(249) La desactivación del catolicismo

UN ESTREMECIMIENTO.— No parece haber consenso filosófico-teológico en torno a qué es exactamente la secularización. ¿Materialismo, hedonismo, despreocupación por lo religioso, tecnocracia, valores mundanos necesariamente autónomos…?
Lo que está claro es que avanza, y que no es algo bueno. Estuvo de moda, en el posconcilio, creer que sería algo benéfico, que tal locura hegeliana sería una renovación. —Y digo hegeliana, porque para Hegel la mundanización es algo bueno, diríase que deducido del cristianismo, que da al mundo lo que es del mundo y a Dios lo que es Dios. Como para Nietzsche, para el que la secularización es como el avance del desierto, una nada cuya cercanía vitoreaba con júbilo. Si bien no en cuanto humanización cristiana, sino en cuanto superhumanización del nihilismo.
—Para los buenos católicos, sin embargo, la secularización no puede ser algo bueno; porque, como certeramente dice el P. José María Iraburu:
«No debe, pues, extrañar que los cristianos formados en la Biblia y la Tradición patrística y espiritual sientan un estremecimiento cuando la teología de la secularización pone la renovación de la Iglesia, de la vida cristiana, de sacerdotes y religiosos, en clave de secularización» (Sacralidad y secularización, Gratis date, Pamplona 2005, p. 8)
Los buenos cristianos no pueden querer que avance el desierto, porque saben que donde no hay botánicas abundan los demonios.

No ha entrado en vigor ningún “nuevo” paradigma que no sea el mismo nuevo paradigma en que nos encontrábamos. Nos encontramos donde estábamos, en el mismo estado de crisis, pero agravado. No es sino el mismo paradigma de la posmodernidad.
Siete aforismos para reflejar siete momentos de la moderna y posmoderna oscuridad. Siete rasgos de nihilismo.
Ánomos y Anfíbolos, descendientes de la modernidad, son los padres fundadores del posmodernismo. De tal palo tal astilla.
Acierta el hidalgo de Cristo al querer ser hombre de letras católicas, no mundanas, sino de recta doctrina, según el pensamiento de la Iglesia. Propio del buen cristiano es venerar el logos recibido, los saberes que ha heredado de sus antepasados, y no alterarlo con novelerías. No gusta el buen cristiano carcomerse la sesera con subjetivismos, existencialidades, fenomenologismos y nuevas voces, que mucho prestigian y dan no poca honra a los expertos, pero poco aprovechan al justo. Sabe y practica, como glosa Eugenio D´Ors, que todo lo que no es tradición es plagio.