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18.11.09

¿El suicidio de Europa?


El vídeo que hemos puesto en portada de InfoCatólica y que encabeza este post fue emitido en el programa de César Vidal en Es.radio hace algo más de un mes. Resumiendo, el reportaje asegura que con la actual tasa de natalidad, la civilización europea desaparecerá en la segunda mitad de este siglo, para ser sustituida por la civilización musulmana, debido a que los inmigrantes que profesan esa religión cuadriplican el número de hijos que tienen en comparación con los europeos “nativos".

Es evidente que las cifras dadas sobre la situación futura se basan en la teoría de que la tasa de natalidad en la comunidad musulmana se mantendrá en los niveles actuales. Yo pienso que tal cosa no ocurrirá. Es decir, el musulmán europeo se “europeizará” en ese ámbito y mientras que las familias musulmanas en Alemania tienen hoy una media de ocho hijos, probablemente se reduzcan a la mitad en la próxima generación. Incluso puede que esa tasa descienda aún más. En todo caso, eso sólo servirá para retrasar lo que ya parece un hecho innegable: la Europa que hoy conocemos será mayoritariamente musulmanas antes o después. Y no será gracias al proselitismo musulmán o al fundamentalismo islámico. Será una cuestión meramente demográfica. Las mujeres musulmanas tienen muchísimos más hijos que las “cristianas".

Hace unos días dije que en España el futuro del cristianismo sería mejor dado el hecho de que las únicas familias numerosas que surgen ahora proceden de matrimonios católicos practicantes. En el caso de los neocatecumenales, eso es especialmente cierto. Y también conozco bastantes familias filo-opus que no se conforman con “la parejita". Con todo, dudo que puedan competir con la inmigración magrebí, sobre todo si la misma sigue aumentando.

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De la Cruz a tu cruz tras dejarlo todo en manos de Dios

Hace un rato he visto el vídeo que abre este post. Es ciertamente impresionante. Nick, un minusválido sin manos y sin piernas, explica a un grupo de jóvenes que lo peor cuando uno se encuentra en una situación desesperada no es la situación en sí, sino el rendirse y no luchar por salir de ella. Ciertamente hay muchas personas que tienen una especie de capacidad natural o adquirida para salir con la cabeza bien alta de casi todo tipo de problemas y desgracias. Ahora bien, ni todo el mundo puede hacer tal cosa ni el mero esfuerzo humano vale para saltar el abismo que separa la felicidad de la vida desdichada.

La tentación pelagiana es muy fuerte, no sólo para el incrédulo, que a falta de Dios queda a merced de sí mismo, sino también para muchos que se dicen cristianos. Cuando Abraham quiso “ayudar” a Dios a cumplir su promesa de tener un hijo a una edad muy avanzada y con una esposa ya estéril, el resultado no pudo ser más desastroso. Cuando Pedro quiso ayudar a Cristo a no sufrir, se encontró con una respuesta dura de su Señor y luego pudo comprobar su propia incapacidad para ser fiel a quien tanto quería. En definitiva, cuando el hombre quiere ocupar el lugar que sólo corresponde a Dios, acaba fracasando.

Hay situaciones en la vida en las que sólo Dios puede dar la salida, la respuesta adecuada, las fuerzas para salir adelante. Tan cierto como que el hombre no puede por sí solo salir de sus abismos es que no hay abismo lo suficientemente profundo del que Dios no pueda sacarnos. La gracia es mucho más que un concepto teológico que aparece en la Biblia y sobre el que han escrito santos y doctores de la Iglesia. Es, ni más ni menos, que el motor que da vida al que cree. Es Dios mismo actuando en nuestras vidas para llevarnos a Él, aunque para ello haya que pasar por mil y uno peligros. Tanto si nos encontramos debajo de una losa que amenaza con acabar con todo aquello a lo que amamos, como si se nos pone delante una tarea para la que sabemos que no tenemos fuerza para afrontarla, Dios viene en ayuda nuestra. Es más, quiere que pongamos en sus manos todo, porque no es Él quien necesita de nosotros sino nosotros de Él. Y todo tiene además sentido, pues cuando eres consciente de que Dios te ha levantado del fango, te resulta más fácil amarle y darle las gracias. Ay de aquellos que no se dejan ayudar por Dios y que confían sólo en sus propias fuerzas para salir adelante. Difícilmente podrán alcanzar un buen grado de comunión con el Señor.

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