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25.02.13

¡Extirpad al perverso de entre vosotros!

La Iglesia de Cristo se ha enfrentado siempre al problema de cómo tratar los casos de quienes viven en pecado público. A Dios gracias, tenemos un ejemplo claro de lo que conviene hacer en esas ocasiones. El capítulo 5 de la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios lo explica muy bien:

Es ya público que entre vosotros reina la fornicación, y tal fornicación, cual ni entre los gentiles, pues se da el caso de tener uno la mujer de su padre. Y vosotros, tan hinchados, ¿no habéis hecho luto para que desapareciera de entre vosotros quien tal hizo? Pues yo, ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, he juzgado ya cual si estuviera presente al que eso ha hecho.

Congregados en nombre de nuestro Señor Jesús vosotros y mi espíritu, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, entrego a ese tal a Satanás, para ruina de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.

No está bien vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Alejad la vieja levadura, para ser masa nueva, como sois ázimos, porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada. Así, pues, festejémosla, no con la vieja levadura, no con la levadura de la malicia y la maldad, sino con los ázimos de la pureza y la verdad.

Os escribí en carta que no os mezclarais con los fornicarios. No, cierto, con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras, porque para eso tendríais que saliros de este mundo. Lo que ahora os escribo es que no os mezcléis con ninguno que llevando el nombre de hermano sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con éstos ni comer; ¿pues qué a mí juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes os toca juzgar? Dios juzgará a los de fuera. ¡Extirpad al perverso de entre vosotros!

Si se hubiera hecho siempre caso a San Pablo, ¡cuántos escándalos nos habríamos evitado! Ciertamente la Iglesia no puede dedicarse a espiar la moralidad de sus miembros. Y el secreto en el sacramento de la confesión impide que se ponga en evidencia pública a quien peca en lo oculto. En ese caso, solo Dios y el confesor deben saber el pecado. Ahora bien, a lo largo de la historia de la Iglesia, también la reciente, hemos visto demasiados ejemplos de irresponsabilidad permisiva ante quienes viven notoriamente en una situación pecaminosa. No hace falta que los enumere.

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