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16.01.12

La caja negra de Darwin (10)

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

En el Capítulo 10 (“Cuestiones acerca del diseño”) el autor presenta el debate sobre el diseño inteligente, siguiendo un enfoque histórico.

Hasta el tiempo de Darwin, el argumento de que el mundo era diseñado era un lugar común tanto en filosofía como en ciencia. En el ámbito anglosajón, el argumento del diseño alcanzó su punto más alto de influencia a través del libro “Teología Natural” del clérigo anglicano William Paley, publicado en 1802. Behe reproduce el párrafo introductorio de ese libro, donde Paley ofrece su ejemplo más famoso de inferencia de diseño: si un caminante encontrara un reloj en el suelo y lo examinara, llegaría fácilmente y con certeza a la conclusión de que fue diseñado y fabricado por un agente inteligente, un relojero. Behe sostiene que, como suele suceder, el argumento de Paley habría sido más fuerte si hubiera escrito menos, porque en su libro, junto a algunos buenos ejemplos de diseño, incluye también muchos ejemplos mediocres o malos. Paley cayó en descrédito por sus malos ejemplos y sus discusiones teológicas fuera de tema. “Pero exactamente dónde –pregunta Behe– ha sido refutado Paley? ¿Quién ha respondido su argumento? ¿Cómo fue producido el reloj sin un diseñador inteligente? Es sorprendente pero verdadero que el argumento principal del desacreditado Paley no ha sido nunca refutado realmente. Ni Darwin ni Dawkins, ni la ciencia ni la filosofía, han explicado cómo un sistema irreduciblemente complejo como un reloj podría ser producido sin un diseñador.” (p. 213). “Pobre Paley. Sus oponentes modernos se sienten justificados en asumir puntos de partida enormemente complejos (tales como un reloj o una retina) si piensan que entonces pueden explicar una simple mejora (tales como una cobertura de reloj o la curvatura del ojo). No se argumenta nada más; no se da ninguna explicación de la complejidad real, la complejidad irreducible. Incluso los que deberían saber más afirman que la refutación de las extralimitaciones de Paley son una refutación de su punto principal.” (p. 216).

A continuación el autor analiza dos argumentos del filósofo David Hume contra el diseño inteligente. En su primer argumento, Hume sostiene que los relojes y los organismos son muy diferentes entre sí, por lo que es absurdo inferir que los organismos tienen una propiedad determinada porque los relojes la tienen. Sin embargo, el argumento de diseño basado en la analogía es válido. Este argumento no dice que los organismos son diseñados porque los relojes son diseñados, sino que ambos son diseñados porque comparten una propiedad determinada (la complejidad irreducible) que exige un diseño inteligente. En su segundo argumento, Hume sostiene que para tener una buena razón para pensar que los organismos de nuestro mundo son productos de un diseño inteligente, tendríamos que haber visitado muchos otros mundos y haber observado allí a diseñadores inteligentes produciendo organismos. Hume critica aquí el diseño como un argumento inductivo; pero en realidad el argumento de diseño no es una inducción, sino una inferencia basada en la mejor explicación. Es decir que, si se consideran el diseño inteligente y la evolución “ciega” (en honor a la verdad y por respeto a los ciegos, sería mejor decir “evolución sin inteligencia”) como explicaciones que compiten entre sí, el diseño inteligente es por lejos la explicación más probable. Además, añade Behe, hoy tenemos experiencia directa de miles de diseños inteligentes de sistemas bioquímicos, a través de la ingeniería genética.

Luego el autor refuta una analogía de Richard Dawkins que, a pesar de ser patentemente falsa, ha convencido a filósofos de la ciencia como Michael Ruse, Daniel Dennett y Elliott Sober. Behe la presenta según la versión de Sober. Imaginen una cerradura de combinación compuesta de 19 discos. En el borde de cada disco figuran las 26 letras del idioma inglés. Los discos pueden girar separadamente de forma que en una ventana aparecen secuencias de 19 letras. La probabilidad de que aparezca una secuencia determinada es bajísima: uno en 26^19. Pero ahora imaginen que un disco se bloquea si en la ventana sale una letra que coincide con el mensaje elegido como blanco. Repitiendo este proceso el mensaje elegido aparecerá al cabo de un número sorprendentemente pequeño de pasos. Dawkins establece esta analogía con la evolución darwinista: los giros de los discos representan a las mutaciones aleatorias, pero la selección natural entre las variantes (representada por el bloqueo de los discos) no es aleatoria. La falla garrafal de esta analogía es evidente: ¿Quién decide cuáles letras bloquear y por qué? ¿Por qué la selección natural habría de seleccionar una combinación errónea? Si tu vida dependiera de que una combinación aleatoria de letras abriera la cerradura, no te serviría de nada acertar la primera letra. Aunque acertaras 18 de las 19 letras, pronto estarías mirando a las flores desde abajo. La analogía de Dawkins es en realidad un excelente ejemplo de diseño inteligente. El agente inteligente “tiene la frase deseada en mente y guía el resultado en esa dirección tan seguramente como un adivino guía una tabla ouija. Esto difícilmente parece un fundamento firme sobre el cual construir una filosofía de la biología.” (p. 221).

En las secciones subsiguientes del Capítulo 10 el autor analiza la objeción más frecuente contra el diseño inteligente: el argumento basado en la imperfección. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: Las citas han sido traducidas por mí.

15.01.12

La caja negra de Darwin (9) – Diseño inteligente

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

Tras haber demostrado la impotencia de la teoría darwinista para dar cuenta de la base molecular de la vida, el autor se pregunta lo siguiente: si los sistemas bioquímicos complejos contenidos en las plantas y animales no surgieron de un modo darwinista, ¿entonces cómo surgieron? En el Capítulo 9 (“Diseño inteligente”), Behe analiza tres posibles respuestas: la teoría de la simbiosis (propuesta por Lynn Margulis), la teoría de la complejidad (propuesta por Stuart Kauffman) y el diseño inteligente.

En lugar de la visión darwinista del progreso por medio de la competencia y la lucha, Margulis propuso el avance por medio de la cooperación y la simbiosis. Su teoría sobre el origen bacteriano de las mitocondrias de las células eucariotas, inicialmente ridiculizada, fue ganando aceptación a regañadientes y actualmente goza de amplia aceptación. Margulis y otros científicos han propuesto que también otros componentes de la célula son el resultado de simbiosis. Estas otras propuestas son más discutidas. No obstante, supongamos que la simbiosis hubiera ocurrido con frecuencia a través de la historia de la vida. Aun así, la simbiosis no podría explicar el origen de sistemas bioquímicos complejos, por una razón muy sencilla: la simbiosis es la unión de dos células o sistemas separados, tales que ambos estaban funcionando antes de esa unión. La simbiosis requiere la preexistencia de sistemas bioquímicos complejos funcionales.

La teoría de la complejidad afirma que los sistemas con un gran número de componentes interactivos se auto-organizan espontáneamente en patrones ordenados. Kauffman propuso que las sustancias químicas de la sopa prebiótica se auto-organizaron en caminos metabólicos complejos y que también el cambio entre distintos tipos de células es un resultado de la auto-organización. La teoría de la complejidad comenzó como un concepto matemático para describir el comportamiento de algunos programas de computadora. Sus proponentes aún no han logrado conectarla a la vida real. Kauffman sostiene que su teoría podría explicar no sólo el origen de la vida y el metabolismo, sino también las formas corporales, las relaciones ecológicas, la psicología, los patrones culturales y la economía. La vaguedad de la teoría de la complejidad ha comenzado a decepcionar a algunos de sus defensores. El número de Junio de 1995 de la revista Scientific American preguntó en su portada: “¿La complejidad es un engaño?” Adentro estaba un artículo titulado “De la complejidad a la perplejidad” que hacía la siguiente observación irónica: “La vida artificial, un sub-campo importante de los estudios de la complejidad, es una “ciencia libre de hechos”, de acuerdo con un crítico. Pero sobresale en la generación de gráficos de computadoras.” (p. 191).

Sin embargo, supongamos que la teoría de la complejidad fuera verdadera. Aun así, esa teoría no explicaría los sistemas bioquímicos complejos discutidos en este libro. Behe lo explica así: “La esencia de la vida celular es la regulación: la célula controla cuánto y qué tipos de sustancias químicas produce; cuando pierde el control, muere. Un ambiente celular controlado no permite las interacciones casuales entre sustancias químicas (nunca especificadas) que Kauffman necesita.” (p. 191). Behe concluye: “La teoría de la complejidad puede todavía hacer contribuciones a la matemática e incluso modestas contribuciones a la bioquímica. Pero no puede explicar el origen de las estructuras bioquímicas complejas que apuntalan la vida. Ni siquiera lo intenta.” (p. 192).

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14.01.12

La caja negra de Darwin (8)

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

El autor se pregunta lo siguiente: si los sistemas bioquímicos complejos, como los ejemplos analizados en los Capítulos 3-7, no han sido explicados por nadie, ¿qué tipos de trabajos bioquímicos han sido publicados bajo el rótulo de “evolución”? En el Capítulo 8 (“Publica o perece”), Behe muestra qué ha sido estudiado en esta área y qué no.

El autor comienza su relevamiento por una revista especializada de mucho prestigio, el Journal of Molecular Evolution (JME), dedicada exclusivamente a la investigación orientada a explicar el origen de la vida en el nivel molecular. Durante la década anterior, el JME había publicado alrededor de mil artículos científicos. Esos artículos pueden ser clasificados fácilmente de la siguiente manera:

• Más del 80% corresponde a comparaciones de secuencias de ADN o de proteínas.
• Alrededor del 10% corresponde a la síntesis química de moléculas consideradas necesarias para el origen de la vida.
• Alrededor del 5% corresponde a modelos matemáticos de la evolución molecular o métodos matemáticos para comparar e interpretar datos de secuencias.

Una comparación de secuencias es una comparación de dos proteínas diferentes, aminoácido por aminoácido; o una comparación de dos porciones diferentes de ADN, nucleótido por nucleótido. Aunque útil para determinar posibles líneas de descendencia, lo cual es una cuestión interesante por sí misma, comparar secuencias no puede mostrarnos cómo un sistema bioquímico complejo logró su función, la cuestión principal tratada en este libro. Behe explica esto con una analogía: los manuales de dos modelos diferentes de computadoras producidos por la misma compañía pueden tener muchas palabras, frases o incluso párrafos idénticos, sugiriendo un origen común (quizás el mismo autor escribió los dos manuales), pero comparar las secuencias de letras de los manuales nunca nos dirá si una computadora puede ser producida paso a paso comenzando con una máquina de escribir (y, agrego yo, cambiando piezas en forma aleatoria).

Por otra parte, los modelos matemáticos de la evolución molecular, aunque útiles para entender cómo los procesos graduales se comportan en el tiempo, asumen como hipótesis que la evolución en el mundo real es un proceso gradual y aleatorio; no lo demuestran ni pueden demostrarlo.

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13.01.12

La caja negra de Darwin (7)

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

En los Capítulos 3-6 el autor describe en detalle varios sistemas bioquímicos irreduciblemente complejos, mostrando que no pueden ser formados de un modo gradualista. Los ejemplos de complejidad irreducible podrían multiplicarse sin mayores dificultades, incluyendo aspectos de la replicación del ADN, el transporte de electrones, la síntesis de telómeros, la fotosíntesis, la regulación de la transcripción, etc. En el Capítulo 7 (“Atropello en la ruta”) Behe muestra que también hay sistemas que, pese a no ser irreduciblemente complejos, son inexplicables desde una perspectiva darwinista. Incluso sistemas que a primera vista parecen dóciles a un enfoque gradualista resultan ser problemas insolubles dentro del marco darwinista, porque las probabilidades de que algo salga mal son abrumadoras. Behe sostiene que muchos de los procesos metabólicos que sintetizan aminoácidos, proteínas, nucleótidos o ácidos nucleicos dentro del organismo son sistemas de ese tipo.

Como introducción a esta idea, el autor presenta esta situación imaginaria. Un gran grupo de marmotas intenta cruzar una autopista de 2.000 carriles, llenos de vehículos que se mueven a la velocidad máxima permitida. En abstracto, no parece haber ningún límite que las marmotas no puedan superar, pero en la práctica la mayoría muere atropellada en el primer carril, algunas alcanzan el segundo carril, y unas pocas llegan hasta el tercer carril, o excepcionalmente hasta el cuarto; ninguna más allá.

Behe describe detalladamente la biosíntesis del monofosfato de adenosina (AMP), una de las muchas sustancias químicas complejas necesarias para la vida, a partir de la ribosa 5-fosfato (pp. 142-149). Una molécula de AMP contiene 33 átomos: diez de carbono, once de hidrógeno, siete de oxígeno, cuatro de nitrógeno y uno de fósforo. La síntesis de una molécula de ATP insume trece pasos (es decir, trece reacciones químicas sucesivas) y requiere doce enzimas, dos grupos formilo, cinco moléculas de ATP, una de GTP, una de dióxido de carbono, dos de glutamina, una de glicina y dos de ácido aspártico. Las moléculas obtenidas en los pasos intermedios no sirven para nada a la célula excepto para hacer AMP o GMP. La síntesis aleatoria de AMP es absolutamente improbable. Si disolviéramos en agua todas las sustancias requeridas no obtendríamos AMP aunque esperáramos un millón de años.

A continuación Behe analiza la explicación darwinista típica de los caminos metabólicos. Supongamos que el compuesto A es transformado en el compuesto D a través de los compuestos intermedios B y C. ¿El camino A-B-C-D podría haber evolucionado gradualmente? Depende. Si A, B y C son útiles para la célula y si B, C y D no son esenciales desde el principio, quizás un desarrollo lento y gradual es posible. Empero, ¿qué ocurre si (como en el caso del AMP) D es necesario desde el principio y A, B y C sólo sirven como precursores de D? En ese caso, ¿para qué le sirve al organismo producir A? ¿O, si produce A, para qué le sirve producir B? La respuesta darwinista típica es ésta: D estaba ya disponible en la sopa primordial; a medida que D se volvió escaso, los organismos aprendieron a sintetizar D a partir de C; luego, a medida que C se acababa, produjeron C a partir de B; y cuando la escasez amenazó otra vez, produjeron B a partir de A.

En los libros de texto, nadie ha puesto nombres químicos reales sobre las míticas letras A, B, C, D, porque al hacerlo uno tiene que mostrar reacciones químicas reales que las producen. Los problemas graves de la teoría A-B-C-D son muy numerosos. Behe detalla tres de ellos. Primero, los experimentos de síntesis prebiótica no han producido ninguna de las sustancias intermedias de la biosíntesis del AMP, excepto una. Segundo, hay buenas razones para pensar que las reacciones químicas intermedias sólo pueden ocurrir bajo la cuidadosa guía de las enzimas. Tercero, algunas de las sustancias intermedias son químicamente inestables. Behe concluye: “El cuento A-B-C-D es una vieja idea que ha sido transmitida irreflexivamente… Nadie tiene idea de cómo se desarrolló el camino del AMP. Aunque unos cuantos investigadores han observado que el camino en sí mismo presenta un severo desafío al gradualismo, nadie ha escrito sobre el obstáculo planteado por la necesidad de regular el camino metabólico de una célula inmediatamente desde su comienzo. No es de extrañar –nadie quiere escribir sobre el atropello en las rutas” (pp. 154 y 159). (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: Las citas han sido traducidas por mí.

12.01.12

La caja negra de Darwin (6)

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

En el Capítulo 6 (“Un mundo peligroso”) Behe examina el sistema inmunológico del cuerpo humano, describiendo cuatro de sus principales características: diversidad, reconocimiento, destrucción y tolerancia.

1. Diversidad

Los enemigos microscópicos (bacterias, virus y hongos) del ser humano son muy abundantes y muy diferentes entre sí. Para enfrentarlos, el cuerpo humano produce miles de millones de anticuerpos de distintas formas. En el óvulo fecundado hay cuatro grupos de genes que contribuyen a hacer anticuerpos: el grupo 1 contiene unos 250 segmentos de genes, el grupo 2 contiene diez segmentos, el grupo 3 contiene seis más y el grupo 4 otros ocho. Cuando el feto crece, comienza a producir células B, que son las “fábricas de anticuerpos”. Durante la construcción de células B, ocurre algo extraño: el genoma del ADN es reordenado y parte del mismo es descartado. Tres segmentos de los grupos 1, 2 y 3 son elegidos, aparentemente al azar, y unidos entre sí. Esto, unido a otros efectos que aumentan el número de variaciones posibles, permite fabricar unos diez mil millones de tipos diferentes de anticuerpos. Esta cantidad es tan grande que es casi seguro que al menos un tipo de anticuerpo se unirá a casi cualquier molécula, incluso las sintéticas.

2. Reconocimiento

Cada anticuerpo está formado por cuatro cadenas de aminoácidos: dos cadenas livianas idénticas y dos cadenas pesadas idénticas. El conjunto tiene una forma simétrica semejante a una letra Y. La base de la Y está unida a la membrana de la célula B y el resto de la Y sobresale hacia afuera de esa célula, para tratar de detectar a los invasores. Los dos extremos superiores de la Y contienen los “sitios de unión”. Cada tipo de anticuerpo tiene sitios de unión con diferentes características: por ejemplo, un anticuerpo puede tener un sitio de unión con una pieza que sobresale aquí, un agujero más allá y un parche aceitoso en el borde; otro anticuerpo puede tener una carga positiva a la izquierda, una hendidura en el medio y un bulto a la derecha; etc. Si la forma de un sitio de unión es exactamente complementaria a la forma de una molécula de la superficie de un invasor, entonces el anticuerpo se unirá a esa molécula. Enseguida el anticuerpo, a través de un mecanismo muy complicado, enviará una señal hasta el núcleo de la célula B. Al recibir esta señal, la célula B comienza a reproducirse rápidamente, pero ahora los anticuerpos ya no están pegados a la membrana celular, sino que quedan libres para moverse en el fluido extracelular, buscar a los invasores y unirse a ellos.

Incluso en un esquema muy simplificado, este sistema de reconocimiento de enemigos consta de al menos tres componentes esenciales: la forma del anticuerpo unida a la membrana de la célula B, el mensajero y la forma libre o exportada del anticuerpo. Este sistema es irreduciblemente complejo. Una célula que tratara de desarrollar este sistema en pasos darwinistas (graduales) estaría en un grave dilema. ¿Qué debería hacer primero? Ninguno de los tres componentes tiene utilidad alguna sin los otros dos. Behe afirma: “Somos conducidos inexorablemente a la conclusión de que incluso esta selección clonal muy simplificada no podría haberse originado en pasos graduales.” (p. 125).

3. Destrucción

Los anticuerpos no destruyen por sí mismos a los virus o bacterias enemigos, sino que sólo ofician como señales para otros sistemas que destruyen a los objetos así marcados. Gran parte de la matanza real de enemigos es hecha por el “sistema complementario”, llamado así porque complementa la acción de los anticuerpos. El sistema complementario consta de unos veinte tipos de proteínas que forman dos caminos relacionados, llamados el “camino clásico” y el “camino alternativo”. Estos caminos son notablemente complejos y recuerdan en varios sentidos a la cascada de la coagulación de la sangre discutida en el Capítulo 4. El camino clásico comienza cuando un gran conjunto de proteínas (llamado C1) se une a un anticuerpo que a su vez está unido a la superficie de una célula extraña. C1 está compuesto por 22 cadenas de proteínas. En este camino intervienen nueve conjuntos de proteínas (de C1 a C9), varios de ellos con más de una variante, que interactúan de diversos modos entre sí. Al final de un complejísimo proceso, una forma tubular pincha y agujerea la membrana de la bacteria invasora. La presión osmótica hace que el agua se precipite hacia adentro y destruya a la bacteria. El camino alternativo es tan complejo como el camino clásico y ambos caminos son sistemas irreduciblemente complejos.

4. Tolerancia

El sistema inmunológico tiene que discriminar entre el cuerpo humano y el resto del mundo. Por ejemplo, no se deben generar anticuerpos contra los glóbulos rojos que circulan permanentemente por la sangre. Cuando el cuerpo produce anticuerpos contra sí mismo, generalmente ocurre un desastre. Es lo que pasa, por ejemplo, en la esclerosis múltiple o en la diabetes juvenil. Cómo el cuerpo adquiere tolerancia a sus propios tejidos es todavía algo oscuro, pero sea cual sea el mecanismo, sabemos una cosa: un sistema de auto-tolerancia tuvo que estar presente desde el comienzo del sistema inmunológico.

Behe concluye: “Diversidad, reconocimiento, destrucción, tolerancia –todos estos y más interactúan los unos con los otros. Hacia cualquier lado que nos volvamos, una explicación gradualista del sistema inmune está bloqueada por múltiples requisitos entretejidos. Como científicos anhelamos entender cómo este magnífico mecanismo vino a la existencia, pero la complejidad del sistema condena a todas las explicaciones darwinistas a la frustración. El mismo Sísifo se apiadaría de nosotros.” (p. 139). (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: Las citas han sido traducidas por mí.