(703) Isabel la Católica, reina misionera
–No creo que el tapiz exprese la sobriedad que tenía la Reina Isabel en todo.
–Así es. Pero sí expresa la veneración que le tenían los que hicieron más tarde el tapiz, en el siglo XVI, recordando su boda.
Una buena noticia (17-01-2023). El arzobispo de Valladolid, Mons. Luis Argüello, ha decidido proseguir la causa de beatificación de la reina Isabel la Católica. Ha reactivado los trabajos de la Comisión diocesana encargada de tal objetivo. Reunida la Comisión bajo su presidencia, Mons. Argüello informó de los trabajos realizados por este órgano en los últimos años, y de las gestiones de los arzobispos de Valladolid, tanto en el ámbito de la Conferencia Episcopal como en Roma.
Nota. –Celebrando la decisión de Mons. Argüello, me ha parecido conveniente re-publicar abreviado y algo modificado un artículo mío de 2017, el (460).
–Reyes misioneros
El papa Alejandro VI (Inter cætera, 1493) concedió la soberanía del Nuevo Mundo a los Reyes hispanos con la condición de que promovieran allí la evangelización misionera. Pues bien, como dice el historiador Pedro Borges,
«desde el momento en que los monarcas españoles» asumieron esa responsabilidad, enviaron continuamente misioneros al Novus Orbis: «he aquí por qué, desde el siglo XV al XIX, e independientemente de cualquier interpretación que se le pudiera dar a la bula Inter cætera, e independientemente también de la mayor o menor religiosidad personal de cada monarca, la Corona española consideró siempre suya, y de hecho le incumbía, la responsabilidad espiritual de América y, por lo mismo, la del envío a ella de los misioneros necesarios como único medio para responder de dicha responsabilidad» (Autores varios, Evangelización y teología en América, Simposium Internacional, Univ. Navarra 1990, pg. 577. En adelante, Evangelización y pg.).
Los Reyes Católicos, fieles a los compromisos espirituales de su Patronato regio, ya para el segundo viaje de Colón (1493), en virtud de la Bula Piis fidelium (25-06-1493), enviaron una pequeña expedición de misioneros, presidida por el monje Bernardo Boil, benedictino de Montserrat, como Vicario Apostólico en las Indias Occidentales. Esta primera misión no prosperó, en buena parte por la ignorancia de la lengua indígena. Pero en las Capitulaciones del tercer viaje (1498) los Reyes insisten:
«Item, se ha de proveer que vayan a dichas Indias algunos religiosos clérigos y buenas personas para que administren los sacramentos a los que allí están y procurarán de convertir a nuestra santa fe católica a los dichos indios» (Evangelización 583). Lo mismo disponen los Reyes Católicos en las Instrucciones dadas a Ovando (1501). Y la misma voluntad se expresa, con intensidad apasionada, como veremos, en el Testamento de la reina Isabel (10-11-1504). Fernando el Católico da análogas Instrucciones a Diego Colón (1509), ordenadas después en las Leyes de Burgos (1512).
Carlos I (1516-1556) dió un fuerte impulso al paso de misioneros a las Indias, y para ellos consiguió del papa Adriano VI el Breve Omnimoda (1522), en el que se organizaba mejor el esfuerzo misionero y se daba a los evangelizadores omnímodas facultades canónicas. Y un celo misional semejante mostró Felipe II (1556-1598).
En fin, puede decirse que en los tres siglos que duró la presencia hispana en América, el apoyo de los Reyes a la evangelización y desarrollo de los indios fue continuo, aunque ya en el siglo XVIII, bajo la dinastía de los Borbones, hasta la Independencia, este apoyo fue decreciendo claramente por obra de ministros liberales de la Ilustración.
–La reina Isabel, promotora de los derechos humanos
Todos los historiadores que andan por la verdad, reconocen a Isabel la Católica como la gran promotora de los derechos humanos, es decir, del Derecho de gentes, del que fueron vanguardia los teólogos españoles de la Escuela de Salamanca, como el dominico Francisco de Vitoria (1483-1546), y que darían como fruto un conjunto de leyes admirables, recopiladas en las Leyes de Indias (Carlos II, 1680).
Los Reyes, que oficialmente fueron llamados Católicos, entendían que su Reino estaba sujeto a las leyes de Dios, y que éstas fundamentaban un orden moral natural, objetivo e inviolable. Aplicaron, pues, fielmente la línea abierta por el Papa Clemente VI a mediados del XIV, y reconocieron a los indígenas de las tierras recién descubiertas como seres humanos, dotados de derechos humanos, es decir, inherentes a su propia naturaleza, creada por Dios.
De esta primacía operante del fin religioso procede, sin duda, que desde el principio la Corona no quiso tener esclavos, sino súbditos. Hasta las independencias americanas de comienzos del XIX, un peruano o mexicano era tan español como un andaluz o un aragonés. En este aspecto, como observa Salvador de Madariaga,
«la idea de Colonia en su sentido moderno no existía en la España del siglo XVI. Méjico, por ejemplo, una vez conquistado, vino a ser otro de tantos Reinos [Virreinato de Nueva España] como los que constituían la múltiple Corona del Rey de España, en lista con Castilla, León, Galicia, Granada y otros de la Península, con Nápoles y Sicilia y otros de Ultramar –reinos de todos los que el Rey de España respondía ante Dios–» (Hernán Cortés, Espasa, Madrid 1967, 543-544). Es decir, «la colonización en el sentido moderno de la palabra, el desarrollo económico de un pueblo atrasado a beneficio de la metrópoli, no existía todavía» (ib. 47). Lamentablemente, sin embargo, este espíritu colonizador se hizo predominante en el siglo XVIII, con el pensamiento irreligioso de la Ilustración y del Liberalismo después.
Éste es el pensamiento que la Reina expresa, como veremos, en el Codicilo de su Testamento, en el que sintetiza perfectamente toda la doctrina sobre los derechos de los indígenas. Los hombres nacen como criaturas de Dios, y por este nacimiento están dotados de unos derechos sobre su vida, libertad y bienes, que les son naturales, que son inherentes, por tanto, a su naturaleza humana, y no simplemente concedidos por una autoridad política exterior a ellos.
–Isabel la Católica, reina santa y misionera
La Reina Isabel fue una santa. En el V Centenario de su muerte, en 2004, la Comisión «Isabel la Católica», establecida en Valladolid, hizo llegar a Juan Pablo II, procedentes de España y de Hispanoamérica, 105.600 cartas favorables a la Causa de Beatificación de la Reina Isabel la Católica, ya iniciada en 1958.
La Congregación de los Santos aprobó en 1974 la Positio super scriptis. Pero la Causa quedó paralizada después, frenada por ignorancias y prejuicios de carácter político. En 1990 se editó en Valladolid la Positio historica de la Reina, como fruto de un vasto estudio de más de 100.000 documentos de los principales archivos españoles e iberoamericanos.
En 1999 dos tercios de los Obispos españoles votaron a favor de «solicitar al Santo Padre la prosecución del proceso de beatificación y canonización de la Reina Isabel I de Castilla y León», promotora principal de la civilización y evangelización de América.
–Reina admirable y admirada
Isabel la Católica ha sido objeto de muchos estudios, en los que se aprecia que ya en su tiempo suscitó la veneración de sus súbditos, y también de no pocos extranjeros, que la consideraban una mujer santa y ejemplar. Ella promovió la unión de los Reinos, la integración de los nobles en la monarquía, la reforma de la sociedad, de los eclesiásticos y de los religiosos, el progreso de la cultura y de las universidades, la civilización y evangelización de América.
Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia, afirma que la Reina Isabel es «el personaje de mayor relieve de toda la historia de España» («Alfa y Omega» 21-03-2002).
Jerónimo Münzer, médico alemán, escribe a fines del siglo XV en un libro sobre su viaje por España:
«Estoy convencido de que el Todopoderoso ha enviado del cielo a esta mujer religiosísima, piadosa y dulce, para, en unión con el rey, levantar a España de su postración» (Luis Suárez, Isabel I, Reina, Ariel, Barcelona 2000, 113).
Bartolomé de las Casas la menciona como «la sancta reyna doña Ysabel».
El Cardenal Cisneros, que fue su confesor, dejó escrito:
«Desaparece una Reina que no ha de tener semejante en la tierra, por la grandeza de alma, pureza de corazón, piedad cristiana, justicia a todos por igual».
La bondad caritativa de su corazón de madre se muestra, por ejemplo, en cómo recoge, cuida y educa a los hijos ilegítimos de Juana, la mujer de Enrique IV; a los hijos ilegítimos de su propio marido Fernando; o incluso a los sacrílegos del Cardenal Mendoza. La ternura que hacia éstos, concretamente, sentía llega a provocar la crítica de su confesor fray Hernando de Talavera: «da la impresión de que usted está legitimando el fruto del pecado». Pero ella le responde que lo importante es que estas almas no se pierdan.
No es normal que la causa de beatificación de la Reina Católica avance tan lentamente. ¿Cuál será la causa principal?
–La expulsión de los judíos
Esta expulsión es esgrimida por algunos como una descalificación total de la reina Isabel. Pero esa actitud nace de la ignorancia o de la malicia. En Isabel la Católica no hay signo alguno de antisemitismo, como puede comprobarse porque no pocos hombres de su mayor confianza eran de origen judío –Alonso de Cartagena, fray Hernando de Talavera, su confesor, y otros–. Consta documentalmente su preocupación personal por evitar abusos en los bienes de los judíos. La Real Provisión de 18 de julio de 1492, por ejemplo, castigaba todo maltrato o injusticia contra las judíos del Reino.
Luis Suárez hace notar sobre esto:
«En el siglo XV, en todos los países, la ciudadanía estaba ligada al principio religioso, de modo que el no fiel podía ser un huésped tolerado y sufrido –ésta es la frase exacta que utilizan los documentos–, pero no un súbdito. Al huésped, al que se cobra una determinada cantidad por cabeza a cambio del derecho de estancia, se le podía suspender ese permiso [expulsarlo]. Lo habían hecho ya Inglaterra, Francia y todas los países europeos conforme llegaban a su madurez política. De modo que España fue el último. Se trata, en todo caso, de un error colectivo, general y no de una decisión personal. ¿Saben ustedes que el claustro de la Universidad de París se reunió para felicitar a los reyes por la medida que, al fin, habían tomado?» («Alfa y Omega» 4-IV-2002).
–El Testamento de Isabel la Católica
La reina Isabel ve que su vida se va acabando, y se siente inquieta por la suerte de los indios, de modo que mes y medio después de hacer su Testamento, días antes de morir, «entre los días 12 de octubre y 25 de noviembre de 1504», le añade un Codicilo en el que expresa su última y más ardiente voluntad (Suárez, Isabel I, 414):
«Por cuanto, al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las islas y Tierra Firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra Santa Fe católica, y enviar a las dichas islas y Tierra Firme prelados y religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas en la Fe católica y enseñarles y doctrinar buenas costumbres y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las cartas de dicha concesión se contiene.
«Por ende suplico al rey mi señor afectuosamente, y encargo y mando a la dicha princesa mi hija y al dicho príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin y que en ello pongan mucha diligencia y no consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es infundido y mandado».
Ya lo ven. Días antes de morir, Isabel la Católica expresa como Reina, en un Codicilo añadido a su Testamento, que sus herederos mantengan la unidad de la fe en España y defiendan los derechos de los indígenas americanos. Éste fue el último latido de su corazón.
* * *
–Elogios a la reina Isabel
El coro de quienes dedican a la Reina Isabel de Castilla elogios extremos es innumerable. Y sorprendente, porque integran ese coro tanto españoles como extranjeros, católicos o increyentes. Por eso quienes denigran su memoria manifiestan su ignorancia o su malicia.
Fray Bartolomé de las Casas, OP (1484-1566), Obispo de Chiapas, México, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1562), describe los males causados en la Española y otros lugares «desde que allá se supo la muerte de la serenísima Reina Doña Isabel»…
Estos abusos «por la mayor parte y casi todos se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado y admirable celo por la salvación y prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos y manos los ejemplos de esto». (Perú Cristiano, blog: El testamento de Isabel, 3-09-2017).
Erasmus Darwin (1731–1802), naturalista y filósofo británico –abuelo del biólogo evolucionista– hacia 1800, ante la cámara de los Comunes, se declaraba
admirado «por cómo tratan los españoles a los indios como semejantes, incluso formando familias mestizas y creando para ellas hospitales y universidades, pues he conocido alcaldes, obispos y hasta militares indígenas, lo que redunda en paz social y bienestar» (Antonio Escohotado, en Libertad Digital 14-10-2017).
Washington lrving (1783-1859), escritor estadouniense:
«Es admirable la íntima dependencia que la felicidad de las naciones tiene, a veces, de las virtudes de ciertos individuos… Fue el suyo [Isabel la Católica] uno de los más puros espíritus que jamás gobernara la suerte de las naciones». (Ver cita anterior de “Perú cristiano", sobre el P. Las Casas).
Pío XII, al recbir a un embajador de la América hispana:
«Venís de aquellas tierras del Nuevo Mundo hacia las que volvieron los ojos moribundos de la gran Isabel, en cuyo espíritu singular querríamos evocar no tanto la fortaleza de su visión política, cuanto las ansias maternales de paz dictadas por un concepto profundamente cristiano de la vida, que pedía, para los que llamaba sus hijos de América, un trato de dulzura y devoción» (AAS 1951, 794).
Cardenal Ángel Herrera Oria (1886-1968):
«Ni la leyenda ni la poesía han nimbado [la vida de la Reina Católica] con milagros. Su “leyenda dorada” es “Historia a plena luz”, y sobre todo, veinte naciones católicas que a su espíritu apostólico deben su evangelización. No sabemos que ninguna mujer haya contribuido como ella a extender los límites de la Catolicidad» (Madrid, 16-VI-1929).
San Juan Pablo II: «Me urge reconocer y agradecer ante toda la Iglesia vuestro pasado evangelizador. Era un acto de justicia cristiana e histórica» (Zaragoza 10-X-1984).
«España aportó al Nuevo Mundo los principios del Derecho de Gentes… y puso en vigor un conjunto de leyes con las que la Corona Castellana trató de responder al sincero deseo de la Reina Isabel I de Castilla de que sus hijos los indios.. fueran reconocidos y tratados como seres humanos, con la dignidad de hijos de Dios» (Roma, 18-XI-1992).
Cardenal Antonio María Rouco Varela (1936-):
«Reconocer la persona humana, como sujeto de lo que hoy denominamos derechos humanos, se inicia con Isabel y Fernando. En la historia del origen de los derechos humanos está como base la Reina Isabel I de Castilla» (Valladolid 03-XII-2006).
Cardenal Antonio Cañizares (1945-):
Isabel «encarna una fe cristiana vivida en esa difícil tarea de gobernar. Defiende al indio como nadie lo ha defendido. Fue anticipadora de los derechos humanos y del Derecho de Gentes, que llegaría decenas de años más tarde. Mujer que vivió ser esposa y madre. La reina Isabel es, para mí, una figura extraordinaria». (Madrid 11-III-2006).
Cardenal Darío Castrillón Hoyos (1929-), colombiano:
«El milagro de la Reina Católica es el que realizó en América, convirtiéndola en cristiana» (Granada, 20-IV-2007).
Bendigamos al Señor, que hizo a la reina Isabel la Católica, santa maravilla, por amor gratuito a ella y a los indígenas de América.
José María Iraburu, sacerdote
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