La infidelidad de Berríos es la infidelidad de la Compañía de Jesús
Llevo ya unos cuantos años escribiendo centenares de artículos en defensa del Magisterio de la Iglesia e implorando a la misma que ponga orden en sus filas, de manera que aquellos que desde dentro atacan pertinazmente a sus enseñanzas, llegando al extremo de ridiculizarlas en público, sean apartados de cualquier tipo de ministerio sacerdotal o de enseñanza. Pues bien, en todos estos años nunca antes me había encontrado con una confesión de impotencia tan radical como la que acaba de hacer Monseñor Bacarreza, obispo de Santa María de los Ángeles, al respecto del sacerdote jesuita Felipe Berríos. Dice el obispo chileno: “Los Obispos no hemos tenido poder para conseguir que sus superiores lo moderen".
En esa frase se resumen dos de los males -hay más- que amenazan el presente y el futuro inmediato de la Iglesia. Por una parte, denota que existe una orden religiosa, la Compañía de Jesús, que se queda de brazos cruzados ante el espectáculo denigrante que, un día sí y otro también, ofrece ante todo el mundo uno de sus miembros. Por otra, demuestra que los obispos están inermes debido a la autonomía de esa orden religiosa, que en teoría sólo está sujeta a Roma. Lo de “teoría” no lo digo porque dude que alguien aparte de Roma pueda “sujetar” a dicha orden, sino porque dudo mucho que la Compañía de Jesús, con su Prepósito General a la cabeza, quiera sujetarse de verdad a ninguna autoridad eclesial, incluida la del Santo Padre. Son tantos los ejemplos en los que tal hecho no ocurre, que me parece perfectamente legítimo opinar que la orden fundada por San Ignacio de Loyola es, a día de hoy, un claro ejemplo de iglesia paralela que ha optado por permitir que en su seno existan herejes y cismáticos disfrutando del amparo de unos superiores, cómplices de sus herejías y sus actitudes cismáticas.
En España, sin ir más lejos, hemos tenido un ejemplo bien reciente de un jesuita que se choteaba y se burlaba tanto del Magisterio de la Iglesia como del episcopado español. Me refiero al insigne padre Juan Masiá, sj. Finalmente alguien en Roma debió de dar un puñetazo encima de la mesa y logró que el “bioético” obedeciera y cerrara el blog desde el que atacaba la doctrina católica. Pero nadie nos ha garantizado que no siga haciendo lo mismo en Japón, país al que se fue de ¿misionero? hace unas cuantas décadas. Con Masiá se nos aplicó a los católicos españoles fieles al Magisterio aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente”.
En Chile tienen a su propio Masiá, que allá se llama Berríos. Con la particularidad de que la presencia y repercusión mediática de Berríos en Chile es muy superior a la de “nuestro” Masiá en España. Pero tanto uno como el otro demuestran que la Iglesia tiene un serio problema con la Compañía de Jesús. La infidelidad de esos dos sacerdotes y tantos otros jesuitas que han supuesto un verdadero obstáculo para la comunión eclesial, es la infidelidad de la orden que los ha formado, que los mantiene en su seno y que, salvo presión al más alto nivel -desde luego no vale la de un “simple” obispo o un “simple” cardenal- no mueve un dedo para al menos ordenarles que se callen.
A grandes males, grandes remedios, dice el refrán. Benedicto XVI predicó el otro día una gran verdad al clausurar el Año Sacerdotal. Dijo que “también la Iglesia debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones“. Pues bien, puede empezar por Berríos. Su nombre es el primero de una lista que me temo pueda ser interminable, pero más vale tarde que nunca. El Santo Padre añadió que “el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente. Como si ya no fuese un don de Dios, la perla preciosa que no dejamos que nos arranquen“. A lo cual yo digo amén. Pero también digo que debemos tener en cuenta lo que dijo Cristo:
Mt 7,25-28
Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, pero no cayó. Pero el que me oye estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, y cayó con gran ruina. Cuando acabó Jesús estas instrucciones, se maravillaban las muchedumbres de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene poder, y no como sus escribas.
Igualmente, de poco vale que el Papa diga que hay que usar la vara para acabar con la herejía si luego la misma se queda en un rincón, sin más función que la decorativa. El Papa habló con la autoridad que Cristo dio a su Iglesia y, especialmente, a Pedro. Pero si sus palabras se las lleva el viento, y los Masiá, Berríos y demás frailes, religiosos sacerdotes, monjas y teólogos heterodoxos siguen campando a sus anchas, vendrán los torrentes del error, los vientos de doctrinas de los que hablaba San Pablo (Ef 4,14) y arrasarán la Iglesia, si es que no lo han hecho ya en muchas zonas del planeta.
Pasemos de las palabras a los hechos. Que los obispos que tienen conciencia de su deber de velar por la sana doctrina -p.e, Mons. Bacarreza-, reciban plena autoridad para acabar con aquellos que se amparan en órdenes religiosas para puentearles. La Iglesia puede sobrevivir sin religiosos, pero no sin obispos. No digo que se supriman las órdenes. Digo que se reformen para que sean fieles a su carisma fundacional. Digo que se pongan bajo la autoridad eclesial no sólo del Papa, sino de cada obispo en su diócesis. Roma quizás no puede llegar a todas partes, no puede controlarlo todo. Los obispos, sí. Donde no llega Pedro, llega Pablo, o Tito, o Timoteo. Pero ya está bien de dejar a los fieles en manos de lobos que envenenan a las ovejas con el error, antes de enviarlas al matadero de la condenación eterna.
Reforma o apostasía. La apostasía la tenemos delante de nuestros ojos. ¿A qué esperamos para la Reforma? La Iglesia necesita mártires por la verdad. Y los tendrá.
Pax, bonum et veritas.
Luis Fernando Pérez