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24.04.20

Sujetadme a la vieja para poder matarla bien

La escena debió ser digna de una película de terror. Una anciana con Alzheimer, que años antes había pedido recibir la eutanasia, se resistía, quizás por instinto o quizás porque le quedaba un hálito de lucidez, a que le pusieran la inyección letal. Entonces el doctor pidió a los familiares presentes en la habitación que la sujetaran. Una vez sujeta, le inyectó el cóctel mortal y la anciana murió.

Según el más alto tribunal de Holanda, aquello fue un acto legal, precisamente porque esa mujer había dejado por escrito su deseo de no seguir viviendo si llegaba a una situación médica irreversible.

Estamos ante un ejemplo más de porqué no hay que creer a los que dicen que las leyes de eutanasia quedarán limitadas a casos muy extremos. Lo mismo pasó con el aborto. Una vez que abres la puerta al mal,el mal lo ocupa todo y actúa como agujero negro, consumiendo la poca luz de decencia moral que le quede a una sociedad.

El componente pedagógico de las leyes es indudable. Cuando el mal se castiga, el personal se lo puede pensar dos veces antes de cometerlo. No desaparece, pero su alcance se limita. Cuando el mal no solo es consentido sino que se convierte en un derecho -caso del divorcio, el aborto, la eutanasia, la ideología de género, etc-, el bien y los que lo defienden pasan a ser objeto de persecución.

Los países otrora cristianos son un claro ejemplo de las consecuencias de la apostasía. El cóctel es perverso: el divorcio masivo provoca destrucción del concepto de familia como institución básica y permanente de la sociedad. El sistema político-económico impide la independencia de los jóvenes, que tienen que esperar años y años para poder formar una familia, que además tiene pocas posibilidades de éixto. La mentalidad antinatalista, que se sustancia en el uso masivo de anticonceptivos y del aborto, provoca un envejecimiento brutal de la población. Y entonces entra en juego la eutanasia, para quitarse de en medio los ancianos sobrantes.

En medio de todo eso, la Iglesia, cuya labor de asistencia social es innegable, lleva tiempo dedicada a hablar de ecología y a proponer la solidaridad, la fraternidad y la igualdad entre todos. El discurso que sale de las altas jerarquías es sospechosamente parecido al de los paladines del Nuevo Orden Mundial y de los viejos y nuevos populismos izquierdosos. Llevamos décadas promoviendo un humanismo en el que Dios no pasa de ser un elemento más, y a veces ni eso, de la ecuación. Incluso el Cristo que se predica es un Cristo solamente humano, desposeído casi por completo de sus atributos divinos. Un Cristo que ni reina ni impera.

Todo ello lleva a la irrelevancia casi absoluta de la propia Iglesia. Da igual el peso mediático que tenga si el mensaje que transmite está más cerca de la Nueva Era y el hippismo pacifista y buenista del siglo pasado que el de la denuncia profética del evangelio. Cristo empezó su vida pública predicando la conversión. Gran parte de la Iglesia huye de la denuncia del pecado personal y de advertir de las consecuencias de apartar a Dios de la vida pública. Cosa lógica, ya que hace décadas que se entregó en manos del liberalismo que durante dos siglos luchó para acabar con el Reinado Social de Cristo. De tal forma que han hecho que parezca que dicho Reinado es una reliquia inútil, cuando no despreciada y atacada, del pasado.

Y no contentos con eso, hemos visto profanar la Sede de Pedro con cultos idolátricos paganos, sin una reacción significativa del episcopado mundial, que a veces parece más el cuerpo de élite que sigue al líder de una secta que el verdadero colegio de sucesores de los apóstoles, todos ellos vicarios de Cristo en sus diócesis. Que no se les olvide que una autoridad canónica que no va acompañada de autoridad moral y de fidelidad al evangelio, lo cual implica combatir el error, no vale para nada.

Si no fuera por la promesa de Cristo de que las Puertas del Hades no prevalecerán, caeríamos en la desesperación de creer que esa anciana que se resistió a morir representa a la Iglesia. Y que los responsables de la misma son la que sujetan sus brazos para que el médico de la muerte ponga fin a su vida. 

Nuestra esperanza es Cristo. Él salvará a su Iglesia. No podemos albegar la menor duda de ello. Por pura gracia, debemos y podemos ser fieles a Él en medio del horror que nos rodea. 

Santidad o muerte

Luis Fernando Pérez Bustamante

19.04.20

La meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas

Hoy he atendido a la celebración de la Misa por parte del P. Jorge González Guadalix, que la ha retransmitido en directo desde su cuenta de Facebook. Ha sido una Misa según el rito Novus Ordo ad orientem. Pueden verla ustedes haciendo click en este enlace.

En su homilía, D. Jorge ha destacado especialmente la frase final de la segunda lectura de hoy, Domingo de la Divina Misericordia:

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.

Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un Poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
I Pedro 1,3-9

Como bien ha predicado D. Jorge, nada hay más importante en esta vida que alcanzar la salvación eterna. A ello debe dirigirse principalmente nuestro proceder así como la acción de la Iglesia. Todo lo demás, sin dejar de ser importante, es absolutamente secundario.

Por más que vivamos una larga vida, pongamos que 90-100 años, es infinitamente menos tiempo que un parpadeo de ojos comparado con la eternidad sin fin que nos espera tras abandonar este mundo. Dice la Escritura (Heb 9,27) que al hombre se le ha dado una sola vida y después de ella, el juicio. Nuestro destino eterno se determina mientas vivimos. No hay segundas oportunidades. O nos salvamos (cielo o purgatorio del que se sale siempre al cielo) o nos condenamos (infierno). Y tan eterno es el cielo como el infierno.

¿Cómo salvarme? es la pregunta que todo hombre debería hacerse. Vemos cómo responde Cristo sobre lo que hay que hacer para alcanzar la vida eterna

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
 Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Jn 6,27-29

La fe es un don de Dios que nos lleva a creer en Él. Y sin fe, como también dice la Escritura, no se puede agradar a Dios (Heb 11,6). Mas para que no caigamos en el error solafideísta, la epístola de Santiago nos advierte que “la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro” (St 2,17) y que “el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe” (Stg 2,24). De hecho, el propio San Pablo, a quien como dice San Pedro “los ignorantes e inestables tergiversan como hacen con las demás Escrituras para su propia perdición” (2 Ped 3,16), Dios “pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que haga el mal, primero sobre el judío, pero también sobre el griego; gloria, honor y paz para todo el que haga el bien…” (Rom 2,6-10).

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14.04.20

Creyeron en Dios, ayunaron y se vistieron de saco

Parte del episcopado sigue negando las Escrituras y la Tradición diciendo que Dios nunca castiga. El último en hacerlo ha sido el cardenal Antonio Marto, obispo de Leira-Fátima (Portugal), que ante la mera sugerencia de que la actual pandemia sea un castigo de Dios ha dicho:

«Esto no es cristiano. Sólo lo dice quien no tiene en su mente o en su corazón la verdadera imagen de Dios Amor y Misericordia revelada en Cristo, por ignorancia, fanatismo sectario o locura».

No me negarán ustedes que tiene su gracia que diga eso el obispo donde está el Santuario de la Virgen de Fátima, que en uno de sus mensajes dijo a Jacinta:

«Es preciso hacer penitencia. Si la gente se enmienda, Nuestro Señor todavía salvará al mundo; mas si no se enmienda, vendrá el castigo».

Dejando de lado los que hablan como si fueran incrédulos, vayamos a lo que Dios nos ha revelado. Vaya por delante que, aunque yo creo que lo es, no podemos asegurar con certeza absoluta que la actual pandemia es un castigo de Dios en el sentido de que ha sido enviada por Él. Ahora bien, no se puede negar que, como poco, la ha permitido.

Lo que debemos preguntarnos hoy no es tanto si estamos o no ante un castigo de Dios, sino cómo debemos obrar, movidos por su gracia, en medio del actual sufrimiento y el que vendrá como consecuencia de la pandemia. La Escritura nos da la respuesta. Tomemos como ejemplo una situación en la que el castigo de Dios fue anunciado por un profeta: Nínive.

Estuvo Jonás deambulando un día entero por la ciudad, predicando y diciendo:
-Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.
Las gentes de Nínive creyeron en Dios. Convocaron a un ayuno y se vistieron de saco del mayor al más pequeño. Cuando llegó la noticia al rey de Nínive, se levantó de su trono, se quitó el manto, se cubrió de saco y se sentó en la ceniza. Y mandó pregonar y decir en Nínive, por decreto del rey y de sus magnates, lo siguiente. 
-Hombres y bestias, vacas y ovejas, que no prueben nada, ni pasten ni beban agua. Que hombres y bestias se cubran de saco y clamen a Dios con fuerza. Que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia de sus manos. ¿Quién sabe si Dios se dolerá y se retraerá, y retornará del ardor de su ira, y no pereceremos nosotros? 

Dios miró sus obras, cómo se convertían de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había dicho que les iba a hacer, y no lo hizo.
Jon 3,4-10

Fíjense ustedes en la secuencia de los hechos. El profeta anuncia el castigo divino. La gente cree en Dios y se pone ipso facto a hacer penitencia. Por su fuera poco, el rey decreta que la penitencia ha de ser realizada todos y pide la conversión. Se convirtieron, hicieron penitencia y Dios no los castigó.

Si el Señor hizo eso con un pueblo que no era el suyo, ¿qué no haría si su pueblo actual, la Iglesia, siguiera los pasos de los ninivitas y cumpliéramos lo que predicaba San Pablo a todos? A saber, «que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de penitencia (arrepentimiento)» (Hch 26,20). 

Leamos también la oración del profeta Daniel intercediendo a Dios por el pueblo pecador que había sido castigado. Está en el capítulo 9 de su libro. Así explica el profeta lo que hizo:

Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza.
Dan 9,3

Merece la pena leer toda la oración de Daniel.

Es cosa buena, por tanto, clamar a Dios y hacer penitencia. Como individuos y como pueblo. ¿Qué nos impide hacerlo en las actuales circunstancias? Nada. 

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10.04.20

Coronavirus: ¿quién ha hablado con Dios para decir algo con certeza?

Desde hace algunas semanas parece que se ha puesto en marcha una competición para ver qué eclesiástico, especialmente si es obispo, dice de forma más contundente que la actual pandemia provocada por el coronavirus no es un castigo de Dios. Y a su vez, aunque en mucha menor medida, han aparecido aquellos que dan por hecho, con certeza dogmática, que sí estamos asistiendo a un castigo divino.

Me van a permitir que les pregunte a unos y otros: ¿acaso han recibido alguna revelación especial? ¿quizás han marcado en sus móviles (celulares), el número de teléfono del cielo y Dios Padre les ha respondido a sus preguntas?

Los que niegan que lo que está ocurriendo es un castigo divino dan argumentos realmente peculiares:

- Dios no castiga nunca.

- Dios es bueno y no castigaría a inocentes. Si esto fuera un castigo de Dios, entonces Dios sería malo.

- Es la naturaleza quien nos castiga.

Quien dice que Dios no castiga nunca no se ha leído la Biblia o, lo que es peor, se la ha leído pero ha decidido que lo que él cree saber de Dios es más verdadero que lo que aparece en la Revelación escrita. Son casi todos hijos de Marción, aquel hereje que decía que el Dios del Antiguo Testamento era malo a diferencia del Dios del Nuevo Testamento. 

Son también aquellos que han desechado la enseñanza bíblica y tradicional que nos muestra que todos han caído en Adán y:

… según está escrito: “No hay un justo, ni siquiera uno."  "No hay un sabio, no hay quien busque a Dios."  ”Todos se desviaron, se corrompieron a la vez; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno”
Rom 3,10

Incluso los que hemos recibido el don de la fe, éramos por naturaleza hijos de la ira:

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Efe 2,1-3

De hecho, ¿no nos advierte el apóstol sobre la necesidad de no vivir como viven los sin Dios?

Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
Col 3,5-7

Y si, como ocurre a menudo, vivimos como viven los que no tienen fe, ¿creemos acaso que el Señor nos va a dejar sin castigo?

Pues si la palabra comunicada a través de ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desdeñamos semejante salvación, que fue anunciada primero por el Señor, confirmada por los que la habían escuchado, a la que Dios añadió su testimonio con signos y portentos, con milagros varios, y dones del Espíritu Santo distribuidos según su beneplácito?
Heb 2,2-4

¿Qué parte no se entiende de esta advertencia del Señor?

Yo, a cuantos amo, los reprendo y castigo; ten, pues, celo y conviértete.
Ap 3,19

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6.04.20

Mi amor se fue con el Señor

Lidia, la mujer que Dios me regaló como esposa, partió ayer, Domingo de Ramos, a encontrarse con el Señor. Y lo hizo en mis brazos, en una cama de la habitación 108 del hospital universitario de Puerto Real, en el que su vida terrenal se fue apagando poco a poco en las últimas dos semanas. Casi tres largos años de lucha contra un cáncer no detectado a tiempo, con una primera “victoria” que nos dio una tregua de meses antes de volver a aparecer.

El inmenso dolor que sufro ahora no me impide dar gracias a Dios por todo el bien que nos ha hecho en 32 años de vida juntos. Tres hijos han sido el fruto de nuestro amor. Y uno de ellos, el primogénito, nos hizo abuelos de un angelito hace casi 5 años. También pudo hacer de madrina en la boda de nuestro segundo hijo.

La foto que encabeza este post es del día de su graduación en la Universidad de Navarra, tras realizar la licenciatura de Ciencias Religiosas y el Máster en Familia y Vida. Ello le permitió desarrollar su vocación como profesora de religión. Lo hizo en el Colegio Juan Pablo II - María Milagrosa de Cádiz. Otro de los grandes regalos que me ha dado el Señor en estos días ha sido, además de constatar el cariño que le tenían sus compañeros de claustro, ver el gran impacto que causó entre sus alumnos (entre ellos, durante un año, nuestra hija). He podido leer mensajes dirigidos a mi esposa que no podré ovlidar jamás. Ella ha sido instrumento para llevar a no pocas almas a Cristo y darse cuenta de eso no tiene precio. Quiera Dios que la semilla que sembró a través de ella frucifique en vidas entregadas a Él.

Doy gracias también a Dios por haberme permitido estar con ella en estas últimas semanas de su vida. Dada la actual situación en España con la pandemia del coronavirus, son muchas las personas que mueren sin estar rodeados de sus seres queridos. Aunque ni sus padres -a quienes quería con locura- ni dos de nuestros hijos han podido estar, sí hemos estado mi hijo mayor y yo.

En estas últimas semanas hemos orado juntos más que nunca. Nos hemos puesto en manos del Señor más que nunca. Nos hemos querido más que nunca. Hemos estado rodeados de oraciones más que nunca. Hemos comulgado a diario hasta que ella ya no pudo. Y habiendo muerto mi amada Lidia tras haber recibido los santos sacramentos, espero que el Señor me conceda el mismo don el día de mi partida, para así poder encontrarme con ella para adorar a Dios juntos toda la eternidad. Mientras llega ese día, pido al Señor que me permita servirle fielmente en esta vida.

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