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23.09.21

(488) El oxímoron infernal

6.- Una fingida ambigüedad.—Un oxímoron, según la RAE, es una combinación, en una misma estructura sintáctica, de significados opuestos que originan un sentido nuevo. Una amalgama contradictoria que aparenta ambigüedad, pero cuyo efecto, en realidad, es suscitar una acepción novedosa y rupturista. 

6.1.

Desde hace decenios es común confundir ambigüedad y oxímoron. Con la primera se deja el significado suspendido, que pueda inclinarse a un lado o a otro mediante la balanza hermenéutica; bien hacia el lado de la ruptura, bien hacia el lado de la reforma en la continuidad. Con el segundo se inventan ex nihilo innovaciones doctrinales. Reaccionando ante éstas, algunos, con buena intención e ingenuidad, piden entonces clarificaciones interpretativas, y buscan luces dónde sólo existen sombras que cohabitan para engendrar un monstruo. 

6.2

Dejar un tema indefinido no es lo mismo que dejarlo confundido. La ambigüedad sirve a menudo para innovar, pero es tarea propia del oxímoron doctrinal: arrejuntando opuestos saca a la luz una ruptura: estaba escondida en la sombra, agazapada, surge con rostro oficial y de apariencia respetable y se hace fuerte. 

6.3.

Es la estrategia del progresismo. De aparentes ambigüedades extrae nuevas doctrinas que transforman la que había, en orden a un fin artificial. En el fondo no eran anfibologías, sino malas sumas de opuestos, cuyo total es una nueva cantidad, y en clave alquímica. Mezcla de contrarios que adulteran la naturaleza de las cosas. No hablamos de un inocente recurso literario con que embellecer discursos o poemas; sino de un oxímoron doctrinal, con todo el poder mágico que posee. Es la goecia del progreso moderno, estirando el cristianismo hasta deformarlo, para destrozar su fibra sobrenatural y convertirlo en otra cosa.

6.4

Y así, contamos con amalgamas de opuestos ya normalizados: una situación (hechos regulares) que se llama irregular; una relación (adulterio) que se trata como matrimonial; un estado (el de gracia) que se daría en pecado; una religión verdadera (la católica) tan supuestamente querida por Dios como las falsas; un comunismo cristiano; una Iglesia de Cristo que no es sino que subsiste en otra que sí es (la católica); una ley antigua que para unos (los judíos) equivaldría a la nueva; una libertad (antirreligiosa) que sería tan religiosa, tan religiosa, que se tiene por clave de bóveda de toda dignidad; (etc, etc).

 

7.- Un cristianismo anticristiano. Este es en definitiva el oxímoron infernal del progresismo, una religión irreligiosa, un pastoreo sin pastor, una jerarquización plana; un matrimonio sin matrimonio, un catolicismo anticatólico, una tradición viva que mata la traditio. Una Anticristiandad. Lo advertía, con expresividad y contundencia, el P. Meinvielle en El progresismo cristiano:

«Por ello, hay que tener el coraje de afirmar hoy, contra todo Progresismo, la necesidad de que la vida profana, aun en sus manifestaciones públicas nacionales e internacionales, se sujete a los principios sobrenaturales depositados en la Iglesia. Por cuanto si no hay Cristiandad, vale decir, orden público de vida conformado a la Iglesia, habrá anticristiandad, la que, por un proceso lógico inexorable, ha de caminar hacia un total antricristianismo, es decir hacia la apostasía pública universal».

7.1

Concluía con precisión el P. Meinvielle: «El Progresismo, en efecto, quiere bautizar, de una manera o de otra, el anticristianismo del mundo moderno». De este espurio deseo manan muchos males que hoy nos aquejan; males a los que asistimos, día a día, sin saber qué hacer o qué pensar. Y es que el oxímoron de ese cristianismo anticristiano, que tanto anhela el progresismo, es norma normarum de gran parte de la vida eclesial actual: quieren que su anticatolicismo pase por católico. Creen que pintando corazones en las guillotinas se transforma en bien el mal. 

 

11.09.21

(487) Creer en 1789, pero no del todo

1.- Una reducción pragmática.— El liberalismo de tercer grado, desde mediados del pasado siglo hasta el momento presente, ha asumido la ideología del moderantismo católico. Éste consiste en una atenuación utilitaria de la doctrina católica tradicional; atemperamiento doloso e impostado cuyo fin no es otro que privar de terribilidad a la religión revelada, para suavizarla lo suficiente como para hacer innecesaria la cruz de Cristo y de los cristianos, y poder hacerla cohabitar con el siglo. Es el pragmatismo de la acedia.

 

2.- La gran tibieza.— Y es que no se trata, sólo, de hacer de la propia medianía un canon de catolicismo. Se trata, sobre todo, de institucionalizarla, de manera que se extienda de lo personal a lo eclesiástico. Aguar el catolicismo a lo grande, no a lo pequeño. ¿Cómo? Cambiando de nombre la acedia para transformarla, via hechizo lingüístico, en otra cosa: en humanismo piadoso.

Es una licuefacción de la espiritualidad cristiana, por compresión a bajas temperaturas metafísicas, con las que se reduce el orden natural al punto cero ontológico. 

 

3.- Kantiano y siempre kantiano.— Es objetivo específico disimulado, pero cierto, es ahogar el catolicismo inequívoco de otros tiempos, desenfocándolo a base de inyecciones de plauralismo intelectual moderno. Pero no de cualquiera, sino del principal, el del Antitomás de Königsberg. Con sortilegio criticista, convierte la acedia mortal en autonomismo moral. Lo explica con genio y acierto el P. Castellani, en su prédica del buen samaritano:

«Estos días he leído el famoso libro de Troeltsch El Protestantismo y el Mundo Moderno, el cual alaba al Protestantismo de haber quitado (o “superado") la moral sobrenatural, dependiente de Dios y de la Iglesia, sustituyéndole la moral “autónoma", dependiente de la Razón del hombre. Hoy día sabemos lo que trajo al mundo el famoso invento de Kant, la “moral autónoma": trajo un colapso tremendo de toda la moral, de la sobrenatural y de la natural: trajo justamente las calamidades que sufrimos en este “mundo moderno", que jamás se vieron en los siglos cristianos. ¿Moral autónoma, eh? Ya te voy a dar moral autónoma, dice el Diablo».

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