Sobre el verdadero concepto de la obediencia

–L. Castellani, El ruiseñor fusilado, cap. 7: Digresión sobre la obediencia–

* Nota: reproducimos el excelente texto del P. Leonardo Castellani con ocasión de algunas consultas que, tiempo atrás, nos hicieran respecto de ciertos documentos civiles o religiosos que contrariarían no sólo el sentido común sino también lo que otras autoridades religiosas han dicho en el pasado. La advertencia de cualquier semejanza con alguna realidad cercana que el estimado lector pueda apreciar, queda sujeta a su capacidad de discernimiento y, en última instancia, es responsabilidad del autor –que se consideraba a sí mismo un “signo”, para las futuras víctimas del fariseísmo.


La “santa obediencia” es una gran virtud. Pertenece al género de las virtudes morales, que se discute si en el cristianismo son infusas o no son infusas; y a la especie de la virtud de la “Religión”; al cuarto mandamiento, Primera Tabla; deberes para con Dios, y no para con el prójimo: los padres representan a Dios.

Ninguna fuerza de este mundo será capaz de quitar a Jacinto Verdaguer el sambenito de “desobediente”, que le cuelga incluso la Enciclopedia Espasa. Pero hay desobedientes y desobedientes.

No hay que confundir la obediencia con la paciencia. Tener que hacer cosas absurdas por fuerza, no es obediencia sino paciencia. Y si se acaba la paciencia (porque la paciencia se acaba, algunas veces depende incluso de las fuerzas físicas), surge una singular especie de “desobediente”.

De la santa obediencia (del poder de hacerse obedecer) se puede abusar, como de cualquier otra cosa. Si no existieran hoy día abusos, no solamente históricos (como nos consta), sino también teóricos de la santa obediencia, no nos meteríamos en este espinoso tema.

“¡Calla, calla, tapa, tapa!” Hay tiempos de callar y tiempos de hablar. O somos o no somos teólogos… periodistas.

Es conocida y famosa en la literatura ascética la Carta de la Obediencia, de San Ignacio de Loyola. Es una especie de tratadito apologético de esta virtud a los Estudiantes Jesuitas de Coimbra, impregnada de una vehemente exhortación. Escrita por Luis de Polanco, género retórico, sin errores teológicos, por supuesto, pero sin la teología completa de esta virtud; la cual no era su fin, desde luego. No es un escrito “científico”, sino oratorio, exhortatorio.

Con ejemplos, ponderaciones y discursos trata de la excelencia de esta virtud, a la cual llama “ciega”: y da medios para practicarla. No esta aquí la decantada frase perinde ac cadaver, aunque sí la comparación con el bastón de hombre viejo, de tanta menta. Dice que la obediencia es una virtud que trae consigo a las otras, las imprime y las conserva; que el que la posee a la perfección está en estado de perfección evangélica; que se apoya en la virtud teologal de la fe y se le parece. Todo esto es verdad incontestable.

Mas la “carta” no define el fin específico de la virtud de la obediencia, su esencia filosófica, ni su dependencia de las otras virtudes. Apunta sí de paso, sin explicarlos nada, sus topes extremos, que son el absurdo y el pecado; vale decir: no se puede obedecer en lo que es ilícito; y no puede haber “obediencia de entendimiento” delante de algo manifiestamente falso.

Notemos de paso que la expresión “obediencia de entendimiento” es metafórica y no exacta. La obediencia es una virtud de la voluntad y su sujeto no puede ser el entendimiento. “Obediencia de entendimiento” sólo puede significar obediencia en la que (por justas razones o sin ellas) suspende el ejercicio del entendimiento. En suma, la voluntad puede hacernos cerrar los ojos; pero no puede hacer que veamos árboles azules o ranas con pelos, a ojos vistas.

No es necesaria ni es posible esta carta (mediocre y tosca en su teología, pero correcta en puridad) para explicar los abusos actuales de la santa obediencia, a que nos referimos arriba: basta para ello la pícara condición humana, y el apetito de mandar, tan fuerte en el hombre como los otros apetitos; y aún más fuerte a veces en los que han renunciado (mal) a otros apetitos ‒en virtud de la “ley de compensacion”. Hay casos en que la perra de la lujuria. echada por la puerta, vuelve sigilosamente por la ventana…

El abuso no procede de aquí, como estiman Chesterfield, Huxley y otros muchos; pero es posible que el abuso una vez existente haya encontrado punto de apoyo en la unilateralidad del documento, en su incompletud teológica, su exageración encomiástica y sus ejemplos simplistas, que si no son tomados cum mica salis, pueden hacer concluir erróneamente. Es sabido que toda práctica (viciosa o no) tiende siempre a hacerse su teoría o a tomarla prestada en cualquier parte.

La práctica viciosa con respecto a la obediencia religiosa se podría resumir en estas proposiciones teóricas ‒ falsas:

La obediencia es la principal de las virtudes.

La obediencia suple a las otras virtudes.

La obediencia suple, por ende, a la conciencia: se puede abandonar la propia conciencia (y es fácil, cómodo y seguro) en manos ajenas.

Esto es falso y llevaría a una monstruosidad: a la destrucción de la espontaneidad vital del hombre y, por tanto, de toda moral; y a la substitución por lo jurídico y lo mecánico, de la vida interior, propia del cristianismo. Cristo liberó la conciencia humana del yugo insoportable de la religión exterior y formalista del fariseo; nos liberó de “la ley”, como repite hasta el cansancio San Pablo.

Santo Tomás advierte (y es obvio) que el hombre está obligado a consultar su conducta con su propia razón; pues no será por la conciencia de otro que será juzgado por Dios, sino por la propia. Abandonar y suprimir el ejercicio de la propia razón en cuanto a lo más importante de la vida, la propia conducta moral, sería una mutilación y un crimen ‒lo mismo que sacarse los ojos‒, si es que fuera posible físicamente extirpar la propia conciencia del todo.

No dice esto la “carta” ciertamente: pero no se puede negar que sus expresiones místicas y ponderativas tiran hacia allá y dan asa a la interpretación que Pascal, Chesterfield y Huxley le dan, de donde salió la vulgar calumnia contra los jesuitas, de “suprimir la personalidad humana”. Demasiadamente preocupado por reducir al súbdito que obedece poco, Polanco olvida al superior que manda demasiado.

Pero mandar demasiado existió mucho antes que esta carta: siempre. Es una acariciada tendencia de la condición humana, la voluntad de poderío. Hay tres tipos de esos hombres que los españoles llaman mandamás: el inepto, el prepotente y el perverso.

Hay hombres que abusan de la autoridad, por lo mismo que tienen poca, como esos hombres sexualmente débiles que son extremadamente salaces. Teniendo pocos dones de mando, pocas luces o poco prestigio o poca energía y constancia, en suma, poca aptitud nativa, y estando (indebidamente, por cierto) en puesto de autoridad, para mantenerla no tienen mas remedio que exagerarla, haciendo alcaldadas, como dicen; y levantando mucho la voz en el Ordeno y mando. ¡El sargentón! El temor de no ser obedecidos o la semiconciencia de no merecer el mando, los hace mandones. Son más ridículos que temibles: el “comisario de campaña” puebla los sainetes argentinos.

El segundo tipo es más de temer, el prepotente. Ha sido ganado por el deleite de imponer su voluntad, que es un deleite como cualquier otro, y aún mayor que otros. Hay religiosos que par el hecho de haberse encerrado y haber renunciado a la mujer, se estiman ya libres del todo del mundo y sus pasiones: algunos de ellos caen en las pasiones espirituales, que son más peligrosas que las carnales ‒sobre todo cuando no han purgado a fondo (por la noche obscura) la raíz de las carnales. A algunos, las renuncias que han hecho les han dejado en el fondo una cicatriz, y a veces una verdadera úlcera de ressentiment: que busca sigilosamente “compensaciones”; y las halla. El poder corrompe siempre a aquel que lo desea: este hombre convierte a su prójimo en instrumento, y, por tanto, deja de ser su hermano. La angurria del mando, la sensualidad del poder, es una pasión tan peligrosa y más grave que la otra sensualidad: pero vaya usted a contar esto a uno de estos mandamases cuando ya se ha encaprichado y ha comenzado a endiosarse. El gusto de meterse en la vida y la persona del prójimo, de ser juez de sus actos y aun pensamientos, de cortarlo a la propia medida, de recoger la gloria del trabajo y del valer ajeno, de sentársele encima a uno que vale más que nosotros, se vuelve una pasión devoradora, que fácilmente se ciega y se ignora a sí misma, disfrazándose. Este mandamás todo lo hace por Dios, por Ia Iglesia y por la Orden ‒como el obispo Morgades.

Los Calzados (de aquel tiempo) ‒escribe San Juan de la Cruz‒ están tocados del vicio de la ambición, mas todo lo que hacen lo coloran de religión y celo del servicio divino: de manera que son incorregibles.

De esta pasión nacen

los manejos por mantenerse en el poder,

el ocultar los fracasos,

la simulación,

el compadrazgo y el rasque con los otros sarnosos,

las camarillas,

la animosidad a los que pueden oponerse

o simplemente ven claro;

los informes falsos,

la intriga,

la mentira y la venganza:

destrúyese como consecuencia inevitable

la fraternidad

y después toda caridad,

incluso la simple convivencia.

La pasión del mando conduce a la perversidad: el tercer tipo de hombre que abusa de la auroridad es el perverso, el que destruye para tener la sensación de que él es dueño, de que él es más; es decir, en el fondo, de que es Dios: porque es el vicio capital de la soberbia lo que está aquí en el fondo. El gran caractólogo Klagues, en su penetrante estudio acerca de la perversidad, caracteriza al perverso como una “voluntad pura”, un querer por querer, una monstruosa adjudicación del prójimo al propio capricho, solamente por ser capricho mío:

La maté porque era mía…

Y si ella resucitara

Otra vez la mataría…

Eso se ha visto; y no sólo por desgracia en el pobre gitano de la copla: esa ebriedad de la voluntad propia que únicamente se nutre ya de sí misma, que llega hasta la voluptuosidad de destruir, lo cual es perversidad; por la sencilla razón de que el destruir algo es el supremo acto de dominio. Los asesinatos repetidos y sin motivo alguno de los perversos clásicos, de un Jack-the-Ripper y un Bela Kiss ‒para no hablar de un Tiberio‒, tienen en el fondo esta pasión llevada a la locura; pero existe mucho más frecuente el tipo “negativo”, el funcionario destructor, que odia a todo lo que sobresale y siente un sordo rencor a la vida ‒”dolor del bien ajeno”, como definen a la envidia. Es sabido que la ley del tirano es abatir toda cabeza que sobresalga. Haec lex tiranni est: omne excelsum in regno cadat.

“La envidia es la roña de los claustros” ‒dijo Unamuno‒; mas cuando la envidia existe en los claustros, sobre todo esa envidia general del “lebenracher” ‒que dice el alemán‒, es mucho peor que una roña. Afortunadamente no existe, sino por excepción, según creemos.

Bastan estas ligeras indicaciones acerca de los tres tipos de “mandamás”, el sargentón, el prepotente y el tirano, para comprender lo que vuelve a la santa obediencia una cosa non sancta, y la destrona de su categoría de virtud y de perfección humana, convirtiéndola en un “instrumento”, que puede llegar a ser instrumento de muerte.

La pobre Carta de la Obediencia, como dijimos, no puede haber sido causa de esta desviación tan grande: carece de toda proporción con ella; sería un absurdo manifiesto creerlo. Mas bien, es plausible que haya sido ella misma un efecto del entronizamiento en Occidente del “hombre prometeico” sobre el “hombre yoanneo” ‒que diría Schubart‒, que suelen marcarlo como visible en este mismo tiempo, en el Renacimiento; es decir, el entronizamiento de la acción sobre la contemplación, del derecho sobre la caridad, de lo exterior sobre lo interior en la cristiandad; la devoración de lo psicológico y lo personal, por lo jurídico, lo legal y lo automático ‒la “juridicidad” eclesiástica, los códigos, reglamentaciones y edictos excesivos substituyendo a las relaciones flexibles y humanas de la amistad; la burocracia impersonal e impasible en el gobierno de la Iglesia. “No os llamaré siervos, sino amigos” ‒dijo Cristo.

Sea ello como fuere, la cuestión es que la obediencia es una virtud moral, que sólo puede permanecer virtud en el ámbito de la caridad y en acuerdo con la prudencia. La virtud cardinal de la prudencia regula todas las obras; la virtud teologal de la caridad las inicia y las corona. Sin eso no hay virtud verdadera, sino simulacros de virtudes; las virtudes no-donantes que odió Nietzsche.

No sería virtud alguna obedecer a un loco, evidentemente; como no lo es dejarse guiar por un ciego. Ponemos el caso extremo para que se vea lo que queremos decir. Si el loco tiene el poder y puede castigarme, me someteré para evitar mayores males, si acaso, pero eso no es virtud de obediencia. Es el caso que dice el hijo de Martín Fierro:

Dice creo San Francisco,

O quizá fue Sancho Panza,

Esta notable alabanza:

Que un superior bueno es ángel,

Pero un malo es semejante

A un loco con una lanza.

Prudencia es la recta regulación de lo por hacer: es la percepción de medios y fines. Si un medio no es apto para un fin, ni la autoridad del superior ni la “obediencia” (o sumisión) del súbdito cambiarán la naturaleza de las cosas, a la cual respeta siempre la prudencia. La obediencia versa siempre acerca de medios, no de fines. Entonces es el caso de manifestar su error al superior (cuando hay verdadera convivencia) o bien substituir el medio indicado por el medio apto, lo cual se llama interpretar la voluntad del superior ‒como en el caso de Verdaguer‒, lo cual supone a su vez que el superior fue sincero.

‒Vaya a descansar a La Gleva.

‒Dudo mucho de que sea descanso para mí.

‒Vaya y verá cómo descansa. Vir obediens loquetur victorias!

Fue, y no resultó descanso para él, sino, al contrario. Volvió, pues, a Barcelona: “si el Obispo quiere que descanse, quiere que vuelva a Barcelona”… Sabemos cierto por sus cartas que de hecho el Obispo no quería que descansara… sino quitarlo del medio… chafarlo, como escribió imprudentemente al Marqués.

Y éste es el otro caso en que no funciona más la obediencia, ni puede ser virtud, cuando no existe el ámbito y la atmósfera de la caridad, por lo menos en su grado mínimo. Rota la convivencia, luego no se puede hablar de obediencia.

Obedecer a un enemigo sería locura: porque un enemigo tira a destruirme. Sería suicidio. De modo que cuando surgen en un claustro oposiciones, animosidades personales y rencores ‒que pueden llegar al odio profundo‒, hablar de obediencia o desobediencia es el cuento del tío. Lo peor para las víctimas de estas situaciones es que no surgen ellas de golpe, ni son claras al instante, sino que “devienen”. Después de pasadas se ve claro; pero mientras devienen, la perplejidad de conciencia es una gran tortura, sobre todo para una conciencia delicada ‒porque la Iglesia tiene el poder de obligar “en conciencia”, poder tanto más fuerte cuanto más fe y amor tiene el obligado. La tortura de la perplejidad de conciencia ‒the divided soul de los psicólogos‒, es una de las peores que existen, dice Juan de la Cruz. Ella explica la neurosis de Verdaguer en La Gleva, su inmovilidad de un año, y su falta de decisión en no resistir al precepto absurdo e inamistoso desde el primer momento. Así lo explicó él más tarde clara y repetidamente.

En resumen, esto es teología elemental, y aun puro buen sentido: la virtud de la obediencia no puede existir sino dentro de la caridad y junto a la prudencia. La caridad es el núcleo central del cristianismo ‒amar a Dios y amar al prójimo‒ y debe iniciar, acompañar y coronar todas las virtudes. Lo malo en el fariseísmo ‒que es substracción de la caridad‒ es que conserva las formas y las palabras de ella. “Extreme todos los recursos y finuras de la caridad, y después impóngale el precepto” ‒oímos decir una vez. El precepto era imposible e inhumano; pero se extremaron todos los recursos y finuras de la caridad: después se aplastó al tipo por “desobediente”. Esto es una cosa muy seria dentro de la Iglesia: es peor que un crimen. Es el pecado contra el Espíritu Santo.

Con esto llegamos al fin ético específico de la virtud de la obediencia, fin indicado muy de paso por San Ignacio en el fin de su carta. El fin de la obediencia es ordenar lo inferior a lo superior, de modo que así lo inferior participe de la excelencia y bienes de lo superior en cuanto cabe; y así ascienda en perfección humana ‒y la virtud de lo más alto pueda bajar como por un canal a los últimos meandros de lo de abajo, en función unitiva, que es lo propio de la caridad. El discípulo obedeciendo al maestro empieza a participar de la ciencia del maestro, sabiendo lo mismo que él por autoridad antes que por propia visión ‒y en orden a la propia visión: sabiduría incoada. El soldado obedeciendo al general participa del plan de campaña, que él no sabría hacer: y así el obrero al arquitecto, el peón al ingeniero, etc. Este es el fin y el bien de la virtud de obediencia. Este es el “valor” que está encerrado en ella, como dicen los filósofos de hoy[1].

Claro es que esto supone sociedad en orden: para que la sabiduría descienda a lo bajo por el canal de la santa obediencia, es menester que arriba haya sabiduría; si no, puede descender otra cosa… cualquier cosa. En el caso no imposible (y en nuestros días, según tememos, frecuente) en que se dé la “selección al revés”, por la cual no sobreflotan los que “exceden en intelecto”, como dice Santo Tomás, sino los que exceden en otras cualidades; como el saber administrar dinero, el saber maquiavelizar trapisondas, el saber rezar en voz alta y hablar untuoso (lo que llaman “piedad”), y aun el saber mentir y embaucar a todo el mundo (caso de la demagogia); en suma, si arriba no hay sino necedad, ignorancia o maldad, cesa el objeto formal de la obediencia, desaparece ella y aparece a lo más la “disciplina”, que no es lo mismo: se somete uno entonces por otra razón formal. La disciplina no pertenece a la virtud de la religión, sino al grupo de la paciencia o la templanza. No es el caso entonces de asimilarla a la fe, y de exhortar al hombre disciplinado a “cerrar los ojos”. Al contrario, conviene que los tenga bien abiertos. Cuando existe la obediencia verdadera en su propio clima y condiciones, entonces “cerrar los ojos” (es decir, cumplir sin pedir razones ni pensar en ellas), es lo más razonable que hay: como que es sujetar una razón débil a otra más fuerte, perfeccionándola con eso. Se hace sin ver en orden a ver lo que antes de hacer no se podría ver.

La obediencia, en suma, es un medio de ensamblar las piezas complementarias en la inmensa diferenciación humana, y obtener el bien de la cooperación; en orden al bien aún mayor de la coalescencia o comunión; es un requisito para que lo bajo pueda gozar de las excelencias de lo alto, y “todo sea de todos”, según el sacro ideal de la caridad.

(Teología elemental o simple buen sentido, hemos llamado a esto: no por elemental, menos necesaria en nuestros hechiceros días.)

El ideal de la caridad es la comunión o unión de las almas: jamás ha sido ni puede ser una trapisonda para que lo bajo domine a lo alto, el que no sabe guíe al que sabe, se cierren los ojos a la realidad, se destruya la espontaneidad vital, se mutile la persona humana, se resigne la luz de la conciencia, o se convierta al hombre en pieza inanimada de una monstruosa máquina. Eso no es perfección ni cuernos. Ante esa pretensión, así sea subconsciente, o simplemente incoada, la rebelión es permitida y a veces obligatoria. Cristo dio el ejemplo, San Ignacio dio el ejemplo, y… creo que también el llamado Santo de la Espada dio el ejemplo una vez, según dicen.

Apresurémonos a decir que estos estados aberrantes son excepcionales en la Iglesia: al menos así lo esperamos. Escribir sobre las excepciones es odioso. ¡Dichosos los que en este mundo tienen la misión de escribir acerca de las reglas y no de las excepciones! Los que escriben acerca de las excepciones son seres pálidos y flacos, de poco comer y mal dormir, que a veces ni siquiera son ellos excepcionales.

Pero puestos a escribir sobre Verdaguer “el desobediente”, no había más remedio que apechugar. Verdaguer fue un caso excepcional. De lo poco que sabemos de la historia de España, conocemos solamente seis casos consímiles: Carranza, Mariana, Gracián, Lacunza, Verdaguer y Luis Coloma.

Son los casos resonantes. Pero ¿y los humildes y escondidos? ¿Los casos en que no hubo choque, y la víctima fue liquidada sin ruido? ¿Los “soldados desconocidos” de la conciencia, los mártires informes de la personalidad humana? En Chile existe el caso de los mártires de Caucete, que fueron mandados al encuentro de una tribu de indios furiosa, porque habían quitado al cacique sus mujeres ‒por religión, se entiende. Expusieron al superior ‒el célebre “cristiano nuevo” José de Acosta‒, la situación fatal para ellos manifiesta; y éste reiteró temerariamente la orden. Obedecieron y se hicieron matar a palos inútilmente. ¿No hubiese sido mejor que lo mataran ellos a palos al prepotente judío?

Nos remitimos al juicio de la Santa Madre Iglesia.

Leonardo Castellani, SJ


[1] Veamos esta doctrina de Santo Tomás, expresada por un filósofo moderno, Max Scheler:

«El conocimiento moral admite grados de autonomía. Para que una persona sea reconocida como autónoma, es decir, perteneciente al orden moral, es necesario que posea un cierto grado de visión moral por sí misma: una obediencia del todo ciega a una orden, o a la tradición, es una ausencia de personalidad moral.

«Pero esta percepción moral autónoma no es forzoso que sea dirigida hacia los valores morales mismos: basta que sea la percepción moral de la calidad superior de aquel que ordena, por ejemplo, de la Iglesia, y de su clero; o de un jefe; como de quien tiene una visión más adecuada de los valores.

«En suma, la autonomía de la voluntad, y una cierta autonomía de la percepción moral, son una premisa necesaria de la moralidad de una persona. Pero esto no excluye, por supuesto, la obediencia a personas que tienen una visión más clara de los valores morales…» (Max Scheler: Der Formalismus in der Ethik, págs. 502, 521.)

28 comentarios

  
ricardo
Muchas gracias, padre, por traer acá a Castellani. Un placer leer al maestro
02/07/23 1:40 PM
  
Federico Ma.
Santo Tomás y su escuela no discuten si la virtud moral de la obediencia es o no infusa. Pues hay una virtud natural de la obediencia y hay una virtud per se infusa, sobrenatural, de la obediencia, específicamente distinta de la obediencia natural, pues tiene por fin último, como todas las virtudes per se infusas, un fin sobrenatural, y su regla es según la fe sobrenatural. Las virtudes morales adquiridas y las morales per se infusas sólo coinciden materialmente, i.e.: tienen la misma materia; pero difieren específicamente: son virtudes distintas. Esta es la doctrina tomista, tal como luego de santo Tomás la han expuesto, por ejemplo, los pp. Garrigou-Lagrange y Royo Marín.
02/07/23 5:47 PM
  
Federico Ma.
Según la doctrina tomista, la obediencia es una especie de la virtud de la observancia, la cual es parte potencial de la virtud de la justicia. Así no es parte ni especie de la virtud de la religión. Incluso si se da de hecho un voto de obediencia, eso no hace que la virtud de la obediencia pase a ser parte o especie de la virtud de la religión.
02/07/23 5:52 PM
  
Federico Ma.
"...si arriba no hay sino necedad, ignorancia o maldad, cesa el objeto formal de la obediencia".

En las cuestiones filosóficas y teológicas el estilo "literario" no ayuda. Eso la escolástica lo sabía bien. Eso santo Tomás lo sabía bien. Y eso parece que se le pasa por alto al p. Castellani en este texto, que carece de precisión y de claridad. Habría que determinar, en primer lugar, cuál es el objeto formal de la obediencia. Pero no lo hace, multiplicando, sin embargo, las palabras. La frase entrecomillada vendría a significar que si el que manda es necio, ignorante o malvado, entonces el súbdito estaría ipso facto eximido de obedecerle. Lo cual es absurdo.
02/07/23 8:29 PM
  
Federico Ma.
"Y éste es el otro caso en que no funciona más la obediencia, ni puede ser virtud, cuando no existe el ámbito y la atmósfera de la caridad, por lo menos en su grado mínimo. Rota la convivencia, luego no se puede hablar de obediencia. Obedecer a un enemigo sería locura: porque un enemigo tira a destruirme".

Entonces, por lo que dice, ¿el superior debería estar en caridad para que el súbdito deba obedecerle? Si es así, es otro absurdo. Si se hubiera comenzado por definir la obediencia, parece que se habría ganado en claridad y en brevedad.
02/07/23 8:38 PM
  
Feri del Carpio Marek
Muy bueno lo de Castellani.

Aquello que él llama "teología elemental", y que realmente aparece como elemental tras leerle, no es tan elemental por ejemplo para un abad de la talla del beato Columba Marmion, que escribió, como ya se hizo notar en este blog, en su libro "Cristo, el ideal del monje":

“La obediencia del entendimiento y de la voluntad [a la autoridad eclesiástica] es para el cristiano el camino de la salvación”

Parece ignorar el benedictino irlandés aquello que advirtió nuestro Señor Jesucristo: "Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo", no dice: "el que se deja guiar será salvo".

¿Por qué lo que debería ser elemental ha dejado de serlo, incluso en ambientes ilustrados y piadosos? Me parece que la respuesta está en una aguda observación que en este artículo nos regala Castellani que, dicho sea de paso, también viene a explicar una deformación de la liturgia que viene desde el barroco, que tradicionalistas ignoran, porque sus lentes solo alcanzan hasta Trento, época en que el humanismo renacentista ya había deformado el verdadero espíritu litúrgico, deformación que la reacción anti-protestante se encargó de sellar y profundizar:

«el entronizamiento en Occidente del “hombre prometeico” sobre el “hombre yoanneo” ‒que diría Schubart‒, que suelen marcarlo como visible en este mismo tiempo, en el Renacimiento; es decir, el entronizamiento de la acción sobre la contemplación, del derecho sobre la caridad, de lo exterior sobre lo interior en la cristiandad; la devoración de lo psicológico y lo personal, por lo jurídico, lo legal y lo automático ‒la “juridicidad” eclesiástica, los códigos, reglamentaciones y edictos excesivos substituyendo a las relaciones flexibles y humanas de la amistad; la burocracia impersonal e impasible en el gobierno de la Iglesia. “No os llamaré siervos, sino amigos” ‒dijo Cristo.»
02/07/23 9:51 PM
  
Susana Labeque de Argentina
Gracias Padre Javier!
02/07/23 11:21 PM
  
Federico Ma.
"La obediencia del entendimiento y de la voluntad [a la autoridad eclesiástica] es para el cristiano el camino de la salvación".

Claro que la obediencia a las autoridades eclesiásticas es objetivamente "camino de salvación", en cuanto es un bien debido. Pues la obediencia es una virtud. Y si se trata de la obediencia per se infusa, está indisolublemente unida a la gracia y a la caridad. Y el cristiano debe obedecer a las legítimas autoridades, sean estas civiles, sean eclesiásticas (siempre servatis servandis: lo cual es obvio tratándose de una virtud). Y, por tanto, obedecer al superior, a la autoridad legítima en lo que ha de obedecérsele (que a eso se refiere la obediencia), es "camino de salvación". Así es que la "talla" del beato dom Marmion en nada queda disminuida por la frase de marras.

Dice a este respecto el Concilio Vaticano II: "A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica" (LG, n. 14). Lo cual ya lo decía Pío IX: "Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, “a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña”, no pueden alcanzar la eterna salvación" (Dz 2867).

¡Vaya si la obediencia a la autoridad de la Iglesia y la aceptación de sus definiciones es camino de salvación!
03/07/23 2:19 AM
  
SS
Mi madre, recordaba a su padre. Que decía: no mandes a quien mandó, ni sirvas a quien sirvió.
03/07/23 11:36 AM
  
Feri del Carpio Marek
Federico Ma, pareces más afanado en escribir comentarios que en entender de qué trata lo que quieres comentar. Uno de los puntos principales de ese magnífico texto de Castellani dice que la obediencia nunca debe ser del entendimiento, sino de la voluntad, que es en el sentido que también cito el Evangelio. Eso es lo que sorprendentemente parece ignorar dom Columba Marmion. ¿Ya pillas?
03/07/23 12:55 PM
  
Oscar Alejandro
Excelente observaciones de Federico Ma.
La excesiva preocupación de Castellani por justificarse ante abusos de autoridad parece tener ineludible relación con momentos dificultosos de su propia vida.
Bendiciones.
03/07/23 2:18 PM
  
Chico
No se debe obedecer a un tonto con poder. Hay que ser prudente osea virtuoso para conocer al tonto superior. Y ahí entra el Espíritu Santo en las dos partes para mandar y obedecer bien. Eso entiendo yo del gran Castellani. Ósea que tienen que hablar los dos para mandar como Dios manda y para obedecer como Dios manda. Barrer la escalera hacia arriba porque lo manda el superior es de locos y ni el lo puede mandar ni el religioso lo debe hacer
03/07/23 2:44 PM
  
Lucía Victoria
"Cristo...aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. De ese modo, alcanzada la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen".

Gracias a la obediencia, aún frente a la injusticia y el suplicio más grandes, el Señor nos justificó a todos y cada uno de nosotros. Entonces, ¿va a ser más el discípulo que su Maestro?

La casuística puede ser tan variopinta y tan compleja, que a mi particularmente parece osado tratar de establecer la regla general y las excepciones. Así que, ante la duda, ni Castellani ni el sursum corda: yo apuesto siempre por la obediencia; siempre, claro está, que eso no signifique desobedecer los preceptos de la Ley de Dios y los de la Iglesia. Y si se desobedece, como respuesta invencible (perfectamente humana, por otro lado), pues se confiesa uno y listo. Pero cuidado, que se trata de un tema de máxima gravedad. Y la delgada línea roja hacia el relativismo la podemos traspasar en cualquier materia y no sólo en materia de moral sexual.
03/07/23 6:03 PM
  
Feri del Carpio Marek
No es tan complicada la cosa. Hay dos reglas que son supremas:

1. La obediencia a la conciencia siempre en primer lugar.

2. Nada exime del deber de formar la propia conciencia cuando se tienen al alcance los medios (que por supuesto, hay que buscarlos, no esperar que caigan del cielo).
03/07/23 9:01 PM
  
Federico Ma.
En cuanto a lo primero, poco me importa lo que parece. Veamos lo que sigue: «…la obediencia nunca debe ser del entendimiento, sino de la voluntad». En realidad, eso depende de cómo se entienda la obediencia. Santo Tomás dice que tomando la obediencia «large», en sentido amplio, como «virtud general», se refiere a todo lo que puede «caer bajo precepto» (S. Th., II-II, q. 104, a. 2, ad 1), podríamos decir: a todo lo que puede ser o es obligatorio.

Ahora bien, asentir a lo que la Iglesia propone, definiéndolo, para ser creído, es obligatorio al fiel, i.e.: el fiel debe creer lo que la Iglesia propone para ser creído. El acto de fe, en cuanto obligatorio, puede ser considerado cierto acto de obediencia. Así habla la Sagrada Escritura de «obediencia de la fe» (Rom 1, 5). Y así dice santo Tomás que «para la fe se requiere obediencia» (S. Th., II-II, q. 4, a. 7, ad 3). Y en cuanto se requiere también la proposición de la Iglesia como condición, nada obsta a que se entienda la obediencia a la misma Iglesia, i.e., a su magisterio, en cuanto se cree conforme a su proposición, a la que se somete el entendimiento al creer.

En el acto de fe es la voluntad la que mueve al entendimiento a creer, a asentir a una determinada proposición. Santo Tomás dice que el entendimiento debe «seguir el imperio de la voluntad» (S. Th., II-II, q. 4, a. 2, ad 2) y que en la fe el entendimiento «se somete a las reglas de la fe» (ibid., q. 10, a. 1, ad 3).

Si entendemos este seguir el imperio de la voluntad y este sometimiento del entendimiento como cierta obediencia, la afirmación de dom Marmion es perfectamente válida. A partir del contexto de esa frase de «Jesucristo, ideal del monje» es claro que dom Marmion se está refiriendo a esta sumisión intelectual, ya que dice poco antes de la frase citada: «La Iglesia está investida de la autoridad de Cristo; habla y legisla en nombre de Jesucristo; y la esencia del catolicismo consiste en la sumisión de la inteligencia a las enseñanzas de la Iglesia y en el acatamiento de la voluntad a la autoridad de Cristo ejercida por la misma Iglesia». Y vuelve a decir casi inmediatamente: «…sumisión del entendimiento y de la voluntad a la autoridad viviente de la Iglesia… El católico acepta los dogmas… el católico cree: ve al mismo Cristo en la Iglesia, y cuando esta habla se somete dócil y humildemente». Así que cuando luego dice: «La obediencia del entendimiento y de la voluntad es, pues, para el cristiano el camino de la salvación: “Quien os escucha, me escucha a mí” (Lc 10, 26); “quien me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene luz de vida” (Jn 8, 12)», se está refiriendo dom Marmion al sometimiento del entendimiento que implica la fe, es decir, a la aceptación y al asentimiento a lo que es de fe, tal como la Iglesia lo propone.

Y en cuanto al encomio de la obediencia, entendida como virtud general, dom Marmion no hace más que seguir a santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, a quien expresamente cita, quien en su precioso Diálogo, en el que dedica todo un tratado a la obediencia (154-165) (que se debe leer antes de enjuiciar lo que dice dom Marmion), dice, entre otras cosas: «¡Oh, cuán dulce y gloriosa es esta virtud, en la que se encuentran todas las demás, porque es concebida y dada a luz por la caridad! En ella está fundada la roca de la santísima fe!» (155).
03/07/23 9:41 PM
  
Federico Ma.
«La obediencia a la conciencia siempre en primer lugar».

En realidad, en primer lugar es la verdad, a la cual debe ajustarse la conciencia. Porque la conciencia o la razón puede ser errónea en lo que debe saber, en cuyo caso, cuando lo es, no es lícito obedecerla. Eso dice santo Tomás: S. Th., I-II, q. 19, a. 6. Se debe en ese caso salir del error. Así que lo primero es la verdad.
03/07/23 10:12 PM
  
Manolo
Padre, en el mundo laboral hay un concepto que se anda analizando y es el de la "obediencia maliciosa" así lo llaman, es un análisis muy interesante que se puede agregar a estas del padre Castellani que aclaran, me parece muchas cosas que estamos viviendo hoy en día... Aquí la historia que podría muy bien ser una "telenovela eclesial":

"La historia de una empresa en la que se pidió cortar el internet para comprobar si los trabajadores estaban rindiendo y cumpliendo con sus cometidos, pero el resultado de la prueba no fue el esperado. Contada con pseudónimos y sin revelar el nombre de la empresa, esta anécdota sitúa lo sucedido en un pequeño negocio de impresoras en la que hay tres jefes o responsables principales.
Una empresa es testigo de toda una telenovela al comprobar quiénes se dan cuenta de que han e cada usuario para creerlas o no, lo cierto es que muchas de ellas pueden ser perfectamente reales.
Así, el empleado que ha desvelado lo ocurrido en su propia empresa, aunque desde el anonimato, cuenta que, para él, su función era muy fácil y rápidacomo técnico, mateniendo la infraestructura de la red e instalando programas varios, por lo que muchos días se quedaba allí solo para observar lo que hacían otros compañeros y sus jefes, que presenta de una forma bastante peculiar.
Cuenta que el CEO se pasaba el día viendo porno, así que le tenía que limpiar el ordenador de virus muy de vez en cuando, también nombra a la mujer del mismo, quien supuestamente se pasaba el día comprando cosas para ella, al contable, a la mujer del contable, que era amiga de la mujer del CEO y a menudo chateaba con alguien que compartía nombre con su marido. Por último, estaban los responsables de ventas, que sí parecían hacer su trabajo realizando llamadas varias.
A pesar de esta grave situación, una de las jefas se enfadó un día al ver que uno de los trabajadores estaba navegando por internet, así que pidió al responsable de contar esta historia que le cortase el internet a los empleados, de forma que, supuestamente, se pudiera ver quiénes trabajan y quiénes no.

Quien cuenta la historia dice que comprobó lo que el empleado hacía en internet, y solo se trataba de una consulta para buscar especificaciones sobre una máquina que estaba vendiendo, por lo que sí estaba haciendo su trabajo. «Así que, por cumplimiento malicioso, desactivé el internet de toda la empresa».

En ese momento, el CEO, su mujer (la jefa que había ordenado que se cortase internet) y la mujer del contable, fueron a toda prisa al puesto del responsable al que le habían pedido cortar la señal de la red y se quejaron de ello, gritando que qué había pasado. Según se explica, la jefa pretendía que el corte solo afectase a los empleados, y no a los altos cargos.

Al final, ninguno de los otros empleados se dio cuenta del corte, incluido el contable, porque realmente no estaban 'vagueando', como creía la jefa, y los más altos cargos fueron los más afectados al no estar haciendo su trabajo y sí navegando por donde no debían o chateando con quien no correspondía.

Por si esta 'pillada' no fuera poco, el empleado en cuestión cuenta que aún queda la guinda del pastel. Al parecer, la empresa se fue a pique cuando la mujer del contable le envió a este un mail que iba dirigido al amante con el que chateaba. El contable lo recibió justo cuando se encontraba consultando algo con el CEO, que vio el mensaje y se desató un lío que terminó en la disolución de la empresa."
04/07/23 1:36 AM
  
Farias
Yo leí ese libro, y esa no es Obediencia.

Castellani no es quien para enseñar obediencia.
04/07/23 3:11 AM
  
Nadie
Hay otros artículos sobre cuestiones doctrinales y litúrgicas (devotio moderna, cantos, usos, movimientos, etc..) que, como este, son bastante interesantes, pero que se dejan por el camino el análisis de la cuestión fundamental.

¿Cómo es posible que en la Iglesia puedan convivir posturas tan extremas e incompatibles bajo la excusa de "diferentes sensibilidades", "carismas", "corrientes de pensamiento", etc?

El tema no es nuevo, desde luego, desde la regañina de San Pablo a San Pedro, en la historia de la Iglesia esto ha sido una constante. Lo que no ha sido una constante es la indiferencia. Unos dicen A, otros dicen lo contrario de A y todo viene del Espíritu Santo.

Nadie quiere abrir ese melón, porque, a fin de cuentas, la cuestión sobrepasa a cualquiera. Toda la vida he oído que hay que aferrarse a la doctrina de la Iglesia, que es cosa segura. ¿Cuál de ellas?, ¿la que enseñan en tal movimiento?, ¿la de San Juan Pablo II?, ¿La de Trento?, ¿la de Francisco?, ¿la de...?

Todas comparten lo esencial, dicen. Yo lo creo por fe, pero está claro que en muchos puntos difieren. Porque, la otra cuestión que acompaña precisamente a esta es determinar la utilidad del conocimiento, y particularmente de la doctrina verdadera.

¿Para que sirve aprender cálculo diferencial, leer a Calderón de la Barca, saber los hechos de la época de Carlomagno?. ¿Y sobre la naturaleza de Cristo?, ¿Los matices morales de la obediencia? .

Nos venden desde pequeños que no hay que complicarse la vida. Nos venden una vida cristiana sencilla, con cruces y trabajos, pero donde todo se resuelve con amor (buenos sentimientos, las más de las veces) y resignación llevadera. Nos dicen que nunca seremos mártires, ni como la vida de San Fulano o San Mengano, que lo nuestro es situarse en la vida, realizar ese trabajo rutinario muy bien hecho, educar cristianamente a los hijos y poco más. Santidad baratita donde no hace falta pensar gran cosa. En este esquema, la buena formación que se vende es saberse más o menos el catecismo y los usos de tu entorno espiritual. Lo demás, sobra. También está lo opuesto. El que quiere hacer una obra grande y pretende que con las recetas de aquí y allí es suficiente.

La realidad es que la vida es muy complicada. En toda vida va a haber dilemas morales muy serios, y situaciones donde el entendimiento va a ser muy exigido. En toda. No es lo mismo la doctrina A que la B, porque las consecuencias de seguir una u otra son diferentes y los actos que se realicen nos van a configurar como personas. No se puede externalizar la cuestión doctrinal en un movimiento o en un director como se externaliza la limpieza de una casa, porque en cuanto la vida se sale de ese esquema sencillito que nos han vendido (y se sale), llegan las crisis de fe, la doble moral y toda clase de subterfugios oscuros que surgen para hallar las soluciones que un entendimiento muy mal entrenado es incapaz de descubrir.

La obediencia ciega es el recurso fácil cuando quieres eficacia rápida: no necesitas enseñar ni formar el entendimiento a nadie (ni siquiera el tuyo), no sale a la luz que el que manda lo mismo está equivocado, te quitas de un plumazo el problemón de descubrir que muchos de los que reciben órdenes, no entienden y que hay que resolver problemas de conciencia, y, finalmente, el que obedece ya no tiene por qué saber nada más ni esforzarse por discernir.

A todos nos toca obedecer muchas veces en la vida. Tenemos que ser conscientes que no pocas veces nos van a mandar realizar, con coacción moral y de otros tipos, acciones inmorales. A todos. El que no se prepare con antelación para decir si o no, cuando toque, dirá si siempre.
04/07/23 1:10 PM
  
Feri del Carpio Marek
Hay un pasaje de un librito de Klaus Gamber, que es una joya, y tengamos en cuenta que murió el 89, o sea que el libro fue escrito aún antes, bajo Juan Pablo II, pero parecería que estuviera hablando de estos tiempos:

"Para llegar a sus fines, los progresistas han sabido explotar muy hábilmente la obediencia a las prescripciones romanas de los sacerdotes y de los fieles más dóciles... La fidelidad y el respeto debido al Padre de la Cristiandad, no llegan hasta exigir una aceptación despojada del debido sentido crítico de todas las novedades introducidas en nombre del Papa.

¡la fidelidad a la Fe ante todo! Ahora, la Fe, me parece que se encuentra en peligro con la nueva liturgia, aunque no me atrevo a declarar inválida la Misa celebrada según el Ritus Modernus.

¿Es posible que veamos a la Curia Romana y a ciertos Obispos -aquellos mismos que nos quieren obligar, con sus amenazas, a adoptar el Rotus Modernus-, descuidar su propio deber específico de defensores de la Fe, permitiendo a ciertos profesores de teología a socavar los dogmas más fundamentales de nuestra Fe y a los discípulos de los mismos propagar dichas opiniones heréticas en periódicos, libros y catecismos?

...Los innovadores lo saben muy bien... conservar el Ritus Romanus no es una cuestión de estética: es, para nuestra Santa Fe, cuestión de vida o muerte."

Por si alguien quiere descartar este texto tachándolo de ultramontano o de (filo)lefebvrista, menciono que el libro viene prologado por el cardenal Ratzinger, quien elogia el trabajo del autor. Por lo demás, es un autor que ha sido bastante citado por el P. Iraburu en este portal, en sus artículos sobre liturgia.

Gamber y Bouyer me están ayudando grandemente a comprender lo que es la liturgia.
04/07/23 3:04 PM
  
Federico Ma.
Aquí hay un lúcido post del p. Francisco Delgado sobre la obediencia y, particularmente, sobre la llamada "obediencia ciega":

https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=28360.
05/07/23 7:42 PM
  
Nadie
Mater et Magistra:

Del catecismo:

"150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4)."

Recalco: "Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura"

Creo que está del todo claro que aquí lo que se discute es la obediencia ciega a una persona con autoridad.

Una cosa es una tradición entendida como un uso particular, y otra Tradición de la Iglesia, que me parece aquí no se ha puesto en duda.

Su sarcasmo está fuera de lugar.

Puede, también, optar por argumentar con citas.
05/07/23 7:47 PM
  
templario
Se puede simplificar todo el articulo en dos conceptos antagónicos entre sí:
Existen la verdadera obediencia y la falsa. De ahí que S. Pablo nos dejara la cita de Hechos 5,29: Hay que Obedecer a Dios antes que a los hombres.
Por ejemplo, si dentro de poco tiempo alguien con mucha autoridad dentro de la Iglesia, modificara las palabras de la Consagración, intentando engañarnos y haciéndonos creer que es para beneficio nuestro, NO debemos aceptar tal abominación, porque ya no estaría Jesucristo presente en el altar.
Daniel 9,27: a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.
Apocalipsis 13 y 14.
2ª Tesalonicenses 2.
Non Nobis.
06/07/23 1:21 PM
  
Cristián Yáñez Durán
El troll Providence, ahora como Mater et magistra, charlataneando en este hilo.
07/07/23 2:12 AM
  
Christian
Parece que hay mucho troll del ive comentando...
08/07/23 2:53 PM
  
África Marteache
Ciertamente Castellani pone el dedo en la llaga cuando dice que la obediencia no depende del entendimiento sino de la voluntad. Esta es una cuestión clave porque las potencias del alma deben de estar en orden, si dos de ellas se ponen a discutir se da la situación de si se quita una el sombrero y no la cabeza o ambas cosas, que dijo Chesterton.
Muchos santos practicaron la obediencia ante órdenes muy duras e injusticias manifiestas, pero una cosa es eso y otra practicarla contra cordura o contra moral. Recuerdo que en el Juicio de Nuremberg muchos acusados y sus abogados basaron en eso su defensa: la obediencia debida y no se les admitió y hay un cuartel en Berlín que lleva el nombre de "Sargento Anton Schmidt" cuyo máximo honor es el de San Mauricio y la Legión Tebana: negarse a masacrar población civil.
De la misma manera cualquier orden, venga de donde venga, que me haga admitir algo que esté contra la Tradición y la Doctrina obtendrá de mi la misma contestación: No.

08/07/23 7:58 PM
  
África Marteache
Es miserable que las potencias que se negaron en su día a admitir la obediencia debida como exención de culpa, alegando que nadie puede cometer un acto inmoral y contrario a su conciencia por cualquier tipo de obediencia, pretendan ahora que lo hagamos nosotros. La democracia no es Dios sino un sistema político más y, por lo tanto, lo que no se podía hacer bajo sistemas totalitarios tampoco se puede hacer ahora porque no es cuestión del sistema que nos gobierne sino de que lo que es inmoral lo será siempre, si convertimos esto en relativo los acusados en los juicios posteriores a la IIGM tenían razón, para que no la tengan las razones que se dieron deben de seguir vigentes siempre. Occidente ha quebrantado el sistema moral que lo sostenía y pretende que, cambiando las circunstancias, los salvadores de judíos fueron salvadores y los antiabortistas activos no lo son, cuando a la vista está que se trata de lo mismo. La persecución de los antiabortistas echa por tierra toda la "bondad" que en su día alegaron para perseguir al nazismo o al comunismo. Mintieron como bellacos.
09/07/23 5:31 PM
  
Rexjhs
Excelente Castellani, como siempre.

Abundaría en esto: el mandado tiene siempre el deber católico de enjuiciar lo que le mandan. Si lo que le mandan va contra la doctrina o magisterio de la Iglesia, NO DEBE OBEDECER, porque hacerlo sería pecar de cobardía y no defender la VERDAD. AL contrario, en ese caso debe denunciar al mandante, por ser un lobo disfrazado de pastor.
09/07/23 10:38 PM

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