He dicho que no, y es que no, que no y que no
“Non serviam” es la frase atribuida a Satanás y sus ángeles como muestra de su rebeldía ante Dios. No pocos hombres han seguido sus pasos. El “no” a Dios es un “no” a la vida y un “sí” a la muerte, pero los hay que han elegido pasar la eternidad separados de la vida a morir a sí mismos para vivir siempre en el Señor. La rebeldía está en la raíz de toda perdición. El aceptar que no tenemos la última palabra o, mejor dicho, que esa última palabra no depende de nuestros deseos sino de la autoridad de alguien por encima de nosotros, es lo que separa al hombre del abismo. Y si eso es cierto para todos, en mayor medida lo es para quienes han sido iluminados por el Espíritu de la verdad. Un pagano incrédulo tiene los ojos cerrados ante la luz que puede conducirle hacia la vida eterna, pero el cristiano tiene ojos para ver, oídos para oír y piernas para andar por el camino de la salvación. No hemos recibido una ley escrita en piedras y pergaminos sino al Espíritu Santo que nos conduce hacia la verdad completa, hacia Cristo nuestro Salvador. Por tanto, no tenemos excusa para rebelarnos contra la autoridad divina.
Cuando Cristo envió a sus apóstoles a predicar el evangelio les dio autoridad para hacer discípulos de entre todas las naciones. Pero esa autoridad no acaba en el mero anuncio de las buenas nuevas. Se extiende también al gobierno y pastoreo de los que por la fe y el bautismo pasan a pertenecer a la Iglesia. Por tanto, el cristiano que se opone a la autoridad que el Señor ha establecido para su Iglesia entra peligrosamente en la misma senda de los que dijeron aquel primer “non serviam". Ya lo dijo Cristo: “… y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano” (Mt 18,7). Se equivocan quienes piensan que son Iglesia a la vez que desobedecen a sus legítimos pastores. Como los ángeles rebeldes son expulsados del cielo, así los cristianos rebeldes son expulsados de la Iglesia. Solo que lo de aquéllos no tiene remedio y lo de éstos sí, en caso de que se arrepientan.
Dice también la Escritura (Lc 16,10) que quien es fiel en lo poco, lo es en lo mucho. Pero también ocurre lo contrario. Quien en los pequeños detalles se muestra rebelde a la autoridad, antes o después acaba enfrentándose a la misma en temas mayores. Resulta por ello especialmente triste ver la reacción de muchos ante la mera posibilidad de que la Santa Sede decida acometer la “reforma de la reforma” en el terreno litúrgico. Lo primero que sale de sus bocas es un “¡¡no!!” rotundo y tajante. Luego toca adornar esa negativa con todo tipo de argumentos, más o menos elaborados, pero siempre con el “no” por delante. Incluso hay quien amenaza con no asomar por misa si al final se impone el latín, la comunión en la boca y de rodillas y el sacerdote celebrando “de espaldas” al pueblo. Son como los que se niegan a beber agua si se cambia el pozo desde donde se saca. Prefieren morir de sed antes que ceder. Pues de ellos se puede decir ciertamente que no les aprovecha el agua que están bebiendo ahora, pues si su alma no está dispuesta, y su rebeldía muestra que no lo está, poco líquido pueden retener para cuando lleguen los tiempos de sequía.
Con esto no estoy diciendo que si uno no acepta la misa en latín se va a condenar. No, en realidad lo de menos es casi el latín o el no latín. Lo esencial es la disposición del fiel a aceptar lo que de la Iglesia le venga. Si en alto tan importante como el culto a Dios nos vamos a poner farrucos, ¿qué no haremos ante lo demás? ¿decidiremos nosotros qué es aquello en lo que podemos obedecer y qué no? ¿es esa la condición del discípulo?
Vivimos en una época en que basta con que la Iglesia diga, mande o siquiera sugiera algo para que asomen hordas de católicos a decir “non serviam". Deberían reflexionar y hacer examen de conciencia antes de seguir auto-engañándose. Porque, no lo olvidemos, el principal engaño de Satanás a los primeros padres fue el intento de convencerles de que la rebeldía contra Dios no sólo estaba justificada, sino que les traería muchos beneficios. Tantos, al menos, como los que los rebeldes de hoy aseguran que tendrá la Iglesia si ellos persisten en eso que llaman cristianismo “maduro". Más “maduro” que ellos era Satanás y ya hemos visto cómo acabó.
Luis Fernando Pérez Bustamante