Una vida que no es vida

Acabo de leer un artículo sumamente interesante de Mons. Gerhard L. Müller, Arzobispo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, titulado “Al Dios cristiano desde el ateísmo”. En el mismo explica y se enfrenta al avance del ateísmo en el mundo, aun reconociendo que el mismo no es cosa nueva. El prelado recuerda el salmo davídico que hace tres mil años proclamó que “el necio dice en su corazón: que no hay Dios (Salm 14,1), lo cual es una manera como otra cualquiera de recordar a los ateos que son lo que el salmista dijo que eran.

Me llama también la atención la crítica severa que hace de ese tipo de evolucionismo que excluye la existencia de un Dios creador y que convierte al ser humano en poco más que un pedazo de materia organizada que hay llegado a la autoconsciencia por un mero proceso químico-evolutivo. Pregunta Mons. Müller:

¿Puede el pensamiento apropiarse del mundo material? O a la inversa ¿la razón es una simple función del proceso evolutivo? El hombre, como sujeto pensante, ¿es sólo parte de un momento de la diferenciación de la materia, sujeto a la ley de la selección natural como cualquier otro producto carente de sustancia o de una totalidad integral que lo comprende todo?

El Prefecto de la CDF llama pseudo-ciencia a ese tipo de investigación que, basada en una filosofía errónea, excluye la realidad espiritual propia del ser humano:

Los descubrimientos de la reciente investigación de tipo evolucionista y de la neurobiología se ocupan más bien poco de la condición subyacente del hombre, es decir, como ser dotado de una naturaleza corporal-espiritual y de una tendencia al conocimiento de la verdad y del bien, y por lo tanto, de una tendencia a la plena realización personal. Tales descubrimientos se limitan a considerar las condiciones materiales de la razón y de los actos de la voluntad del hombre, desde una interpretación pseudo-científica que se sobrepone a una filosofía basada en el materialismo monista.

Ateos aparte, quisiera fijarme en las consecuencias que tiene para el hombre la asunción de la existencia de un Dios que se ha revelado. Lo primero de todo, cabe decir que el hombre solo puede comprenderse a sí mismo partiendo de lo que el Creador dice de él. Sabemos que fuimos creados a imagen de Dios porque Dios así nos lo ha revelado. Sabemos que nos alejamos de Él, porque así se nos ha dicho, aunque no hay más que ver el mal que el hombre causa en el mundo para comprender que muy cerca de Dios no está. Y sabemos que Dios no quiso dejar al hombre alejado de sí mismo porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Ante la manifiesta incapacidad del ser humano de construir un puente para volver a Dios, Dios se convirtió en puente para situarnos en el lugar que quería para nosotros. Eso es la redención. Y dicha redención va más allá de la primera creación adámica. El nuevo hombre en Cristo pasa a ser una criatura “engendrada por el Padre antes de todos los siglos” (*) y no meramente creada a la imagen divina.

La vida eterna no es otra cosa que la donación al hombre de la vida divina. Enseña San Pedro:

Pues por el divino poder nos han sido otorgadas todas las cosas que tocan a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del que nos llamó por su propia gloria y virtud, y nos hizo merced de preciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo. (2 Pe 1,3-4)

Mientras estamos en este cuerpo mortal nos resulta muy complicado alcanzar a comprender la grandeza de ese don. Por eso dice el Señor: “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4,10). Y San Pablo:

Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.(1ª Cor 13,12)

Y:

El Señor es espíritu, y donde está el espíritu del Señor, está la libertad. Todos nosotros a cara descubierta reflejamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, a medida que obra en nosotros el espíritu del Señor. (2ª Cor 3,17.18)

Cuando Dios nos rescata del pecado, nos sitúa en el camino que acabará haciéndonos semejantes a Él:

Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es. (1ª Jn 3,2)

Los que ya están en el cielo viendo a Dios cara a cara, han sido transformados en su gloria. Y aun así les queda recibir el regalo de la resurrección para alcanzar la gloria final. Sin embargo, ya en esta vida terrena el cristiano está llamado a ser luz de Dios en medio del mundo. Aun siendo todavía imperfectos, tenemos el deber de llevar a Cristo a los hombres que todavía están muertos en sus delitos y pecados:

Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo y seguimos los deseos de nuestra carne, cumpliendo la voluntad de ella y sus depravados deseos, siendo por naturaleza hijos de ira, como los demás. (Efe 2,1-3)

Triste y lamentable es la condición de los cristianos “carnales“. Aquellos que habiendo recibido del don de la vida eterna, todavía se conducen por el pecado y ceden ante la concupiscencia del primer Adán. La gran misericordia de Dios nos concede el perdón si volvemos nuestros ojos a Él arrepentidos, pero no es menos cierto que estamos llamados a ser santos como Él es santo (1ª Ped 1,16) y que sin santidad nadie verá a Dios (Heb 12,14).

Una pastoral que vaya dirigida a disminuir la gravedad del pecado y sus consecuencias en la vida es instrumento de condenación y no de salvación. Una pastoral que oculte la misericordia de Dios manifestada en la gracia que nos perdona y nos llama a ser santos, plenamente santos, y nos capacita para serlo, es igualmente instrumento de condenación y no de salvación. El Señor no nos deja en nuestros pecados. Nos perdona y nos transforma para que no vivamos en la esclativud de la condición pecadora. No se puede hablar solo del perdón sin anunciar la gracia que nos santifica. Es esencial recordar las palabras de San Pablo:

No os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla. (1ª Cor 10,13)

y:

Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito. (Fil 2,13)

Cristo mismo es el mayor ejemplo de sometimiento a la voluntad del Padre: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc 22,42). Y su Madre, la Virgen María, es igualmente ejemplo de como la gracia de Dios, que la llenaba por completo, la permitía aceptar la voluntad divina: “Dijo María: He aquí a la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Luc 1,38). Es por ello que los padres de la Iglesia señalaron que de igual manera que Cristo era el segundo Adán, la Virgen María era la segunda Eva y causa de nuestra salvación.

San Justino afirma:

Porque Eva, siendo virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra salida de la serpiente, dio a luz desobediencia y muerte; y María, la virgen, habiendo concebido fe y alegría al darle el ángel Gabriel la buena nueva (de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo que también lo engendrado de ella, santo, sería Hijo de Dios) respondió: Hágase para mí según tu palabra. Y de ella nació aquel de quien hemos demostrado hablaron tantas escrituras, por quien Dios destruye la serpiente con los ángeles y hombres que se le asemejan, mientras que libra de la muerte a quienes se arrepienten de sus malas acciones y creen en Él.

Y San Ireneo de Lyon explica:

Dos inocentes, dos personas sencillas, María y Eva, eran completamente iguales. Pero, sin embargo, más tarde la una fue causa de nuestra muerte y la otra causa de nuestra vida

No insistiremos lo suficiente en el papel de la Madre de Dios en el plan de salvación de Dios. En ella la Iglesia es ya todo lo que está llamada a ser. Y con la Iglesia, nosotros. Siempre en comunión con el Salvador, que es cabeza de la Iglesia.

Conclusión. No hemos recibido la vida eterna para actuar como si siguiéramos esclavos del pecado. No hemos recibido al Espíritu Santo para dejarle aparcado en nuestras ocupaciones, en nuestro día a día. Una vida así no es vida, sino muerte. E incluso una muerte más miserable que en la que andábamos antes de ser salvados. Como dice san Pedro:

Si, pues, una vez retirados de las corruptelas del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, sus postrimerías se hacen peores que los principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: “Volvióse el perro a su vómito, y la cerda, layada, vuelve a revolcarse en el cieno". (2ª Ped 2,20-22)

Porque Dios nos lo concede, digamos con el autor de Hebreos:

Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. (Hen 10,39

Recordemos las palabras de San Juan:

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1ª Jn 2,1)

Tengamos presente lo que nos anunció San Pedro:

No retrasa el Señor la promesa, como algunos creen; es que pacientemente os aguarda, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan a penitencia. (2ª Ped 3,9)

Vivamos pues, como verdaderos hijos de Dios y no como hijos de este mundo. Una vida que no es vida no merece ser vivida. La vida eterna está a nuestra disposición. Vivámosla.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) Me gusta especialmente el concepto de la Theosis, propia de la espiritualidad de los cristianos orientales -lo que incluye a los católicos bizantinos-. Cito del documento Jesucristo, portador del agua de la vida, de los Consejos pontificios de la Cultura y para el Diálogo interreligioso:

En el Prefacio al Libro V de Adversus Haereses, san Ireneo se refiere a «Jesucristo, que, por medio de su amor trascendente, se convirtió en lo que somos, para poder llevarnos a ser lo que él mismo es». Aquí la theosis, el modo cristiano de entender la divinización, no se realiza solamente en virtud de nuestros esfuerzos, sino con el auxilio de la gracia de Dios, que actúa en y por medio de nosotros. Naturalmente, esto implica una conciencia inicial de nuestra imperfección, incluso de nuestra condición pecadora, todo lo contrario de la exaltación del yo. Además, se despliega como una introducción a la vida de la Trinidad, un caso perfecto de distinción en el corazón mismo de la unidad: sinergia y no fusión. Todo esto acontece como resultado de un encuentro personal, del ofrecimiento de un nuevo género de vida. La vida en Cristo no es algo tan personal y privado que quede restringido al ámbito de la conciencia. Ni es tampoco un nivel nuevo de conciencia. Implica una transformación de nuestro cuerpo y nuestra alma mediante la participación en la vida sacramental de la Iglesia.

9 comentarios

  
Santi
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LF:
El suyo es el comentario más breve de la historia de este blog. Enhorabuena, :D
31/10/13 5:02 PM
  
Pacote
Santa Teresa de Jesús expresa esta verdad de la vida eterna con la belleza de la poesía.

"Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.

En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin él, y sin mí quedo,
¿este vivir qué será?
mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo, porque no muero.

Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero."



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LF:
Yo me deshago cada vez que lo leo. Hace más bello lo que es infinitamente bello.
31/10/13 9:36 PM
  
Juan Argento
Quiero acotar que los catolicos de rito latino decididamente compartimos el _concepto_ de divinizacion del hombre, si bien no usamos habitualmente el _término_ "divinizacion" (o "theosis") sino el de "salvacion".

El Catecismo en el #1999 habla de "la gracia santificante o divinizadora". Y en el #460 nombra como una de las razones por las que el Verbo se hizo carne el "hacernos partícipes de la naturaleza divina", citando los textos al respecto de S. Ireneo y S. Atanasio.

Personalmente comparto con LF la preferencia por el termino "theosis" o "divinizacion", porque "salvacion" puede interpretarse, y probablemente es frecuentemente interpretado, de una manera reduccionista, en el sentido de "salvarse del fuego eterno", que claramente no es poco pero que opaca toda la riqueza del don de Dios, que es muchisimo mas que eso. De hecho, Dios podria habernos "salvado" (del infierno) destinandonos a una felicidad natural perpetua, un "seno de Abraham" de duracion indefinida, en vez de a la vision beatifica.

Sugiero un texto del profesor de teologia de la Universidad de Navarra Lucas F. Mateo-Seco sobre el tema, titulado "Salvación y divinización. (La lección de los Padres)". Como el sistema no me permite poner el enlace, se encuentra buscando en google este texto exactamente como está escrito:

"Divinización del hombre, inhabitación trlnltaria y filiación adoptiva"

Así, con las dos primeras "i" de "trinitaria" cambiadas en "l", o sea ele.



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LF:
Amo mucho el rito en el que fui bautizado, pero sospecho que me moriré siendo un uniata de corazón, :)

Ya te he puesto el enlace.
31/10/13 9:53 PM
  
Manuel J. Vicente Montes
Coincido con el comentarista Juan Argento y con el autor de este post, Luis Fernando Pérez Bustamante, el gusto o preferencia por el término "theosis" o "divinizacion", en lugar de "salvación" precísamente por lo que indica Juan Argento respecto del significado reduccionista que tiene el término salvación frente al término divinización. En este punto yo quisiera preguntar al comentarista Juan Argento, y al propio autor de este post, el motivo de que el término "salvación" haya tenido mayor arraigo que el término "divinización" entre los católicos de rito latino, contrariamente a lo que ha ocurrido entre los católicos de rito bizantino. Mi ignorancia es oceánica en esta cuestión.

Gracias por adelantado, y un abrazo a ambos.

@majovimo


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LF:
Creo que la razón hay que buscarla en la mayor influencia en la teología oriental de la espiritualidad monástica. La totalidad de los obispos ortodoxos son monjes. Y salvo quizás en el siglo XIX y el XX, los mejores teólogos orientales también lo eran. De hecho, salvo el rumano Dumitru Stăniloae y el estonio de origen ruso Alexander Schmemann, no creo que haya habido grandes teólogos ortodoxos no monjes en el siglo pasado.
31/10/13 11:03 PM
  
Juan Argento
A Manuel J. Vicente Montes:

La razon mas importante que se me ocurre en este momento (sin haberme puesto a pensar mucho sobre el tema) para el uso preponderante del término "salvacion", es que es el más usado en la Biblia.

En el Antiguo Testamento, "salvacion" es el unico termino usado. Esto es lógico dado que el designio divino de la elevacion del hombre a la participacion de la vida divina es revelacion del Nuevo Testamento. De hecho, en el AT el termino en su significado literal muchas veces se refiere a salvacion a nivel temporal, si bien podemos leer los pasajes en un sentido espiritual significando la salvacion del alma.

Pero en el mismo Nuevo Testamento, tanto Jesús en los sinópticos como San Pablo usan habitualmente el término "salvacion". De hecho, hasta donde yo sé, la única mencion explicita de "participacion de la naturaleza divina" es 2 Pe 1,4, si bien el concepto está implicito en muchos pasajes del Evangelio y las cartas de Juan, como por ejemplo cuando Jesús dice "el que me come vivirá por Mí" o "el Espíritu es el que da la vida", y en el término "vida eterna", porque "eterna" implica necesariamente una participacion de la naturaleza divina, dado que solo Dios es eterno por naturaleza.

(Para los que no lo tengan claro, eternidad no es un "tiempo infinito", una sucesion infinita de momentos infinitesimales, sino un solo momento de infinita plenitud. Los teologos y filosofos de este sitio podran explicarlo mejor.)
01/11/13 12:25 AM
  
Juan Argento
Para los que tengan espíritu de estudio, un texto muy interesante sobre el tema de la divinizacion en los Padres Griegos, tal vez pionero del tratamiento del tema en el siglo XX en el catolicismo occidental, o por lo menos el hispanohablante, fue escrito por Xavier Zubiri en los años 30, y despues de dos años de examinacion de la autoridad eclesiastica recibio el Nihil Obstat en 1944. Menciono el tiempo y el año porque en esos años la aprobacion de la censura eclesiastica no se obtenia facilmente, para decirlo de manera suave. De hecho, para obtenerla Zubiri tuvo que poner una aclaracion categórica en el primer parrafo del trabajo, que cito a continuacion porque sirve para encontrarlo en google:

Las páginas siguientes son las notas fragmentarias y casi telegráficas de un curso sobre Helenismo y Cristianismo en la Universidad de Madrid (1934-1935) y de las reuniones que tuve la satisfacción de dirigir en el Circulo de Estudios del Foyer international des étudiants catholiques de la Ciudad Universitaria de París, durante los años 1937-1939. Tienen el carácter de mera exposición de unos textos neotestamentarios, tales como fueron vistos por la tradición griega. Son, pues, simples páginas históricas. Nada más. Lo subrayo enérgicamente.
01/11/13 12:48 AM
  
Juan Argento
Sobre el tema de la plena participacion de la vida divina en la vision beatifica, tema apropiado si lo hay para el dia de Todos los Santos que ya comenzó en España, puede ser util comentar que el mismo término "visión beatífica" tiende a reducir la realidad expresada, porque el nombre apropiado del estado de los bienaventurados en "el cielo" es "visión y amor beatíficos".

Me parece importante mencionarlo porque la participación en la vida divina se da justamente por el conocimiento y el amor sobrenaturales, esto es la fe y la caridad. (La gracia santificante es el "fundamento entitativo" de la caridad y siempre se reciben, crecen, se pierden y se recuperan juntas.) O sea, la participacion de la vida divina es conocer a Dios con un conocimiento que participa de aquel con que Dios se conoce a Sí Mismo, y en amar a Dios con un amor que participa de aquel con que Dios se ama a Sí Mismo. Si bien Jesús en Jn 17,3 menciona solamente el conocimiento ("Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo."), está claro que es un conocimiento vital que incluye el amor, no un conocimiento meramente intelectual.

Y sobre esta realidad de la vision y amor beatificos, la prioridad entre la vision y el amor es un tema respecto al cual disienten Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, como Benedicto XVI destacó en su catequesis del 17 de marzo de 2010, de la que cito dos parrafos:

En consecuencia, santo Tomás y san Buenaventura definen de manera diferente el destino último del hombre, su felicidad plena: para santo Tomás el fin supremo, al cual se dirige nuestro deseo, es ver a Dios. En este acto sencillo de ver a Dios encuentran solución todos los problemas: somos felices, no es necesario nada más.

Para san Buenaventura, en cambio, el destino último del hombre es amar a Dios, el encuentro y la unión de su amor y del nuestro. Para él esta es la definición más adecuada de nuestra felicidad.
En esta línea, podríamos decir también que la categoría más alta para santo Tomás es la verdad, mientras que para san Buenaventura es el bien. Sería un error ver una contradicción entre estas dos respuestas. Para ambos la verdad es también el bien, y el bien es también la verdad; ver a Dios es amar y amar es ver. Se trata, por tanto, de matices distintos de una visión fundamentalmente común. Ambos matices han formado tradiciones diversas y espiritualidades distintas, y así han mostrado la fecundidad de la fe, una en la diversidad de sus expresiones.

01/11/13 1:37 AM
  
Maga
Luis Fernando, he leído escritos de San Juan Clímaco y de Gregorio Palamás y también el concepto de Theosiis me resulta atractivísimo, así como la Oración del Corazón, que recomienda el mismo Catecismo y que yo, humilde pecador, he tratado de poner en práctica alguna vez.Por cierto, a mí San Ireneo de Lyon, al igual que San Agustín me ha influido muchísimio en mi maduración espiritual. En mi opinión, es el mejor Padre de la Iglesia del s. II. Tu artículo me parece muy sugestivo y magistral la intervención de Müller. Sin ánimo de hacer propaganda, aprovecho para decir que conb respecto a este tema me ha gustado mucho la obra de Soler, filósofo residente en Alemania colaborador de Infocatólica, editada en Junio en Ediciones Encuentro y titulada "La Mitología materialista de la Ciencia". Es altamente recomendable, en mi opinión.
01/11/13 4:01 AM
  
Rosa María
Editado:
Ya corregí el comentario. Gracias por avisar.
08/11/13 9:43 PM

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