Cogolludamente hablando, católicamente respondiendo
El P. Jorge González, cura madrileño entre cuyas actividades sacerdotales está la de ser uno de los blogueros más leídos en InfoCatólica, ha escrito hoy un post la mar de interesante sobre esa manía tan moderna de adornar el vacío en cierto discurso eclesial de frases floridas y tópicos comunes. No es que haya nada en esas frases esencialmente malo, pero cuando se convierten en el armazón de la espiritualidad y la praxis eclesial, dejan tras de sí auténticos abismos de esa verdad que nos hace libres.
Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención es el comentario de alguien que firma como cogolludo. Como no era plan de ir respondiéndole punto por punto a sus avezadísimas sugerencias en el propio blog del P. Jorge, he preferido hacerlo acá. Así que vamos por partes.
y como alternativa a esta idea expuesta de que se habla mucho y no se dice nada …
¿QUÉ sería LA ALTERNATIVA VÁLIDA ?
Se me ocurre que la alternativa válida es mostrar el tesoro entero de la fe católica. No solo una parte. Lo contrario es como si para interpretar una sinfonía en un concierto de música clásica, la orquesta solo estuviera compuesta por instrumentos de viento, o de cuerda. Malamente puede salir algo bueno de eso.
¿ESTAS IDEAS QUE EXPONGO A CONTINUACIÓN QUIZÁS SERÍAN LAS QUE SE PROPONE QUE SE DIFUNDAN , en lugar de lo que se considera vacío y prefabricado como es escucha , marginados , solidaridad etc ? )
El problema no es hablar mucho de marginados y solidaridad. El problema es meter a los marginados y la solidaridad hasta en la sopa, incluso cuando se habla de asuntos que no tienen nada que ver con ellos.
Todo lo que se hable en favor de los más necesitados es poco. Pero ojito con usar a los pobres como cortina detrás de la cual esconder una falta casi absoluta de auténtica espiritualidad católica que vaya más allá de la acción social.
hablar mucho del infierno y de los castigos eternos a los que en el juicio final sean rechazados ?
Pido a mis lectores cuántas veces han oído hablar en una homilía del infierno, los castigos eternos y el juicio final en el último año. ¿Cuántas en los últimos cinco años? Yo puedo decir las veces que he oído predicar sobre esa temática en los catorce años que llevo de regreso a la Iglesia. Me bastan los dedos de una mano. Es decir, en 14 años, no más de cinco veces en una homilía. Y he estado en parroquias de Madrid capital, de pueblos de provincia y de capital de provincia.
Y sin embargo, no hay más que leer el evangelio para comprobar el espacio que el mismísimo Cristo dedicó a hablar de los peligros del infierno eterno y del juicio. El que no haya hecho tal cosa, que lo haga ahora. Y luego que alguien nos explique por qué si el Señor habló tanto de eso, ahora se habla tan poco. Que no diré yo que en el pasado no se hablara demasiado. Pero de hablar demasiado a no hablar casi nunca, media un trecho.

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El apóstol San Pablo lo tenía bastante claro: “Porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!” (1ª Cor 9,16). La evangelización no es una opción para la Iglesia. Es su deber. Una Iglesia que no evangeliza, que renuncia a ser instrumento de la conversión de los no creyentes, traiciona a Cristo, que fue quien nos ordenó que fuéramos e hciéramos “discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28,19-20).


