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1.08.21

(482) No puede comulgar

Recuerda certeramente Castellani, en sus Domingueras prédicas, «que las cosas malas no son malas porque Dios las prohiba, sino que Dios las prohibe porque son malas». Con esta máxima precisa nos previene del error de los nominalistas, que entienden que en Dios hay potencia absoluta, esto es, que puede tanto el bien como el mal, y que basta su voluntad para que una cosa mala sea buena y una buena mala. No. No es como dicen los nominalistas. Las cosas malas son malas, por eso Dios las prohibe, y si un tipo se empeña en ellas hasta su último momento, Dios le condena y castiga.

Todo lo bueno que debe hacerse, puede hacerse, por muy difícil que parezca, en Aquel que nos conforta (Cf. Fil 4, 13)

Es un indicio de ceguera de mente colectiva, que tantos católicos piensen que pueda ser voluntad de Dios que uno haga lo que a Dios ofende. Porque, dicen, dado que supuestamente no puede actuar de otra manera, hace el mal porque no puede hacer el bien. Es una blasfemia como la copa de un pino, y un determinismo ofensivo a los oídos católicos. 

Parece que muchos, muchos católicos, pensando de esta manera, engañados por malos textos docentes y malas predicaciones, viven como si Dios no existiera. Hay que decir bien alto, sin embargo, que Dios no niega su gracia a quien, movido por ella, la pide sinceramente, y que porque siempre es posible un acto de virtud, Dios premia a los buenos y castiga a los malos.

Así que todo aquel que viva con vana presunción, confiando en la misericordia de Dios y al mismo tiempo obstinándose en el pecado, vive ciego y es un insensato.

En la misma obra, dice Castellani:  «Pero esa cuestión de si Ateo Fulano tiene culpa o no, pertenece a Dios, que es el único que penetra en el fondo de los corazones; para nosotros es una cuestión ociosa». Lo mismo vale para el adulterio. Si el adúltero Mengano es muy culpable o poco culpable, pertenece a Dios saberlo, que es el único que puede penetrar en su corazón. Para la Iglesia es una cuestión ociosa. Lo que sí sabemos es que el adulterio es un pecado intrínsecamente malo y que Dios lo aborrece y jamás quiere positivamente que alguien adultere. Como tampoco quiere positivamente que nadie adultere con falsos ídolos, es decir, tenga falsas religiones por verdaderas.

Por eso la negativa de comunión a los que viven en adulterio público y permanente no se basa en el grado de culpabilidad interior de los adúlteros (juicio reservado a Dios), sino en la evidencia objetiva de la contradicción en que viven, que repugna a la unión de Cristo y su Iglesia y es mala en sí misma. Sí, el adulterio, al margen del grado de culpabilidad subjetiva de los adúlteros, agrede la unidad indisoluble de Cristo y su Iglesia, imagen viva del matrimonio y está mal. Y por eso si un tipo casado vive con una que no es su mujer, no puede comulgar, porque su forma de vida aborrece, por sí misma, al margen de la subjetividad personal de cada sujeto, aborrece, digo, la vida sobrenatural con que Cristo eleva el matrimonio, vida de unión reflejada en su unidad indisoluble con la Iglesia.

Dios no es potencia desordenada. Dios no quiere el mal. Dios quiere el bien, Dios quiere que el matrimonio ejemplarice la unidad que tiene con su Iglesia, que ES la católica; y para eso da la gracia, para eso hace del matrimonio un sacramento. Quien no cree posible la fidelidad al propio cónyuge, no cree, primero, en el sacramento del matrimonio, ni, segundo, en la eficacia de la gracia. Por ello, más allá del grado de culpabilidad que se tenga, quien permanece en adulterio no puede comulgar.