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11.11.16

"Un pastor con olor a pastor": regalo de un libro sobre el santo cura Brochero

Hace un par de años, el Prof. Daniel González Céspedes, un buen amigo, publicaba con mucho éxito un pequeño libro acerca de la vida y obra del cura José Gabriel Brochero, recientemente canonizado.

Ahora, sabiendo que  Dios no se deja ganar en generosidad, nos ha ofrecido la distribución gratuita de su obra a fin de difundir la verdadera estampa del cura gaucho, que se santificó no por hacer puentes o abrir caminos, sino por llevar las almas al cielo de tanto predicar, confesar y traquetear.

Reincidente en sus acciones, nos pidió también el prólogo, como en la primera edición, que más abajo reproducimos.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Para descargar la obra (gratuitamente): 

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Prólogo

El Profesor Daniel González Céspedes me ha pedido gentilmente que escribiera algunas líneas introductorias para el presente libro. Le agradezco su deferencia.

Lo he leído con enorme gusto e interés, pues me hallaba – a pesar de mi condición de sacerdote – entre el número de los incontables argentinos que casi desconocen la titánica figura del Santo Padre Brochero; es que en nuestro país, lamentablemente, hemos perdido bastante eso del culto de los verdaderos santos y de los verdaderos héroes. Casi nadie ha sentido nombrar a lo largo de su vida a San Héctor Valdivielso, al Beato Ceferino Namuncurá o a la Beata María Antonia de Paz y Figueroa, pero seguramente alguna vez hemos oído hablar de la “Difunta Correa”, del “Gauchito Gil” o de “san La Muerte”. Pocos de nuestros jóvenes sabrán quiénes fueron Pedro Giachino o Jordán Bruno Genta, aunque muchos tengan en sus remeras la cara del “Che” o de algún cantante de turno.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué estamos tan lejos de los verdaderos héroes, de los famosos santos, de los grandes hombres? En gran parte nos parece, porque no se los predica ni se los enseña. Antiguamente, no había una abuela que, a pesar de haber tenido una simple instrucción, dejase de narrar a sus hijos y nietos la vida de Nuestro Señor Jesucristo y la de los santos. ¿Quién no sabía cómo se convirtió San Pablo? ¿Quién no había escuchado la vida de San Francisco o, más cercanamente, alguna anécdota del santo Padre Pío de Pietrelcina? ¡Los santos eran más cercanos! ¡Más vecinos! Los santos estaban en la boca y en los corazones del pueblo: “hay que rezarle a San Antonio”, se decía cuando alguien deseaba casarse; a San Pascual Bailón se le pedía encontrar algo que se nos había perdido y Santa Rita alguna gracia difícil de alcanzar. Hoy sus nombres y por lo tanto sus vidas y virtudes se han ido perdiendo de nuestras memorias.

Pero Dios siempre se las ingenia para hacer de las suyas. En Argentina, en nuestra querida Patria, el Señor se ha empecinado en hacer germinar hombres y mujeres que, sin hacer enormes milagros y cosas extraordinarias llegaron a alcanzar el Cielo a fuerza de seguir las palabras de Su Hijo: “sed perfectos como vuestro Padre es perfecto” (Mt 5,48). Uno de ellos es el ahora Santo cura Brochero cuya vida tenemos en las manos.

El presente libro presenta hermosamente sus andanzas: excelentemente escrito, en un lenguaje claro, preciso y llano, termina por cautivar al lector haciendo que no se suelte el texto hasta el final. Son de esos libros que se leen “de una sentada”.

Además, resulta una magnífica semblanza del santo; su figura atractiva de por sí a partir de las anécdotas, terminan edificando enormemente al lector al enseñarle con hechos concretos cómo un hombre llegó a la santidad explotando al máximo los talentos y oponiendo a la malicia, milicia, como decía Santa Teresa de Ávila.

Pero lo principal es que en esta obra uno puede encontrar la verdadera imagen del biografiado; muchas veces, las vidas de los santos adolecen de dos defectos: o son inalcanzables o son chabacanas y burdas; en el caso de Brochero quizás se haya pecado más en el último modo. En efecto, no pocas veces se ha querido hacer del santo cura una figura folclórica y hasta alejada de lo sagrado (la acción social, los cigarros, el lenguaje, el poncho…), sin embargo, si hubo alguien en la Argentina que supo distinguir las prioridades fue él: primero hay que buscar el Reino de Dios.

Es cierto que Brochero fue el hombre de los caminos, de la acción social, del trabajo por los marginados, pero todo eso no fue sino un medio para llegar al fin, es decir, para salvar la mayor cantidad de almas posibles. “Lo primero en la intención es lo último en la ejecución”, dicen los filósofos, de ahí que si hubiese que titular esta titánica persona con alguna frase evangélica, diríamos: “he venido a traer fuego sobre la tierra y qué quiero sino que arda” (Lc 12, 49-53). El santo cura fue el hombre que encendió en las sierras cordobesas el fuego de la Fe con su predicación, los sacramentos, las confesiones: innumerables hombres y mujeres llegaron a Dios a partir de esta figura diminuta en lo corporal pero enorme en lo espiritual (las enormes tandas de Ejercicios Espirituales según el método de San Ignacio de Loyola, son sólo una muestra de esa apasionada búsqueda por la salvación de las almas). Muchas son las anécdotas que se verán a lo largo de esta obra.

Porque primero está Dios y luego el resto, primero la vida del alma y luego la del cuerpo, primero el cielo y luego la tierra, como él mismo repetía: “todos nosotros estamos actualmente de viaje para la eternidad”.

Brochero marcó el camino y también mostró los escollos del “mandinga”. Vivió para Dios y guió las almas para que no tropezasen al andar. Fue uno de los tantos hombres de Dios que tuvo nuestro país y al cual deberíamos imitar, cada uno en el lugar que le toca. Porque un país que admira a los santos está criando santos y un país que admira a los traidores cría traidores.

Por último, el incansable cura debe seguir actuando desde aquellas pampas y – quizás – en compañía de los bienaventurados con cierta sonrisa, diga una vez más al contemplar la publicación de este librito: otra vez “te fregaste, Diablo”.

Pbro. Dr. Javier Olivera Ravasi

(del Prólogo)

5.11.16

Luterándonos: la vida religiosa

 

Escribió Lutero desde Wartburg a su amigo Gerbel:

“Hay una vigorosa conjuración entre Felipe (Melanchthon) y yo en contra de los votos de los religiosos y de los sacerdotes, para abolirlos y anularlos: ¡oh! ¡aquel bandido de anticristo con sus escamas, cómo ha servido de instrumento a Satanás para destruir todos los misterios de la piedad cristiana! (…). Dichoso tú que has vencido con el honroso matrimonio aquel impuro celibato”[1].

 

Y sobre los votos específicamente, agregaba:

 

“Los votos monásticos son imposibles y anticristianos, pura hipocresía o soberbia (…) El matrimonio es absolutamente obligatorio y necesario para quien tiene órganos de generación[2].

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29.10.16

Otros Archivos vaticanos

Otros Archivos vaticanos

Por María Lilia Genta

Hija de Jordán Bruno Genta, mártir* 

Asesinado por la guerrilla marxista

en la década del ’70 en Argentina

 

 

 

Sería bueno, quizás, y lo esperamos -¿contra toda esperanza? -, que se abran también otros Archivos vaticanos, los correspondientes a la Argentina anteriores al año 1976. Tal vez se conocerían datos sobre los asesinos de los “muertos que nunca existieron”: la hijita del Capitán Viola, los soldaditos de Formosa, los profesores católicos Genta y Sacheri y muchísimos más.

Especial interés reviste el período que va de los años 60 al ’76, años de gestación y luego de ejecución de la Guerra Revolucionaria en nuestro país. Es casi seguro que existe, al respecto, una abundante documentación y que allí se encontrarán, entre otras cosas, las prédicas de los teólogos de la liberación, de los muchos curas y cinco obispos tercermundistas, que con absoluta dedicación y empeño pudrieron las cabezas de tantos amigos nuestros mandándolos a matar y a morir por las banderas del marxismo bautizado. Mandándolos, en realidad, al horror ya que no sólo mataron sino que cometieron numerosos secuestros sometiendo a torturas increíbles, en algunos casos durante meses, a sus víctimas.

¿Podremos esperar, también, que la Jerarquía de la Iglesia pida perdón por las palabras y las acciones de esos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que reemplazaron la Biblia por El Capital?

En mi experiencia personal encuentro algunos cambios de actitud que me desconciertan. Un 27 de octubre, aniversario de la muerte de mi padre, me llamó por teléfono -a las nueve de la mañana- el Cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, para saludarme y decirme que había ofrecido la misa de ese día por papá. Beau geste. Pero tan distinto, tan opuesto a su reiterada negativa de recibir a los familiares y abogados de los militares presos en condiciones infrahumanas (sobre todo en lo que hace a la atención médica: han muerto más de trecientos). ¿A ellos no los comprenden los derechos humanos? Pienso -y muchos comparten este pensamiento- que para la mayoría de estos presos la prisión es su último acto de servicio en defensa de la Nación Argentina contra el terrorismo marxista gestado en la Unión Soviética y lanzado desde la cabecera de playa que fue Cuba.

Pero para la política vaticana, parece que nada de esto cuenta. ¿Acaso también ella está aquejada de una “visión hemipléjica” de la historia argentina reciente, visión que se repite en otros países de Iberoamérica? ¿Cómo entender lo de Colombia y Venezuela? ¿Las FARC antes que Uribe? ¿Maduro sí, la oposición no?

En este panorama de soledad y de tristeza ocurren, pese a todo, hechos extraordinarios que a lo mejor harán reflexionar a muchos confundidos y mover la voluntad de quienes toman las decisiones en la Iglesia.

El Presidente de Perú acaba de consagrar a su Patria al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María y ha pedido perdón por todas las veces que se ha violado y desobedecido la Ley de Dios.

Aquí, en nuestra Argentina, ha sonado como una clarinada la arenga que el Teniente Coronel Nani (herido y condecorado en las dos guerras) pronunció en el Colegio Militar de la Nación en el acto conmemorativo de los cincuenta años de su Promoción. Con valentía y lucidez reivindicó las razones de la guerra contra el terrorismo marxista y homenajeó a los muertos y a esos heridos que son, hoy, nuestros presos.

Un buen gobernante siempre renueva la esperanza.

La voz de un buen soldado siempre reconforta.

 

María Lilia Genta


* Uso yo, P. Javier Olivera Ravasi, la denominación de “mártir" aún cuando la Iglesia no lo haya declarado tal, por haber sido asesinado por odio a la fe, según quienes perpetraron el crimen.

14.09.16

¿Por qué voy a misa tradicional?

Hace días publicábamos aquí una hermosa conferencia acerca de la Misa tradicional y la Misa actual. Presentamos ahora un texto sencillo, escrito hace más de diez años (incluso antes de la promulgación del Motu proprio de Benedicto XVI Summorum pontificum) donde se responden a varios varios interrogantes planteados acerca del por qué de la misa según el modo extraordinario. 

Que les sea útil y que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

PS: puede complementarse con este hermoso video

PD: he actualizado mi página personal. Quienes deseen suscribirse o re-suscribirse por mail, vayan aquí o al facebook del sitio.

 

Por esto voy a la misa latina tradicional

Francis X. Altiere IV[1], estudiante de Harvard

Junio 2003 (publicación original)

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2.07.16

Los templarios: ¿duendes o gigantes de la Edad Media? (y 2)

El sermón de San Bernardo sobre la Milicia Templaria

Hablar de los templarios es hablar de aquél que, tomándose la vida religiosa como una milicia, no cejó en la defensa y expansión de la Cristiandad. San Bernardo era tan popular por su estilo de vida y sus sermones que por todos era buscado para predicar, exhortar, amonestar y corregir las costumbres. Tanto predicaba contra los cátaros como entusiasmaba para las Cruzadas, atrayendo a multitudes a una vida de mayor intimidad con Cristo; de allí que las mujeres, temerosas de que sus esposos o hijos se les fueran a Tierra Santa o al claustro, pedían a llantos que no fuesen a escuchar sus sermones.

Fue a pedido de su tío y del maestre Hugo de Payns, que compondría esta pieza de homilética para los del Temple. En ella si se la lee a la luz de la historia, se encuentra la postura de la Iglesia en una época floreciente para: «una, y dos, y hasta tres veces, si mal no recuerdo, me has pedido, Hugo amadísimo, que escriba para ti y para tus compañeros un sermón exhortatorio. Como no puedo enristrar mi lanza contra la soberbia del enemigo, deseas que al menos haga blandir mi pluma».

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