Juliano el Apóstata gobierna hoy Barcelona
Como en muchas otras ciudades importantes del mundo, Barcelona tiene su “cuota” de pobres que viven tirados por la calle. Se trata de personas que han llegado a ese estado por diversas circunstancias. De hecho, siempre están allí tanto si hay crisis económica como si no, aunque es evidente que en tiempos de crisis aparecen más. En no pocas ocasiones, son hombres y mujeres que padecen algún trastorno de personalidad o que han abandonado todo interés en vivir una vida “normal”. Unos van de acá para allá por todo el país y otros deciden instalarse en una localidad concreta. Yo conocí a unos cuantos el mes que estuve trabajando para Cáritas diocesana de Huesca atendiendo a los conocidos como “carrileros".
La Asociación de Jóvenes San José entiende que el ser católico consiste no solo en ir a Misa los domingos y fiestas de guardar y en dar un donativo de vez en cuando a Cáritas. Esos muchachos se toman muy en serio lo de dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Y por ello llevan años saliendo a las calles de Barcelona para dirigirse a esas personas que viven en estado de exclusión social. No solo les dan alimentos. Les dan, sobre todo, calor humano. Algo que JAMÁS de los JAMASES puede hacer un ayuntamiento. Desde las administraciones públicas se puede impedir que alguien se muera de hambre, pero difícilmente se puede cubrir la carencia afectiva de los que viven así.
Es por ello especialmente indignante que el consitorio de Barcelona quiera impedir a los Jóvenes de San José seguir con la labor de atención humanitaria a los más necesitados. Hay que ser muy mala persona para estar al frente de un ayuntamiento y permitir eso. Hay que ser muy mala gente para anteponer la “imagen de la ciudad” a la labor humanitaria de unos jóvenes que hacen una labor voluntaria encomiable.
A lo que se ve, al alcalde de Barcelona -directamente o como cómplice necesario- le molesta que en su ciudad haya gente que se dedique a alimentar a los pobres fuera del circuito oficial de la asistencia social pública. O sea, “de los pobres nos encargamos nosotros. Vosotros sobráis". Pues no, quien sobra es un político que permite esas cosas. Quien sobra es una administración que se permite la osadía de amenazar a católicos por hacer lo que el evangelio les manda hacer. Quien sobra es una casta política corrupta, necia, desleal y traidora, que hace cada vez más difícil el que los ciudadanos de bien cumplan con paz en su alma aquello de “dar al César lo que es del César". El César en Barcelona es un ser despiadado, sin alma, celoso de la labor de los hijos de Dios.
Y lo más patético del caso es que el alcalde de la Ciudad Condal pertenece a una coalición política, Convergencia i Unió, cuyo segundo partido pretende tener raíces cristianas. ¡Toma raíces!, ¡toma cristianismo! y ¡toma derecha conservadora!
Tengo la sospecha de que si los que atendieran a los pobres de la manera que lo hacen los Jóvenes de San José, pertenecieran a alguna ONG progresista, el ayuntamiento no osaría pedirles que se quitaran de en medio. Pero una vez más vemos que para determinada clase gobernante los católicos comprometidos sobran. Son molestos. Hacen visible las miserias de una sociedad apóstata y una clase política incapaz de servir al bien común.
Juliano el Apóstata fue el último emperador romano pagano. Intentó resucitar el antiguo culto a los dioses y demostró fehacientemente su desprecio a los cristianos. Pero dijo algo que señalaba bien a las claras el porqué de su inquina contra los seguidores de Cristo: “es vergonzoso que los impíos Galileos (cristianos) alimenten, además de los suyos, también a los nuestros“. Eso es, ni más ni menos, lo que el ayuntamiento de Barcelona ha dicho a los Jóvenes de San José. Doy por hecho que desde la archidiócesis de Barcelona se hará algo para apoyar públicamente a esos hijos fieles a Dios y fieles a la Iglesia. No se entendería lo contrario.
Luis Fernando Pérez Bustamante