objetivamente verdaderas? No es necesario ser un experto de las Escrituras para saber lo que habrían dicho San Pedro y San Pablo.

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9.12.21

Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -2D

(Véanse en este blog las secciones anteriores: 1A, 1B, 1C, 1D, 2A, 2B y 2C).

EROSIONANDO EL SEMILLERO DE LA FE

La alta crítica fue en esencia simplemente un método nuevo y más riguroso de probar la confiabilidad de los documentos en los que se basa nuestro conocimiento del pasado y de reevaluar su valor (del tipo que ya se estaba aplicando a la Biblia). No había nada de malo en sí misma en esta reevaluación, como se aplicaba a la historia secular. Pero el movimiento en su conjunto tenía dos características objetables. Los documentos eran examinados de acuerdo con ciertas reglas; y se daba la impresión de que si estas reglas se aplicaban correctamente los resultados serían firmes e inmutables; los historiadores querían el grado de certeza disponible en las ciencias exactas, para las cuales este mayor nivel de precisión es posible sólo porque se ocupan de la esfera inferior de la materia. Pero las reglas de los expertos de la alta crítica no tenían el valor ni la certeza que les atribuían, como otros historiadores de la época, igualmente distinguidos, señalaron, y muchas evidencias valiosas sobre el pasado fueron impugnadas o descartadas como poco confiables cuando no lo eran.

La segunda característica objetable fue la extraordinaria arrogancia y seguridad en sí mismos de los practicantes de la alta crítica.

Sus principios fueron absorbidos por la mayoría de los historiadores católicos, quienes rápidamente adoptaron una actitud acríticamente iconoclasta hacia los documentos y reliquias de la Iglesia antigua, y comenzaron a exigir una completa libertad de la supervisión eclesiástica en la profesión de sus estudios. (Los católicos no pueden disfrutar de este tipo de independencia en ninguna de las denominadas ciencias humanas, más de lo que la pueden disfrutar acerca de la fe, porque ellas se ocupan de la naturaleza espiritual y las actividades espirituales de los hombres, que también son competencia de la Iglesia). Por medio de los practicantes de la alta crítica, ellos parecen haber sido influenciados también por una visión protestante de la historia de la Iglesia: que la verdadera naturaleza de la Iglesia se ha perdido, pero puede ser redescubierta o reconstruida mediante el estudio de los “documentos sobrevivientes", aunque cada vez menos de éstos eran encontrados satisfactorios; o bien por el historicismo, la idea de que la naturaleza y las creencias de la Iglesia son el producto de circunstancias históricas y cambian a medida que éstas cambian.

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7.12.21

Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -2C

(Véanse en este blog las secciones anteriores: 1A, 1B, 1C, 1D, 2A y 2B).

BARRICADAS EN EL CAMINO A LA FE EN DIOS

Estas tres tendencias también deberían, creo, ser vistas como conectadas con la expansión del ateísmo.

Cuando los hombres ya no crean en Dios, habrá un deseo creciente de no saber que Su existencia puede ser descubierta usando la mente: un deseo de bloquear el camino hacia la posibilidad de tal conocimiento.

Para los hombres que, además, piensan que tienen sólo una existencia breve aquí con sus posibilidades limitadas de goce, lo que es fijo —una naturaleza a la que hay que conformarse, una ley que debe ser obedecida— será ciertamente detestado. De ahí los elaborados y eruditos ataques de los moralistas de hoy contra el concepto de una ley natural. Incluso si los hombres con esta actitud mental no quieren inmediatamente hacer nada malo ellos mismos, no les gusta la idea de verse obstaculizados si el capricho se apoderara de ellos.

Por último, cuando los hombres están persuadidos de que sus mentes son inútiles como instrumentos para encontrar y conocer a Dios, van a abandonar la búsqueda o a confiar en sus instintos y sentimientos.

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6.12.21

Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -2B

(Véanse en este blog las secciones anteriores: 1A, 1B, 1C, 1D y 2A).

EL MAZO DE LA CRÍTICA

En su forma más extrema, la aplicación del método crítico fue como la aplicación de un mazo sobre un pavimento de mármol. El texto bíblico fue partido en pedazos. Estos fragmentos de diferentes orígenes, se sostuvo entonces, habían sido ensamblados para diferentes propósitos (a menudo deshonestos), no en los tiempos previamente supuestos sino mucho más tarde, dándoles títulos y autores espurios e incorporándolos en escritos propios, por grupos anónimos de editores o individuos que fueron los autores reales de los libros tal como los tenemos ahora. Los fragmentos mismos habían sido escritos quién sabe cuándo, por quién sabe quién, pero mucho después de los eventos que se suponía que debían registrar. Para empezar, se admitió que los fragmentos podrían haberse basado en documentos anteriores ahora perdidos. Pero pronto prevaleció la opinión mucho más común de que las tradiciones preservadas en ellos habían sido transmitidas oralmente durante siglos, y que estos recuerdos transmitidos oralmente habían sido constantemente agregados y alterados a lo largo del camino para adaptarlos a las circunstancias y creencias del momento.

Inevitablemente, no sólo los críticos llegaron pronto a la conclusión de que la Biblia debía de ser en gran parte una obra de ficción, sino también muchas otras personas. Entre otras cosas, la mente humana acepta fácilmente (con o sin razón) la idea de que cuanto más tiempo transcurre entre un evento y el momento en que es puesto por escrito, es menos probable que se registre con precisión.

(Tal como fue practicado por la mayoría de los críticos, este modo de tratar a la Sagrada Escritura tenía, y todavía tiene, aspectos de un frívolo juego de salón académico. Las teorías y opiniones se recogieron y dejaron caer como pelotas de tenis y cambiaron de década en década. El método también se aplicaba a la literatura secular. Homero fue desarmado en esta época y la autoría de sus epopeyas se dispersó entre una multitud de poetas anónimos que cubrían varios siglos. Hoy las piezas están siendo re-ensambladas, y autoridades como el profesor Lesky de Viena se inclinan por un solo Homero. Las obras de Shakespeare y La Divina Comedia indudablemente habrían sido desmembradas de la misma manera, si se hubiera sabido menos de sus autores).

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