Antecedentes
Durante la Alta Edad Media, el emperador de Bizancio, heredero de la tradición romana, ejerció el cesaropapismo en cuestiones teológicas, aplicando leyes civiles para castigar a los que desobedecían las decisiones de los concilios (sin privarse de influir en los mismos si lo consideraba conveniente). En Occidente, la desaparición de la autoridad que representaba el imperio, y el fortalecimiento de la institución del papado a partir de san Gregorio el Magno (siglo VI), mantuvo cierta separación entre las esferas civil y eclesial, sobre todo en aspectos doctrinales. En los temporales, el monarca retenía buena parte de su dominio, pues era el que decidía eximir (o no) de impuestos a los bienes eclesiásticos o donar tierras a los monasterios, y sus tribunales servían de última instancia cuando los clérigos entablaban pleitos civiles entre ellos.
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