Una reforma necesaria

El anuncio de una posible reforma de la reforma litúrgica llevada a cabo tras el Concilio Vaticano II está poniendo de los nervios a no pocos católicos practicantes. Surgen los típicos tópicos y el temor a la vuelta a la misa en latín, con el cura “de espaldas” al pueblo, etc. Por otra parte, somos muchos los que vemos con buenos ojos aquello que empieza a anunciarse, aunque todavía no sabemos bien todos los detalles del documento que supuestamente ha aprobado el Papa. De hecho, esa es la primera queja que cabría hacer: ¿Por qué algo que ha aprobado el Papa en abril tiene que filtrarse a medias, a un vaticanista, a finales del mes de agosto? ¿cuándo se van a concienciar en el Vaticano que en la era de los medios de comunicación modernos, sobre todo de internet, los documentos no se pueden mantener durante meses en la nevera? Ahora asistiremos a unos días o semanas de rumores, presunciones, dudas, inquietudes, etc. Cuanto antes se publique el documento, mejor. Y si no hay tal texto o no hay tal aprobación papal, que lo desmientan inmediatamente.

Sea como sea, no hay que ser muy perspicaz para intuir que en este pontificado vamos a asistir a la anunciada “reforma de la reforma". Quienes hemos conocido las opiniones del Papa sobre la liturgia tanto durante su etapa como cardenal como en sus alocuciones como Vicario de Cristo, esperábamos que antes o después se pasara de las palabras a los hechos. Y aun así, he de decir que, antes que implementar la reforma, es más importante acabar con las incorrecciones y abusos litúrgicos actuales. Resultará cuanto menos peculiar que se pida a los fieles que tomen la comunión en la boca y de rodillas mientras se permite que en Entrevías se comulgue con rosquillas, en las Romaxes se produzcan bacanales litúrgicas inaceptables y en Austria se pasen el canon por el arco del triunfo. En ese sentido, por mucho que desde Roma se den indicaciones, mientras los obispos no se conciencien de una vez por todas de que entre sus responsabilidades está el acabar con dichos abusos, no avanzaremos gran cosa en el camino hacia la recuperación del sentido de lo sagrado, cuya ausencia tanto mal ha causado a tantos católicos, siendo que la mayoría de ellos ni siquiera son conscientes de lo que se les ha hurtado. No hace falta que diga que esto que digo no se aplica a los muchos sacerdotes que celebran dignísimamente el Novus Ordo.

Respecto a la vuelta del latín, lo que debemos preguntarnos no es el por qué ha de regresar sino por qué se fue. Porque, señores míos, el concilio fue muy claro al respecto. Cito de la Sacrosanctum concilium:

36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.

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En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.

Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín
las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.

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101. §1. De acuerdo con la tradición secular del rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar para los clérigos la lengua latina. Sin embargo, para aquellos clérigos a quienes el uso del latín significa un grave obstáculo en el rezo digno del Oficio, el ordinario puede conceder en cada caso particular el uso de una traducción vernácula según la norma del artículo 36.

Después de leer todo eso, ¿alguien puede decir que la vuelta al latín es una cuestión preconciliar? Pues quien así lo diga falta a la verdad por ignorancia o miente a sabiendas. Así que insisto: ¿quién o quiénes tuvieron la ocurrencia de hacer desaparecer por completo el latín de la Misa de rito latino, desobedeciendo de esa manera al concilio?

Como todavía no conocemos lo que de Roma nos va a venir, sólo podemos especular con qué partes de la liturgia se pedirá que sean recitadas en latín. Puede ser el credo, el padrenuestro, el sanctus, la consagración… no sabemos. Como no va a ser fácil convencer a muchos fieles para que se pongan a memorizar todo eso en latín de un día para otro, lo más fácil es dar a todo el mundo que asiste a Misa un papelito con el texto en latín y la traducción en castellano a un lado. Tampoco debe ser ningún drama, como no lo es que en Navidad cantemos el Adeste Fideles en la lengua de Cicerón. Pienso también en la labor de los catequistas, en su mayor parte desconocedores del latín, y a quienes ya cuesta un potosí enseñar a rezar en español a los niños descristianizados que les llegan para preparase para la primera comunión.

Parece seguro que se dará bastante tiempo para que la reforma se vaya implantando en toda la Iglesia. Al contrario de lo que ocurrió con la implantación, manu militari, del Novus Ordo, no está previsto que ahora se exija que en un año todas las misas se celebren conforme a las nuevas disposiciones. Y aunque se exigiera, no parece que la autoridad de la Iglesia pase por sus mejores momentos como para que pensemos que unas órdenes en ese sentido vayan a ser obedecidas por quienes tienen que cumplirlas. Ya veremos si no surgen nuevos focos de conflicto. Seguro que algunos ya están preparando el camino para una rebelión abierta contra esta nueva reforma. Nihil novum sub sole.

En definitiva, quienes amamos la buena liturgia estamos de enhorabuena. En realidad, todo el pueblo de Dios debe de estar de enhorabuena aunque no todos lo logren entender y aceptar en primera instancia. Pero poco a poco, según veamos que se van llevando a cabo los cambios, se comprenderá la necesidad de esta medida y, sobre todo, nos lamentaremos de que no se hubiera llevado a cabo antes. Aunque, como dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena.

Luis Fernando Pérez Bustamante