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11.08.21

(483) Que el matrimonio es una realidad, no un ideal

Paráfrasis 2

«Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio» (Amoris laetitia, n. 307)

Una cosa es ideal si, como dice el Diccionario de la RAE, «no existe sino en el pensamiento». El matrimonio perfecto y santo, sin embargo, no es algo ideal, sino real, y ordinariamente posible por la gracia divina.

En este pasaje y otros similares se da a entender que el matrimonio cristiano, aun siendo una idea, no debe dejar de proponerse, pues es un ideal pleno, un “proyecto” divino. El adjetivo pleno, en verdad, es redundante, pues otra acepción de ideal incide en eso, en su carácter de tipo; las ideas no son de este mundo, sino del suprasensible.

Tenemos entonces una visión idealista del matrimonio: sería algo tan inalcanzable que sólo existiría en la mente de los pastores; éstos, para sentir con el pueblo, deberían tenerlo en cuenta. El matrimonio no existiría sino, digamos, como proyecto, pero no como realidad; convendría entonces tener manga ancha y considerar que lo real no es lo ideal, que hay límites, que hay debilidades en la gente de carne y hueso. En la vida real sólo existirían aproximaciones, y en éstas, semillas de matrimonio, como semillas del Verbo en las falsas religiones. 

Las consecuencias de esta idealización del matrimonio son más graves de lo que parece. Porque si el matrimonio, se entiende que cristiano, es sólo un ideal que debe ser propuesto, entonces, digámoslo claro, la gracia no sería eficaz y sería innecesario que Cristo hubiera elevado el matrimonio a sacramento.

Pero si la gracia es eficaz, como de hecho lo es, entonces un matrimonio puede ser cristiano y santo, puede ser una realidad perfecta; la gracia puede cambiar realmente el corazón de los conyuges, puede auxiliarles de verdad en su camino, elevar la institución matrimonial a ser imagen REAL de la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia.

Cuando los cónyuges están en estado de gracia, las acciones propias de su estado de vida son meritorias y adquieren un valor infinito. El matrimonio cristiano puede entonces ser realmente perfecto. ¡Nada de ser algo que sólo existe en la mente de la Iglesia!

Pero si la vida matrimonial se presenta como un ideal, entonces los pecados contra el matrimonio, como el adulterio, no parecen tan graves, sino inevitables, y quedan atenuados; la fidelidad sería sólo un valor modélico a proponer. Y si el pecado es lo normal, dado el idealismo de la vida matrimonial, ¿por qué no se podría estar en gracia y adulterando al mismo tiempo? Sería cuestión de discernir el grado de aproximación a lo ideal, para ser más comprensivos con lo inevitable.

En toda esta idealización del matrimonio hay una desconfianza grande en la eficacia de los sacramentos y en el poder de la gracia. Es lo propio en tiempos de pelagianismo global. Los esposos cristianos, sin embargo, sabedores por la fe de que todo lo pueden en Aquel que conforta su vida en común, han de vivir su matrimonio a la luz de la eficacia de la gracia, acudiendo para ello regularmente al sacramento de la penitencia y comulgando al Señor.

Configurados con Cristo, los esposos viven la realidad perfecta de la unidad del Hijo del Hombre con su Iglesia, y la representan en su unión esponsal, como figuras vivas del orden sobrenatural. Orden gratuito y elevado, supuesto el natural, que es tan real como que dos y dos son cuatro.