InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Apologética católica

23.01.15

El milagro de ser católico

Aunque el número de evangélicos que se convierten al catolicismo está lejos de ser desdeñable, a día de hoy son muchos más los que salen de la Iglesia Católica camino de cualquiera de las variantes del protestantismo que siguen los principios del Sola Scriptura, Sola Fides y Libre examen.

El pentecostalismo es, a día de hoy, el destino más habitual de esos católicos bautizados que, probablemente de forma mayoritaria, tenían una vivencia del catolicismo más bien débil, por no decir inexistente. Ahora bien, sí existen católicos practicantes y con cierta formación doctrinal que se hacen protestantes. La máxima “católico ignorante, futuro protestante” queda bien como eslogan pero no sirve para explicar todo el proceso de sangría del catolicismo hacia el protestantismo, especialmente en el continente americano.

Analizar las razones por las que un católico acaba siendo evangélico no es el motivo de este post, pero den ustedes por hecho que alguna de esas razones acabará apareciendo.

Más interesante me parece analizar el proceso contrario. Es decir, ¿qué puede llevar al catolicismo a un cristiano evangélico, miembro activo de una congregación “viva”, con una vida espiritual más o menos asentada, con relaciones de amistad y fraternidad espiritual muy fuertes?

La única respuesta posible e irrefutable es “la gracia de Dios”. Pero salvo casos raros de conversión radical de un día para otro, esa gracia suele actuar durante un tiempo, meses y a veces años, en el alma del futuro católico. 

Hay evangélicos que llegan a la Iglesia gracias a la labor apostólica de apologetas católicos. Y he aquí una de las primeras peculiaridades de nuestro tiempo. Esos apologetas son en su mayor parte seglares. Se cuentan con los dedos de las manos los sacerdotes involucrados en la tarea de traer a la barca de Pedro a los hermanos separados. Es más, en no pocas ocasiones son acusados de ser antiecuménicos.

Hay otros evangélicos, menos, que llegan al catolicismo leyendo libros de teología, estudiando la historia, bebiendo de la fuente la sabiduría de los Padres de la Iglesia. Decía el beato Newman que estudiar la historia de la Iglesia implica necesariamente dejar de ser protestante. Doy fe de ello. Si uno lee a los Padres, podrá albergar alguna duda intelectual sobre si lo que se ve ahí es catolicismo y cristianismo ortodoxo -oriental-, pero jamás encontrará protestantismo.

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7.01.15

Sabiendo la verdad, ¿haremos caso a los que proponen la mentira?

Sabiendo que:

- Dios ha enviado a su Hijo unigénito para que todo el que en Él cree sea salvo (Jn 3,16).

- Cristo dijo que de nada vale creer en Él si no se hace caso a lo que dice (Luc 6,46-49.

- Dios es paciente con nosotros, no queriendo que nadie se condene sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Ped 3,9).

- Dios ha derramado su Espíritu sobre sus hijos para que sean libres y puedan ser transformados de gloria en gloria a imagen de Cristo (2 Cor 3,17-18).

- El que vive constantemente en pecado, no es de Dios (1 Jn 3,8-9), conociendo igualmente que cuando pequemos ocasionalmente, abogado tenemos para con el Padre: Jesucristo (1 Jn 2,1).

- Dios no permite que seamos tentados más allá de lo que podamos soportar, pues Él mismo nos da fuerzas para vencer la tentación (1ª Cor 10,13). 

- En ninguna manera la misericordia y la gracia suponen vía libre para pecar (Rom 6.15).

- El Dios que nos llama a ser santos como Él es santo (1 Ped 1,6), que nos pide que trabajemos arduamente, con temor y temblor, en nuestra salvación (Fil 2,12), es el mismo Dios que produce en nosotros tanto el deseo de santidad y salvación (Fil 2,13) como la capacidad para llevar a cabo las obras que Él preparó de antemano con ese fin (Efe 2,10), para mayor gloria suya (Mat 5,16). 

- Si alguien nos predica otro evangelio, debe ser rechazado radicalmente (Gal 1,8-9).

- Si a Cristo el mundo le rechazó porque amó más las tinieblas que la luz (Jn 3,19), los que son de Cristo también serán rechazados y perseguidos por ese mismo mundo (Jn 15,18-20).

Es evidente que:

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21.09.14

Dice el necio en su corazón: no hay Dios

Hoy el diario El Mundo nos obsequia con una entrevista a esa eminencia de la ciencia llamado Stephen Hawking, de quien entre otras cosas cabe alabar la forma en que afronta una enfermedad terrible.

El titular del diario de papel reza así:
“EL milagro no es compatible con la ciencia”

Pero en la edición en internet, tienen este otro:
Hawking: “No hay ningún dios. Soy ateo".

Bien, ciertamente los milagros no son explicables por la ciencia. Pero existen. Señal de que la ciencia no lo puede explicar todo. Negar que existen es como negar que la tierra es redonda y la luna da vueltas alrededor de la misma. Aquellos que se burlan de la Iglesia por el proceso a Galileo, que no hay que olvidar que fue objeto de críticas tremendas por los científicos de su época, miran con tono burlón, de desprecio e incluso de odio -de todo hay- a quienes no solo afirmamos la existencia de los milagros sino hemos sido testigos de algunos.

Desgraciadamente, encuentran apoyo en algunos pseudocristianos que dicen creer en Dios pero se niegan a aceptar la historicidad de los milagros de las Escrituras. No hay cosa más patética que un cristiano así, si es que en verdad se le puede llamar cristiano.

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25.08.14

Jesucristo y Pedro

En el evangelio de ayer domingo escuchamos el pasaje de Mateo en el que Jesucristo pregunta a sus apóstoles quién creen que es Él. Fue Pedro, el principal (protos) de ellos, quien toma la palabra y responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Si todo hubiera quedado ahí, podríamos pensar que Pedro había sido capaz de comprender por sí mismo que Jesús era el Mesías prometido. Era hasta cierto punto lógico ya que le había visto predicar con autoridad y obrar milagros. Sin embargo, es el propio Cristo quien indica dónde está la fuente del conocimiento de su apóstol: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (MT 16,17).

Efectivamente, muchos otros habían visto más o menos lo mismo de Jesucristo y no creían que fuera el Mesías. Es absolutamente necesario que Dios se lo revele a nuestra alma para que alcancemos a comprender quién es en verdad el Mesías. Más adelante el Señor enviará al Espíritu Santo, quien “dará testimonio acerca de mí” (Jn 15,26). La Trinidad se revela así al hombre. El Padre, por el Espíritu Santo, da testimonio del Hijo, que es en quien vemos al Padre (Jn 14,9) y por quien nos habla el propio Padre (Heb 1,2).

Sin embargo, no fue Pedro el primero en saber quién era Cristo. María fue la primera:

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
(Luc 1,31-33)

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6.07.14

Observaba su rebaño, no fuera a ser que alguna oveja hubiera recibido algún dardo

Dado que uno de los tesoros más grandes de la fe católica son los padres de la Iglesia -entendiendo como tales los de todo el periodo patrístico-, conviene que leamos algunas de sus enseñanzas. Hoy os traigo citas de San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla. Concretamente de su “XVIII HOMILÍA encomiástica en honor de nuestro Padre, entre los santos EUSTACIO, Arzobispo de la gran Antioquía“.

Observa además la malicia del demonio. Porque como hacía poco que se había acabado la guerra contra los paganos, y todas las iglesias habían descansado de las pasadas y continuas persecuciones, no había pasado aún mucho tiempo de que habían sido clausurados los templos y destruidos los altares de los ídolos, y la rabia entera de los demonios había sido deshecha, y todo esto entristecía al diablo malvado y no lo podía llevar en paz, ¿qué hizo? ¡Echó encima otra guerra, guerra difícil! Porque la anterior había sido exterior, pero esta otra fue intestina; y esta clase de guerras son muy difíciles de precaver, y vencen con facilidad a aquellos que en ellas incurren.

¿Les suena a ustedes de algo la idea de que tan peligrosa, o más, es la “guerra” contra los que persiguen la Iglesia llenando el cielo de mártires, como la “guerra” interna, que en multitud de ocasiones tiene como base la extensión de la herejía?

Porque bellamente le había enseñado la gracia del Espíritu Santo, que el obispo de una iglesia no ha de cuidar únicamente de aquella que le encomendó el mismo Espíritu Santo, sino de cualquiera otra del universo. Esto lo deducía él de las preces sagradas. Porque si es necesario, decía, hacer oración por la iglesia católica desde unos términos de la tierra hasta otros, mucho más habrá que tener cuidado con ella, y tener solicitud por todos los fieles e inquietarse por todos ellos. Lo que le acontecía a Esteban eso mismo le acontecía a este bienaventurado. Pues así como por no poder resistir a la sabiduría de Esteban los judíos lo lapidaron, así éstos, por no poder resistir a la sabiduría de aquél, como vieran bien fortificadas sus defensas, finalmente echaron de la ciudad al pregonero de la verdad.

Como ven ustedes, el obispo de una diócesis no tiene solo el deber de velar por los fieles que le han sido encomendados sino por todos los demás. Eso lo enseña también el Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium, 23:

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