InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Archivos para: Agosto 2021, 30

30.08.21

(486) Encontrarse, ¿para qué?

La Iglesia de Cristo, es decir, la Iglesia católica, siempre ha sido defensora de los Mandamientos. Primero, porque Cristo mismo defiende los Mandamientos, hasta los resume, para que mejor los asimilemos. Y por eso dice: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré á él.» (Jn 14, 21).

Segundo, porque los Mandamientos están vigentes, no han caducado, participan del Logos, que es eterno. Se han abrogado preceptos ceremoniales y judiciales, pero no los Mandamientos. Esta parte de la ley antigua, que es ley natural moral, no está enterrada, sino, más aún, ¡renovada!, porque ha sido incluso re-comunicada por Revelación, para ser conocida sobrenaturalmente y asentida hasta la muerte, si es preciso (eso hicieron los mártires).

La persona singular, o la sociedad, que actúe contra los Mandamientos, no sólo no ama a Cristo, sino que le odia, y odiar a Cristo, que es causa de vida, significa toda clase de calamidades: adulterios, abortos, eutanasia, ateísmo, fornicación, rebelión de los hijos contra los padres, anticoncepción, usura, idolatrías legales, panteísmos,… injusticias sin cuento….

Ya lo dijo Nuestro Señor. Sin Él no podemos hacer NADA (Cf. Jn 15, 5). Ni a nivel personal ni a nivel social. No debemos entender esto como que sin la gracia sobrenatural no podemos hacer nada, puesto que hay bienes naturales que podemos hacer ayudados por mociones creaturales, mediante las que Dios nos mueve naturalmente.

Sino que, sin la intercesión de Cristo Crucificado, satisfaciendo al Padre por nosotros, no podemos obtener las mociones naturales y sobrenaturales que necesitamos personal y socialmente para vivir con dignidad, (porque Dios Padre está irritado con nosotros, somos hijos de su ira e inmundos a sus ojos, dice Trento ses VI); es Cristo quien, satisfaciendo por nosotros, nos reconcilia, nos obtiene bienes, nos hace objeto del amor de Dios, en virtud de su Sangre.

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