Oportunidades perdidas, oportunidad presente.

Lo sabemos, lo hemos experimentado en nuestras propias vidas, lo hemos visto en algunos de nuestros amigos o familiares. Hay trenes que nunca vuelven a pasar, oportunidades que no volverán, decisiones que luego no se pueden revertir. Si somos lo suficientemente humildes como para dejarnos guiar por Dios, podemos evitar parte de las consecuencias de los malos pasos dados, pero la suela de nuestras sandalias se habrá desgastado innecesariamente para desandar el mal camino antes de emprender el correcto. Y en esta corta vida no es tiempo precisamente lo que nos sobra.

Decía el cardenal Cañizares en la entrevista que le hizo Losantos ayer en la Cope, que una de las razones del desplome de la educación en España es que en su día no se produjo una oposición frontal a una ley que se adivinaba tan nefasta como ha resultado ser. Y añadía que ante lo de la EpC, podemos estar ante la misma tesitura. Bajar los brazos hoy, incluso disimulando que no se hace tal cosa al apelar a adecuaciones de la materia a un ideario que no se sabe al servicio de quién está, es abrir la puerta a un deterioro que quizás sea irreversible a medio-largo plazo.

Usando un simil que a muchos puede no gustar, cuando se tiene un ejército poderoso, pero los oficiales al mando ponen a sus soldados a hacer calceta mientras el enemigo avanza por el territorio propio, lo normal es que se pierda la batalla, el honor y la vergüenza. En la cuestión educativa, nunca tantos pudieron hacer tanto e hicieron tan poco.

Y para más coña, se apela a un falso pacifismo evangélico para justificar el no levantarse cual Leónidas y trescientos espartanos frente al ejército más poderoso del mundo, propiedad del Imperio que quería robarles la libertad. Si el valor que demostraron esos paganos orgullosos de ser lo que eran, lo tuviéramos hoy los cristianos para defender aquello en lo que creemos, qué bien nos iría.

Dios le dijo a Elías que se había guardado a siete mil que no se habían arrodillado ante Baal. Hoy Baal no se llama así. Tiene otros nombres. Por ejemplo, talante. Por ejemplo, rendición disfrazada de diálogo y consenso. Por ejemplo, equidistancia entre el bien y el mal o entre el mal mayor y el mal menor. Por ejemplo, conservar un status quo aun a costa de renunciar a lo irrenunciable. La pregunta es: ¿habrá hoy esos siete mil que no se arrodillan ante ese falso dios que tanto ha cambiado su nombre? Yo creo que sí. Pues entiendan que es mejor no perder esta oportunidad que se les ofrece de decir bien alto y claro a quién sirven y ante quién no piensan rendirse. Y que nadie se alarme. Sus armas no son carnales. De hecho, saben que en el fondo su batalla tampoco es contra carne y hueso. Saben bien qué es lo que se juegan y quién es el verdadero enemigo. Y saben cómo vencerle. Falta que lo hagan. O al menos que lo intenten.

Luis Fernando Pérez Bustamante.